Lo Mismo y Lo Distinto
❝Dijeron que querían estar conectados, pero no lo hicieron, no realmente. Los enfermó la soledad y la duda.❞ Brave new world
❝Si estuvieras en la guerra, no tendrías este problema mental. No hay tiempo para problemas mentales cuando te disparan.❞ Swallow
❝Las personas normales y corrientes se toman a sus salvadores demasiado a la ligera como para que necesiten ser salvados de ellos. Sus supuestos liberadores las necesitan más de lo que ellas los necesitan a ellos. Lo que la humanidad busca en sus libertadores es distracción, no salvación.❞ John N. Gray
Todos sabemos aquella cantinela de que “el orden de los factores no altera el resultado”. A la vez para llegar a un número se dan finitos o infinitos modos de llegar a él, dependiendo si es pequeño o grande, si es un entero o no lo es (entero, completo, contiene el fijo ente). A 5 se puede llegar con 4+1, 3+2… Pero aunque el resultado es el mismo, a nivel visual y de qué entidades entran en juego no es lo mismo. Volvamos a la suma de los resultados. Si se da el caso que con lo que estamos tratando es con dados, la suma es la misma, pero si un dado es amarillo y otro blanco, es distinto que el amarillo saque un 4 y el blanco un 1, que el primero saque un 3 y el segundo un 2. O sea, si se le muestra a un niño, que aún no sabe de números ni de sumas, dos fotografías hechas desde arriba de los dos primeros dados y de los segundos, y se le pide que diga si son distintos o iguales, dirá que son distintos. Pero, ¿y si se le enseña la primera opción (dado amarillo 4, blanco 1) pero el que tiene el 4 es el blanco y el amarillo el 1? Realmente no sé qué diría (alguien que haga la prueba). Aquí sale un problema de fondo y figura, dependiendo de si lo que mira son los cuatro puntos en un dado y en el otro uno, no discerniendo que los colores están intercambiados.
En el párrafo anterior ha salido el concepto y palabra discernir. Fijarse en la riqueza de tal palabra. Quiere decir a la vez diferenciar y pensar, en tanto que discernimiento, en donde el segundo ha virado hacia entendimiento. Así y a la vez, en el devenir de las palabras, nos encontramos con palabras como reflexión, entendimiento, discurrir, comprender, pensar, razonar… que funcionan como sinónimas. Pienso que el origen de todos estos términos podría ser el de discernir (el concepto, no la palabra), y que provenga de saber distinguir un fruto, hongo, planta o tubérculo, que se parezca a otro, pero que era útil diferenciar, en tanto que uno era venenoso o creaba problemas estomacales o de cualquier otro tipo. El cerebro cuando llega a ese proceso crea un grupo de neuronas que trataran de tener la referencia, diferencias y similitudes de esas dos frutas, hongos… (puse hongogos, ¡que ya es el colmo de lo que me puede llegar a fallar la memoria de trabajo!). En otro lado dije que entender es ver el ente de las cosas, y es seguramente un segundo paso en el nacimiento y la deriva de las palabras. Cuando un padre enseñaba a su hijo las diferencias de dos frutos, le preguntaría si veía las diferencias, si entendía (discernía y captaba mentalmente) las diferencias. Otra palabra cercana a la misma idea es reflexión, que proviene de reflejo, de lo especular y por ello de lo aparentemente indistinguible. Me imagino que en la prehistoria lo reflejo era lo visto en el agua, con respecto a lo que esta reflejaba, pero viéndose invertido. Otro término paralelo es especular, donde es a la vez lo reflejado y teorizar sobre posibilidades. En ambos de nuevo sale a colación lo igual y lo distinto.
Pero ¿cómo hace el cerebro para “tener” un ente? Hagamos antes un análisis de lo real, de los objetos. O sea, hay millones de neuronas, ¿cómo un grupo de neuronas “guardan” qué es una patata como para después evocarla cuando te la nombran? Hay que partir que cada uno evoca la patata que conozca o que más use para cocinar. Aquí en España es casi sólo de un tipo, la blanca y de “carne” igualmente blanca, pero en Sudamérica hay muchas variedades que no se han traído a España. Otro dato a tener en cuenta es que no recordamos una forma concreta, o está prefijada a ciertos cánones de la patata que conocemos. La blanca de España suele ser alargada, mientras otras variedades de patatas tiran a ser más redondeadas. Así que nos encontramos que si se le dice a un español y a un ecuatoriano “patata”, cada uno evocará una variedad, color y forma distinta. Si hace dos escritos me centré en la diferencia entre deducción e inducción es para hacer ver que de forma deductiva cada cerebro tiene su propio concepto de patata, pero en la actualidad y por medio de la enseñanza y el saber cultural, sabemos que esas dos representaciones mentales hablan del mismo ente. A eso es a lo que se refiere el efecto trinquete. Cada humano no tiene que investigar y tratar de llegar a generalidades por sí solo, pues la enseñanza ya parte de “saber” que todos esos tubérculos, en apariencia tan distintos, son una y la misma especie vegetal, y que todos ellos son comestibles (excepto que yo no conozca alguna variedad que no lo sea).
