Psicoanálisis a una Ciudad
(Microrrelato filosófico sobre identidad y conocer.)
— Hola doctor.
— Hola, siéntese, póngase cómoda… ¿ahí se siente bien?, dígame en qué le puedo ayudar.
— Es que verá, ya no tengo claro quién soy. —el doctor garabatea en su bloc "posible trastorno de personalidad".
— En su ficha pone que usted es Salamanca, capital de la misma provincia.
— Sí, claro ese es mi nombre y puede que para otras personas quién soy sea claro, pero para lo que para el resto es tan evidente, para mí sólo son reducciones simplistas de mi naturaleza…
—Explíqueme eso, qué quiere decir.
— Verá, si se lo pudiera relatar quizás aún tendría un resquicio de posibilidades de saber dónde se encuentra el dilema, tendría un hilo sobre el que tirar para ir a su origen, pero ahora mismo es que me da la sensación de que simplemente caigo en un vació sin fin.
— Ya veo… Vayamos por partes. Se te conoce como "Salamanca la blanca", por la claridad de tu principal piedra de construcción, la piedra caliza de las canteras de tu municipio vecino Villamayor. O igualmente "Roma la chica", por estar asentada en varias lomas y contener muchas construcciones antiguas…
— Sí, pero eso sólo habla de mi exterior. ¿qué me importa estar revestida de esta u otra piedra? Lo que he perdido es algo indefinible que no se ve, como el encuentro del granito y la piedra caliza de mis calles…
—Qué cree haber perdido— Se apresura a interrogar el doctor para ir a la raíz del problema.
— ¿Cómo saber qué buscar si no se sabe qué se ha perdido— Le responde con una pregunta la melancólica ciudad. El doctor frunce ligeramente el ceño, tratando de evitarlo para que no sea visto, ante la gravedad del problema. "¿Tendencia al "síndrome solipsista"?, apunta en su bloc.
—Vayamos por partes. —Meditativo mide cómo enfrentarle y volverle a la realidad— Como ciudad conocida como culta me imagino que conoce aquello de "el tiempo es un río sin orillas…"
—Sí, de Ovidio. Pero si ese es el caso. ¿No somos en la medida que tocamos tierra?, si todo es agua y fluir, la realidad es un gran lago, un mar… un océano. ¿Cómo habitar tal lugar? —El profesional ahora duda si ha sido idónea su metáfora, se muestra indeciso de qué rumbo tomar, el cómo coger el timón de la nave. Da varios pasos atrás y trata de ir hacia lo sencillo.
—Es que no sé si he terminado de entender su problema. Descríbamelo…
— A ver… cómo empezar, cómo explicarme. No entiendo mi ser, mi naturaleza.
—Simplifiquemos las cosas. Hábleme en términos sencillos…, cuáles son las sensaciones diarias que le producen tal estado. —la paciente duda cómo asir aquello que no tiene bordes ni formas, sin que se le venga abajo, sin que pueda apresarlo y mostrarlo entre sus manos.
—A veces pienso que todo es debido a un exceso de luz… —el doctor anota "luz=conocimiento, razón" antes de perder la idea.— En la oscuridad de la noche, en las farolas de luz amarillo viejo, que iluminan mi piedra, aún late el corazón de esa vieja ciudad de cálido y suave tacto. Me reconforto y me recojo allí, en esas esquinas donde la semioscuridad me hace sentirme vieja y sempiterna. Me ovillo en esa sensación, si se quiere o se puede decir así. Pero cuando llega el día y pierdo tal melancolía, y la luz me hace perderme dentro de las nuevas zonas de mi ser, que ya no tienen forma, ni un color preciso, y en donde un solar vacío abre paso a una casa de pizarra derruida, frente a un imponente edificio funcionalista, que no tiene nada de bello, o sólo lo necesario como para que sea vistoso… entonces, en ese preciso momento, me derrumbo, mientras una profunda tristeza me trata de llevar a algún lugar que yo no reconozco…., fuera de mi ser. Toda violación es la soledad abrazándote, cual serpiente, hasta quitarte la vida. ¡Me siento violada!
