Lo que es y lo que (a)Parece VII – La “Paleodieta” Mental
A raíz de la lectura de un artículo en Internet, me veo en la obligación de recopilar ciertos conceptos que voy dando aquí y allá, con el afán de tratar de ser más claro. Se trata del artículo cuyo título reza: “Los adolescentes que maduran muy pronto afrontan un mayor riesgo de depresión” que a la sazón del tal título, ya poco más hay que leer. Mi queja con el cuerpo doctrinal actual de las ciencias humanas, entre ellas la psiquiatría y la psicología, es que sacan datos y más datos, sin tener un concepto sólido de los conceptos generales, en sus bases, en su estructura. Este artículo es un claro ejemplo. ¿Están seguros que los adolescentes que maduran antes tienen mayor riesgo hacia la depresión?, es depresión o es otra cosa.
El error del que parten es el tomar al adolescente actual, como base de la “normalidad” de lo que es ser joven. Es como si para saber la velocidad media de carrera del ser humano, se analizasen los deportistas de élite, el foco está errado, se van a sacar mal las conclusiones. El prototipo de humano no debería de ser el occidental actual, sino el de los cazadores-recolectores. Si se analiza a estos adolescentes, veremos que son más “maduros” que la media de adolescentes occidentales. Pongo maduro entre comillas, porque de nuevo se parte del concepto de madurez occidental. Un adolescente cazador-recolector es más maduro, pues sabe todo que hay que saber para sobrevivir en su entorno. Seguramente, si en un momento dado se muriese el resto de la tribu, por una enfermedad por ejemplo, este adolescente sabría vivir por sí sólo en su entorno. Se desplazaría hasta otra zona para encontrar a otros seres humanos y se uniría a esa tribu. En el artículo también hacen mención de las adolescentes que les viene la menstruación antes que a otras, se sienten mal, por sentirse diferentes. Eso no ocurre entre las adolescentes cazadoras-recolectoras, pues las tribus tienen ritos de paso, por los cuales cada individuo siempre siente una integración plena entre su cuerpo, su sociedad y su entorno. Los ritos de paso tienen esa función. Marcar líneas bien definidas allí donde la naturaleza no parece haberlas puesto bien nítidas. La mayoría de los ritos de paso se han ido heredando a través de las culturas, pero hoy en día están tan distorsionados, que carecen de la validez para los que fueron creados. El rito de paso de ser niño a ser mujer u hombre, hoy en día en el cristianismo es el de la confirmación, ha perdido totalmente su mensaje inicial. Carece casi totalmente de sentido.
Si nos atenemos a nuestro “peso” evolutivo, el primer antecesor al que se le puede denominar “homo” es de hace 2.5 millones de años. El lenguaje empezó hace unos 800.000 años, mientras que el homo sapiens apareció hace unos 300.000 años. Se deduce de tal idea que si pudiéramos clonar a un individuo de esa época, no lo diferenciaríamos ni física, ni intelectualmente de uno de hoy. Lo que quiero decir es que hay ciertas estructuras genéticas que se sentaron en nuestros cerebros, a modo de instintos, patrones o “conceptos”, y que aunque hoy reneguemos de esa base, es la que el cerebro tiende a “buscar” como su estado homeostático de normalidad. La sociedad actual, basada en las ciudades (normas de ciudadanía), las leyes (derechos y deberes del ciudadano) y la agricultura y ganadería, que nos ha dado un tipo de alimentación basada en los carbohidratos y la leche, son demasiado nuevas y en realidad la evolución no las ha terminado de incorporar en los genes. Los genes y el cerebro están hechos para un tipo de vida anterior, al de nuestro anterior estado de cazadores-recolectores, ese en el que hemos estado entre el 90 y el 95% de nuestra historia evolutiva. Todo esto se ve en distintos factores como el de la dieta y nuestro sistema inmunitario. Nuestro cuerpo no se ha terminado de adaptar a la comida con la que nos alimentamos hoy en día, ni en la cantidad, ni en la calidad. Se sabe que un factor muy importante para una vida larga y prolongada es la hipocalórica, esto es: la de comer menos de lo que actualmente ingerimos. Por otro lado se está comprobando que la dieta primitiva o paleodieta -la que se mantenía antes de la agricultura y ganadería-, es más sana y da menos problemas de salud en general. No hay que tenerla en cuenta tan sólo para no engordar. Los cráneos encontrados de la prehistoria, incluso, tenían mejor la dentadura que con respecto al humano actual. Se cree que ni siquiera se la cuidaban, simplemente el problema de la caries vino, lo más posible, con los nuevos modos de alimentarse. Por otro lado una dieta hipocalórica propicia la inteligencia. De alguna forma se cumple el dicho ese de “el hambre agudiza el ingenio”. Incluso tiene su propia lógica dentro de la teoría evolucionista. Un ecosistema se mantiene en un equilibrio de depredadores y presas. Demasiados depredadores acaban con las presas, con lo que baja el número de depredadores y por lo tanto sube el de las presas, al subir las presas sube el de los depredadores. En la misma ecuación se puede ingresar la flora: demasiados herbívoros acaban con la flora, que a su vez… Para crearse un ecosistema se tiene que dar un equilibrio entre la flora, los herbívoros y los depredadores. Si un humano come mucho, baja su nivel de ingenio, lo que a su vez incrementa el ingenio de los que han comido menos, con lo cual ahora este es el que tiene la ventaja para comer. Este equilibrio era “justo”, homeostático, la evolución creó esa regla que ajustaba hambre/inteligencia como un “ecosistema” cerebral/nómada dentro de un medio.