En el párrafo anterior ha salido otro término “curioso”, el de suponer. Atención a la siguiente frase: “uno sabe que la manzana sabe bien”. Se repite sabe en tanto que conocimiento y como sabor, las dos tienen el mismo origen, lo que apoya que el primer término que nació para nombrar esa capacidad humana/cerebral fuera algo cercano a la de discernir. De nuevo sale a colación que saber es diferenciar lo que puede parecer igual. El sabor sabe qué fruta tiene en la boca, por su sabor distinguible del resto. Por cierto ayer me comí un melocotón que me sabía a albaricoque, lo que complica todo el tema, pues si me hubieran dado un trozo con los ojos cerrados hubiera jurado que era albaricoque. ¿O no?, las texturas de sus carnosidades son distintas. Se hubiera producido un choque cognitivo entre los dos sentidos y sus partes correspondientes en el cerebro. Esto es interesante para volver al tema del cómo el cerebro guarda la información de un ente, pues como es el caso presente esos dos procesos, el tacto de la carnosidad, y el sabor, e incluso el aroma desde la boca, son procesadas en distintas partes del cerebro. En este caso —recordar que tengo los ojos cerrados— la carnosidad me “dice” que no es un albaricoque, pero el sabor me dice que sí. Aquí es donde entra el concepto de suponer, que literalmente quiere decir poner debajo, “su(b)poner”, y que quiere decir que es un tipo de conocer muy bajo, de pobre calidad, que cuenta con pocos datos o contradictorios, como para que no sepamos con exactitud. Se me abre el hilo discursivo en dos frentes: 1. detenerme en cómo el cerebro une un grupo de neuronas como para identificar un objeto en el mundo, cuando tiene tantas fuentes de saber (sentidos, experiencias pasadas…) y 2. tratar el tema de lo que es o no es indiscernible, diferenciable. Dejemos el punto 1 para más adelante, puesto que al tratar el punto 2 puede que este nos dé pistas.
En filosofía existe el llamado concepto abstracto de la “identidad de los indiscernibles“, que nos dice que “es un principio ontológico que establece que no puede haber objetos o entidades separadas que tengan todas sus propiedades en común”, para hacernos ver que si todas sus propiedades son las mismas, es por ello el mismo ente…, aquello de “blanco y en botella…” Por cierto, en tal dicho no tiene porqué darse por sentado que sea leche, puede ser horchata o cualquier otro líquido blanco. Imaginar comprar en una botella de cristal transparente (puede ser de otro color o translúcido, hay que poner las cosas en contexto) de leche, y os servís y dais el primer trago, y en realidad, por una extraña y anodina broma del fabricante, sea horchata. La reacción espontánea es escupirla, porque el cerebro ya se ha formado la idea de que es leche y en ese caso algo debe de estar mal con ella, porque no sabe a leche…, y en ese caso el cerebro lo interpretará como que debe de estar en mal estado. De nuevo sale la idea que el cerebro tiene formada una identidad clara de lo que es la leche, y que en este caso el sabor lo contradice y por ello la escupe. Vuelvo atrás. La identidad de los indiscernibles nos dice que el conjunto de sus propiedades son por las que entendemos (la cognición implícita lo hace), que un objeto es tal objeto y que de haber uno igual son dos objetos, pero del mismo ente (dos raquetas de tenis de distintos fabricantes). Aquí sale a colación lo accidental y lo esencial. Da igual que la leche venga en tetrabrik, en una botella o nos la presenten en un vaso, todo esto es accidental. La esencia de la leche es que es blanca, muy líquida y que tiene tal sabor característico. Nos encontramos que el cerebro tiene que saber diferenciar qué es accidental y qué esencial. Si de repente nos dan un cubito de hielo de leche, uno deduce que es leche por su sabor, al meterlo en la boca, luego el que esté congelada es igualmente un accidente. ¿O no? Imaginar un niño de apenas dos años, que viva en una zona polar y que sus padres siempre le hubieran dado leche en daditos de hielo. Cuando se le presentase de forma líquida creería que era lo accidental. Esto sale a colación que sólo el tiempo es el que llega a conclusiones generales, después de haber analizado muchos casos del mismo objeto y que por ello en el fondo el cerebro al final usa procesos inductivos para llegar a generalidades, sobre las esencias de un ente, diferenciándolas de sus accidentes. En la era de la cultura eso viene dado sobre todo por la enseñanza.