— ¿Por qué te molesta tales contrastes?, sólo es el fluir. Mañana habrán derribado la casa en ruinas, y habrán construido el solar.
— Ya, pero ¿cómo me defino en ese fluir si mi aspecto se ha vuelto tan irreal? Si a cada paso que da el humano para hacerme crecer se encuentra con barrios y pueblos que tienen o tenían su propia identidad. ¿Soy una devoradora de identidades? ¿destruyo para expandirme…?, ¿asesino?
— ¿Por qué lo ve así?
— Ese no es el caso, creo que me he explicado mal y nos hemos desviado. Ese mal sólo es algo exterior a una realidad más compleja y profunda. — El psicoanalista ve un posible camino para redirigir la identidad de su paciente.
— Pero durante toda tu historia ha sido la misma realidad. Se destruían edificios y barrios enteros para crear bellas iglesias y catedrales que ahora forman parte de tu identidad actual, de esa que te nombra como patrimonio de la humanidad.
— ¡Esa es la misma cantinela que me mencionan todos!, usted tampoco me entiende doctor, creo que mi visita ha sido en vano. —"Posible negación de la realidad, falta de insight", se apresura a apuntar el doctor. A la vez se trata de incorporar sobre su silla, inquietado por tal salida, no exenta de cierta ira. Ha de guardar la compostura y la calma para no parecer condescendiente, y como no dando importancia a tal reacción.
— Lo que quiero decir es que todos estamos siempre en transición, y que debemos saber que en tal estado siempre hay una realidad a la que aferrarse.
— ¿Usted cree? Quizás todo sea un problema de sumas…
— Explíquese…
— Sí, verá, un pequeño cambio aquí o allá, hace mil años, eran insignificantes, era como cuando uno va al dentista y te quita un trozo de muela cariada para al final tenerla completa con el empaste…, pero ahora me da la sensación de estar desdentada… No asumo que en mi "boca" no haya ningún diente o muela. —"Recurre al sueño de perder o que se le caiga la dentición: prueba de miedo a la pérdida de su integridad", apunta el profesional.
— Pero como bien dices, al final el dentista te pondrá todo en su sitio. Tu dentadura volverá a estar completa.
— ¿Usted cree que si te cambian pieza por pieza, la identidad vuelve a ser la misma? — "Evocación al dilema de la nave de Teseo" escribe mientras su paciente sigue hablando.
— Sí porque tiene la conciencia o el saber que le están reconstruyendo, luego su ser persiste ahí, aunque cada pieza sea nueva.
— ¿El ser es el saber que sabe sobre sus cambios?, entonces es un contable, un simple administrador de aquello que está en reconstrucción…
— ¿Y tiene algún problema de que pueda ser así?
— ¡Pues sí…! —Empieza a decir airada, y después prosigue tratando de llegar a la calma. —tengo que ser algo más que un "llevar las cuentas". Eso sólo es saber, un hacer, como el hilar de las manos de una vieja tejedora que va anudando para crear un jersey o una bufanda. Antes de su tejer no había nada, luego ¿soy esa nada? — Se exalta, se incorpora sobre la silla y termina diciendo, casi gritando… — ¡Soy la nada!
El especialista se siente desconcertado. Analiza que su paciente además de su trastorno de la personalidad, padece un trastorno del ánimo. Se pregunta cuál de los dos ha dado origen al otro. Ha de buscar esa raíz sin que su paciente se percate.
— Pero la vieja anciana, como usted la ha llamado, sabe que tiene que construir un jersey, luego este existe, no es una nada.
— ¿Somos meras ideas de un constructor? ¿Quién habría de ser tal constructor? —El médico analiza un posible camino para llevar el diálogo.
— Llámelo Dios, llámelo ADN y evolución, pero la cuestión es que ese saber habita en tu interior para llegar a ese propósito.
