Lo que es y lo que (a)Parece IX – Sobre el Concepto – Las Islas Identitarias



   A lo largo de los escritos me he ido deslizando entre las reivindicaciones sociales, hasta llegar a la antipsiquiatría, vadeando algunas cuestiones feministas. En el presente artículo me centraré en este tema, pues es un buen tema para exponer la “alianza” entre el concepto y la identidad, y entre ser y aparecer. Me meteré en temas delicados con el baluarte de evitar que “la cobardía intelectual se ha(ya) convertido en la auténtica disciplina olímpica de nuestro tiempo”, que predicaba  Jean Baudrillard, valiente entre pocos.


   A veces hay que desmigajar las ideas a partes más digeribles y claras. Muchas personas no entienden la palabra. No comprenden la alineación entre palabra y objeto al que designa, no entienden que si bien hay ciertas palabras que apuntan a algo real, hay otras que apuntan a una idea compleja. Esta palabra, sobre un idea compleja, es un concepto. No todo concepto es real. Se acepta porque una comunidad lo sostiene. Los conceptos van mudándose con el tiempo. Entender qué es el concepto ayuda a ver mejor el mundo. La identidad no se sostiene si no existe un concepto que le sirva de estructura, al igual que un edificio no se sostiene sin su estructura de columnas de hormigón armado. Un concepto puede ser por ejemplo mamíferos, que designa a todos aquellos animales que se alimentan en su infancia de las glándulas mamarias de su madre. En nuestra mente podemos llegar a pensar que mamífero también implica la gestación en la placenta de la madre, pero ahí tenemos al ornitorrinco, que nace de un huevo, o no todos los animales que gestan sus bebés en los “vientres” son mamíferos, como ciertos tiburones.
   Cuando se crea un concepto, se crea una especie de valla virtual, donde se agrupa a aquello que lo contiene. Lo encasilla. Le da una identidad diferenciable con respecto a otras cosas en el mundo que igualmente pueden estar conceptualizadas. Un mundo lleno de conceptos es un mundo lleno de “vallas”, que separan todo con cierto orden. Hasta ahí todo claro, la ciencia necesita del concepto para clasificar. Pero, qué pasa con las ciencias humanas y todo lo referente a lo humano, ¿es igual? No. Para no enredar mejor lo explico bajo un ejemplo claro. Se llama afroamericano a aquellas personas de origen africano que viven en américa. Pero en realidad no toda áfrica es negra, el término designa a los africanos de color. Cuando se creó el concepto, se partía de tratar de dar una identidad a ciertos grupos de norteamericanos que sufrían cierta injusticia, y que compartían un pasado común, igualmente de sufrimiento. El concepto nació de la necesidad de equilibrar la justicia. No todos los afroamericanos son descendientes de aquellos que fueron traídos como esclavos, hay una inmigración posterior. El termino se hace, así, más extensivo, puesto que el norteamericano no hacía distingo entre unos y otros. Lo que designa, por lo tanto, es a la gente de color que vive en Norteamérica. El problema que quiero hacer ver es que una vez que se crea una identidad, un concepto, uno topa con él una y otra vez. Viene de los dos lados de la valla. Los afroamericanos crean su propia cultura y la diferencian del resto de culturas de su entorno. El rap no es el mismo el hecho por un “hermano”, que por un blanco, este en cierta forma es un sucedáneo, una copia. El dolor que un carcelario tenga, supuestamente, no es el mismo de entre esos dos grupos. En las cárceles se dividen, se agrupan: latinos, negros, arios, etc.