Compliquemos el tema. Arriba hemos visto en la frase de la manzana que sabe (saber) es indistinguible de sabe (sabor), son homófonos (y homógrafos, algo muy propio en el Español ser las dos cosas a la vez, más complicado en otros idiomas como el inglés), luego en el lenguaje parece fallar la identidad de los indiscernibles. Yo he tenido que recurrir a poner sus significados entre paréntesis. Entonces, ¿cómo el cerebro es tan rápido al entender la frase “uno sabe que la manzana sabe bien”? Primero porque al empezar la frase “uno sabe”, el cerebro opta por el verbo saber. Pero y si Gollum —el personaje de “el señor de los anillos”— dijese, pues ese es su incorrecto uso del lenguaje, “uno sabe agrio”, el cerebro al momento conoce que se refiere a que él mismo tiene un sabor agrio. ¿Cómo trabaja el cerebro tan rápido? ¿Cómo crea tal desambiguación de las palabras? Lo primero que hay que hacer ver en todo lo dicho, es que el cerebro tiene un mapa interno de la realidad y trabaja con este, pero a la vez en cada situación verifica si tiene el mapa correcto, o si por el contrario lo tiene que corregir. En el caso de la horchata en la botella, si en la misma compra había dos, la segunda la tomaremos con la idea que igualmente sea horchata, ya habíamos adaptado el mapa interior a una nueva realidad. De esto, además, se deduce que la palabra o concepto clave en el cerebro es el de predicción: es una máquina de predecir el mundo a partir de su propio mapa mental. Todo ente cerebral lo es, y por ello no “real”, en tanto que está en constante revisión (no hablo desde la razón y el saber de la ciencia, sino a cómo trabaja el cerebro en el día a día.)
Otro dato a tener en cuenta, que emerge del párrafo anterior, es que toda esta forma de proceder lo hace la cognición implícita, sin supervisión de las zonas corticales. El prefrontal no tiene la capacidad de procesar la información de manera tan rápida. La cognición implícita opera en paralelo, cada sentido (y su parte correspondiente en el cerebro) procesa su propia información, mientras otros sentidos lo hacen a la vez; mientras que el prefrontal o juicio lo hace en serie: cosa por cosa. La razón de esto es obvia. El prefrontal sobre todo es focal, (habría que llamarlo “foveano”, procesa lo que entra por la fóvea, o se centra en un sonido: el bebé con respecto a los ruidos de la calle). Se “creó” para poder discernir con más precisión el averiguar si aquello que había entre las hiervas era un león o sólo una piedra. Concentrarse, mantener el foco o la atención, son facultades que lleva a cabo el prefrontal bajo esta capacidad serial y que viene dada por la alta concentración de conos, en cierta parte del ojo, para ver con más detalle y precisión, como así es la fóvea, (en otros animales en donde lo importante sea el sonido, su “fovear” consiste en mover las orejas en la dirección de la fuente en la que quieren poner la atención).

Al tema complicado que quería llegar, pero me he desviado, es que la homología, que arriba ha sido analizada a nivel del lenguaje con la palabra sabe, es un concepto que emerge dentro de muchos sistemas. En el final del anterior párrafo ha salido a colación otra homología. El concepto es poner la atención en algo, el humano lo hace con los ojos, pero otros animales lo hacen con los oídos, mientras otros es con el olfato. Si un policía da la “orden” a su perro adiestrado para que busque droga es homólogamente igual que si una persona lee: pone su foco cerebral en uno de los sentidos y con un fin. En ese caso se llama comportamientos homólogos. Si una cultura tiene unos rituales con más o menos los mismos medios y para un mismo fin, ambas culturas son homólogas para un antropólogo. Dos frases, aun teniendo distintos sustantivos y verbos, pueden ser iguales semánticamente (en su significado). “El viernes vamos a pescar” es lo mismo que “un día antes del sábado nos vamos a echar la caña”, o es lo mismo que si el que lo quiere comunicar a otro, que lo tiene al lado, pone su índice sobre la fecha en un calendario sobre la pared y hace el gesto de tirar la caña al río. Para no detenerme en todos los casos posibles dejo la gráfica de abajo, que da cuenta de lo universal que es tal concepto (he perdido el nombre de tal concepto, que debería de ser algo tan sencillo como “homología semántica”, pero al parecer no lo es).


