Devaneos XXIV – Nihilismo y Sentido III



Lo mejor es enemigo de lo bueno.❞ Dicho popular
Perdí mi libertad cuando salí de la cárcel. ❞ Pintada sobre el muro de un presidio
Toda certeza crea una ilusión de estabilidad, entonces la certeza promueve la inconsciencia.❞ Ellen Langer
Verdad, dentro de mi modo de pensar, no designa necesariamente lo contrapuesto al error, sino —en los casos más fundamentales— sólo la posición que mantienen entre sí diferentes errores.❞ Nietzsche


Retomo el escrito previo y este debería ser el segundo, pero por dejar la entrada anterior, esto me obliga a que lo titule como la tercera parte.

Por qué he traído a colación el caso del programa “la vida moderna” y la disolución de Moderdonia. El trasfondo es que sus tres creadores no creen en los nacionalismos y dicen que “todo nacionalismo es facha” (facha es la denominación más usual para las personas nazis en España). A la vez esto implica, a la fuerza, al tema de qué es identidad. El concepto de facha es aplicable a nivel social, como en el caso del patriotismo y el nacionalismo, y ya en el ámbito individual, alguien que alardea de su grandeza (real o no) es un facha. No sé en qué medida todo este lenguaje es solamente español o en  otro caso que sea católico y occidental como heredero del cristianismo. Fijarse que es contra lo que luchaba Nietzsche (Nietxshe está más allá del primero, jejeje). Para Nietzsche todo humano tiene que imponerse y sentir orgullo por su voluntad de poder, la humildad (sea falsa o no), según el pensador alemán, es sólo una disposición de la mentalidad de rebaño, que es la que nos ha sido “impuesta” por el cristianismo (pensé poner tal frase en pasado, pero creo que todavía es aplicable a la actualidad y la he puesto en presente).

Con todo, no se puede asegurar que estemos viviendo al cien por cien el sueño nietzscheano del superhombre, pues hoy en día parecen darse dos posturas: 1. aquellos que se creen o sienten grandes (la mayoría de los Youtubers, por ser el ejemplo más claro); 2. los que siguen prefiriendo la modestia, humildad o pasar desapercibidos. Caben así cuatro miradas, dos por cada una de las anteriores: 1a. las de los Youtubers que realmente se creen grandiosos con respecto a la masa indiferente; 1b. Los Youtubers que son humildes, pero siguen las pautas (guiones de comportamientos) marcadas por tal medio y aparentan grandes ínfulas, sin tomárselas en serio; 2a. Las personas que ven a los 1a como modelos a seguir, pero no tienen el coraje, las ganas, o las facultades para llegar a ser como ellos; 2b. Los humildes que ven a todos los anteriores como que se han subido a un carro (en este grupo puede que esté yo), que es el que nos está llevando por malos caminos. No es una bisección exhausta, sino tan sólo a grandes rasgos y en la dirección de seguir la trama de mis presentes propuestas.

Lo que quiero hacer ver es que la humanidad se puede dividir entre aquellos que son seguidores de la propuesta nietzscheana de alcanzar lo máximo de sí mismos, y aquellos que de alguna forma creen que mostrar el orgullo de sí mismos es un error, y hay que tender a la humildad. Si Nietzsche nunca llegó o dejo ver “su” transmutación de todos los valores,  al fin y al cabo, es que era un imposible. Si la vida fuera una lucha de orgullos, una lucha de gallos en definitiva, la convivencia se haría imposible. Por otro lado si se da la lucha, todo devendría en una mayor pronunciación de las jerarquías, en todos los terrenos de la vida, incluso en lo familiar, con lo cual las familias se desestructurarían aún más de lo que ya lo están ahora. Lo que entra en juego es de si ha de primar lo individual sobre lo social o a la inversa. Los animales de sociedades más armónicas, donde no cuentan las individualidades, las eusociales (abejas, hormigas), son las más prósperas, equilibradas y exitosas. El humano siempre ve con terror que nuestra sociedad llegue a ese fin. Se ha de tener en cuenta la dignidad e individualidad de cada ser humano, y ese sentimiento es el que nos puede dar algo de cordura. O sea, una hormiga, con su sistema nervioso básico, no se plantea su existencia, no se enajena ante su realidad de una vida rutinaria y maquinal; el humano por el contrario, con su conciencia tan compleja, se alienaría en una vida de tipo eusocial. La sociedad humana se tiene que mantener en ciertos límites de libertad, pues de otra forma se generaría una sociedad totalmente disfuncional, en la medida que se expandiera la enajenación individual.

