¿Se Pueden Evitar los Sesgos Cognitivos?
❝Yo nunca soy nada más que lo que pienso y esto varía tan incesantemente, que a menudo, si no estuviera allí para conocerlos, mi yo matutino no reconocería el de mi noche. Nada podría ser más diferente de mí que yo mismo.❞ Gide
❝Ser un escéptico generalmente significa caminar por un camino solitario.❞ Peter Unger
En la Wikipedia inglesa hay un artículo donde se unifican todos los sesgos en una lista, divididos en cognitivos, sociales y de la memoria. He extraído las tablas —dividida en tres columnas: nombre, tipo y descripción— y he creado un documento Word y un PDF. He mantenido los enlaces que llevan a los artículos principales (en Word hay que pulsar la tecla control y hacer clic con el ratón; en PDF es directo), si bien los enlaces están preparados para llevar directamente a una traducción de las páginas.

Se me ocurrió entonces que los sesgos son un buen ejemplo sobre cómo trabaja el cerebro subcortical (procesado en paralelo), y los límites de la conciencia o capacidades del prefrontal (procesado secuencial, en serie). Este no puede estar revisando si un argumento que ha declarado ante otra persona esté libre de sesgos, pues no los tiene presentes. Si tal proceso lo pudiera llevar a cabo, sería igual que abrir el documento que he creado, e ir comparando, uno por uno, el argumento con respecto a cada sesgo, sería un proceso que le llevaría un tiempo demasiado largo.
Sin embargo, todos los sesgos “existen” como estructuras de cada zona o función del cerebro, y cada una de ellas “aplica” el sesgo, o en la suma de dos zonas o funciones se crean otro sesgos, de tal manera que cuando creamos un argumento se pronuncia ya “infectado” con tales sesgos.
Existe una salvedad. En el sistema ejecutivo, o funciones del prefrontal, existe un control de errores, en donde este sistema recurre a la memoria explícita, entre ella la semántica y la episódica —que es de aprendizaje, no de lo implícito en el ADN— para verificar que no exista algún error. Así ocurre que un sesgo muy conocido y usual es el de ad hominem, atacar a la persona en vez de a sus argumentos, y durante nuestra vida nos habrán llamado la atención de caer en él. En ese caso el sistema de errores al contrastar el argumento con respecto a vivencias pasadas, se percatará que no puede hacer uso de ese argumento o parte de él y se autocorregirá.

Bajo esta conclusión se puede pensar, entonces, que el argumentar “correctamente” depende de haber aprendido los sesgos. Pero si nos damos cuenta del proceso del ejemplo del párrafo anterior, esto ha de pasar por haber hecho el ridículo (no en vano apelar al ridículo es un sesgo), o haber pasado por una situación negativa en el pasado, o sea, que haya intervenido la amígdala (moduladora de la memoria), como “marcadora” de algo a evitar, a través de las emociones, llegando así que al hablar suele estar presente el miedo a la evaluación negativa, menos con las personas queridas, más con extraños y peor ante enemigos. Seguramente el detector de errores, del sistema ejecutivo, hace llamada a la amígdala, pero no tanto a la memoria semántica… a aquello que se ha aprendido por la lectura. Esta “regla” debe de ser válida para el día a día. Un pensador, filósofo o científico, por otro lado, al escribir y tener la capacidad de repasar, tiene más tiempo de recapacitar y por ello recapitular. Por otro lado, si tal texto va a ser publicado, será repasado por otras personas que le harán ver ciertos otros errores argumentales.
De una u otra manera, sí se podrían aprender los sesgos cognitivos “marcándolos” con emociones, si por ejemplo, se aprendiesen en clases prácticas o debates dentro de las aulas, donde el profesor, o los propios alumnos, llamarían la atención a la persona que cayese en alguno de ellos (se me ocurre que cada alumno aprenda sólo unos pocos, en los que se especializaría para detectarlos). Hay que tener en cuenta, por otro lado, que el aprendizaje no sólo consiste en emociones negativas; si de igual forma uno se percata inmediatamente que ha usado un argumento bajo algún sesgo, en clase, se rectificaría, ahí entraría en juego la dopamina, que principalmente es un neurotransmisor que potencia las conexiones entre las neuronas, o sea, que potencia la memoria a largo plazo y por ello el aprendizaje. ¿No sería más práctica esta enseñanza de los sesgos, que muchas otras cosas que al final no “sirven” de nada? Estamos muy lejos de que la enseñanza sea como tendría que ser. En otro caso, una vez que una persona ha pasado por ese tipo de educación, enseñaría a sus propios hijos a distinguir los sesgos, paralelamente con el aprendizaje del lenguaje.
En la dirección de ser honesto y lo más imparcial posible (imparcialidad y escepticismo son primos hermanos), siempre doy “una de cal y otra de arena”. Este aprendizaje “choca” con las creencias y las ideologías (partidismos) de cada uno. Las cuales repercuten para no ser imparcial en casi ningún momento. Sesgos, en su reducción, quiere decir parcialidad. Que tal individuo, o el ente que emerge como unidad ante los otros, tiene o es una identidad concreta en el mundo, y por tal dimensión el cerebro siempre es parcial en aquello que implique a su propia identidad. En un ejemplo, pondremos cierto reparo de acercarnos y relacionarnos con alguien que ha cometido un homicidio, aunque pudo ser involuntario, pero no lo hacemos si esa persona es un familiar directo, como uno de los padres, hermanos o hijos. Lo mismo para posicionarnos con respecto a la religión o una ideología política. “Perdonaremos” o veremos menos grave a aquellos que sean de nuestra identidad, y demonizaremos a los que sean lo opuesto o los “enemigos” directos del grupo al que pertenecemos (religioso, político, género, nacional, etnia…). Así, si se le argumenta a una feminista que durante toda la historia las mujeres han sido las defensoras de la castidad, esta te podrá argumentar que en realidad son unas “zorras”. Pero si tal apelativo lo dice un hombre…, ¡ya sabemos la que se va a montar! Lo mismo para tratar de argumentar los muertos en guerras religiosas. Los propios muertos son mártires, los del enemigo eran asesinos.

