Etiquetar e Interpretar VIII - Crear la Duda para Volver al Ser
Preámbulo.
¡Vale! Este escrito es el penúltimo de la serie “Etiquetar e interpretar”. Lo he estado evadiendo porque pretendía que mantuviera una conexión con el lenguaje filosófico, ya que creía que fundamentar lo que dijera escritos atrás de: “de ser cierto lo dicho, se da cierta simetría entre el cerebro profundo o inconsciente, y la corteza cerebral, prefrontal o conciencia, puesto que el primero busca y trata de reducir la esencia de la realidad a sus mínimos (seres o entes plenos en el mundo), mientras su núcleo es la ausencia de un ser o existente, y que sólo puede ser en tanto que negación (nada) de lo que es lo otro; mientras que la conciencia, el prefrontal, tiene o tiende a poseer un Ser denso y definido a modo de agente, pero el núcleo de su conocimiento es la duda o la negación de que afuera exista entes o esencias. De ser así, de nuevo emerge la imagen del uróboros, la serpiente que se muerde la cola, pero bajo la imagen del símbolo infinito, puesto que el cerebro profundo ‘necesita’ de la solidez del Ser que le viene dado desde la conciencia, y esta necesita de la solidez de conocimiento del cerebro profundo. De dicho flujo de información, en esta cinta infinita en perpetuo movimiento, emerge el ser que somos, flanqueándose —el uno al otro— las debilidades y fallas que son sus constituyentes”, debería seguir basándome en el lenguaje filosófico, a través de revisar la dialéctica hegeliana, pues si bien creo que está bien fundamentada, cae en el “error” —o la tentación— de cerrar el eterno fluir para llegar al ser, cuando la base y la “fuerza” de su dialéctica es haberlo fundamentado en el fluir del ser. Dicho a nivel científico y evolutivo. Toda especie no tiene una meta en sus cambios, mutaciones y adaptaciones. Es fluir porque en cada momento de la evolución, su apuesta “funciona” y es validada al adaptarse a un medio. Lo que fuera anteriormente el gato no quería llegar a la “gaticidad” (cualidad de ser gato), tampoco ha llegado a una meta, sino que lo que vemos ahora es lo que el fluir de la gaticidad ha validado como adaptado a su hábitat actual: cercano al hombre, pero pudiendo volver a la naturaleza. Si se diera el caso que el humano se extinguiera, el gato tendría posiblemente más posibilidades de prosperar que algunas razas de perros, que se han vuelto excesivamente “melifluas” (a lo que les ha llevado el humano). Es muy posible que el orden de los cánidos y los felinos tuvieran un mismo antecesor, lo que les une es que son carnívoros. Básicamente son lo mismo, pero los felinos tendieron a un morro más chato (cambio aparentemente superficial: los dos tipos de dentaduras “funcionan” bien), y los felinos mantuvieron dar importancia a las garras. Al tener garras les daba la opción de poder subirse a los árboles o por las rocas, y bajo tal posibilidad mantuvieron la elasticidad de su columna y cuerpo, pero en especies de felinos como el león, su elasticidad no es tanta. Como fuere, creo que se entiende qué quiero decir. El único “pero” a esta teoría, que es la que mantiene la ciencia, donde no se da lo teleológico, como pretende Hegel, sino lo teleonómico, como dice Jacques Monod (que es el planteamiento que yo he presentado aquí), es el creer en Dios o no, y en el caso que sea un sí, entonces, que el hombre no esté dentro de lo teleonómico y sí dentro de lo teleológico, o sea, que tenga un fin, que es el que tenga “previsto” Dios para la humanidad. Según Hegel ese fin es alcanzar el total saber, donde Dios parece haber perdido tal capacidad, y es a través de las mentes de los humanos el cómo ha de volver a ese estado.
