Devaneos XXIV – Nihilismo y Sentido V



La risa mata el miedo, y sin miedo no puede haber fe,
porque sin miedo al diablo ya no hay necesidad de Dios
.❞
Umberto Eco, en “El nombre de la rosa”
 ❝Mantén tu rostro siempre hacia la luz del sol,
y las sombras caerán detrás de ti.
Walt Whitman


Creo que en este escrito, que lo inicié con otros fines, quedará perfilado mi actual “espiral” de ideas sobre la identidad y el yo.


Voy a tomar un enfoque oblicuo sobre qué es el yo y por ello la identidad. Si un pedófilo hace algo a un niño…, ¿quién lo hace?, su ADN o “él”. Si es lo primero, esa persona es tan culpable como el martillo que estaba sobre una bolsa, bolsa que se habrá llenado de aire dada la altura a la que se encontraba, sobre un décimo piso del armazón de un edificio en construcción, terminando de caer de la obra, con la mala suerte que acabe por reventar la cabeza de un viandante que pasaba por allí. Conozco los fallos de tal argumento, sólo sigue mi desarrollo, pues no sabes dónde te quiero llevar.

Richard Dawkins, en su libro “río fuera del edén“, nos pone el ejemplo de una avispa que pone los huevos dentro de los animales vivos, para que al nacer sus crías se alimenten de su huésped. ¡Imaginar ser tal animal y ser comido poco a poco por dentro! Si Dios existiese, ¿por qué diseñar a la avispa excavadora?, ¿por qué diseñar si quiera el dolor? Al igual que la naturaleza e identidad de la avispa es nacer y alimentarse del cuerpo donde a eclosionado, la naturaleza del pedófilo es la de desear a las prepúberes, en muchos casos no sintiendo deseo sexual por las mujeres de otras edades.

Sé los contraargumentos. El ser humano tiene conocimiento a priori de sus posibles comportamientos y evalúa su conveniencia e inconveniencia. Tenemos así dos identidades, la corporal y genética, que se ha venido a reducir como instinto o disposición mecánica, y una segunda identidad que se posiciona fuera de la primera, que la mira desde fuera y/o con cierta perspectiva. Pero, ¿realmente son dos?, o sólo es un modo de hablar, a la vez que una burda y falsa simplificación. Por qué comemos, a cuál de las dos identidades se “alimenta”. ¿Se alimentaría la segunda si la primera no lo requiriera? A veces ponen ante esta paradoja a los robots de la ciencia ficción. En algunos casos en las películas o series se alimentan para hacer lo mismo que hacen los humanos, para acompañarlos, sentir la pertenencia al grupo y simpatizar con ellos.

¿A qué se debe la resistencia que está haciendo vuestro cerebro o mente para no tratar de seguir mis argumentos? ¿De alguna formas sentís que os he cogido de la mano y os llevo donde no queréis ir?, quizás a algún sitio tenebroso y lleno de peligros. ¿Creéis que trato de hacer que sintáis empatía por el pedófilo? ¿De dónde sale tal resistencia?, de la razón o de una intuición y por ello posiblemente de un instinto o algo innato. ¿No es acaso la misma disonancia, pero a otro nivel, que la que pueda sentir un pedófilo?

El sugerente argumento de fondo de este escrito es si no crearíamos la “segunda” identidad a nivel evolutivo/social, bajo la necesidad de “echar la culpa a alguien”, que hubiera un agente al que culpar de sus acciones (persona ante la ley). El problema es mayúsculo, pues es el típico problema del pescado que se muerde la cola, puesto que qué impulsó para que fuera así, si no había un agente previo que lo sugiriese. Pero quizás voy demasiado rápido en mis ideas. Voy a desarrollarlas más pausadamente.