Por lo que se deduce del gráfico, el problema de identificar un ente entre otros, y uno mismo de lo que no lo es, no es algo nuevo del hombre o de los animales complejos, es algo que ocurre a muchos niveles de la existencia. Como lo que nos interesa es la vida, y puesto que una de sus bases es la química, en este “sistema” igualmente se da la homología, puesto que la serina y la homoserina tienen el mismo tipo de enlaces con las mismas moléculas. Bajo esta base… mucho de lo que entendemos como complejidad de la vida, se debe a que tiene que ser lo bastante sutil e “inteligente” como para “diferenciar” aquello que a simple “vista” tendría que seguir la regla de la identidad de los indiscernibles, y por ello no ser distinguible. Si la “vida” se “equivoca” en sus ladrillos básicos, en identificar tales entidades, eso puede llevar a ese animal a la muerte. ¿El sistema inmunológico tiene incorporado un “tratado de ontología” como para saber qué si es amigo y qué no lo es?, los virus mutan constantemente y tal sistema tiene que usar “métodos heurísticos” para buscar posibles analogías y homologías con los virus que ya conoce, cuando se topa con algo “extraño”, ¡y todo ello sin un cerebro o una razón! Pero las cosas no son tan fáciles, nuestro sistema falla una y otra vez. Así se da, por ejemplo, que haya falsos neurotransmisores, que ciertos receptores asuman a otra sustancias dentro de las neuronas como la esperable (las drogas adictivas como ejemplo claro), o que ciertas sustancias en el nuevo ambiente humano se confundan por estrógenos, o que el propio sistema inmune ataque partes de su propio cuerpo, porque se ha vuelto muy “quisquilloso”, dado que en otros casos en los que pasó algo por alto, tal “cuerpo extraño” creó un enfermedad o un debilitamiento en el sistema. Por homología de los términos y los comportamientos, el sistema inmunitario se vuelve paranoico hacia procesos “normales” del propio cuerpo. Cuando esto ocurre y por cambios en el sistema hormonal, que a la vez hará cambios en las respuestas del sistema nervioso autónomo (y simpático), al final la química cerebral del cerebro se desequilibrará, como para que esa persona tenga o presente síntomas que parecen más psíquicos que físicos, con lo cual le catalogaran con algún trastorno mental y la medicina, como tal, se “lavará las manos” para tratar “seriamente” a esa persona. Con todos los cambios y nuevas moléculas que la industria química está metiendo en el ambiente, no nos espera un futuro nada halagüeño (¡viene de halago!, otra palabra muy española), pues nuestros distintos sistemas no tendrán el suficiente tiempo para identificar qué es qué, dentro de este nuevo universo de “entes” químicos. La lista de enfermedades cuestionables cada vez se hace más larga. (Dejo una idea sobre una de ellas por si alguien tiene medios para comprobarlo: la hipersensibilidad electromagnética, que por pruebas de doble ciego dicen que “no existe”, se me ocurre que puede deberse por resonancia entre ondas armónicas. Esto es: algunas personas tienen problemas con el sistema nervioso, que a la vez vibra a una cierta frecuencia distinta a la media, todo campo electromagnético genera su propia onda… ¿y si alguna de ellas tiene la misma frecuencia de onda que la de los sistemas nerviosos de dichas personas? Se creará una resonancia donde su sistema nervioso elevará su propia cadencia, fuera de la que el sistema detectaría como normal, y dicha sensación o síntomas se tomará por homología a otros estados como el vértigo, el dolor o el mareo, que creará cambios en cadena dentro del cuerpo al buscar el estado coherente de tal malestar, y al activarse las contramedidas homeostáticas necesarias, para volverlas a su estado “normal”, es cuando se vuelve a multiplicar el problema con más readaptaciones, cuando en realidad el sistema no está en ninguna crisis. O para resumir: dicha activación de las contramedidas, ante un estado de retroalimentación positiva del sistema nervioso, son las que provocarán otros de los síntomas que tienen tales personas.)