— Nos hemos metido en temas teleológicos, y de un ente que se construye que no me sirven de nada. ¿Le recuerdo el verso de Ovidio? Tal propuesta pondría orillas al río… — "la conversación vira hacia la autoridad…, posible miedo al padre. Lo trata de deslegitimar, luego tuvo que haber un problema traumático con este", apunta mientras trata de ir a ese recuerdo traumático.
— Piensa en tus primeros pasos en la vida. No eras nadie, ¿no estabas como ahora?, estabas sin identidad, pero sin miedo.
— ¡Claro no podía temer perder lo que no tenía!
— Luego crees haber perdido algo que eras… ¿Cómo volver a recuperarlo? — El doctor se da cuenta que se ha precipitado en su pregunta y trata de remedarlo— Cómo fueron esos inicios, ¿qué sentías?
— ¿Qué inicios?, eso es algo confuso, a mi suelo llegaban humanos que se iban a los pocos días. Otros que hacían unos asentamientos, unos más al norte o al sur, aquí o allá, pero que por las condiciones climáticas se morían, o se terminaban por ir, y en donde mi suelo volvía quedar sin ninguna huella o presencia de la existencia humana… Por aquel entonces la ausencia de continuidad era mi sino.
— Pero tiene que haber una primera piedra, una primera causa que iniciase que tú prosperases…
— Me imagino que ese momento fue cuando levantaron una fortificación a modo de defensa…?, ¿no es lamentable nacer de la guerra, del miedo?
— Pero como se puede deducir de tus palabras, en esa época igualmente carecías de identidad, pero no de ser. Naces de la guerra, pero en tu esplendor esos inicios daban igual. Ahora te puede dar la sensación que sólo hay agua, pero arribarás alguna tierra, a terreno sólido.
— Vuelve a contraargumentarse al olvidar la frase de Ovidio…
— Quizás hay que olvidar tal frase. Somos en la medida que muchos granos de arena, primero dispersos, al final logran crear una pequeña isla que poco a poco gana terreno al agua.
— ¿Nos construimos de la nada para volver a la nada?, porque ahora estoy o soy esa nada. Pero creo que de nuevo caemos en las grandes preguntas que a mí como ser individual me vienen grandes.
— ¿Y cuáles son entonces las preguntas que habría que hacer? —Admite el doctor, tratando de volver al caso concreto que tenía entre las manos.
— Tal como me presenta el tema, yo nunca he sido nada, sino aquello que creía ser, que ni siquiera nacía de mí, si no de aquello que los otros creían de mí: "Salamanca la blanca", "Roma la chica", "cuna del saber" son denominaciones de los otros. Yo soy…, o era, también ese rincón de piedra caliza que por su oscuridad y alta humedad había creado moho y hierbas entre sus piedras. Era esa calle que nadie recorría porque en su tiempo era tan oscura que era arriesgado entrar en ella por la noche, e incluso por el día…
— Luego está admitiendo que lo lóbrego también te define. Como es el caso que ahora, en tu profusa expansión, seas partes de zonas derruidas, y el encuentro entre lo viejo y lo nuevo.
— Veo que no me comprende… — Dice Salamanca, bajando su tono de voz, mientras se apoltrona en su silla, echando a la vez su mirada al suelo…, buscando algo por lo que le pueda entender, pero en vano, pues si tal cosa fuera definible ya sería un resquicio de luz en su profunda oscuridad.
Se pone a hablar casi más para sí misma que para el doctor…
— También soy mis habitantes… pisan mi suelo pero ahora ya no los siento… se han vuelto ingrávidos. Quizás porque no me miran, siempre tienen esa cosa que se parece a una tableta de chocolate con brillo. Siento sus cuerpos, pero no sus almas. No soy, solo soy un medio donde ellos fluyen, y lo mismo les daría estar entre mis piedras que en otras de otra ciudad o país. —"¿se siente infravalorada?", apunta el médico, marcando dos veces las interrogaciones. —tampoco es eso…, ¡ve! Ni yo mismo sé qué me pasa… ¿cómo explicar lo que no es nombrable? ¿Ponemos nombre a todo en la medida de tratar de hacer que todo sea controlable?
