Accesorios en mi Mente (Espíritu)
(La foto de la cabecera da fe del caos que es la sociedad actual. No tiene desperdicio: una puerta neo-gótica llena de pintadas sin forma, dos boutiques a los lados que nos hablan del capitalismo ajeno a la realidad, dos mujeres a cual más pintoresca, y los cubos de la basura repletos de los desperdicios de la sociedad del consumismo afeando aún más la escena, un niño cortado en la foto, como (a)cortado será su futuro, y una madre —feminismo— a la que no se le termina de ver y sólo se le intuye, la ausencia de hombres.)
Si todo los años tengo un punto álgido en mi creatividad, que es a mediados de julio, y después viene a continuación una caída, este año ha “llegado” antes.
El escrito “la desmitificación del sujeto/objeto” es algo fallido. No me termina de gustar, no me expliqué bien, queda sin comprenderse mi mensaje. Con el mapa mental sobre la superveniencia (descargar última versión, para saber sobre su instalación ir aquí), creado con el programa Thebrain, a veces conectando conceptos y releyéndolos por encima, se me “enciende una bombilla”, como un amago de intuición que no termino de definir con palabras, y me pongo a escribir a partir de esas entradas conectadas, donde tal conexión no sólo se produce en el programa, sino en mi propio cerebro. Pero mientras lo iba escribiendo se apagaba dicha hipotética bombilla, que al final se terminó por fundir. Esto ocurre porque no tengo demasiada energía y el cerebro es el primero que la pierde. No sucedería así en caso de estar en peligro de muerte, pues este se iluminaría como un árbol de navidad, pero estamos programados para que el cerebro sea el primero que ceda su uso de la energía total del cuerpo, si sobre lo que se ocupa el cerebro no es vital, como las funciones ejecutivas (esta intuición puede explicar muy bien el estrés, puesto que las sociedades actuales “exigen” a nuestro cerebro una energía que el cuerpo no le quiere dar).
Una falla del escrito es que trato de definir un mapa, cuando ese mismo mapa humano no es válido para todos. Hay infinidad de tipos de terapias, y esto viene dado a que a grandes rasgos no es lo mismo “curar” a alguien dominado por el pensamiento mágico, con terapias más simbólicas, que a una persona racional, a la que le “funcionaría” mejor una terapia cognitiva. Así que ha primera vista, y a grandes rasgos, hay dos tipos de mapas humanos, con lo que hay que crear un escrito de cómo serían esos dos tipos de mapas, y no sólo uno como pretendía en el escrito al que me refiero.
“Los renglones torcidos de Dios y razón” salió en ese mismo proceso de estar conectando entradas en el mapa mental, y es más redondo, más cerrado, mejor explicado y con unas conclusiones más satisfactorias.
Por otro lado, pienso, que “el hombre que hablaba a las nueces“, fue el punto más alto de la elíptica que hace el cerebro a lo largo del año, y a partir de ahí vino la caída. Ese día estaba bañado de mi dulce melancolía, (la alegría de los tristes para Víctor Hugo) y salió ese escrito, pero donde tampoco me quedó energía para acabarlo. No creo que lo termine, pues para escribir con ese “estilo” se requiere cierto estado emocional, que yo, por lo menos, no puedo volver a “reproducir”. Si intentase terminarlo seguramente lo “estropearía”, así que es perfecto en su inconclusión. Sale así que somos “muchos yos” en un mismo alma, y no hay un ente que los unifique. Es el cuerpo el que da tal unidad (y sólo para los demás: el cuerpo al que nos reduce el aparato social bajo sus leyes, como bien nos lo hizo ver Camus en “El extranjero“), pero es una apreciación ficticia, no somos individuos, no más divisibles, sino que somos multiposibilidades de desplegamientos infinitos “cerrados” en un sólo cuerpo, o “cáscara” (al ser en nuestro hacer no somos unidad, pues tal propiedad sólo la tiene Dios, y según mis postulados, los animales, en donde no hay duplicidad entre el referente y la referencia, mientras que en el hombre sí, (¿el autista es más cercano al animal que el hombre medio?, ¿en su literalidad alcanza mejor a conectarse con la cognición implícita, saltándose de la doblez social de referente/referencia?)). Al doble concepto de plegado y desplegado de David Bohm, hay que sumarle el concepto de Gilles Deleuze de lo crudo y lo cocido. Las zonas subcorticales, la cognición implícita o inconsciente (este último concepto me gusta menos, por eso lo uso poco) es lo crudo (lo referente). La razón da sentido (cocina) a esa totalidad sin forma (referencia: intento de reflejar la realidad a través del signo, de las palabras). Por lo demás les otorga un sentido y realidad que no tienen por qué ser reales o que coincidan con ese estado crudo del ser. No creo ni en la alta cocina de la sociedad, ni en la que presupone e impone la conciencia sobre ese ser informe, no somos humanos, o sólo aquellos que se atienen a los social como lo válido, siempre somos adhumanos.
Tengo que crear una segunda parte de “la desmitificación del sujeto/objeto”, que dé razón de ese doble mapa humano, y tengo ideas y escritos aquí a allá, pero me falta “pegamento” para cohesionar todo en una unidad. Se basará en algunas ideas que se pueden reducir a estas frases que he ido recopilando: “el sujeto humano es un sujeto no muy humano, caracterizado por su variabilidad mórfica, continuamente en peligro de convertirse en uno mismo, convertirse en otro” de Kelly Hurley; “hay momentos en la vida en los que te lo juegas todo a una carta, una palabra: sí, no; y te ves casado o divorciado o muerto. Es curioso si se piensa…, en la vida las cosas definitivas no tardan ni un segundo en producirse” en la serie “recursos inhumanos (algo así dijo Unabomber en su libro “esclavitud tecnológica”, que en los dos casos dicen lo que yo sostengo sobre la imprevisibilidad y el caos); “la tragedia —en la dramaturgia— no es la imitación de los seres humanos sino de las acciones” de Vladimir Propp; “con la univocidad, sin embargo, no son las diferencias las que son y deben ser: es el ser la diferencia, en el sentido de que se dice de la diferencia. Además, no somos nosotros los que somos unívocos en un Ser que no es; somos nosotros y nuestra individualidad los que permanecen equívocos en y para un Ser unívoco” de Gilles Deleuze (ese Ser unívoco para mí es el relato, el mito, lo arquetípico); y otra de Skinner que he perdido, pero que viene a decir que no hace falta un mundo de valores de lo que es el bien y el mal, sino sólo convencionalismos (si es cierto aquello que “a buen entendedor pocas palabras vale”, ya no hace falta que haga tal escrito 😉). El coronavirus así nos lo está haciendo ver (tratado someramente en “los renglones torcidos de Dios y razón“). Alguien ya se ha atrevido a llamar “la máscara de la vergüenza” —comparándola implícitamente a las marcas, como la letra escarlata o la que se le hacía en la cara a fuego a los desertores, o a quien transgrediese alguna norma social,— a la mascarilla que nos piden que llevemos por el tema del coronavirus, marcándonos a todos (por cierto: ahora con la mascarilla todos tenemos el 50% o más de ser posiblemente guapos para los otros).
Lo demás es sólo ruido e interferencia cognitiva, amén.
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