De creer en esa posibilidad, entonces habría que saber qué capacidad en el humano es la que es capaz de llegar al saber. Según el idealismo y la filosofía germana, esa capacidad es la razón. Y con esto llegamos a los planteamientos que yo he estado manejando. El cerebro profundo, con el hemisferio derecho como aliado “fiel”, parece “saber” ciertas cuestiones, que al final el hemisferio izquierdo, como razón, ignora o deja de ver. Se crea así —aparentemente— una “doble” visión y entidad del hombre —en y— del mundo. Una —el cerebro profundo y el hemisferio derecho— que ve entidades y significados, y una segunda con el hemisferio izquierdo y por medio de la palabra, que ve estructuras, perdiendo en esa visión los significados. ¡Claro!, lo “fácil” sería decir, siguiendo la propuesta de Hegel, pero revisada bajo mis supuestos, que al cierre dialéctico se podría llegar si se diese el momento en donde los dos tipos de conocimientos llegasen a una meta que los uniese. Si fuera el caso que Hegel tuviese “razón”, en ese aparente recorrido de Dios, Kant terminó de hacer ver que a Dios no se puede llegar con la razón, dando por ello razón a Siger de Bramante, sobre “dos verdades” irreconciliables: las “verdades” del camino de la fe (de creer) y el conocimiento científico o de la razón. Entonces, ¿es posible llegar a la reconciliación entre esos dos aparentes entes que nos habitan?, esas dos verdades que “juegan” en el tablero de la vida social e histórica humana. Ese no es el fin de mis escritos. Queda para otro. El fin de mis escritos es frenar la tendencia a dar tanta importancia al hemisferio izquierdo y la razón, pues si perdemos de vista los significados, es cuando estaremos más perdidos. Tanto Iain McGilchrist, otros pensadores y científicos (este autor nombra el libro “Locura y modernismo” de Louis A. Sass que va en la misma dirección), como yo (sin considerarme al nivel del resto), creemos que el extravío del ser viene dado por la pérdida de vista del significado de las cosas que aparentemente “guarda” el cerebro profundo —que puede que sepa sobre poco, pero lo que “sabe” lo ha fundamentado a lo largo de millones de años de evolución—. Las crisis existenciales, que pueden venir de las crisis de identidad, o estas de lo primero, “nacen” no por una cuestión de la química cerebral, sino de perder de vista o poner en duda ese “saber” del cerebro profundo (punto de vista no de algunos científicos, más materialistas y mecanicistas).

En ese caso Viktor Frankl y su tipo de terapia, da en el “clavo” en dar como fundamento, a salir de cualquier desorden neurológico, el hacer que el paciente cree un sentido de su realidad, realidad que parece tenerla el cerebro profundo y la pierde sobre todo el hemisferio izquierdo, que es el que está más preparado para la vida actual, pero no para dar sentido a la vida. La ciencia no va tras esto, va solamente tras la “verdad” científica, cueste lo que cueste y se pierda lo que se pierda por el camino. El resultado es que, cada vez más, las sociedades están más desnortadas, y por ello cada vez el humano padece más y más trastornos. Una simple prueba vale: las sociedades de cazadores-recolectores no tienen tantos trastornos mentales, no son tan graves como en las sociedades modernas. Las personas de provincias, de pequeñas localidades, son más sanas mentalmente que las de las grandes ciudades, luego… Por eso quise contraponer en el escrito “Replantearse Todo – En Busca del Ser”, la diferencia entre una niña que es presa de la hidranencefalia, que aun careciendo de la corteza cerebral se le ve más ser o humanidad (esencia de “chispa” humana), y la persona que parece catatonia, donde el ser parece inexistente o perdido en la complejidad desestructurada de su corteza cerebral. Esto es: habiendo perdido contacto, aparentemente, con ese núcleo del cerebro profundo, que aún en su poco saber, conoce lo que es esencial para subsistir. En una analogía, si Ulises es el prototípico héroe que queda perdido en sus aventuras que duraron años, a sabiendas que su esencia le decía que tenía que volver a su ciudad, al hogar del ser, entonces y por el contrario, en tal caso, toda persona que padezca trastornos tan grandes como los de la catatonia, parecen haber perdido el mapa para volver a tal hogar, o en otro caso pueden haber olvidado que la finalidad del viaje era no perder de vista cuál es el hogar del ser. Bajo tal supuesto se cumple la nueva versión del viaje de Ulises, esta vez en manos del escritor James Joyce, donde el protagonista se ha perdido en su viaje al interior de su mente. En otra metáfora y leyenda griega, de entrar en el laberinto del minotauro, donde en tal analogía el minotauro es el monstruo de la razón, al idear el laberinto para dar caza al ser; todo humano que no siga el consejo de dejar que se desenrolle un hilo (de Ariadna, mujer, más agarrada a tierra, al sentido común… sentido que está perdiendo el feminismo) que le mantenga en contacto con la salida, será devorado por el minotauro (la locura, la necedad o el nihilismo…, como así parece ser el caso de lo diagnosticado sobre las sociedades modernas; la película "Ex Berlin" (2020) es una muestra de esa pérdida: no recomendable de ver si uno no se quiere ver "contagiado", contiene imágenes explícitas de sexo, la película muestra el caos de las sociedades modernas, pero hilado con unos diálogos "sólidos", lo cual parece contradictorio a simple vista).