Lunidad de selección es una entidad biológica dentro de la jerarquía de organización biológica (por ejemplo, una entidad como: una molécula autorreplicante, un gen, una célula, un organismo, un grupo, o una especie) a lo que está sujeto dentro de la selección natural Existe un debate entre los biólogos evolutivos sobre la medida en que la evolución ha sido moldeada por presiones selectivas que actúan en estos diferentes niveles.

(Esto es una “pINCELada” para hacer considerar al lector el formar sólo parte de un sistema con sus propias reglas, las cuales se nos escapan.)

Se supone que he de remontarme al nacimiento de la conciencia. La parábola del Jardín del Edén en realidad me da la razón. Al nacer la conciencia, el humano se percata de su desnudez, de la que previamente no tenía conocimiento. La desnudez lo es por la existencia del otro. En casa y en soledad uno puede estar desnudo. Uno se viste para seguir los protocolos sociales. Luego la conciencia siempre nace dentro de lo social y dada la diferencia (la otredad). Sigo desarrollando las cosas demasiado deprisa. Doy datos como asentados y sin explicarlos. Una pausa mental, a ver de qué forma puedo hacer que el pez no se muerda la cola.

Veamos por este lado. La vida trata de ser causa, en el sentido que trata de ser la que controla el medio. Causa en el sentido que controla unas fuerzas y energías dirigidas hacia un fin, poniéndose de esa forma como causa primera (hay un vacío explicativo aquí, pero ignorémoslo). Un animal se mueve para llegar a una charca, al agua, y saciar la sed. Esto es diferente de las primeras formas de vida que tenían que estar en el lugar adecuado para prosperar. Los primeros organismos eran empujados por los movimientos de las aguas de los mares, que los acercaban o alejaban de la luz o de los alimentos. ¿Solución del problema?, “crear” los mecanismos para generar movimientos autodirigidos. No hay distancia del deseo de luz y el movimiento, funciona a modo de relé: luz, luego movimiento hacia ella. Me he remontado demasiado lejos, no quiero hacer un recorrido evolutivo de todos estos procesos. Salto al presente.

A lo que quiero llegar es que la vida “odia” (repele, es su contrario) el azar, lo no causado. Así toda conciencia de sí nace en primer lugar con esta “mácula”. Entre los chimpancés se está tratando de ver comportamientos de pensamiento mágico, “religiosos”. Es como si tomar conciencia de sí, lo fuese bajo la terrible sensación o angustia de que existe el azar (cercano de la idea de Kierkegaard de angustia, pero a nivel antropológico y no meramente religioso), lo incausado, en tanto que lo que está fuera de las manos (capacidades) de ese ser vivo. En un segundo nivel se da otra capacidad hacia ese vértigo existencial, cuando ese ente que toma conciencia, se distancia de sus propios comportamientos, creando potencialmente la capacidad para que se cree un divorcio, escisión, entre lo que se es por naturaleza y lo que uno es en tanto que se auto-percibe. Pero este proceso no pudo ser solamente interno. Un heterosexual no cuestiona su heterosexualidad, no toma distancia de ella por cuanto lo “natural” coincide con lo establecido como “normal” en lo social. Se da una unidad de ser. Por el contrario, se crea un divorcio y disociación en la medida que mi valor o naturaleza no es la aceptada o “normal” en la sociedad. A lo que quiero llegar es que la disociación nace de dos fuentes: de la existencia de los otros, y de lo que los otros conceptualizan como normal (y pecado en un lenguaje anterior, y anormal en el lenguaje de hoy en día).

Siendo así, la “moral” o la conciencia moral, nace como aquella que atenta contra la normalidad del grupo al que uno pertenece. Pero si nos remontamos a la prehistoria, cuando estábamos en la “frontera” entre el animal y el humano, debió de atentar contra lo “propio” de la especie. Así parece decirlo el concepto de la quinofilia (kionofilia), puesto que tal… “hipótesis evolutiva propone que durante la selección sexual, los animales buscan preferentemente parejas con un mínimo de características inusuales o mutantes, incluida la funcionalidad, la apariencia y el comportamiento”. Viéndolo así, el racismo y cualquier otro rasgo o emoción xenófoba, proviene de este rasgo —comportamiento instintivo— evolutivo.