— De ser así lo que emerge de tal capacidad es el miedo. — Salamanca levanta su mirada percatándose que tiene alguien con el que habla y es real. Que no son sus eternos soliloquios.
— ¿Realmente cree que todo es reducible a una emoción?, a la mente me viene el concepto de nausea de Sartre, pero creo que ni siquiera él llegó a la raíz del tema. El problema no es que la existencia de la vida se vuelva sin solidez, porque el que esté o no esté sea una consideración sin importancia. Que la vida podría no ser, y al universo tal estado no le inmutaría, seguiría en sus procesos hasta llegar a su propio final, y nada de toda esta realidad tendría sentido. Lo crucial es tener una conciencia que conozca tal gratuidad de la existencia, de la vida…
— Pero eso es caer de nuevo en lo abstracto. Tú existes y tienes que dar sentido a tu existencia para estar en paz contigo misma.
— ¿Me propone engañarme a mí misma?
— Si es necesario para ser feliz, sí.
— Quién tiene más miedo, doctor…, ¿usted o yo? Yo por reconocerme como una nada o usted que se ha logrado parapetar detrás de una falsa realidad para construirse una falsa felicidad. —El psicoanalista se da cuenta que está perdiendo el control de la conversación. Piensa en profundidad cómo recuperarlo. Como voltear la situación actual.
— Creo que lo central aquí es el tratar de averiguar que usted ha perdido algo que antes tenía. ¿No?, o no quiere recuperar eso perdido.
— La pregunta a estas alturas es si alguna vez lo tuve o sólo me engañé… — Se dice más a sí misma que a su interlocutor, pues empieza a dudar si merece la pena tratar de hablar con alguien. — El doctor reconoce internamente que el tema se ha diversificado por tantos caminos, que ya no sabe si alguno de ellos sea el válido para el caso que tiene entre manos. Rebusca honestamente en su interior y empieza a sentir su fracaso, que por lo demás trata de ocultar. Se da cuenta que el paciente no se quiere curar, que ofrece una resistencia a su tratamiento. Salamanca, que de nuevo había echado su cara al suelo, la levanta de manera desafiante, mirando fijamente a los ojos de su presa acorralada. El doctor se agarra a los postulados utilitarios y cognitivistas.
— Quizás la pregunta que se deba de hacer es si es feliz dudando de todo, o puede ser más feliz construyéndose una realidad bajos sus pies.
— Insiste de nuevo en que me autoengañe.
— ¡Si eso funciona!
— De ser así, sí es cierto que somos seres que huyen del miedo. — En el lenguaje usado el doctor ve una vía para tomar el control de la situación.
— Pero la clave de su afirmación es que es un ser que sustenta el resto de dudas y miedos. ¿Por qué tal ser habría de ser del dolor en vez del placer?
— ¿No habíamos acordado que el origen era el miedo?, si ese es mi origen ese ha de ser lo que soy, lo que me defina.
— No lo hemos acordado, ese es tu discurso. Tú naciste del amor a la construcción, de la belleza, de tus padres. — Salamanca siente la frustración de un depredador al que se le escapa una presa, en un momento que se ha relajado para recobrar el aliento, y daba por descartado que la iba a devorar.
— ¿Quién ha nombrado antes el miedo…?, da igual, habrá salido a colación o yo lo he leído en el contexto de algo que usted ha dicho. — Se calla y trata de preparar un salto que de nuevo le haga recuperar a su presa. — ¿Mis padres?, son tantos que ya no recuerdos sus nombres. ¿Acaso ellos no estaban dominados a su vez por el miedo? —calla un momento rebuscando una sentencia que le devuelva el control y termina diciendo… —La vida es el vértigo de la materia dominada por el caos. — el doctor no le ha seguido el hilo conductor, y espera que siga su desarrollo, pero no lo hace.