Quería haber hecho el escrito profundizando en los “errores” que comete el cuerpo y la vida a ese nivel químico, pero pienso que sería aburrido y muy técnico. El que quiera que profundice a partir de los enlaces. Baste poner un ejemplo. Al parecer que el sistema inmune ataque al propio cuerpo es algo “razonable” a bajo nivel y con cierto sentido pues “si bien un alto nivel de autoinmunidad no es saludable, un bajo nivel de autoinmunidad en realidad puede ser beneficioso. (…) El sistema no pierde al azar la capacidad de distinguir entre uno mismo y lo otro, el ataque a las propias células puede ser la consecuencia del ciclo de los procesos metabólicos necesarios para mantener la química de la sangre en la homeostasis” (…) y “al menos en términos de células B productoras de anticuerpos (linfocitos B), enfermedades como la artritis reumatoide y la tirotoxicosis están asociadas con pérdida de tolerancia inmunológica , que es la capacidad de un individuo para ignorarse a ‘sí mismo’, mientras reacciona al ‘no ser’. Esta ruptura lleva al sistema inmunitario a montar una respuesta inmunitaria efectiva y específica contra los autodeterminantes.” En otro caso “La deleción clonal es la eliminación a través de la apoptosis de células B y células T que han expresado receptores por sí mismos antes de convertirse en linfocitos completamente inmunocompetentes. Esto evita el reconocimiento y la destrucción de las células del propio huésped, lo que lo convierte en un tipo de selección negativa o tolerancia central . La tolerancia central evita que los linfocitos B y T reaccionen a sí mismos. Por lo tanto, la eliminación clonal puede ayudar a proteger a las personas contra la autoinmunidad. Se cree que la eliminación clonal es el tipo más común de selección negativa. Es un método de tolerancia inmune.”
Vuelvo a qué es una identidad en el cerebro y cómo lo puede llegar a hacer este, pero creo que queda claro que es una labor imposible y decir algo en alguna dirección sería sin pruebas tangibles, más confabuladoras que cercanas a la ciencia. Es de suponer que ciertas áreas trabajan en lo accidental, como la rojez, y que tengan “inventarios” de cosas claramente rojas en su esencia, como la sangre. Esto tiene que ser así porque cada sentido tiene su propia área de trabajo, y está claro, por lo demás, que el olfato no huele la rojez. Gran parte del neocórtex humano son áreas asociativas, esto es: que unen o integran los procesos de cada sentido. Yo puedo asociar la rojez con el sabor a la sangre o con el aroma de una fresa, pero no tiene por qué coincidir con las asociaciones que haga otra persona. El surco parieto-occipital parece ser un buen candidato para crear entes a partir de sus partes, pues si se daña, el individuo es incapaz de ver el todo, sino sus partes. Esto es: si separamos la nariz, la boca, cada uno de los ojos, cejas, pómulos.., no somos capaces de distinguir una persona de otra, pero al unir todas las “piezas” en una totalidad, sabemos diferenciar a Pedro de Jesús. Una regla que sale de tales palabras es que buscan la diferencia entre lo esencial y lo accidental, o si se quiere busca lo propio de una identidad y deja como accidente lo que es algunas veces, pero no siempre. En ese caso una identidad sería la totalidad de lo que cada parte del cerebro integra o tiene con la etiqueta de lo que es propio o esencia de dicho ente. La rojez no es esencial de la manzana, luego la vista “sabe” que el color no define la esencia de una manzana, la forma tampoco define a una patata, que puede ser de infinitas formas: su esencia en ese caso es no tener una forma definida o ser “deforme”.
Cuando alguien nos pide que evoquemos un objeto en el mundo, cada cual lo evocará a partir del sentido que esa persona tenga como prioritario, como queda en claro para el caso de los invidentes, los sordos o los ciegos. Los pintores suelen ser más visuales y los músicos más auditivos. Las asociaciones se harán con respecto a su sentido principal. Ahora que lo pienso, estoy por apostar que la escritura crea su propio “sentido” al unir (abstraer) varios de ellos. Yo soy visual y escribo desde este sentido. La creatividad es la capacidad de crear conexiones entre objetos que aparentemente no tiene ninguna relación, creo que eso queda claro en mi anterior escrito. “Nació” el día anterior, cuando tomé una ruta nueva para volver a casa y me encontré con zonas en las que se daba el encuentro de lo nuevo, lo viejo y la “fusión” de la ciudad con lo que antes era un pueblo. Se me ocurrió entonces el pensar que qué diría si la propia ciudad pudiese hablar, pero, ¡claro!, desde mi propia visión del mundo. O en otro caso, en el escrito “las cuatro preguntas…” al poner la frase de Schopenhauer se me ocurrió que chocaba con la imagen que había puesto de cabecera, y pensé en la idea sobre si sería coherente que una chica, que fuera con pantalones cortos, se pusiese una camiseta que llevase tal frase. Algo a tener en cuenta en esa entrada del blog, fuera de su contexto, es que es un buen escrito, pero que al poner tal imagen de cabecera y tales ideas (que he reformulado porque al parecer hay más gente literal de la que uno mismo espera) me dejan en mal lugar y por ello al propio escrito. Pero no hay ninguna incoherencia en tal acto, pues precisamente por lo que yo no quiero ser popular es porque no tengo ni quiero cuidar mi imagen y prestigio, cosa que sí están “obligados” a hacer todas las personas públicas o con muchos seguidores. Bajo esta simple regla… quién es más “feliz”, ¿el que gana prestigio, donde suele conllevar ganar más dinero (pero se cobra con creces), o aquel que no se debe a un prestigio y por ello es más libre en su hacer y decir? No hay una sola respuesta, depende del mundo de los valores de cada uno, como así que un sentido sea prominente sobre el resto, y como para mí es muy importante la libertad, este “camino” que sigo es lo que mi cerebro busca. Me he desviado del tema (hacer escritos serios y bajo las reglas tampoco es algo que vaya conmigo por lo ya dicho).