En conclusión, que tenemos dos componentes que emergen de tal análisis (mínimo) antropológico: 1. rechazo y miedo al azar, a lo no causado y 2. qué es o no “normal” o propio de la especie (y más tarde del grupo social). Puesto que lo que emerge como agente bajo estas dos “funciones” es la alteridad de algo propio, pero en tanto que extraño para la especie, es a tal agente al que se pondrá como el de mayor valor para solventar, por un lado, que no entre en juego el azar, puesto que hay un agente causante, como que por otro lado es el que será analizado y tenido en cuenta en lo social. Para los efectos, desde ese momento será la conciencia de sí la que tome el papel de ser el agente de las acciones de tal persona e individuo (tanto a nivel individual como social), ignorando de paso lo que pueda ser propio de “su” particular naturaleza. ¿Errores de tal apreciación?, los casos más evidentes han sido el rechazo, hasta el siglo pasado, de la homosexualidad, y desde un tiempo lejano, que quizás se remonte a la Edad Media, del racismo del hombre occidental y caucásico hacia casi cualquier otra raza (de ser así nace parejo a la consolidación del cristianismo). Esto a la vez nace, de nuevo, de algo evolutivo. El concepto de belleza como apetente, lo crea la evolución como el rasgo por el cual un animal se ha de dirigir hacia él, de igual forma que las formas de vida más sencillas se dirigen hacia la luz. Lo dulce no es tal, lo es en tanto que nuestra lengua tiene unas células que lo detectan como “apetecible”. Las características que nos parecen tan extrañas (traer a colación aquí el concepto de kionofilia) a los occidentales de los nativos australianos, son belleza para ellos mismos. Lo extraño puede ser lo usual en otra forma de vida, o en nuestro caso, en otra etnia y cultura. Para el pedófilo su atracción no le es “extraña”, es su “naturaleza”.

Lo previo no es el intento de “justificar” al pedófilo, si no de ponerlo en perspectiva y en la dirección de llegar al tema central, que es la aparente división entre el ser o agente de la conciencia y el propio cuerpo, como detonante de unos requerimientos y unos mecanismos que son los dados por la evolución y que están programados en el ADN. Nuestra identidad o yo es todo el cuerpo, bajo las nuevas teorías de la ciencia, como así es la propuesta de la teoría de la cognición incorporada encarnada, pero nos engañamos —o hemos vuelto humana— la “verdad” o necesidad de creer o sentir que nuestro yo o identidad está disociada del cuerpo y sus instintos, y que en realidad es o debe de ser a eso a lo que llamamos conciencia.

❝ Es el hemisferio izquierdo el responsable de la tendencia humana de buscar el orden en el caos, el que intenta encajar todo en un relato y contextualizarlo.❞ Michael S. Gazzaniga