Las enfermedades autoinmunes es otra muestra que nos dice que la evolución no nos tiene preparados para la situación actual. El sistema inmunológico que tenemos, todos los genes y sistemas del cuerpo implicados, se crearon para cierto nivel de lucha, de defensa. En la actualidad, en un medio súper-esterilizado, simplemente el sistema inmunológico se “aburre” y trata de ver enemigos allí donde no los hay.
Por último, y es el que no parece ya tan claro, y es el que yo defiendo, es que la larga forma de vida en manada, de cazadores-recolectores, de nómadas, creó patrones en el cerebro que aún están ahí. El cerebro humano, aún con toda su plasticidad, trata de buscar ese estado como el homeostático, el de “normalidad”, en este medio que es el actual y que está tan alejado de las reglas más elementales. Al no encontrarlas se disparan, igualmente, ciertas otras reglas asentadas, que en la actualidad se manifiestan en trastornos. O sea que el trastorno mental es el equivalente cerebral de las enfermedades autoinmunes y los trastornos en nuestras dietas alimentarias como la obesidad morbosa, la hipertensión y la diabetes, entre otras. Al igual que la medicina está tratando de sentar sus bases en aquel estadio previo humano, en el que no existían las enfermedades autoinmunes y provocadas por las dietas actuales, las ciencias humanas deberían partir de esta misma base del estado previo de los humanos como el de normalidad, como la base por la que analizar la situación actual humana, claramente distorsionada y anormal.
En otro libro leí que un niño sin amor decía: “si no me aman, es porque no lo merezco, y si no lo merezco es porque no valgo nada” (1), que es de facto la idea de fondo que va a permanecer cuando este sea adulto. Se ha comprobado que es algo que ocurre en todos los mamíferos. Un experimento clásico fue el de poner a una cría de mono Rhesus en una jaula, donde tenía una muñeca que simulaba a una madre de alambre con un biberón, y otra hecha de felpa. El mono se pasaba la mayor parte del tiempo con el muñeco de felpa y sólo se acercaba al otro para alimentarse, la necesidad de afecto se ha vuelto un instinto tan fuerte como el de la alimentación. O sea, estamos poniendo palabras y usando conceptos como el del valor y el merecimiento, en algo que no tienen por qué tener esas palabras. Las palabras y los conceptos vienen después, y no tienen por qué ajustarse a la realidad como un guante a una mano. Más bien pueden, incluso, hacer lo contrario. El apego es algo muy complejo, que ha decir verdad ha dado más problemas que soluciones en lo evolutivo. Lo que sí se ha asentado en el ADN es que “tonto el último”, por decirlo de forma clara y que se entienda a la primera. En el anterior artículo ponía el ejemplo del “sacrificio”, del más débil a favor del más fuerte. Los padres de una nidada alimentan con las crías muertas a los que aún viven. Las propias crías luchan y se matan cuando hay escasez de alimentos. Eso es lo que tenemos asentado en el cerebro, que el más débil es el “sacrificable”, es el que corre peligro de muerte. A un niño “sin amor”, sin que se vea suplido su instinto de apego, se le activa unos genes (epigenética) que le provocan cambios. Esos cambios pueden hacer dos cosas: o bien le activan unos genes de debilitarlo aún más, como para que sea una víctima más fácil de matar (este comportamiento cercano al suicidio, se ve en las propias células, con la apoptosis, suicidio programado de una célula al detectar su comportamiento errático y que puede perjudicar al cuerpo que habita), o bien le activan unos genes para ser aún más agresivo y luchador. Depresión o trastorno límite de la personalidad. O en casos ambiguos: bipolaridad. El ambiente actúa según los genes con los que el individuo cuente, o a la inversa.