Moraleja: el mayor sesgo es ser identitario, que es una tautología, pues identidad implica parcialidad, y parcialidad como hemos dicho es lo que es un sesgo. Contra moraleja: nadie quiere a alguien sin identidad, hay una especie de repulsión instintiva…, como si tal persona no fuera humana. El filósofo Moravia, un existencialista italiano que escribía novelas, en su obra “Los indiferentes“(descargar, no buscar la película: se pierde el mensaje), muestra ese tipo de personas a las que todo le da igual, que no se decantan hacia nada. En tal estado no puede darse la pasión, como pasión es defender tu bandera, tu equipo, tu género, etc. La novela, sus protagonistas, desconciertan, no nos crean simpatía y sí algo de repulsión ante lo extraño, donde en el humano extraño quiere decir “posible amenaza y peligro”. De seguir esta última conclusión…, ¿seguiríamos siendo humanos si fuéramos totalmente imparciales en todo? Incluso, en la literatura y el cine, cuando recreamos inteligencias artificiales y robots con tal propiedad, estos siempre son parciales (no recuerdo ningún caso que no sea así).
Conclusión final. Por ello sólo cabe el total pesimismo sobre que la sociedad humana alguna vez llegue a la total armonía. Somos humanos en nuestra lucha por las pequeñas diferencias, que nos hacen individuales, en donde como mucho podemos “aliarnos” o simpatizar con los que son iguales o análogos a nosotros mismos. La única forma que se resolviera tal estructura, sería que todos fuésemos iguales…, pero cómo, ¿por medio de clones?, ¿cuál sería el “original”?, no nos llegaríamos a poner de acuerdo. Por otro lado siempre existirían, por lo menos, los dos sexos, y por ello de nuevo la diferencia y la parcialidad.
El consuelo de los “intelectuales” es encontrar a otros pensadores que compartan, más o menos, tus mismas ideas. Me alegré ver que Jordan Peterson defendiese la masculinidad y atacase esa línea de las feministas, y ahora he encontrado a Peter Unger que defiende que somos unos “ignorantes”, que no podemos estar seguros de nada; además ataca la filosofía analítica, y “en el campo de ética aplicada, su trabajo principal es el libro Living High and Letting Die (1996), donde argumenta que tenemos un deber moral de hacer grandes donaciones a caridades que salvan vidas (como Oxfam y UNICEF), y que una vez hemos dado todo nuestro dinero y posesiones más allá de lo mínimo necesario para sobrevivir, deberíamos dar lo que es de otros, incluso si tenemos que mendigar, pedir prestado o robar en el proceso”. En la misma línea moral se encuentra Peter Singer, del que se dice deudor.
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