Escritos atrás he mostrado las teorías de Mark Solms al concebir que la conciencia nace o está en capas tan antiguas como lo es el tronco encefálico. El mayor número de neuronas (tres a uno, creo recordar) se encuentran en el cerebelo, ¡y parece sólo coordinar los movimientos y operar en el movimiento fino, frente al grueso! Ahora mismo se tiene un mapa cerebral de sus funciones e interacciones bastante exacto, y ser consciente consiste en que todo el cerebro esté activo a la vez, mientras que al dormir se activan más bien zonas locales. O sea, que el yo e identidad, en tanto que toma de conciencia de sí, es todo el cerebro, que a la vez implica a todo el cuerpo, como se comprueba con lo rápido y exacta que es la mano a la hora de rascarse una parte del cuerpo. Mientras que lo que la sociedad y todo humano cree que es, sólo es una parte del prefrontal, sobre todo del hemisferio izquierdo, en conjunción con el lóbulo temporal de ese mismo lado. Lo que emerge de esas partes del cerebro es el yo dialógico, o en tanto que voz interior o exterior, o como hablante y oyente (de sí mismo o de otros). Consecuentemente, y puesto que su lenguaje es la palabra, esta parte ignora el resto del cerebro y sus “quehaceres”. A tal parte la ha llamado Michael S. Gazzanigaintérprete del hemisferio izquierdo, que coincide con las hipótesis de Iain McGilchrist, expuesto en su libro “The master and his emissary”, que a la vez está relacionado con la teoría del trabajo sobre el yo de Martin Conway (el enlace lleva a la memoria autobiográfica, allí hay un apartado que habla sobre el “trabajo sobre el yo”). En lo que coinciden estas tres teorías es en el hecho, por un lado, a que tal ente o agente no conoce —lo ignora o lo obvia— al resto del cerebro, y por otro lado este ente crea, o hila en su hacer, una identidad paralela a la propia del cerebro —que no siempre coincidente— en todo su conjunto. Para tal fin se vale de dos funciones: 1. un lenguaje complejo, como lo es el habla, y 2. por otro lado la memoria de sus propias vivencias. Esto tiene un gran defecto, el hilar su identidad con el lenguaje, donde este no lo crea el propio individuo, sino que este está asentado y fundamentado a partir de lo validado en lo social (teoría del etiquetado). Tal identidad es la que queda expuesta en la teoría de la identidad narrativa y parte de la idea de que existen dos tipos de memoria del pasado, la episódica que tiene toda la información del pasado en “bruto”, y la autobiográfica, que frente a la anterior está construida con aquello que contamos de nosotros mismos (y nuestro pasado), a los otros, y a nosotros mismos. Esta segunda memoria, como cualquiera puede intuir sin pensarlo demasiado, es falible y alterable, pues cada vez que contamos una historia esta es susceptible de ser modificada…, quizás por algo tan sencillo como que el cerebro profundo capte un gesto de desaprobación por parte de nuestro oyente y a partir de ese momento omita algún detalle o exagere otro (para el caso se lee y escribe toda memoria de nuevo —posiblemente modificada— cada vez que lo contamos).

Las palabras nos dan forma. Somos palabras con instintos, instintos que emergen en palabras.

De seguir estos planteamientos, tal ente es como un preso dentro de una habitación, tan pequeña que apenas si se puede mover. Vive encerrado en una sexta parte del cerebro (quiero hacer un gráfico de esto), creyendo además que lo que es, es lo que es la identidad de ese cerebro y ese cuerpo…, en definitiva lo que uno es como persona. Visto así, y bajo lo analizado en el escrito anterior, todos o casi todos somos entes disociados de nuestra “verdadera” identidad. La identidad que habla, que se mueve en el espacio social, es la identidad que creemos ser, a la vez teniendo en cuenta que es la identidad que la sociedad quiere que muestres ante ellos. ¡Nadie quiere que te tires un pedo o que les hables de la mierda que ha salido esta mañana por tu ano! En sociedad sólo se muestra lo que la propia sociedad valida sobre lo que has de ser. Pensar por ejemplo el por qué está mal visto el tratar de saber la orientación sexual de un desconocido. ¿Por qué puede ser? Si como hemos visto en el escrito anterior lo normal a nivel estadístico es la heterosexualidad, nuestro vago y estadístico cerebro dará por sentado que se habla con un heterosexual. Aquí se empiezan a complicar las cosas, si alguien me dice que es homosexual, y si soy una persona imaginativa, eso me puede hacer pensar en su ano, lo que complica las cosas porque es sucio y el lugar por el que salen los desechos del cuerpo, lo que podrá llamar a la vez a las primitivas que se acercan al asco, puesto que el cerebro está “programado” para buscar lo apetente y rechazar lo maloliente, pocho, foco de venenos y peligros alimentarios. ¿Cómo resolver todo esto?, ignorando (y prohibiendo tácitamente en sociedad) todo lenguaje que hable o nombre partes del cuerpo no muy apetentes o conflictivas. A la memoria me viene a la mente la escena de la película de “la invención de la mentira“, cuando la protagonista, que no puede mentir, recibe a Ricky Gervais y le dice que se estaba masturbando, y este le contesta: “eso me ha hecho pensar en tu sexo”. A veces la comedia da de forma más clarividente con las tramas sociales que cualquier profundo filósofo en sus largas parrafadas.