Desde el nacimiento de la era industrial hasta la actualidad, las sociedades han tanteado ese equilibrio precario entre la “máquina perfecta de eslabones y engranajes bien engrasados e incorruptibles”, y la sanidad mental de los individuos en su lucha de no sentirse simplemente como un engranaje en una máquina (idea perfectamente plasmada en la película de Charles Chaplin de “Los tiempos modernos“). Hoy se incentiva y se suelen tener en cuenta a los trabajadores, aunque a veces tan sólo sea la fatídica trama de una máscara de la industria para mantener mentalmente sanos a sus “despreciables” e intercambiables eslabones.

Lo que emerge de todo lo dicho hasta ahora es la importancia de que las personas se sientan individuales, y por ello el portar una identidad. Y ahí surge el dilema que trato de plantear: ¿Cómo mantener una identidad sin a la vez caer en el endiosamiento o lo facha? Pienso que este es el principal escoyo de la izquierda. Tratar de ir contra todo identitarismo, pues toda identidad divide, mientras que la izquierda trata de recuperar la idea de que la humanidad es sólo una. Volviendo a la película de Charles Chaplin, este era de izquierda, y planteaba que la era industrial y capitalista nos volvía en meros engranajes, pero por otro lado ese es el mismo tipo de ataque que hacen las derechas sobre las izquierdas, donde ponen a la antigua URS como su mejor ejemplo, y partiendo del apriorismo de que tal tendencia ha fracasado. Por mi lado pienso que no es que este patrón emergente sea algo inherentemente de una ontología politizada y/o dualizada, sino que simplemente es un proceso más dentro del sistema social complejo en el que nos encontramos (de la técnica, los algoritmos y la razón), y en donde por el contrario la importancia y la validez de la dignidad humana reside en sentirse único y por ello con una identidad única e intransferible.

No he planteado tal dilema en la dirección de tratarlo de resolver (es irresoluble), sino para enfocarlo desde lo individual y no desde lo social. La “crisis” identitaria, el poner en jaque el dar importancia a la identidad a la que se pertenece, ya sea la raza, el sexo, la cultura, la nación, o la región, pone en una posición precaria al individuo, donde o bien muestra claramente orgullo de formar parte de una identidad y se le cataloga de “facha”, o bien se va con la “moda” (falsa idea) de que vamos hacia la globalización o la aldea global. Lo segundo, se quiera o no, nos podría llevar a una sociedad totalmente racionalizada y mecanizada de tipo eusocial (mandada por un sistema complejo que se volverá autoconsciente a través de los algoritmos), donde la individualidad no contará…, y vuelta a la paradoja irresoluble que he tratado de mostrar. O sea, si los navegadores, bajo sus algoritmos rastreadores de nuestros comportamientos sobre Internet, nos “predicen” la edad, el sexo y la cultura a la que pertenecemos (además de otras infinitas pequeñas variaciones), es que no somos tan impredecibles y libres como queremos creer, y que por lo tanto el sistema nos podrá tomar como un tipo específico de “engranaje” dentro de su máquina, lo que deviene en la autopercepción (en aquellos que tomen la pastilla roja a un nivel u otro) de que nuestra individualidad no es tal, que no somos tan únicos y que quizás realmente no tengamos algo así como una identidad única y propia.

Se que hay una aparente y latente contradicción en lo dicho arriba, si me arrogo sobre la idea que tendemos hacia identificarnos en identidades eso ya implica el creernos o sabernos dentro de identidades. La sutileza, que no por ello real o legítima, es que uno cree que es elección de uno mismo el elegir a qué identidad se pertenece, mientras que los algoritmos nos “dicen” a la que pertenecemos, sin tener en cuenta la libertad, prescindiendo por ello de tal capacidad que creemos que es exclusiva de los humanos. ¿Es real esa libertad o no?, he ahí el dilema. Está claro que se dan ciertas contingencias, como la del sexo y la raza. Yo diría que uno es de la cultura donde se han pasado los primeros quince/veinte años y que si bien puedes irte a otra, la previa ya se habrá enclavado a fuego en los cerebros individuales. De ponernos así se dan más facticidades que libertades en nuestras vidas. No se eligen los padres o hermanos que se tienen, ni el sexo (aunque la sexualidad después sea algo más “libre”), ni la nación donde se nace y se crece, ni la lengua que se aprende a partir de dónde se nazca, etcétera. La cuestión, por tanto, ¿es sentirte varón, heterosexual, occidental, español, católico, pero no sentir orgullo de nada de esto, que es lo dado? Pero por ello, ¿no se cae en ser “facha”?, según el pensamiento y los cánones actuales.