   Existe tal identidad afroamericana como para identificarla, vallarla, como para que tenga sentido la necesidad de un nuevo concepto, sí. Supuestamente muchas de estas identidades nuevas, nacen de la necesidad de remedar el problema de un grupo, que en silencio y por separado sufrían algún tipo de trato vejatorio, discriminatorio, e injusto en algún nivel. En este mismo rasero están las feministas, los homosexuales…, pero también identidades como la de los frikis, los gordos, los feos… y un sin fin de identidades más. Lo que ocurre, como en cualquier otra “guerra”, es que entonces se produce una “contraofensiva” mental e identitaria, por parte de aquellos que no forman parte de ese grupo, y a los que directa o indirectamente se les hace alusión. O sea, de lo que se trata en cualquier lucha es de mostrar ciertos dones de esa identidad hasta ahora vejada. El afroamericano trata de demostrar que es igual de inteligente que cualquier blanco, pero además remarca que es mejor para ciertos deportes o para bailar, por ejemplo. Los del otro lado de la valla a su vez tendrán que contraargumentar, buscar sus propios dones y diferencias que puedan denotar una cualidad en la que superen a los afroamericanos. Aquí no se trata de una guerra intelectual sostenida por las ciencias y por los datos. Se trata más bien de una guerra de guerrillas, que se dan en la calle, en el día a día. Batallitas que muchas veces nacen en una conversación trivial, entre amigos o conocidos de forma jocosa, a través de las bromas muchas de las veces. Lo que se deduce, de este comportamiento, es que se buscan cada vez más las diferencias, en vez de tratar de buscar las igualdades. Llega un momento que las diferencias, por el suma y sigue, son tan fuertes que cuando estás con la otra persona, mentalmente ya tienes todos esos  tópicos y “saberes” en mente. Lo curioso de todos estos movimientos, es que se inician, la mayoría de las veces, desde unos planteamientos muy claros y pensados, por algunos intelectuales, cuando al final el concepto se va banalizando en la calle, en el día a día, en cada una de las batallas en las que sale a colación. Se sabe el inicio, pero nunca se puede llegar a predecir en qué se convertirá. El concepto así, como meme, va tornando su faz en cada giro de tuerca, terminando por ser aquello que es más popular, pero no siempre lo más repensado, no contradictorio o sabio.
   Esta situación en donde se crea el concepto de afroamericano, ¿es mejor o peor? Como no estamos en el papel de los norteamericanos, voy a otro caso, el caso feminista. A lo largo de mi vida las mujeres me han ido “marcando” como machista en esto y aquello, eso me obligaba a pensar. En algunos casos ellas tenían razón, pero en otras no, en esos casos tenía que recurrir a investigar para hacerles ver que eran ellas las equivocadas, para poder contraargumentar, o sea hacer uso de un contraataque. Pongamos el caso de la belleza. La belleza es una trampa en la naturaleza. Los hombres y las mujeres humanos somos de las especies de animales que se pueden identificar por el dimorfismo sexual, esto es, el macho del pavo real es el que luce esa cola tan esplendorosa, que le hace ser elegido por las hembras, si está bien cuidada. Otros dimorfismos son la melena del león, o el gran tamaño de los elefantes marinos machos. La belleza de la hembra humana tiene lo que se llama neotenia, que consiste en mantener ciertos rasgos aniñados, suavizados, más redondeados. Estos rasgos en la infancia impelen a los adultos a contemplarlos y a cuidarlos. BecerroSe da en todos los mamíferos: los gatitos y los cachorros de perro, incluso el de los cerditos. Les infieren una dulzura que nos ablanda el “corazón”, a través de la trampa y poder de ese tipo de belleza. Démonos cuenta que la cultura eurocentrista nos viene dada sobre todo por la filosofía de Platón, donde belleza, bueno y verdad están unidos. Este sesgo está en nuestro ADN, ya que los bebés de muy pocos meses prefieren mirar rostros bellos, sobre los que no. En realidad es un subterfugio de la evolución, por el cual hay una suelta de ciertos neurotransmisores que nos dan paz y nos relajan. La belleza es anti estrés, contra la ira, la frustración y la furia, o en definitiva contra todo estado noradrenalérgico, que de ser mantenido es negativo para la salud, (esto es general, por eso nos relaja la música o ver un cuadro). Si es así, ¿por qué existe la no-belleza?, en realidad se dan muchos componentes y entre ellos uno es que hay una mejor calidad de genes (belleza=rostros-más-simétricos=mejores genes), es un componente de selección sexual. Un dimorfismo sexual para seleccionar a las mujeres con mejores genes. Pero visto así es un tipo de poder. La belleza distancia a esas mujeres con respecto a las que no lo tienen, les da un poder que no todas pueden tener.