Con esto volvemos arriba. Por retroalimentación positiva, a nivel social y por ello evolutivo, un primer rechazo de qué o no se podía decir o nombrar, fue creando ese “segundo” agente que es el que tomamos hoy en día como que es nuestro yo. Con el paso del tiempo, y en la actualidad, creemos ser ese ente cuando las pruebas científicas nos dicen que la identidad es todo el cerebro y todo nuestro cuerpo. Una “prueba” de este hecho es que es en el propio prefrontal, en la corteza prefrontal ventromedial, donde hacemos los juicios morales de los otros (en tiempos antiguos el yo o alma, estaba en el corazón, pues es el que más claramente se altera con respecto a nuestro estado emocional). Un “buen diseño” del cerebro hubiera puesto el mismo juicio de sí mismo en la misma zona, pero no es así, esto lo hace otra parte del cerebro (no recuerdo cuál, si lo recupero lo pondré). Por esto somos más rápidos, taxativos y “diestros” a la hora de juzgar a los otros, que en ver y asumir nuestros propios fallos. Nuestra identidad, parte —por esta construcción— de los análisis morales y de los comportamientos sociales, ajustándonos a posteriori, si es que fuera el caso de que el nuestro no estuviera muy ajustado al exterior (teoría del marcador somático, teoría que de nuevo pone en relieve lo imbricado que está el cuerpo y la mente).

Resumiendo. Qué ha salido a lo largo del escrito. Que todo lo que vemos ahora en lo social puede obedecer a reglas naturales, evolutivas e instintivas. Todo racismo o xenofobia tiene de fundamento la kionofilia, así como que nuestro gusto por lo bello es debido al designio de mejorar la especie. Muchos filósofos han querido ver (o ven en la actualidad), y es una visión bastante general, cierto componente espiritual a esa “segunda” identidad, sobre todo cuánto más abstraída se vuelva sobre sí misma y más trate de “desprenderse” del cuerpo, de su coraza o armazón que lo sujeta a tierra (Ángeles encarcelados en la materia de un cuerpo). Ciertos componentes de la naturaleza psicoactivos, pronuncian tales apreciaciones en algunas personas, mientras que en otras no. La diferencia suele estar en el etiquetado, en la intencionalidad de cada mente, dependiendo de su visión del mundo y de sí mismos en la realidad. Nietzsche apostaba por lo dionisiaco, a que somos principalmente un cuerpo, y que cualquier tipo de idealismo se engaña. Una posición intermedia podría ser Santa Teresa, en donde su mística era orgánica (orgásmica) con Cristo, mientras que los budistas y las religiones orientales tratan de desprenderse totalmente del cuerpo. Para la ciencia todo lo predicho son estados alterados de la conciencia, que ni siquiera son estudiables, porque son distintos para cada persona. La teoría de los valores dice que nos movemos por apetencias, motivaciones que parten de lo implicado en el cuerpo, en la evolución; podemos probar cualquier comida, pero nadie come un excremento ni para probarlo. Si nos pudiéramos elevar por encima de la realidad, de lo físico, de lo dado, lo haríamos, comeríamos un excremento (esto no es banal y simplemente escatológico, es una prueba filosófica, al igual que para probar que la realidad existe “Samuel Johnson afirmó refutar la filosofía inmaterialista de George Berkeley”, conminándole a que diese una patada a una piedra, tal postura se llama “argumentum ad lapidem“).

