Banalidades y Esencias



Comprender, es una forma de saber hacer.” “La bondad se confunde con la cortesía en el crepúsculo del respeto. Y la cortesía se confunde con la mera rutina en el crepúsculo de la etiqueta.” “La reticencia es de un nivel superior a la franqueza.” ” mi yo pasado puede ser descrito exhaustivamente, igual que el yo pasado de otra persona, mientras que mi yo presente escapa permanentemente a toda tentativa de aprehensión.” “las sensaciones no pueden ser ni correctas ni incorrectas; tampoco pueden ser verídicas o falsas”. Gilbert Ryle


¿Por qué vano se escribe con V y banal con B? ¡Magia!, jejeje.

Llevo leídas más de doscientas páginas del libro de Gilbert Ryle “El concepto de lo mental”, buscando cómo resuelve las paradojas de la recursividad de los entes en el cerebro, pero ese no es el cometido del libro. Se trata de filosofía del lenguaje ordinario, de cómo usamos el lenguaje, qué queremos decir al expresarnos con las palabras, y los errores y aciertos existentes en cómo nos expresamos.

Aduce que el creer que hay un agente al mando del cerebro proviene de Descartes, y que de ahí naciera la palabra y concepto de reflexión, como modo de adaptación del lenguaje, primero filosófico y más tarde ordinario, a los desarrollos científicos y técnicos, donde el estudio de la óptica y los haces de reflexión de la luz, se usaron como metáforas de lo que ocurría dentro del cerebro. A modo que la reflexión o autoconciencia es como la imagen nuestra reflejada en un espejo. Creo que se equivoca sobre el punto de que esto naciera con Descartes, este sólo se hizo eco de un saber milenario. Ryle no hace uso del sentido de agencia, de la percepción humana de sentir que en el cerebro hay un agente, o sólo recurre a la idea del teatro cartesiano, pero de cualquier forma son lo mismo. Pienso que el sentido de agencia es tan antiguo como la humanidad, y de hecho proyectamos sobre los animales y sobre las cosas un sentido de agencia, de ahí el animismo, el pensar que las cosas puedan portar un agente interno (dios del trueno, madre tierra, etc.) Como sea, no “perturba” o altera en nada mis propias ideas, las cuales paso a relatar.

Metáfora del teatro Cartesiano

Cometo un error al escribir (¡bueno, muchos!, pero me voy a centrar en sólo uno), que es que omito la i en las palabras con el sufijo -miento, como es el caso de discernimiento, de tal manera que al leerlo me percato que he escrito “discernimento”. Como soy disléxico, ni siquiera me percaté desde la primera vez que cometiera tal error, sino que se me pasaba desapercibido. No en programas como OneNote, que es el que utilizo para escribir, pues me subraya los errores, pero sí en programas como el mapa mental TheBrain. Percatarme que cometo un error, que es un caso de insight, de comprensión a “bajo nivel”, no me ha eximido de seguir cometiendo el error. ¿Qué ocurre?, es fácil, al teclear el cerebro hace uso de la memoria implícita, como es el caso de la muscular, usada igualmente para aprender a montar en bici o tocar el piano, mientras que leer hace uso de la memoria declarativa y en concreto de la semántica. Son dos tipos de memoria —implícita y explícita— que bien pueden ser tomadas como dos “entidades” distintas, pero bien mirado y en otro lenguaje, se puede afirmar que son dos funciones distintas. Esto quiere decir que damos dobles, triples o más entidades al cerebro, cuando en realidad sólo deberíamos de hablar de funciones. Esto es lo que he tratado de sostener en escritos previos. El cerebro profundo no tiene una identidad, no hay o existe el ID o ego freudiano, a modo de un segundo agente en la sombra. Sí existen los mecanismos de defensa, pero a modo de funciones. ¿Cuál es el punto?, cualquiera sabe que en los grifos monomandos, al dar el agua hacia uno de los lados sale caliente, en el centro templada y al otro lado fría. Ese conocimiento no implica que sepamos cómo es el mecanismo. A la vez no implica que en el grifo exista un homúnculo que mueva unas ruecas para que esto ocurra. Basta la existencia de tales ruecas, mecanismos o funciones para que tal proceso ocurra.