— No la entiendo. No sé dónde va todo esto. ¿No teníamos que mantenernos tocando tierra? Ha vuelto a los sueños de las esferas, de lo irreal.
— ¿Y acaso no es irreal la vida?, se erige en reina de la realidad creando unas normas y reglas que nadie entiende… — Al doctor no le convence el giro de la conversación, pero la trata de seguir hasta que muera por sí sola.
— ¿Por qué nadie entiende a la vida?, a qué reglas se refiere.
— La vida está habitada por la muerte, se cumple la máxima de que al principio era la oscuridad, luego la no existencia o muerte es un dios primordial que dando a luz a la diosa Aurora, dejó entrar la luz en su ser. Nacemos de una pesadilla, donde en "nightmare", mare, en las culturas germanas, tiene la raíz de muerte. ¿Somos la pesadilla del dios muerte?
— La conversación se ha vuelto demasiado alegórica. Volvamos a tocar suelo.
— ¿Que la vida es una hija de la muerte es abstracto…?, que somos una pesadilla de la nada.
— Seguimos sin tocar tierra— ha dicho el doctor a sabiendas que ha usado en nosotros en la dirección de aplacar el ánimo de su paciente, mientras a la vez trata de crear una comunión con su soledad.
— ¡Está bien, lo acepto!, retrocedamos unos pasos en nuestras abstracciones. ¿Soy el hijo de un miedo, no declarado, que se trata de legitimar el estar fuera del miedo, al traer otra criatura a la vida?
— ¿Y porque analizarlo desde lo negativo?, porque no afirmar que ha nacido del amor. — Salamanca se ha incorporado, pues en su lasitud mental se ha ido escurriendo en la silla, como si al buscar el suelo este fuera su única realidad tangible. Tal sensación es la que le ha hecho decir…
— ¿Somo seres que al caer y tocar suelo se propulsan hacia arriba?, eso son tonterías en las que trata de creer la gente para seguir tirando para adelante. — El doctor de nuevo se siente perdido ante la falta de una vía para tomar el control de la conversación. Asume que si trata con alguien con un alto intelecto no puede hacer de padre que redirige a su hijo, o como guía de los senderistas que no conocen un terreno. Sin querer cambiar de estrategia vuelve al tema del que partieron el resto de los senderos.
— Pero lo que no se puede obviar es que en todo tu discurso hay un ser que se empeña en una meta. El caso es que ese ser reconozca que se ha puesto ahora unos propósitos equivocados.
— De haber un ser que mantiene un hilo conductor, o teje su propio ser, porqué uno va a ser mejor que otro. Si nada hay legítimo, si la realidad es, pero pudo no ser y da igual que no fuera, no hay nada que tenga la legitimidad de poner un mundo de valores, que esto o aquello sea mejor o peor que aquello otro.
— No sé si es conveniente que entremos en el mundo de los valores. Mantengámonos en que eres un ser. ¿No es esa duda, y dolor, la que te ha traído aquí?
— Sí… ¡o no! Quizás sólo quería convencerlo en que tengo razón. O quería tratar de comprobar que yo no la tenía. Pero si todos sus argumentos no han valido de nada… ¡tengo que tener razón!
— O en tal caso, no ha querido perder la razón… ¡ha intentado escucharme en algún momento!
— ¿Y usted a mí?, Si la conversación ha sido imposible entonces bajo esa verdad tiene que haber algo. Que la comunicación es sólo una directriz en la dirección de romper con la soledad… nada rompe con la regla del octeto.
— ¡Espere, espere!, ahí me he perdido. — Reconoce el doctor intentando recuperar el diálogo.
— Sí. Evidente. Las reglas físicas son límites de la realidad que ni la vida puede obviar… Creo que yo mismo me he perdido. ¡Ve, trato de dar una continuidad a mis pensamientos!, pero no hay tal continuidad, no hay ser. — "trastorno del pensamiento" ha escrito el psicoanalista en su bloc y ha continuado con "posibles delirios y psicosis".