   De lo que se trata, siempre de fondo, en todo vallado, en toda identidad, es la cuestión del poder. Sigo desde la posición de hombre que tiene que contraargumentar. Al odio a la mujer se le llama misoginia, que ellas dicen que se nos cuela en nuestra forma de tratarlas. Si a esto le unimos el estar en una sociedad androcentrista y patriarcal, en el que el poder lo tienen los hombres, entonces es por lo que pueden argumentar que somos o estamos en una sociedad machista. Ellas dicen que lo contrario es el hembrismo, que es la suma del odio al hombre: misandria, más si se diera el matriarcado y las estructuras de poder las tuvieran las mujeres. Es cierto que las estructuras de poder no las tienen ellas. La estructura del hombre es competir, ganar, vencer. Este componente nos lo da la testosterona. Se supone que el estrógeno tiene el mismo papel en las mujeres. Aquí se da el mismo problema que el del huevo y la gallina. Entre las hembras de los elefantes marinos el estrógeno no parece tener ninguna capacidad de generar lucha entre las hembras entre sí. Sí se da en el caso de los chimpancés, donde igualmente hay una hembra alfa y una jerarquía. Lo curioso de este posible pasado humano, es que era una guerra de machos contra machos y de hembras contra hembras. Dos jerarquías bien diferenciadas que no entraban en liza entre ellas. Pues bien, en qué medida el estrógeno se “adaptó” a lo jerárquico, en el mundo jerarquizado del macho de ese estado primitivo? O sea, hay una estructura de poder, de ganar, de vencer, que era propia del macho y a la que la hembra se “adaptó”. En este juego la hembra no quería detentar el poder del hombre, sino el llegar a estar con el macho más poderoso, a través de su propio lenguaje y reglas del juego. A lo largo de los siglos esos dos poderes han sido: la belleza y el sexo, independientemente que haya otras bazas. Busco ejes, coordenadas. No niego la inteligencia, sino que la inteligencia se supedita a esos ejes. El eje masculino es fuerza y violencia, independientemente que use la inteligencia. No estoy buscando una idealización de lo que ha de ser el humano, sino una realidad que está asentada en el ADN. Recordemos que diferencio entre lo que el humano es y lo que el humano quiere ser. Contrarrestar o volver invisibles esos ejes es lo que el humano quiere ser, no lo que es. ¿El sexo por qué? En el reino animal la hembra es la negadora de sexo. Sólo tiene sexo con los machos de más poder (mejores genes a un nivel u otro: fuerza, inteligencia, astucia) o por lograr un fin. Las hembras de muchas especies de monos y simios dejan que el macho las monte, si en ese proceso ganan alianzas para que les devuelvan los favores, como es el que les regalen comida, en otros casos se dejan montar si en el proceso pueden robar comida al macho.(1) Seguramente a estas alturas cualquier fémina estará que hecha humos. Pero recordemos que yo estoy contraatacando, buscando los orígenes de las cosas, para entender la identidad de las féminas que me atacan y a la vez dando identidad al hombre que soy.
   La historia humana es la demostración de que venimos de ese pasado. La mujer nunca trato de luchar contra el hombre, su guerra, su peor “enemigo” eran ellas mismas. Sólo muy poco a poco ha ido entrando en los poderes propios del hombre, pero siempre desde el lenguaje androcentrista. Recordemos, por ejemplo, que Cleopatra tenía que llevar un artilugio que simulaba una barba. Esto igualmente es un subterfugio que nos viene de antiguo. El mentón fuerte y muy pronunciado es el resultado de tener un alto nivel de testosterona, de hombre aguerrido, fuerte y luchador. Dejarse la barba era una forma de simularla, y a la vez el disimular que no se tuviese un gran mentón. Todo tiene un por qué y todo viene de aquella naturaleza primigenia que “hablaba” el lenguaje del ADN y la evolución.