(A modo de no perder el hilo de Ariadna del escrito, publicaré hasta aquí, ya que me toca adentrarme en lo profundo del laberinto y no sé si me perderé… En teoría lo que sigue lo he de terminar hoy. Faltan enlaces, pero están en casi todos los casos en los escritos previos.)
(Nuevo añadido, y no he entrado en tema y estoy en la mitad de la tarde, luego el corpus del escrito queda para mañana. Además, esta noche me ha dado un cólico estomacal —que me ha recordado a las noches cuando la vesícula biliar estaba con cálculos— y me voy a andar para ver si se estabiliza el estómago.)
Etiquetar e Interpretar VIII
¿Escribo porque creo saber algo o sólo para hacer dudar? Para hacer dudar hay que saber qué y cómo hacer dudar, partiendo que lo que cree saber el otro no es “verdad”, donde se ha de partir de un saber, de saber que el otro está equivocado. ¿Es un juego de palabras? La mayoría de las veces captamos que el otro se “equivoca”, pero no somos capaces decir el por qué o cómo. Los animales básicos no aprenden, pero hacen un uso de la realidad física, muy “acertada”. «La mariposa tropical Morfo es de un azul eléctrico brillante e intenso -para llamar la atención de las hembras- y sin embargo sus alas no tienen este color: carecen de pigmento. El color viene dado por la microarquitectura de cada una de las escamas de sus alas, donde las capas de cutículas de las que están hechas tienen una distancia igual a la longitud de onda del azul brillante. Con esta propiedad solo reflejan este color, “la colocación precisa de las capas implica que las ondas sucesivas interfieran entre sí, lo que refuerza e intensifica la coloración, (…) al no quedar la luz atrapada, se refleja toda: lo que aumenta la brillantez del color”. El hombre no ha descubierto exactamente la naturaleza de la luz hasta el siglo IXX, y sin embargo dicha mariposa, en su construcción y estructura, ya llevaba implícito dicho conocimiento.» En otro caso, un escarabajo “sabe” que tiene que comer, pero el hombre parece haber perdido tal “saber”, llegando a problemas de salud (diabetes, obesidad mórbida…) ante tal pérdida. Siendo así, se puede decir que el humano proviene de esa etapa evolutiva, y que su cerebro subcortical tiene ciertos tipos de conocimientos que en algunos casos puede que no sean muy certeros (errores perceptivos, sesgos cognitivos…), y que puede que sólo sean “útiles” para sobrevivir. En ese caso el resto del cerebro se dedica a verificar si el cerebro profundo —y de las “pocas” cosas que “crea” saber— está en lo cierto o se equivoca. Hoy se da validez a las propuestas innatistas: nacemos con ciertos conocimientos de base, en cierto grado parecido al cerebro de un físico, aunque algo inocente o elemental. El cerebro” sabe” al nacer que una cosa de mayor tamaño no cabe en un objeto pequeño (inválido si son globos y se explotan o deshinchan). Nacemos con la capacidad para aprender un idioma. Sin algo innato no se podría aprender, como así parece ser que desvela el hecho de lo que nos está ocurriendo al tratar de incorporar tal capacidad a una inteligencia artificial. Nacemos contando con que existe un cuidador, pues nacemos indefensos, pero tal saber ignora la “calidad” y la finalidad de ese cuidador.