Lo que sale a colación en el escrito es que casi todo el trabajo mental lo hace la cognición implícita, por eso a veces me pierdo al tratar de seguir el hilo de las teorías filosóficas de la mente, pues en muchos casos las reducen a la conciencia y sobre todo a las capacidades que tiene la llamada razón. Está claro que el poder nominar a todo en el mundo fue una ventaja evolutiva, yo a partir de pasar por una encefalitis atípica tengo afasia nominal, no puedo recuperar el nombre de las cosas y es bastante problemático. Si tengo confianza con la persona con la que hablo y me ocurre, le hago señas para hacerle ver a lo que me refiero, o empiezo a dar rodeos como: “sí, eso que es redondo, que se come…”, lo que no deja de ser gracioso, pero que es una tara si quisiera ser YouTuber o para muchos trabajos. Parte del tiempo escribiendo lo dedico a recuperar palabras, a veces pongo tres puntos entre paréntesis para no romper el hilo del discurso y a la espera que el cerebro “me la entregue”. Como sea. El caso es que el cerebro al final tiene la capacidad de unir todos los aspectos, de los sentidos que impliquen, de un ente, en una sola palabra, lo que hace más “fácil” comunicar ideas, pero en detrimento que a la vez la cognición implícita tiene su propio concepto de ese ente, que en muchos casos no tienen por qué coincidir con el acordado en lo social. Cada persona tendrá su propia percepción de qué es el amor bajo el concepto del ente que su cerebro subcortical haya creado a lo largo de su vida. Sí, es más “rico” el de un anciano, pero a la vez en esa suma ha perdido la “pureza” de la esencia, que es la que pueda ser más común a todos y en el tiempo. Eso es lo que quería dar a entender en el psicoanálisis a una ciudad: Salamanca al envejecer, ya no es aquel corazón o núcleo alrededor de sus grandes monumentos y su piedra caliza. Ahora esa parte es el casco histórico, la turística, donde este último término ya de por sí tiene cierta apreciación peyorativa, se ha turistificado, que en cierta forma no es en la que vive el salmantino, sino a la que se va dejando de ir, porque sus precios están pensados para los turistas, dejando de ser unos lugares públicos, para pasar a ser lugares de visita y tránsito.