   Cuando afirmo que la mujer tenía (tiene) que hablar un lenguaje androcentrista, quiero decir que tenía que ejercer de hombre, con su mismo lenguaje: ser “cruel”, despiadado, duro (así es como se recuerdan y se tienen a Margaret Thatcher y Angela Merkel). Puede parecer un concepto machista, pero si se sabe de guerras se entenderá que no puede ser de otra forma: es una deducción lógica. Todas las guerras las han ganado aquellos que tenían una ventaja sobre su contrincante dentro de su mismo lenguaje de poder: si tú tienes tanques, yo los tengo, pero más potentes, ágiles o indestructibles. No se puede luchar contra un tanque con una pistola (claro, hay excepciones, el viandante delante del tanque en la plaza de Tiananmén en 1989, pero las excepciones nunca han creado reglas, más bien las confirman, como se suele decir). Para “ganar” hay que entrar en su mismo juego y luchar desde “dentro”, después ya se verá si se puede cambiar el lenguaje y las reglas del juego. Puede haber rasgos que nos sean comunes entre el hombre y la mujer, como el ser seguros, inteligentes, etc., pero hay otros que son propios de un sexo u otro. Si tuviera que dar un término claro a la mujer es el de madre. Le define su maternidad y el tipo de cuidado que tiene en este proceso. Muchas de las hormonas femeninas tienen dos papeles: el de dar un gran cuidado a todo lo “desvalido” sintiendo a la vez empatía, y el de dar una sensación de paz cuando esto ocurre -endorfinas, y otros neurotransmisores y hormonas, como la oxitocina-, en un proceso de retroalimentación que se ha ido potenciando a lo largo de la evolución. No es cultura, son genes los que nos marcan esas diferencias, que después se potencian en la sociedad. Si la mujer llegase al poder desde su posición, sin el lenguaje androcentrista, seguramente fuese más justa y mejor. El caso es si se podrá llegar a eso, ya que recordemos que el estrógeno también se embulló de cierto clasismo, de lo jerarquizado.
   Vuelvo arriba. Tengo que demostrar que la mujer tiene un tipo de poder como para que se pueda calificar y llegar al hembrismo. Solo hay que unir los puntos de todo lo expuesto. El poder de la mujer es su belleza y el sexo. Precisamente unas de las libertades a las que se han llegado, quizás sin que la feminista previeran que fuera ser así, es que hoy en día está más marcada esa tendencia de resaltar todos los aspectos más bellos, femeninos y sexuales de la mujer. La mujer puede decir lo que quiera de su intencionalidad y finalidad, pero lo que crea excitación y morbo está anclado en nuestro cerebro y no es por educación. Si algo de repente me pone en “alarma” sexual, no es por cultura, no es porque estoy enfermo, es simplemente porque la testosterona reacciona y trata de tomar el control de mi cuerpo y de paso de mi cerebro. La libertad sexual no ha cambiado las reglas del juego, las mujeres siempre son las que tienen la capacidad de negación. Hacen distingos más claros que tienen que ver con su capacidad de llegar a los hombres con más poder (belleza, inteligencia, posición social, etc.) En ese proceso se ha revelado más claro que los “perdedores” no tienen nada que hacer (si acaso tener sexo con las “perdedoras”, las que están en su jerarquía). En la evolución las jerarquías funcionan para designar al “perdedor”, no tener sexo es igual a estar en el nivel más bajo de la jerarquía. La mentalidad de perdedor crea una mentalidad resentida y de ira que trata de ser suplida con la violencia. Si no es así, si estoy ciego y me equivoco por mi mirada machista, es una equivocación que no parece que las evidencias me demuestren lo contrario. Lo que quiero decir es que en el mismo juego de la guerra jerárquica entre el mismo sexo, las mujeres se han metido en una guerra armamentista de ser lo más sexuales y explicitas posibles, entre ellas. En las que nosotros no tenemos que ver nada. Somos simples espectadores y víctimas, pues cuanto más explícita sea la guerra, más trastornados se nos volverá nuestro sistema de la testosterona y el subsiguiente sistema noradrenalérgico de furia y frustración por no llegar hasta ese “bien” que no es democrático y sí jerárquico.