La sensación de estar encarcelados en un cuerpo es más propio de las personas poco sociales, lo solitarios, por cuanto no suelen verse reflejados como cuerpos ante los otros (teoría del espejo social), y por ello como cuerpos para ellos mismos. De hecho, por cuanto que viven sobre todo del diálogo interno, son los más tendentes a las posturas idealistas, como así queda reflejado en la mayoría de los filósofos, más cuanto más solitarios fueran. Esto mismo llega les a ocurrir a los santones y los grandes místicos, como fue el caso de Buda, pues llevó una vida solitaria durante la mayor parte de ella. En la época de Jesucristo, bajo estos conocimientos, era una parte de los rituales místicos el aislarse del resto de la sociedad durante un tiempo (esto explica los cuarenta días de Jesucristo en el desierto). Por todo esto, lo dialógico, la existencia de los otros —creando un toma y daca de las posturas individuales los unos sobre los otros—, son los que nos ponen los pies en tierra (en parte y contra lo anterior). Este yo dialógico, basado en los diálogos basados en la confianza que se da sobre todo entre los niños y sus padres y cuidadores, es un primer camino hacia la identidad social y por ello la narrativa. A partir de ahí, ese individuo “conectará” su identidad, que primeramente es íntegra con todo su cuerpo (la curiosidad de los niños no hace asco a casi nada) a esa otra identidad que ha sido forjada por cientos de miles de años en la evolución social, y que es esa que es llamada como conciencia, y que es la que está mediada por la palabra (lenguaje complejo, por tener en cuenta a las personas sin audición).

Adendum. Habiendo restituido (creo) la vigencia del cuerpo en nuestra totalidad de ser, y volviendo al tema del pedófilo, pero en la dirección de “ablandar” o desradicalizar la cuestión, lo abordaré desde el punto de vista de los incels. La máxima bíblica de “creced y multiplicaos” es la propia máxima evolutiva de sobrevivir y reproducirse. La sexualidad humana es parte integrante de la identidad de todo individuo. Un incel se ve sometido a no poder dar expresión a esa parte de su identidad. Paradójicamente las sociedades anteriores a la actual eran menos instintivas, porque los emparejamientos se daban de forma más simétrica. Después de la revolución sexual, donde en este ámbito manda la voz de la mujer, porque es así en la naturaleza, hemos “retrocedido” miles de milenios, pues ahora de nuevo impera lo evolutivo (leer el artículo “ellas cuando quieren, ellos cuando pueden“. Los alfas tienen mucho sexo con muchas mujeres distintas, pero las mujeres sobre todo sólo quieren tener sexo con alfas, lo que hace que los incels (los menos “keinofílicos”, los más “raros” o “extremos” según tal teoría) no tengan sexo nunca o casi nunca, no pudiendo hacer nada para que tal lado de su naturaleza tenga salida, creándoles dolor, resentimiento hacia la sociedad en general y hacia las mujeres en concreto.