El canibalismo no es una excepción de ciertos momentos de la historia y de ciertas culturas, se ha dado siempre y en todas las culturas. En la prehistoria, así, se podían llegar a alimentar de sus propios bebés. A nivel económico es más óptimo, puesto que un adulto ha requerido de más esfuerzo y trabajo para llegar hasta donde ha llegado. Este comportamiento es general en la naturaleza. Una mamífera puede abandonar a su bebé si está en peligro su propia vida, puesto que si muere ella morirá la cría igualmente. Si ella sobrevive se volverá a quedar en celo y volverá a tener otra cría. Siguiendo la misma lógica, la madre humana sabe que una cría requiere de muchos sacrificios, en el nuevo orden de estado en manada, ella puede morir y sacrificarse si sabe que su bebé podrá ser cuidado. En pleno siglo XX se ha seguido dando el canibalismo. Y sin ir más lejos, y sin llegar al canibalismo, en la actualidad en Thailandia, las madres prostituyen a sus hijas, aún niñas, para el placer de los pederastas occidentales. En algunos casos son los propios padres los que tienen relaciones sexuales con sus hijos, si el que lo pide así lo quiere el cliente al otro lado de la red. O sea anteponen sobrevivir a cualquier otro valor occidental actual, pues de esa forma se mantienen con vida y mantienen a los hijos.
Lo que sale en claro, en todo esto, es que la maternidad humana no es como la “siente” la madre occidental, ese “sentir”, en realidad intelectualizado y moralizado por las religiones, es una excepción, que cambiaría si la situación económica mundial entrase en una crisis muy profunda. Puede que no en la primera generación, pero sí en las siguientes. En definitiva, los valores que les damos a las cosas, al mundo, a la vida, a la realidad, son actuales, y no tienen por qué estar ajustados a los valores que tenemos por instintos. Como creemos y queremos estar por encima de lo natural, de lo animal, siempre hemos puesto como salvajes o bárbaras a culturas que a decir verdad son más “homo” que la actual sociedad, donde aunque no se hace el mal directo, se crean unos grandes males de forma indirecta y pasiva (explotación del suelo africano, aunque estos se mueran de hambre y en guerras: yo a eso le llamo robar al pobre, como si un obeso le robase a uno que se está muriendo de hambre, por simple glotonería). Ahí tenemos sin ir más lejos otra regla de esas asentadas y que no entendemos. Cuando estamos en un lugar público y un bebé llora de forma enrabietada, la mayoría de hombres y muchas mujeres se sienten irritados. En realidad ese sentimiento que hoy en día tomamos simplemente como un estado negativo del que queremos huir, ya haciendo que se callé el bebé, o bien yéndonos del lugar; es un estado de alarma que se despierta para hacernos ayudar al bebé, pues puede estar en algún tipo de peligro, de indefensión. Cómo hoy sabemos que no hay peligro, que lo vemos junto a su madre, lo único que analiza el prefrontal, la razón analítica, es esa irritación ante un ruido fuerte. Ese sentimiento de ayudar a algo cercano que grita ayuda, es muy humano, y es el que ha creado la teoría moral de “la distancia del llanto de un bebé”, que viene a decir que nuestra ética viene dada por la cercanía de aquello que es preocupante o malo. Esta teoría echa por tierra el actual concepto de humanismo, y por esta misma regla no nos preocupamos de lo que esté pasando al otro lado del planeta, y ni siquiera en otra ciudad, en la medida que no nos repercute de forma directa. Sí puede haber una preocupación intelectiva, pero no realmente emocional. Y sin las emociones hay entendimiento, pero no comprensión.
En muchos escritos he hecho mención de esta circunstancia y diferencia. No es lo mismo entender que comprender, no es lo mismo simpatizar que empatizar. El “verdadero” sentir humano, para el que estamos programados, lo es en la medida que uno mismo ha pasado por ese mismo dolor o experiencia. ¿Qué duele más una patada en los genitales masculinos o el dolor menstrual?, no hay forma de comprender el dolor del otro, cada cual crea su mundo de valores por su propio sentir (qualia), por sus emociones (la memoria es emocional o cinética, se ha descubierto que ver la televisión “estupidiza”, parece ilógico, pues hay datos, noticias, se deducen patrones, pero no hay cinética, y muchas noticias no emocionan, luego no “mueven” a las neuronas). Yo, como hombre, nunca sabré lo que es un dolor menstrual o del parto, y las mujeres nunca sabrán que es un dolor en los genitales o qué hace la testosterona para trastornarnos tanto como para matar a la pareja. Se entiende, se simpatiza, pero no se comprende, ni empatiza. El concepto de humanismo está construido con el entendimiento y la simpatía, pero construir un mundo de valores a través de la razón (entender y simpatizar), no es construir un mundo con los valores realmente asentados en el ADN y nuestros cerebros.