   El hombre puede reivindicar el hembrismo, en tanto que el acceso al sexo no es democrático, y sí de poder y jerárquico. Ese poder está en manos de las mujeres y lo saben, aunque digan que no “saben” de ese lenguaje y que no lo utilicen. El sexo es la finalidad de poder tener pareja y al final poder tener descendencia, luego tiene un espacio en lo humano muy prominente, pues se heredan las apuestas más válidas. La evolución sólo sabe de apuestas válidas, le es igual si esa apuesta ha sido por los “puños” (fuerza, lucha entre macho por el sexo, como los ciervos) o por el sexo (entre los monos geladas, el que un macho venza al alfa no implica que las hembras lo acepten, se pueden negar y mantenerse con el mismo macho, pues una derrota no implica que esté “acabado”, en este comportamiento y especie vemos que el poder está mediado por el papel y el rol de las hembras). Quien entienda bien y sepa realmente de la evolución, sabrá que uno de sus principios es el de la selección sexual. Luego el que tenga esa capacidad tiene un poder. Ese poder siempre lo han tenido las hembras. Las hembras seleccionan, ora la fuerza, ora la inteligencia y otros tipos de poder, en el macho. El lenguaje de poder androcentrista humano, en ese sentido, lo “seleccionó” la hembra humana… a ciegas, con las reglas de la evolución. Lo que hay que tener claro en este lenguaje evolutivo, es que si bien la hembra humana podía tener la capacidad de seleccionar hombres más sensibles, y de esta forma seleccionar un hombre menos violento y dominado por la testosterona, de facto lo que en realidad ocurr(ió)(e) es que va en dos direcciones: en épocas de paz y prosperidad selecciona al hombre sensible, mientras que en épocas de crisis, de cualquier tipo donde se dé escasez y/o guerras, la mujer selecciona al hombre con más fuerza y poder, que viene marcado por la testosterona. Esta pequeña batalla entre dos fuerzas opuestas evolutivas, en realidad ocurren todos los meses en las mujeres: cuando está menstruando prefiere al hombre sensible, de rasgos más aniñados (en realidad feminizados), mientras que cuando está ovulando prefiere los genes de los hombres más masculinizados. Esto viene también de nuestros orígenes. Las hembras chimpancés ovulan cada cuatro años, mientras tanto tienen sexo con todo aquel que les procure cuidados, (puesto que el mayor tiempo y energía propio lo dedica a sus crías). En la época de celo, sólo deja que le monten los machos de mayor rango, los beta o el alfa. ¿No se deducen muchas cosas de la actualidad con estos conocimientos? La hembra humana tendió, como guerra evolutiva entre ellas, hacia la belleza y los rasgos marcadamente sensuales o sexuales. Luego la sensualidad, la belleza y potenciarlo con objetos externos como la ropa, no es nuestra guerra, la de los hombres, sino de las mujeres y entre las mujeres. Hoy llegamos al colmo de lo “tonto” al pensar que si el hombre no quiere a las mujeres obesas, es por cuestiones machistas de patrones de belleza. Echan el balón fuera de juego; es por un lado una simple cuestión de selección evolutiva, y por otro de que el canon de belleza es un lenguaje en el que la propia mujer entró a nivel evolutivo de dimorfismo sexual. El hombre es un simple espectador del juego de la mujer, ¿entra en él?, claro, pero desde vuestras reglas evolutivas o de juego. Si en algún momento estaba de “moda” lo obeso o las formas más rellenitas, quizás era porque antes era un signo femenino de poder tener muchos hijos, y sobrevivir aun habiendo escasez de alimento. Así parece ser si se tiene en cuenta que las diosas de la fertilidad, en la antigüedad y relacionadas a las épocas de las grandes glaciaciones, eran mujeres que hoy llamaríamos obesas.
   Vuelvo al principio. Con todo esto a tener en cuenta, ¿cómo llamar guapa a una mujer?, acaso no le estás diciendo con eso que su apuesta es una apuesta tramposa(2), una trampa para los hombres y que incide en la lucha jerárquica de la mujer contra la mujer. ¿Cómo ha de vestirse la mujer para salirse de esa guerra armamentista en la que se ha metido ella sola, consigo misma? Ahora mismo estamos en suelo pantanoso. La marcación de diferenciación entre hombre y mujer nos ha metido en una guerra que no parece tener fin, porque además no se le llama guerra, sino más bien una lucha contra el hombre. Se llega así, inevitablemente, al sesgo endogrupal, donde de lo que se trata es de defender lo “tuyo”, aunque en el proceso se esté atacando al otro grupo, llegando a lo irracional. El hombre, también puede defenderse entrando en vuestro lenguaje, luego se ha puesto un vallado entre hombre y mujer que más que unirnos nos ha dividido aún más. Y qué quiere la mujer. Ni siquiera su lucha está unificada. Nunca una lucha de contraataque se ha unificado en una sola voz. Hay cierta parte del feminismo que va en contra esa lucha de la diferenciación externa sexual, y apuesta por ir más comedidas. Otras mujeres sin embargo ven como machista o de lenguaje androcentrista esta posición. ¿Un romántico es un machista?, para algunas mujeres sí y para otras no. El colmo del simplismo es llegar a ser feminista, por el simple hecho de que esa mujer se haya topado con tres “cabrones” que le han hecho daño.