— En todo caso es un posible problema que usted tiene y el resto no.
— ¿Y por qué no a la inversa?, el resto de las personas tienen la "enfermedad del ser", cuando este no existe. El humano se define por su búsqueda de significado, al no existir, al carecer todo de sentido, el yo, su identidad, es un mero mecanismo de defensa, dentro de sí mismos y para los otros. —Salamanca se ha incorporado, y casi puesto de pie, como si tales palabras fueran un "momento eureka", de descubrimiento de algo. En su audacia se vuelve cínico con su médico. — ¿Quiere que le cure de su enfermedad?, ¡doctor! — A empezado a decir remarcando su cinismo al pronunciar la profesión de su interlocutor. —Mire ¡doctor! —vuelve a marcar con cinismo— la realidad es que yo y unos pocos como yo tenemos razón y el resto del mundo está equivocado. —El psicoanalista no sale de su asombro y apunta rápidamente… "Endiosamiento, complejo de Dios", mientras su paciente sigue hablando. — Somos la pesadilla de la nada, de la noche, de la muerte, pero no podemos negar que tenemos parte de su ADN. La vida, como madre, aportó su ser, pero contaminado y atravesado por su padre y esposo que es la muerte. En ese caso en nuestros genes vencen por mayoría los de la muerte. Mientras que los de la vida consisten en invalidar los de su padre y esposo, pero bajo la fragilidad que le impone la realidad física hacia el desorden que es la muerte. — Extenuada, la ciudad, calla y se sume en su oscuridad… — El doctor se percata que se encuentra ante un caso que no tiene cura, si no es por medio de los medicamentos que en, primer lugar, le frenen el delirio. Sin saber cómo seguir su discurso, mira el reloj que tiene sobre la pared para tratar de dar por terminada la sesión. Faltan cinco minutos… Tiempo muerto, trata de perderlo.
— La raíz de su problema es que se ha asentado en pensar negativamente y ha construido una identidad en dicha posición, tal capacidad ya implica una identidad, y por ello ilegitima su discurso, siente un placer mórbido en su dolor, del que no quieres salir. Por hoy la terapia ha terminado y le invito a que venga otro día…, pero eso sí, sólo le acepto como paciente si se pone en mis manos y se toma unos medicamentos que le tendría que recetar.— Mientras dice estas últimas palabras mir a los ojos de Salamanca para tratar de analizar si lo hará o no.
— Ya, doctor. Usted es como el resto de las personas. No me ha comprendido. Al igual que para un creyente le es imposible comunicarse con un ateo, para mí es imposible comunicarme con los que tienen la enfermedad del ser…, o ellos conmigo. La imposibilidad de tales comunicaciones me dan la razón. El no-ser, en este caso la comunicación, vence sobre el ser, o en este caso la comunicación. La realidad son cuantos, paquetes de información discreta, que sólo son en tanto que paquetes. El resto es el intento de romper con tal regla, que se terminan por desintegrar con el tiempo. Con todo me imagino que mientras tal integridad perdura, se puede hablar de un ser. — Todo esto se lo ha dicho más para sí mismo que para el doctor, que no es "creyente" de su forma de ver el mundo. —¡Bueno, doctor!, creo que no nos volveremos a ver. ¡Lo ha intentado!, pero es inútil. Lo desintegrado, como el jarrón que cae y se rompe, no vuelve a integrarse. Ha de asumir su nueva realidad.
Mientras decía las últimas palabras el doctor le ha dicho adiós, le ha extendido la mano, se la ha dado y ha cerrado la puerta tras de su paciente, dándolo por perdido.