La contradicción es que sólo caben dos posturas, la nietzscheana, como quien dice, de estar orgulloso de ser, y por ello el reivindicar tu identidad, o en otro caso caer en la falsa humildad, denunciada por el propio Nietzsche…, fuera de estas dos posturas sólo cabe el negarla, negar la propia identidad. Como tal no es una posible postura, pues es aquella posición que hay que tratar de evitar. Casi todo trastorno de la personalidad (e incluso afectivo), nacen de las crisis de identidad (como así también es el caso de la crisis existencial). Este es el dilema que subyace bajo el nihilismo: antes que social es individual, donde tal persona puede llegar a una posición cínica o resentida contra todo, y dado que es incapaz de crear una identidad y por ello congraciarse con algún fragmento de lo social, al no querer pertenecer dentro de algún grupo. Si se reniega de una identidad propia, no es legítimo querer pertenecer a una identidad, pues al dar tal paso ya nos habremos dado una identidad. No puede haber un club de los solitarios, porque al formarlo ya habrán dejado de serlo. No se puede compartir un paseo solitario. De la misma forma no tiene sentido una agrupación de nihilistas, aunque de facto los actuales algoritmos lo puedan “contabilizar” dentro de sus números y como grupo a tener en cuenta. Por lo demás, como reza el dicho, no hay persona más peligrosa que aquella que no quiere nada, pues en definitiva la ausencia de identidad implica incluso el renegar de toda posible querencia o afecto, que “mueva” a tal persona hacia algún lado y por ello que la propenda hacia alguna identidad.

De todo lo dicho arriba sale otra regla y “error en el sistema”: ¿por qué el “día del orgullo gay”?, o porqué el feminismo o el orgullo negro. De fondo el principio de todo esto es que lo “facha” era ser varón, blanco, heterosexual y occidental, donde las minorías deberían empoderarse. Pero la paradoja, como así lo hace ver Ignatius, es que al final las minorías se vuelven igualmente “fachas”, luego parece que sus reivindicaciones han creado o incrementado el problema que trataban de atajar en sus ideas de base…, ideas que al final se olvidan o se ignoran. O sea, por qué no hay día del orgullo heterosexual…, ¿Por qué lo son todo los días?, no lo creo. Yo no inmovilizo unas calles y unas fuerzas del orden para mantener el control, sólo para mis/nuestras “fiestas” como heterosexuales o como varones, todos los días del año, como así sucede con el día gay (fin de semana en realidad) o el día de la mujer. Para el caso es como si en un municipio unos pueblos tuviesen unos días de “fiestas”, mientras que otros no tuvieran tales festejos. La igualdad sería o que ninguno de los pueblos tuviesen fiestas, o que la tuviesen todos. En definitiva…, que tales minorías fueron contra lo identitario y que era lo que estaba en el poder o con privilegios, y al final esos grupos se han vuelto identitarios y con privilegios. Con lo que se ha dado la vuelta (en parte) a la situación. Una mujer o un gay se tiene que sentir orgulloso de su identidad, mientras que un hetero y varón… ¿no se tiene que sentir orgulloso de serlo?, ¿tiene, incluso y por ello, que avergonzarse de su identidad?

Lo planteado en este escrito sólo es el telón de fondo de la idea principal, pero puesto que estoy en la tarea de tratar de cuidar mi salud y no escribir entradas muy largas, dejaré el tema central para el siguiente escrito. ¿De qué va a tratar?, de porqué el cerebro humano necesita una identidad, su posible genealogía y donde está la “trampa” evolutiva y social que ha implicado tal necesidad.  A la vez abordaré qué es la identidad, y si se puede hablar de una falsa identidad y por ello de una autenticidad. Son temas “viejos” en mis escritos, pero de tiempo en tiempo hay que volverlos a revisar dadas las nuevas conclusiones a las que voy llegando.

Con lo dicho, ahora tiene más sentido la reflexión de Charles Fernyhough, ya compartido en un escrito de atrás:

«Todos estamos fragmentados. No hay un yo unitario. Todos estamos hechos pedazos, luchando por crear la ilusión de un “yo” coherente de un momento a otro. Todos estamos más o menos disociados. Nuestro yo se construye y reconstruye constantemente de forma que a menudo funciona bien, pero a menudo se descompone. Suceden cosas, y el centro no puede sustentarse. Algunos tenemos más fragmentación, por algunas cosas que nos han pasado; esas personas se enfrentan a un reto más difícil para unificar todo. Pero nunca nadie encaja la última pieza y la vuelve completa. Como seres humanos, parecemos querer esa ilusión de un yo completo y unitario, pero llegar a allí es un trabajo duro. Y de todos modos, nunca llegamos allí.»

(Quien vea o crea que en este escrito ataco a la mujer, a los gays o a los negros, es que, quizás, necesite leerlo varias veces.)

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