   Lo que quiero hacer ver es que el concepto, una vez que se crea, “obliga” al cerebro a atenerse a las reglas que este mismo lleva implícitas. Da forma al cerebro, lo altera, le deja una huella, que a partir de ese momento le muestra una vía, un camino que no tiene por qué ser el acertado, sino a través de nuevos sesgos (como el intergrupal). Que la mujer tiene que ser igual a nivel de derechos y deberes, sí. Pero no somos iguales y nunca seremos iguales, y el lenguaje soterrado anterior, en algunos casos, era mejor que el nuevo lenguaje que se impone desde el nuevo concepto, pues lleva a errores. Pienso que la madre acertaba más antes al decir a la hija, según se iba a vestir de una manera u otra: “hazte de respetar”, que quería decir que así como vistas te van a mirar los hombres o no. Hoy en día, con las falsas ideas machistas, las madres “dejan” que sus hijas vayan como quieran. Las miran, claro, pero el qué: ¿los ojos u otras cosas? Así como te mire un hombre atraerás su curiosidad hacia tu persona o hacia el sexo simple y llano. En ese sentido iba el consejo de las madres. A la larga, con la edad, la mujer aprende (comprende) que no se tiene que meter en ese lenguaje de ser explícita, sólo consigue frustraciones y desengaños… cambia o adapta su modo de vestir. También en “el anterior capítulo” humano, la mujer era comedida de cuándo tenía sexo. “Obligaba” al hombre a conocerla, a amarla, a acostumbrase mutuamente, y ver pros y contras del uno y el otro. Hoy en día cada vez son más fugaces los emparejamientos. Una estadística dice que cuantas más relaciones se tengan más complicado será el poder terminar en pareja. Luego lo que se daña es la posibilidad de tener pareja de por vida, o por lo menos de forma estable por años. En Estados Unidos hay una nueva tendencia que va en esa dirección de dar un paso atrás, (sin ser la de mantenerse virgen hasta el matrimonio).
   La guerra del hombre y la mujer era una guerra que la mujer jugaba bien desde su posición de inteligencia práctica y desde su “astucia”, de mandar soterradamente. Lo único que tenían que cambiar era la situación legal y de derechos. El lenguaje (los sesgos cognitivos), se podrían cambiar con el tiempo, si bien teniendo en cuenta que a ese lenguaje “errado” hemos jugado los dos, no sólo el hombre. Hoy en día sigue la confusión si no se tiene en cuenta qué es el hombre, desde su testosterona, y que eso no es algo que se pueda cambiar. Si acaso “encerrarlo”, cosificándolo, volviéndolo “lo políticamente correcto”, y dentro de las cuatro paredes craneales de cada hombre. Pero una cosa es amaestrar (león) y otra muy distinta domesticar (perro). A la “fiereza” del hombre se le puede amaestrar, pero nunca se le restará un ápice de fiereza. Hoy en día la mujer se equivoca, como se ve en las redes sociales, que a un hombre se le pueda contestar con agresión por su agresión. Este error de apreciación es el que puede hacer que tal acto violento termine en asesinato. Como despiertes a la bestia que es el hombre, con la fuerza, este no frenará hasta que no vea a su “adversaria” en una posición “sumisa“. No hay que entrar en el juego de la violencia, en el que la mujer siempre perderá. Hay que separarse de él y poner los medios legales para solventar el problema. Las leyes en ese proceso también se equivocan. No consiste en crear una distancia. Esos hombres, dañados en su orgullo, habría que tratarlos con sesiones de terapia cognitiva, para redireccionarles la ira.