Cuando se escribe, un escritor se percata cuándo se puede estar perdiendo, o cuándo al exponer ciertos temas, sus planteamientos se pueden desmoronar o pueden perder solidez. En ese caso recoge el hilo de Ariadna, y vuelve sobre sus pasos, a una zona del escrito (laberinto), donde aún mantenía el sentido de lo que quería exponer. Tal tipo de proceder, ¿es hacer trampas? En ese caso yo me moveré por partes del laberinto oscuras, y en donde se pondrán en juego mis propuestas de base, y lo haré saber a los lectores con las palabras gris y negro entre paréntesis, donde el blanco no hace falta anunciarlo o sólo para anunciar que se sale de los otros dos colores.
(Gris→) Así Mark Solms (nombrado en un escrito de atrás y sobre sus propuestas de este vídeo), trata de hacer una analogía entre el tronco encefálico y el televisor, en donde esa parte del cerebro es el transformador de la corriente eléctrica, para “encender” la pantalla. Pero no acierta a dar con un buen ejemplo, como no lo es el que expone, pues el tronco encefálico ya tiene la “imagen” de la realidad, no es meramente un dispositivo de encendido (toma de consciencia). Los antiguos monitores o televisores tenían una pantalla RTC (con “culo”, se solía decir), o sea un tubo de rayos catódicos. El tronco encefálico es tal tubo, que es donde radica toda la tecnología para que se pueda dar la proyección de la imagen, y el telencéfalo (corteza cerebral) es la rejilla de la pantalla que hace que podamos ver las imágenes. Con todo, cualquier analogía falla, pues la corteza cerebral tampoco es tan pasiva como lo es una pantalla RTC. Bajo mi punto de vista, una de las primitivas que tiene el cerebro es la capacidad de hallar entidades en el mundo. No ve un árbol como un montón de percepciones aisladas de colores y formas, sino que ve árboles (entes, cosas). (Blanco→) En el caso del ejemplo usado en el escrito “percepción y verdad” (gráfica de abajo), ve cuadrados blancos y grises, más o menos iluminados, que dan forma a un tablero de ajedrez. La ciencia o la razón nos dice que ciertos tonos son de un gris mixto, que no tendrían por qué ser tomados por un blanco oscurecido por la sombra, o un cuadrado gris. Esto demuestra que el cerebro profundo busca identidades. (Negro→) En otro caso más claro, diferenciamos entre una persona mala, que puede hacer cosas buenas, frente a una persona buena que puede hacer algo malo. ¿Nos equivocamos? (Blanco→) Ya he dicho en otro lugar que si sólo dudásemos, nos quedaríamos congelados, sin poder o tener la capacidad para sobrevivir. Al igual que la percepción ve árboles y se tiene que mover en un mundo con entes, (gris→) en lo social tal primitiva se fundamenta en la fiabilidad que damos a las personas. Confiamos en las personas que conocemos de toda la vida, pero no ponemos en el mismo rango a alguien que acabamos de conocer. (Blanco→)Entonces, el cerebro es ese saber del cerebro profundo, pero en tanto que sabiendo que tiene que comprobar lo que sabe con las capacidades de la corteza cerebral. Esta, a la vez, es esa parte que tiene la capacidad de guardar la información de lo que va aprendiendo. El cerebro profundo parte del contexto y de la existencia de identidades. Parte de la idea de que en la gráfica del ejemplo está viendo un tablero, y para dar sentido a tal tipo de ente, capta ciertas casillas como blancas oscurecidas. Dado que ve un tablero, el resto de la información “sobra”, da igual que por medios científicos se sepa que una cuadrícula gris y esa blanca oscurecida sean el mismo tono e indiferenciables. Parte en definitiva en dar fe a sus primitivas (comprobadas y “validadas” durante millones de años), mientras que la corteza cerebral, y sobre todo el prefrontal, parten del concepto —o tienen como estructura— que tienen que dudar de todo (ponerlo en duda).