Si una palabra clave de mis primeros escritos era la de multisigno (equiparable al desajuste del vocabulario), es porque ese proceso ocurre en dos ámbitos: 1. el interior, como así es el caso de las personas mayores, para las que el amor casi se termina por quedar en una vacua palabra, y 2. en lo social, donde al haber tantas formas de ver al mismo objeto este devuelve —a lo divergente del mundo— que es una nada, y solo aparece como aquello en lo que la mayoría está de acuerdo, y que por lo demás eso que ha acordado esa mayoría quizás no tenga que ver nada con tu propia percepción, o incluso con la realidad. Quizás como mejor se entienda lo que quiero decir sea por un ejemplo. Hemos dicho que la frase “uno sabe que la manzana sabe bien” contiene dos homónimos. Imaginar que sabe tuviera cuatro homónimos, diez, cincuenta… siendo así, ¿cuántas cosas podría querer decir en una sola frase sin que careciera de sentido el nombrarla?, cuántas cosas podría querer decir la frase sin caer constantemente en la ambigüedad. La comunicación sería imposible. La palabra amor, “arrastra” ese peso del multisigno. Con los años se “aprende” que sólo es aplicable a la relación de padres e hijos, pero sólo cuando estos son muy pequeños. ¿Es mi visión cínica?, no, simplemente sus homologías se han multiplicado tanto que mi cerebro ya no las tiene como un ente o una esencia, sino que ha vuelto toda su realidad accidentes de su ser (celos, roturas, sexo por venganza, discusiones llenas de odio y reproches, triángulos amorosos…), en definitiva: el multisigno “mata” toda posible esencia de casi cualquier concepto/ente, denigrándolo o desintegrándolo en el sin sentido. Esto que sobrevive a la vejez, es fácil deducir que son lo que se pueden llamar arquetipos; aquello que ni el tiempo mata, y siempre sobrevive a todo lo accidental… como esencia. Por ello del arquetipo de amor es la madre…, siempre será así, porque es lo más latente y duradero a lo largo de los milenios. Todo anciano renegará de todo amor pasado, pero no lo hará —en la mayoría de los casos— del de su madre. Lo mismo que con la palabra amor se puede hacer con muchos de los términos filosóficos, no es raro ver decir uso tal término desde el punto de vista kantiano, para tratar de sacarlo de su ambigüedad, pero ¿acaso estaba claro incluso en el propio Kant, o sólo es lo que nos quería hacer ver? Lo mismo que he dicho arriba con Salamanca sucede para cualquier otra cosa. Un escritor al principio parece ir a algún sitio y al final uno se da cuenta que no solo no llegó a nada, sino que fue cambiando de caminos durante toda su vida, volviendo sobre sus pasos para tomar otro rumbo desde una posición inicial. Todo humano, así, termina por desencantar, porque parece una hoja movida por las fuertes corrientes del río que es la vida. Morir joven, en ese caso, es una “ventaja” porque no te da tiempo a contradecirte. Casi todo los mitos murieron jóvenes, desde conquistadores como Alejandro el Magno a artistas como Jim Morrison. Los dos habían alcanzado lo más alto de la curva parabólica, a partir de la cual ya sólo iban a caer. Murieron a tiempo como para no perder el prestigio.
—Creo que te estás volviendo delirante, ya nadie tiene las cuerdas de la cuadriga… Esto no va a ningún sitio.
—Es cierto. Quizás lo que quiera decir en el fondo queda explicado usando el ejemplo de Salamanca y siguiendo la línea discursiva del escrito anterior. Puede que carezca tan de sentido afirmar que no hay algo así como el alma de la ciudad como que tal cosa sí existe. Pero el cerebro se siente más cómodo y trabaja mejor pensado que sí existe. Su alma no es tangible, pero es la suma de todas las sensaciones que implican. El cerebro “sabe” que no es la realidad, pero juega con la idea de que es real, al proceder de esta manera sabe que su lenguaje es metafórico, donde su signo es el de tratar de alcanzar la realidad, pero a sabiendas que es intangible e inalcanzable. El cerebro tiene como base la metáfora, porque en su estructura interna sabe que todo cambia y nada puede encajar dentro de lo que ha de ser un ente. Que sabe, en definitiva, que lo que en un momento le pareció que era una esencia, al final es un accidente y a la inversa. Si se quiere, la realidad, como el efecto que es la gravedad, hace que toda idea que se tenga, de lo que una cosa es, al final termina por caer, pero para el cerebro le vale con ese frágil y frugal momento en el que el objeto llega al máximo de su altura y se queda en suspensión, entre la fuerza que lo ha lanzado y la gravedad, como un instante de microsegundos que fuera durar toda una eternidad.
Pienso que los arquetipos, bajo lo dicho en el párrafo anterior, viven bajo dos reglas: 1. son memes que se han validado por siglos e incluso milenios, y 2. hacen de atractores del caos, tratan de poner unas directrices de las cuáles son los puntos medios, aquel lugar al que trata de volver un sistema de contrarios, por ser los más equilibrados para mantener el orden social, y a nosotros mismos como parte y dentro de una especie. Siendo así la razón cada vez mata más al mito, al relato, y el humano está perdiendo tal atractor, haciendo que su sistema degenere, se desintegre… Pongamos el caso del entendimiento de los símbolos. Hasta hace unas décadas el cine aún usaba la simbología clásica, pero las nuevas generaciones no se basan en dicha simbología, sino en la creada durante esas décadas, con lo que se da aquello del típico caso de “hacer una copia de una copia”, en donde se va perdiendo información y claridad en el mensaje. El ADN “aprendió” esa lección y optó por la muerte, optó por no dar posibilidad a que se perdiese la legibilidad del mensaje. La sociedad moderna, el posmodernismo, tiene que aprender esa “lección”. La razón, la ciencia, al analizar a Salamanca, no puede comprender a qué se refiere eso del “alma de la ciudad”, al igual que al hacer la autopsia del cerebro de un cadáver no se puede ver el ser vibrante que era esa persona. A la razón se le escapa algo que sí capta la cognición implícita, y a la inversa. El caso está en no tratar de matar al maestro, en dejar de creer en él, pues este es el que añade la sal de la vida, la chispa, el que al jugar tan “sabiamente” con los signos crea la capacidad metafórica del mundo de la realidad, sin la cual la vida se vuelven meras partículas o engranajes de una máquina.