   Lo que quiero decir con todo esto, es que al crear un movimiento y darle un nombre, al crear el concepto, se crean más divisiones que unidad. Se crean entidades que al final las conviertes en parte de tu ser, cuando quizás no sea así y ni sea parte de tu naturaleza más profunda. El feminismo lucha contra la misoginia, pero en las últimas décadas está provocando la misandria. Un afroamericano puede tener más en común con un friky, que con otro de su raza. En la medida que ponga como bandera su entidad de afroamericano, puede crear una distancia y una barrera mayor con un friky no afroamericano, que con respecto a otro friki de su raza. La guerra de las entidades siempre ha existido, el declararlas no resuelve nada, vuelve más presente las diferencias, con lo que las guerras se pueden volver más encarnizadas. Eso es lo que se recoge de los datos estadísticos: hoy en día blancos y negros siguen en “guerra” abierta en Norteamérica. Hoy en día mujeres y hombres siguen en una guerra abierta, donde se crean nuevos lenguajes, como el de feminazi, y un largo etcétera de nuevos conceptos y divisiones. Hay un dicho que reza “donde fueres haz lo que vieres”, una identidad no hace algo como eso. Se mantienen en su isla de identidad, en su terreno vallado, teniendo en cuenta que los que tienen a su alrededor son los “otros”. Eso pasó con los Judíos en Europa, ese continente que en la actualidad “remueve” todo para crear una sola identidad (sigue en el proceso). Los judíos eran una “isla identitaria” dentro de Europa, lo más propicio para crear distensión y que fueran objeto a la hora de buscar chivos expiatorios a los males de un país o una civilización o cultura, en las mentes de la masa. Hoy las feminazis (como voz más radical del movimiento y según el termino de los “otros”), se han convertido en esa isla identitaria. No es un problema a una banda, el “macho” marcando terreno y degradando con este término a lo “otro”, es un problema a dos bandas, puesto que el lenguaje de ciertas feministas han creado mucha confusión y han removido todo el sustrato de los orígenes animales del ser humano.
   Queda saber si es legítima un isla identitaria o no, a través de un nuevo concepto, si al final por medio de una dialéctica se llega a algún fin. Bajo mi punto de vista no. Todo concepto que cree división, diferenciación, crea un vallado, una isla identitaria, que no hay forma de salvar. La finalidad no puede ser trascender ese isla a una posición mejor o mejorada, donde las dos identidades se unan en la tolerancia de las diferencias. De facto no ocurre así, si una va contra la otra, pues por lógica al crear unidad se crea una diferencia. De nuevo el principio de no contradicción de la lógica: A no es no-A, luego no-A ha de ser otra cosa que me niega por su simple existencia. Para el judío el resto de la humanidad está errada: ellos y sólo ellos son la explicación de la existencia de Dios, son el pueblo elegido; este mismo principio lo sostienen casi todas la religiones. Para mí, a nivel intelectual, esa concepción me subleva, me parece un “ataque” a mi identidad, que no trata de ser identitaria en nada. Lo mismo ocurre con el feminismo. Si soy artista, ¿se supone que no hay que hacer retratos a la belleza femenina? O el caso catalán, isla identitaria en la península, que me hace ser español o castellano, cuando no me gustan ni las banderas, ni las fronteras. Por más que no quiera tener identidad, los otros me crean una identidad al remarcar las suyas; siendo así, soy ateo, castellano y un hombre, estandartes que las otredades me “colocan” sobre mi cabeza con tan sólo verme. Ya no se trata de ser humano, se trata de tener, mantener y defender, si se tercia, una identidad. Lo humano es y ha de ser un sólo estandarte válido para todos. Por contra, el resto de islas identitarias te “obligan” a convertirte en isla identitaria, por su simple existencia.