(El siguiente párrafo de momento lo dejo en este escrito, pero al final sólo quedará en el escrito sobre Ayn Rand)
Esta es una crítica al objetivismo de Ayn Rand. (Blanco→) La objetividad se puede dar a nivel de datos científicos (esto tampoco está claro, dejo de lado lo que nos dice el sentido común, sobre la física elemental implantada en el ADN, por no empantanarme), pero no en aspectos morales. Este tipo de cosas es en las que vemos que algo está equivocado, pero no acertamos a decir qué. Su egoísmo ético es la interpretación que ella hacía de lo que habría de ser moral, que no tiene por qué coincidir, por creerse objetiva, con respecto a otras éticas, pues tal supuesta objetividad cuenta con estar pareada a la verdad, afirmando por ello que cualquier otra postura está equivocada. Basaba la ética en la razón, mientras que otras éticas se basan en las emociones (o las intuiciones…). La objetividad es inalcanzable en lo moral: si un familiar directo como un hijo, padre o hermano, comete un crimen, nos mantenemos a su lado; cosa que no hará otra persona sin ningún lazo sanguíneo —excepto los grandes amigos o admiradores, si se diera el caso—. (Gris→) Yo personalmente prefiero poner en juego mi vida con alguien con un fuerte rasgo de piedad, que en una persona que se guíe sólo por la razón. (Negro→) La “ética” que enseñan a los soldados es la de recuperar y traer consigo a los heridos; puede que esa persona a la vez muera al retrasar su huida, y volverse un blanco fácil. Siendo objetivos, mejor una vida completa a salvo que una posible vida y media (la del soldado herido). ¿Por qué hace esto el ejército?, ¿por humanidad?, o lo hace porque eso favorece la fe que pone todo soldado ante la batalla, al saber que si lo hieren, alguien lo pondrá a salvo. La postura del ejército ¿es objetiva o es emocional? (Blanco→) En realidad forma parte del altruismo, que viene desde nuestros orígenes, pues se ha comprobado que cuidaban a los enfermos y a personas con taras físicas (haber perdido algún miembro, o los dientes y no poder masticar). O sea, la propia evolución ha hallado una “solución” que puede ser considerada como “objetiva”, pero está basada en las emociones (estructurada con ellas), luego las emociones ya portan por sí mismas de cierta objetividad, sin recurrir a la razón. Ayn Rand creía en la pena de muerte, y si no la apoyaba era porque las sentencias judiciales se pueden equivocar, al contar con información faltante o equivocada. Pero ahí deja colar que la objetividad nunca se alcanza, puesto que nunca se tiene toda la información, o en otro caso se puede partir de una información errada para dar una sentencia. Ella contaba, como base, con el instinto de supervivencia (abogando desde ese principio por una ética egoísta), y creía que los suicidios pueden ser dados por la razón, pero no sabe, se da cuenta o da uso del posible dato del instinto de muerte, propuesto por Freud, donde en ese caso no se puede alcanzar a saber si alguien se suicida por la razón o por tal instinto de muerte. Siendo así, y de portar todo humano esos dos instintos, una persona puede entregar su propia vida por altruismo, y a favor de un bien mayor, con lo que queda en entredicho que la base humana sea la individual y egoísta. El resumen de este párrafo es que la objetividad no se puede alcanzar, pues 1. todo humano nace con una apuesta única de todas las disposiciones posibles dentro de lo humano (ser más o menos altruista, por ejemplo), y 2. el humano aún o ha alcanzado el saber del todo, luego parte de supuestos y opiniones, que no pueden ser objetivas (no son números enteros dentro de una ecuación, sino variables, donde cada humano da un valor distinto a tales variables).
(Fin del texto a restar)
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