Fijarse que en la naturaleza es así, las hembras seleccionan a los más actos, luego ¿por qué quejarse? Este sería tema para otro escrito, aunque quizás tampoco lo requiera. La conciencia es el reflejo de un espejo sobre otro espejo, multiplicándose la imagen y lo que allí haya. Si lo que contiene es placer, se incrementa el placer, pero si por otro lado es dolor, este se multiplicará por encima de su propia realidad. ¿Por qué tanta metáfora?, no es lo mismo tener un dolor que ser consciente de tener un dolor. La conciencia hace de retroalimentación positiva, incrementándose la percepción del dolor, por esto aquello de “mejor no pensarlo”, distraerse y el típico consejo de “no pienses en ello”. La conciencia, esa misma a la que ponemos como la mayor cualidad humana, es a la vez nuestro mayor “calvario” y nuestro peor mal. Esta faz de la conciencia es de la que se han alimentado la mayoría de las religiones y sobre todo las hebraicas (judaísmo, cristianismo, islam) para poner cierto orden en lo social (sociedades de la culpa y dos). Pero ante tal situación y naturaleza de la conciencia… qué es mejor para uno mismo, ¿tener o no tener una conciencia moral? Un psicópata no tiene conciencia moral, en su espejo frente a otro espejo no cabe la culpa. En su mente no existe el dolor mental por hacer daño a los otros. En una sociedad que va hacia el nihilismo y la laicidad, ese dolor es algo de lo que uno se puede “librar”. ¿Captáis lo tentador que es todo esto? En las sociedades modernas, en las que impera la individualidad, la mala conciencia es algo que se irá restando de la ecuación humana. Sentir dolor moral será una desventaja para el individuo que lo porte, que le restará sueño y salud. Ante esta tendencia, el Estado tendrá que “sustituir” ese sentimiento con el concepto de delito y las penas monetarias o carcelarias. En su defecto, como así está ocurriendo en China, en tener un peor prestigio para no poder obtener ciertos beneficios en sociedad, como un buen trabajo o un buen piso. Estamos sustituyendo el infierno después de la vida, por la vida como un infierno.

¡Bueno!, mi cerebro me dice que si he abierto el tema a partir de los pedófilos, estoy obligado a cerrar el círculo. No salimos de las reglas naturales, creamos en un primer momento reglas sociales que las suplían, los tabús, pero a lo largo de la historia, y tras acumular fallos sobre fallos, hemos llegado a las sociedades modernas, donde el pedófilo, el psicópata y cientos de otros trastornos mentales (a cada cual más raro, estrambóticos y liminales) son el resultado de haber salido de nuestra naturaleza, de las leyes y las reglas evolutivas. Por poner un ejemplo, existe la intolerancia al ejercicio, ¡a moverse de manera dinámica!, ¿no es esto ya, de facto, una forma de antivida? Por mis indagaciones sobre los conocimientos científicos, la mayor “culpa” de la existencia de los pedófilos son las mujeres. O sea, del conflicto sexual intragenómico, a la par de los cambios que se pueden producir a nivel epigenético durante el embarazo, sumado a problemas durante la niñez de esa persona (falta de cuidado). Visto así es una víctima de las sociedades modernas, pues tales personas se verán atrapadas en un deseo y motivación de vivir, que de ser éticos, como así se supone que es en una gran mayoría, nunca satisfarán en su vida. Suena a tragedia griega, suena a condena de los dioses, pero sólo es una parte o eslabón de nuestras actuales sociedades desnaturalizadas.

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(He obviado adrede el tema de la motivación y la voluntadextensamente tratado en muchos de mis escritos, porque como se puede ver no hace falta. Sí he tratado la motivación por cuanto todo animal lo es en tanto que su vivir es movido por motivos, pero no así por la voluntad, pues es un término demasiado viciado y tendente a validar la ética judeo-cristiana. Hay dos dimensiones y visiones de qué es la voluntad, que se han perdido en los lenguajes latinos, y que se han mantenido en los lenguajes germanos. Esa voluntad ya no latinizada, “wille“, está más cerca de lo animal que de la razón —como así lo usan Schopenhauer o Nietzsche—, mientras que la voluntad latina es heredera del tomismo, y por ello de la racionalización y eticidad de la realidad mental. O sea, pensar que el pedófilo tiene que actuar con voluntad por su “querencia”, es igual que si lo tuviera que hacer un homosexual, desde luego refrena y pone voluntad para no hacer nada a ningún niño, pero su deseo en bruto esta fuera de su control, como así es en los homosexuales o los heterosexuales. Remarcaría en el escrito la idea de que todo humano está disociado de sí mismode ahí la imposibilidad de crear una identidad y ser “feliz” o llegar a un estado de equilibrio personalTodos vivimos en la misma tortura que el pedófilo, pero cada cual bajo su propia dimensión. Nuestra desnaturalización es el origen de nuestra disociación.

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