Salamanca ha vuelto a su soliloquios, y mientras se repliega sobre sí, su existencia como ciudad se ha vuelto a desplegar ante sus ojos. Allá arriba, en la colina más alta, se encuentran sus dos catedrales, unidas e indiferenciadas como los dos hemisferios de los cerebros de los humanos. A sus pies, el río Tormes, que casi la rodea como si la quisiera abrazar en su soledad. Al otro lado del río, ese lado que durante siglos no quiso cruzar, ahora es ciudad, es ella misma renegando de sus orígenes, pues en teoría hay que afirmar cada acto que a uno le defina. Las alamedas crecen en sus dos lados, ahora hechas parques, ahora como pequeño bosque que se ha quedado entre zonas de la ciudad, que aún no se han terminado de juntar. Aquí y allá reina el desorden de escombros, obras, y grúas levantando nuevos edificios o de otros que hay que consolidar.
— Yo aún me entendía hace siglos —ha empezado a pensar melancólicamente, — e incluso hace unas décadas, cuando tenía un alma que me hacía única entre el resto de las ciudades. Ahora cada vez me parezco más a cualquier otra ciudad. ¿Y qué es el alma de una ciudad?, por qué el doctor no me ha sabido hablar de eso. Puedo entender que me estaba engañando entonces, que si todo es un río sin orillas, tarde o temprano llegaría a esta verdad. El ser sólo es un fulgor que nos ilumina durante la juventud, y que la madurez va apagando al ir cerrando progresivamente todas las ventanas por las que entraba dicha luz. La vejez es el aceptar que nuestro padre es la muerte y que hemos de volver a su lado…, ¡no sin antes haber matado al ser que nos contaminaba en nuestro eterno fluir al río sin orillas, que es el tiempo y la vida! Algunos tiene la suerte de mantener ese fulgor de luz hasta el propio último segundo de su existencia. Otros nacemos bajo el signo de la oscuridad, y por el contrario tratamos de hacer que la luz nos caliente mínimamente la piel, el corazón. Yo no tengo la culpa de haber heredado más los genes de mi padre, la muerte, que los de mi madre, la vida. Ella siempre está en desventaja… y la oscuridad, es en todos, aquello contra lo que tenemos que luchar. El problema es lo injusta que es la vida, primero para que unos nazcan con mucha o nada de luz, y segundo porque aquellos que la tienen la quieren sólo para ellos. ¡Tanto miedo les da la oscuridad que acaparan en su interior toda la luz que les pueda caber…!, pero no nos engañemos, lo más democrático, el ser con más amor que existe es la muerte, pues al final nos abrazará a todos por igual, mientras que la vida, en su frugalidad y como chispa, sólo tiene la capacidad de tocar a unos pocos.
Mientras se decía estas palabras, el sol cae y Salamanca entra en su amada oscuridad, esa que no le deja más posibilidades que recogerse dentro de su alma, a través del perfil que le define como ciudad. Ese perfil que en su día era lo que ella sentía como lo propio y como alma…, esos restos de muralla, esa piedra dorada, esa calidez de alma, esa sencillez de sus vías calladas...
Términos que han salido al paso:
- Trastorno de la personalidad
- Trastorno del ánimo
- Síndrome solipsista (relacionado con el siguiente)
- Trastorno de ipseidad (de sí)
- insight (comprensión)
- Los padres como fuente del apego
- Impermanencia
- Integridad del ego
- Desrealización (todo se vuelve irreal, nada es tangible)
- Aurora como mito
- Mito de la noche (Nyx, noche) es la diosa griega (o personificación) de la noche. Nyx, una figura sombría, se encontraba en el inicio de la creación o cerca de ella y motivó a otras deidades personificadas como Hypnos (sueño) y Thanatos (muerte), con Erebus (oscuridad)
- Nave de Teseo (si todo cambia, ¿se puede hablar de ser?
- Nominalismo (no existen universales, usamos nombres normativamente)
- Efecto Eureka (Memento ¡ahá!)
- Trastorno del pensamiento
- Endiosamiento (gradiosidad)
- Complejo de Dios
- Nausea (vacuidad de la existencia, según Sartre)
- Contingencia (no necesario, de más)
- Teoría de la continuidad
- Identidad personal (esta y la anterior nos definen por la continuidad de los que somos/hacemos)
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