Compliquemos la cuestión. Si alguien me pregunta: “qué haces”, le puedo decir “estoy escribiendo”, si fuera autista o una persona muy literal o muy ingeniosa, y en ese momento estuviese escribiendo conocimento, le podría decir “escribiendo  la palabra conocimiento”. ¿Le he mentido?, puesto que mi memoria muscular lo ha escrito mal. De este hecho sale la diferencia entre lo que uno cree y lo que uno sabe, que puede implicar una intención. ¿o no hace falta tal concepto y es otro error del lenguaje y nuestra recurrente “manía” de poner un agente en el cerebro? ¿Qué o quién quería hacer qué? ¿y quién o qué hace algo distinto? En el caso presente está claro que la memoria declarativa quería poner “conocimiento”, pero la memoria muscular ha fallado. Pero si ese es el caso, ¿existe realmente los lapsus freudianos?, o sólo estamos aplicando mal algo meramente “mecánico” o que pueda implicar distintas formas de trabajar del cerebro. En todo esto, en parte, se cuela que usamos mal el lenguaje. Si alguien ve que he escrito conocimento, por conocimiento (aunque estoy al tanto de no escribirlo mal, una y otra vez lo escribo mal y lo tengo que corregir, jajaja), puedo escusarme diciendo que mis dedos se han equivocado. Al usar el adjetivo “mi” lo usamos como si esa parte fuera como un objeto aparte de mi ser, como una posesión, como es el caso cuando digo que “mi ordenador va lento”. Esto ya lo hizo ver Sartre (he igualmente lo dice Ryle). Al decir “mi cabeza va demasiado rápido” creamos una distancia o separación entre un ente que somos y partes del cuerpo. Por eso digo que el sentido de agencia o el teatro cartesiano es tan antiguo como la humanidad, pues este lenguaje es tan antiguo como la propia escritura (como único testigo evidente que sea así, pues de antes de la escritura no podemos afirmar nada, aunque nuestra intuición nos diga que debió de ser igual). El ser humano se concibe como dentro de su cuerpo. Grave error, del que parece que no nos podemos librar, en parte porque implicaría cambiar el uso del lenguaje en frases que nos parecerían mal construidas. “Me duelo como bazo”, que implicaría que el bazo también soy yo, frente a me duele el bazo (tengo, frente a soy), nos parece una construcción gramatical errónea.

No tengo más que decir. Lo demás se deduce de estos pocos datos. Nos concebimos como el ente que conoce algo concreto, frente al ente que somos, en ese impás “creamos” dos entidades, una que no conoce, frente a otra que sí tiene un conocimiento consciente. Esta dualidad sigue portando errores, porque el cerebro profundo tiene conocimientos de los que no somos conscientes. Tanto la filosofía del lenguaje ordinario como la lingüística están estudiando a posteriori el uso del lenguaje y sus mecanismos, cuando estos han emergido por sí solos durante la existencia humana. O sea, ahora hablamos de frases desiderativas, declarativas, etcétera, cuando antes no existía ni la filosofía del lenguaje ordinario, ni la gramática o la semántica, y puesto que está claro que para el cerebro es distinto declarar algo que desear algo. O sea, que fueron antes las funciones y comportamientos humanos que sus análisis, y que por ello esto ya conllevase a que creásemos categorizaciones a nivel del cerebro profundo o no consciente. El propio cerebro viviendo ya creaba internamente categorías, cualquier persona “sabe” que alguien le está hablando de sus deseos sin tener porqué saber qué es una frase desiderativa.

En esto nace la duda de por qué damos más validez y primacía al “ser” que es consciente de que conoce, frente al otro “ser” que conoce, pero del que no somos conscientes (partes del cerebro con distintos mecanismos, formas de trabajar de la memoria, funciones y posiblemente —seguramente— distintos lenguajes). Porque ese es el ser o agente que somos ante lo social, por esto he afirmado que tal agente era “necesario” en la medida que es el ser al que se procesa o al que se le puede poner en entredicho. Sin conciencia de maldad, la maldad ante la ley es menor. Gilbert Ryle también duda como yo de la voluntad, así como de la intención. Este autor más bien habla y lo sustituye todo por “disposiciones” (conductismo disposicional), que bien mirado evoca el lenguaje aristotélico de potencia y acto. Cada parte del cerebro, como funciones, tienen unas disposiciones (potencialidades), donde no tiene por qué haber un agente bajo tales disposiciones. El deseo sexual es una disposición de unas funciones cerebrales, que pueden implicar varias partes cerebrales y corporales, hormonas y neuropéptidos. El hambre es otra disposición, y así una tras otra. Algunas se pueden englobar dentro de la categoría de estar dirigidas a la supervivencia, otras a la reproducción. Dado que la evolución fue tan astuta de inventarse el orgasmo, el acto sexual lo podemos desligar del deseo o disposición para la reproducción.