   Pienso que el futuro de la humanidad tendría que ser sin identidades, sin banderas, sin fronteras y sin clases sociales. Todo que vaya contra esta idea me parece contraproducente, irracional y no sin cierto sesgo de odio hacia una unidad humana. Si se niega esa unidad humana ha de ser porque ese otro que la niega se crea en algún sentido superior, por lo diferente. El concepto de humanismo fue el que acabó con la esclavitud, este es el único concepto que hay que defender y tomar por bandera. Dice Alain Finkielkraut que “un gato, para un gato, siempre ha sido un gato”. En el humano no ocurre así, y con las identidades cada vez menos. Cuando en la prehistoria las distintas tribus creaban un concepto para definirse, siempre lo hacían con la intención de decir que los otros grupos vecinos no lo eran. Cada tribu era el centro del mundo, los elegidos de dios, los únicos “humanos”. Por el contrario el resto de tribus eran los malvados, los huevos de piojos, los monos, los bárbaros, los salvajes, los judíos, etc. Hoy seguimos con la misma monserga. Con el mismo error de no entender qué ocurre al crear un concepto para definir una parte de los seres humanos. A largo plazo, si nos librásemos de las crisis profundas y de las clases sociales, el ser humano seguramente llegaría a un punto en el cual todos seríamos más andróginos, donde se perderían los rasgos más evidentes de la sexualidad. Esos cambios producirían cambios a la vez mentales, donde la testosterona ya no jugaría su juego perverso e irracional, (en realidad así ocurre cuando un hombre está emparejado y con hijos: tiene una suelta de oxitocina, propia de la mujer y la preparación para el parto, que la evolución “modificó” para que sirviese de sedante, de un estado placentero y desestresante para el macho. Por otro lado con los hijos hay una suelta de prolactina en los hombres, igualmente una hormona femenina -la que propicia la leche en las mamas-, la cual resta de toxicidad y parte de las cualidades negativas a la testosterona, resta violencia, nos hace más receptivos y amables. El que el hombre tenga estas hormonas se explica porque hasta la octava semana todo feto es femenino. Ya se han ido produciendo a lo largo de los milenios, yo soy bastante andrógino. Pero para llegar a ese estadio, primero tendremos que luchar contra la idea de las islas identitarias. Yendo a una sociedad laica, donde muriesen las grandes religiones, proceso en el cual no tendría por qué morir la espiritualidad de cada uno. Muriendo las clases sociales, proceso en el cual la mujer seleccionaría sexualmente a los hombres más sensibles, humildes y humanos. Esos cambios también se han ido dando, ya que se pasó de la manada de predominancia de machos alfa, a otra donde imperó el matrimonio, concepto por el cual todos podían tener acceso al sexo, restando de lo animal el concepto de perdedor. Finalmente derrocando toda frontera, bandera y diferenciación entre continentes. ¿Que si creo que llegaremos a eso?, no. La razón deja de serlo en cuanto alguien encasilla al cerebro a pensar  1. con patrones alentados en la sociedad actual, sin querer o lograr verificar tal patrón, que lleva al típico “¿dónde va Vicente?, donde va la gente” o sesgo de la agenticidad. 2. no aceptar que la mayorías de los constructos cerebrales se basan en sesgos primitivos. La suma de los dos dan el pensamiento común, el que domina en la sociedad, el no intelectual, este último en teoría libre de todo posible sesgo. La sociedad actual ha dejado de escuchar al intelectual. Lo que domina hoy en día son los medios como YouTube, en donde la inmediatez resta toda posible profundidad y pensamiento alternativo. Por la teoría del punto crítico, la fuerza para el “cambio” la tiene la masa, el pensamiento común.

(1) En el momento de hacer este escrito, hace más de un año el actual es una reedición, tenía enlaces de estas afirmaciones publicados en prensa de prestigio (“National Geographic” y “El economista”) que hoy ya no existen, han sido borradas. ¿El feminismo está repercutiendo en lo que la prensa puede o no publicar? ¿Vamos hacia la “neolengua” de George Orwell? Lo que afirmo en el escrito es un hecho conocido, que se puede ver en multitud de documentales y todo antropólogo y entomólogo conoce bien. Las mujeres durante las guerras tiene la baza sexual para sobrevivir y llevar comida a casa. No por negarlo deja de ser un hecho. YouTube no monetiza vídeos de las defensas o contraataques hacia las feministas. No los promociona.
(2) La palabra especioso es significativa con respeto a la idea que quiero dar, quiere decir a la vez:
1. adj. Hermoso, precioso, perfecto.
2. adj. Aparente, engañoso.

Documental sobre el papel “La testosterona“. Esta es la que hace al “macho” y es la que “explica” la mayoría de sus comportamientos. En el documental se muestra que la hembra de la hiena es la que tiene el papel típico de los roles del macho, y demuestra que al restarles de la testosterona, a las hembras dominantes, dejan de ser agresivas. No es educación, es físico, es algo asentado en el ADN. Es la testosterona.

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