Volviendo a arriba, al artículo de la madurez temprana en los adolescentes. ¿No será que al ver y vivenciar ciertas cosas de la vida, de repente se vuelven realistas?, matan el “cuento” bajo el que vive el niño y adolescente, o sea, ¿acaso no caen en el realismo depresivo? Como ya he dicho en otros lugares y formas, el cerebro está preparado para encontrarse con el concepto de manada, de nomadismo, de cambio. No está hecho para trabajar, no está hecho para buscarse un lugar en la sociedad, no está hecho para enclavarse en un lugar de forma indefinida. Contaba hannah arendt, en su libro “La condición humana“, que en los primeros años de la revolución industrial, tenían que cerrar las puertas de las fábricas, pues de otra forma los trabajadores se iban, al no soportar ese tipo de trabajo y su consiguiente enclaustramiento. Las vacaciones no sustituyen nuestra ansia de explorar e ir a nuevos lugares, las actuales formas de agruparse no sacian la sed de pertenecer a una manada, la monotonía y rutina a la que nos ata, el anclarnos a un trabajo, no sacia nuestra sed de cambios y buscar nuevas formas de subsistir y explorar el medio. Todo son sustitutos, todo es demasiado artificial, demasiado alejado de nuestra norma primigenia.
“El verdadero alimento del alma son los viajes” Ángela Rodicio
La madurez, bien entendida, es la entrada en la razón, pero en una posición, al final, en la que uno ya no tiene escapatoria. O sea al hacernos adultos, y ya habernos comprometidos a crear una familia, nos vemos “encadenados” a llevar esa apuesta hasta el final, para ser consecuentes de haber traído niños al mundo y para ser responsables con ellos. En ese estado de cosas ya has hecho tu tirada de dados y la suerte está echada. Eso es lo que afirma la frase: “nuestros hijos, sin haber nacido, son los dioses crueles de nuestros destinos”, en la película “Maggie’s plan“. Pero en un joven las cosas son distintas: ¿por qué entrar en ese nivel de compromiso con el mundo?, ¿a qué coste?, ¿con qué finalidad? Se supone que este tipo de pensamientos no tienen que nacer antes de tiempo, hasta que ya sea demasiado tarde. En ese sentido un adolescente que ve el mundo como es, que ha madurado antes de tiempo, no puede “sentir”, ni pensar que esa sea la mejor apuesta, lo pone en duda. La madurez, la razón, hace sus estragos antes de tiempo, antes de haber tirado los dados. Hoy en día cada vez es más largo el periodo de estar junto a los padres, en un mundo laboral que se muere en las contradicciones de “con experiencia” y “sin experiencia”. Los jóvenes, así se vuelven viejóvenes (contracción imposible de viejos jóvenes), almas viejas. En otros casos se niegan a madurar, síndrome de Peter Pan. Sea como sea, ya no hay forma de restituir el estado natural, todo queda perturbado, hasta los cimientos. Una vez que entramos en el laberinto humano de “la civilización”, nos perdimos en sus recovecos. ¿Que la depresión es su “afuera”, que se padece dentro?, lo es en la medida que el cerebro del joven ya no es capaz de ver ninguna verdad como válida para su forma de “sentir” el mundo. En tanto que no coincide con aquello que el cerebro desea buscar y encontrar, su ser primigenio, este enferma en un laberinto de sin salidas y sin apenas luz.
En definitiva, que una vez que nos salimos de todos esos estados “naturales” , ya no hay forma de saber qué es verdad, sin quitarnos las “anteojeras”. Siempre que se analice cualquier tema sobre la condición humana, habría que hacerlo teniendo como base que nuestro estado natural era aquel, no referenciándonos con respecto a alguna “normalidad” actual (en otro artículo haré ver que esta normalidad es una “enfermedad”) . De nuevo las religiones “estorban” en este propósito. Para las religiones, aun hoy, lo “salvaje” es algo a “arreglar” (aún siguen vistiendo y adoctrinando a las pocas tribus que aún quedan de cazadores-recolectores: cosa que deberían de prohibir, pues son nuestra única evidencia a estudiar de esas reglas primigenias). Para los cristianos, los cazadores-recolectores, no son la medida humana, sino el “error”. Casi todas las ciencias tienen como base, en sus científicos, la ideología del humanismo, que a su vez provienen de las ideas judeo-cristianas. No se puede poner como base de la normalidad humana, lo que a su vez se tiene como error, como para ellos lo son los “salvajes”. Casi siempre toda idea y conceptualización humana parte del hecho de ponernos como seres morales, pero no bajo el prisma de lo moral dentro de la evolución humana, en donde el nomadismo y la manada era su norma de acogida y de amor, sino desde la perspectiva de una moralidad dada y venida de Dios, que nos hizo salir de nuestra “animalidad”. Error, tras error.
(1) “La bipolaridad como don” de Eduardo Horacio Grecco
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