A la respuesta de por qué damos más validez al ser que conoce que conoce, es que este proceso se da a través del lenguaje, de la memoria semántica y la autobiográfica, dos tipos de memorias declarativas, y dado que el lenguaje es la “herramienta” más versátil y con un mayor potencial frente al resto de los “lenguajes” del cerebro, y puesto que implica la capacidad de la comprensión, del acto de insight. A través de este acto se da la capacidad de crear un distanciamiento de partes del cerebro, que de otra forma no tendríamos el “control”. Esto no quiere decir que inmediatamente ya lo tengamos, sino simplemente que tomamos conciencia (conocemos) de esas partes y funciones de lo que somos como cerebro. En la película “una mente maravillosa”, John Nash no puede controlar no tener visiones, pero lo que sí puede hacer es no darles “importancia”, que no cobren relevancia en el cerebro y sus comportamientos (…como se puede ver en mis frases es imposible deshacerse del “fantasma en la máquina”, el lenguaje lo legitima). La terapia cognitiva conductual se basa en esta regla de “neutralizar” las emociones negativas a través del conocimiento de los mecanismos subyacentes.

Este escrito no ha servido de nada. La magia y el maravillarse del truco se mantiene. El cuento del mago de Oz consiste en descubrir que la magia no existe, que todo eran trucos mecánicos llevados a cabo por uno de sus personajes. No todo humano deja de creer en la magia, aunque le descubran los mecanismos tras el mundo de Oz. De hecho se es más feliz si se es así de inocente, si se porta tal tipo de cerebro.

Nihilismo consiste en haber perdido toda capacidad para ver la magia. Saber y angustiarse ante el hecho de que todo son mecanismos y funciones cerebrales y por ello “programadas” por la evolución. El sentido de agencia permanece. Creemos ser los “dueños” de nuestros cuerpos y de nuestras vidas. Esto es sólo otro mecanismo, pero no lo vemos como tal sino bajo el aspecto de creer y sentir que eso es lo que hace grande al ser humano. Tal idea no le vale al nihilista. El nihilista es el único que ya no cree en la magia de Oz.

(Las trescientas y pico páginas de Gilbert Ryle, frente a lo corto del actual escrito. “No dar la turra” se ha vuelto en un imperativo en las sociedades modernas. Ryle es más exhaustivo que yo, pero el cerebro de todo lector no se quedará más que con dos o tres ideas relevantes de su libro. ¿Por qué no dar simplemente tales ideas?, porque una página de texto no se puede vender (para dar de comer) ni da prestigio, pero un libro si puede hacer esas dos cosas. ¡Banalidades humanas de alimentar nuestros egos y nuestros estómagos! El nihilista al destruir, se termina por destruir a sí mismo.)

Adendum.

Chiste de autista.
Ese que está durmiendo habla francés.
¿Y en qué idioma habla cuando está despierto?

¿Quién o qué se da cuenta de aquellas cosas en las que falla el cerebro de un autista?, la mayoría de las veces el cerebro profundo, del que tan poco sabemos. Yo no sé cómo hilo mis escritos, ni cómo surgen las ideas o un ejemplo frente a otro al hilo del teclear, y un muy largo etcétera de casos (o ese chiste tan malo del autista). ¿Realmente es legítimo decir que yo soy el ser que conoce que conoce, frente a ese “otro”? Yo soy la unidad de ese todo, pero ante la ley y lo legal, soy el que conoce que conoce. Soy en tanto que la identidad social que la cultura en la que nazco, me “exige” ser. Soy, o debería de ser, la identidad narrativa, dentro de la narrativa de la sociedad en la que crezco. El nihilista “imperfecto” sólo lucha contra la identidad narrativa, el nihilista “puro” ni siquiera cree en su propia identidad, sino que en tanto que como siendo funciones cerebrales desparejas y caóticas. El nihilista “puro” no puede construir nada, sino sólo destruir, el “imperfecto” quiere cambiar la sociedad, cuando eso siempre va implicar algún tipo de narrativa, que devendrá de nuevo en una identidad narrativa y por ello en una identidad legal y ante el Estado (o lo social). Para mí sólo existe la narrativa o la nada, no hay medios caminos. Lucho porque venza el mantenimiento de la narrativa, pero eso tampoco le gusta a los lectores cuando lo hago. Mis diatribas, contradicciones y dudas son las mismas que las que tiene la actual sociedad. Estamos ante el “todo o nada”, pues las medias tintas (querer creer en la magia) ya hace tiempo que dejaron de funcionar.

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