—¡Estás diciendo que lean libros sobre simbología!
—¡Qué gracioso…!, que cada cual lo entienda como quiera. Mi mensaje me suena a mí mismo a sermón, y además a sermón aburrido y deprimente. Eso sí, se aprenden cosas. Hago sencillo de entender lo complicado, o cuanto menos lo complicado que lo presentan muchos filósofos, que de leerlos parecen requerir conocer lo “mistérico”, o las reglas de algún lenguaje arcaico y ya perdido. Yo sólo hablo de la vida, aquello que se encuentra entre uno mismo y la nada.
¡Es que me entusiasmo, partículas bailando! No todo va a ser aburrido texto. ¿Queréis hacer ese efecto con vuestra canción preferida? Se explica en este vídeo (me cae simpático el hombre, es un poco locuelo), pero tiene la pega que el tiene iniciado el sistema con ciertos parámetros, que se le pueden escapar en el vídeo, y en donde además como se te pasé a ti algún proceso te va a salir algo muy distinto. Sé que no se debería de hacer, sino lo hubiera hecho el mismo, (pues le puedo quitar horas de visitas, pero a la vez le estoy haciendo publicidad, luego se compensa… lo dejo a juicio de cada uno; si no lo crees correcto, sigue su tutorial), pero comparto el proyecto por si queréis no pasar varias horas dando para adelante y detrás en busca de qué te has equivocado. El programa se llama “Derivative TouchDesigner” y se puede “encontrar/bajar” fácilmente (ejemplo). Yo lo quería para hacer simulaciones físicas, se puede usar para muchas cosas y bileam tschepe tiene unos buenos vídeos. Al cargar el proyecto en uno de lo rack, el llamado “AudioFileIn” te va a aparecer un error, pues falta la canción vinculada, se añade una distinta al activar dicho rack y en la ventana desplegable de arriba a la derecha (buena elección de la canción, la del vídeo de ejemplo. Ir a este minuto del vídeo: es una buena metáfora de cómo esta construida la realidad, lo que parece una identidad, al final al entrar en su estructura profunda te encuentras que se te abre una nueva dimensión de nuevos entes y sus relaciones).
Attention!!! Modifiqué el proyecto inicial para que cambie el color de las partículas según los bajos del sonido. Añadí que se pueda exportar a vídeo. Para ello, parar la reproducción, dar que vaya al principio (botones de abajo) e ir al rack llamado “MovieFileOut1”, el que está más a la derecha, cambiar los parámetros: Type: Movie, Video Codec: (al gusto de cada uno), cambiar el “Audio bit Rate” al gusto, y como opcional ver si se quiere cambiar los frames por segundo (Movie FPS). Seguidamente y en la misma ventana dar al botón “Record” a “On” y en los botones de reproducción de abajo dar a “play”, dejar que acabe y apagar con “Record” a “Off”. Se graba en el mismo directorio donde esté el proyecto como un archivo .mov.
(Llevo más de 12 horas con el escrito y en realidad no me gusta. El calor hace que cometa demasiados errores y parte del tiempo lo tengo que dedicar a corregirlos. Por ejemplo lo desacertado de los bloques de WordPress en los que te tienes que dedicar un buen rato en corregir lo que hace mal; blogger sin embargo ha ganado mucho. El sistema cerebral, como el ordenador, tiene unas temperaturas óptimas, yo ahora mismo estoy a 31 grados en una habitación muy cerrada y sin nada de humedad.)
Oftopic. No perderse la película “Swallow” que hace una clara alusión a que te ninguneen y el cerebro tratando de crear algún equilibrio ante tal malestar, tal como yo lo traté de describir en “las cuatro preguntas de…” (¡tampoco hay que ser sabio para llegar a tal conclusión!, es uno de esos elefantes en una habitación de los que es mejor no hablar).

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