Lo que es y lo que (a)Parece IV – Violencia Machista
El presente artículo seguramente va a generar muchas antipatías. En mi defensa diré que tan sólo trato de atenerme a lo que ya dijera el poeta: “…digo tan sólo lo que he visto”, pues la única forma de abordar el tema de forma directa y sin miedos, o siguiendo al poeta, es librándome de todos los cuentos. Por lo demás es un claro ejemplo sobre el tema de los que es y lo que (a)parece. Entre Ser y aparecer. Era obligado tratarlo.
La violencia de género no es más que una secuela del concepto de identidad, y que tal concepto lleva implícito en su interior, forma parte de sí, su contrario, el de otredad (como fácilmente se puede deducir de las acepciones del diccionario). Pero ya de por sí, usar el concepto de identidad implica una “asimilación” de ideas que pueden llevar a confusión. El principal problema de la comunicación es que se supone que si hago uso del lenguaje, ya he aceptado tácitamente su adecuación. Del concepto de identidad, el humano medio, en la norma, se desprende de su contrario, como si tal cuestión fuera posible; en este proceso tiene que ver mucho el pensamiento mágico, que se libra de paso de lo que “le” pueda decir la razón. Cada palabra, cada concepto, está “lindado” por cierta aura de verdad, por el simple hecho de usarlo, que viene definido, sobre todo, porque de buscarlo en el diccionario nos va a dar una definición que se supone no puede ser transgredida o interpretada. En mis escritos suelo usar mucho las comillas para detonar que aunque hago uso de esa palabra o concepto, en realidad no estoy del todo de acuerdo en su uso común.
Identidad, así, en las acepciones del Diccionario de la Real Academia que nos interesa son:
- f. Cualidad de idéntico.
- f. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás.
- f. Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás.
El concepto de identidad sería de esos que yo pondría entrecomillado. En el uso común el cerebro se detiene a dar el sentido que está concertado y no va más allá. Pero resulta que este concepto es uno en los que más se ha “enredado” la filosofía. De tratar de ser explícito tendría que hacer un estudio de tal concepto a lo largo de la historia, y tratar de deducir una explicación que “funcione” para el ahora. Y sí, uso el verbo funcionar adecuadamente, porque si algo se aprende de los humanos, y de su historia de los conceptos, es que, al parecer, no trata de buscar la “verdad”, sino más bien de “adaptar” la realidad a lo que es “cómodo”, “correcto” o “humano”. O sea que los cargamos con una “intención”, en vez de simplemente limitarnos a describir el fenómeno o realidad.
De esta forma llegamos a que hay dos visiones, grosso modo, de identidad, la usada en lo común, y aquella, no ya que ha tratado de describir y deducir la filosofía, que igualmente siempre la pone una intención, sino de esa otra que es la que puede darnos la ciencia. De por sí, la ciencia nunca trata de la identidad, como concepto en sí. La ciencia sólo trata sobre los fenómenos -hechos- de la naturaleza, sin tratarle de dar un sentido funcional o útil. Describe la naturaleza. Unos de los grandes problemas de la ciencia, en su nacimiento, es que partía de un lenguaje ya dado. Su historia, en cierta medida, ha sido la lucha de desprenderse de ese lenguaje, creando el suyo propio. Siendo así, en la actualidad, el ser humano habla dos lenguajes: el común y el científico. Pero todo esto no ha resuelto el problema. La ciencia no ha tenido otra opción que la de dividirse a su vez en dos, al hablar de ciencias positivas y aquellas que no lo son. Las ciencias humanas, por desgracia, no los son, y posiblemente nunca lo sean, en la medida que nunca aceptaremos que lo humano se pueda “encerrar” en unos pocos conceptos positivos, pues sería algo así como aceptar a ser reducidos a un mecanismo predecible, ajustable y cuantificable.
Aunque la identidad no sea tratada en la ciencia, es algo con lo que siempre se topa. Si ve dos fenómenos o cosas físicas, ha de tratar de verificar si son una y la misma cosa, o son dos distintas con una apariencia similar. Sin querer no puede escapar del lenguaje de la filosofía, ser y aparecer, o lo que es y su apariencia. En esa medida nos encontramos que las ciencias positivas tratan sobre identidades, en tanto que el problema del aparecer lo es sólo en la medida de la falta de conocimiento, mientras que el aparecer se queda en las ciencias no positivas, ya que por ejemplo, hay ciertos animales que usan el camuflaje o el engaño para “falsificar” su identidad. O sea, que un electrón una vez que se deduce su identidad es en tanto que una “identidad”, nada escapa de su reduccionismo en lo físico; la tabla periódica está muy clara y todo en la naturaleza está “encajonado” dentro de esta tabla. Sin embargo en las clasificaciones de los animales, toda nueva especie puede llegar a ser un dilema, que de repente obliga a revisar ciertos conceptos.
Cuando se habla de violencia de género, sale a la luz que se trata de un problema entre dos tipos de identidades: el sexo masculino y el femenino. Pero en realidad, ¿está claro qué son esas dos identidades? No, en cada especie hay ciertos rasgos y conductas a tener en cuenta. Por poner un ejemplo claro: no es lo mismo masculino y femenino en el reino vegetal y en el reino animal. Si fuéramos filósofos trataríamos de reducir al mínimo común tales conceptos. Si se hace así nos encontramos que masculino es activo, en la medida que tiene que “alcanzar” lo femenino, mientras que femenino es pasivo y por otro lado lo que crea nueva vida. Tampoco está claro que activo y pasivo sea así al 100%, pero fue algo que se dedujo en el examen no exhaustivo de la antigüedad. En este sentido, desde muy antiguo, se asoció activo a positivo, y pasivo a negativo. Esta asociación aún está hoy en día en uso en los horóscopos, por ejemplo. ¿Es esta asociación ya de por si machista? Posiblemente sí, pero hay que analizar, también, que desde muy al inicio la potencia de crear nueva vida se puso como una fuerza o “magia” que sólo podía ser propia de deidades. En ese sentido la tierra es femenina, la creadora de vida por antonomasia. El lenguaje más antiguo estaba más allá de tener la carga que ahora le damos, había un claro equilibrio de fuerzas que puede que se perdiese con el inicio de la historia, las culturas y las grandes religiones. Peor cuanto más moderna.
Con esta introducción al problema general de los géneros, doy un salto al tema humano. Casi ningún análisis que se haga en la naturaleza vale para explicar al ser humano. Si se estudia la violencia de género etológicamente, se analizará que es algo común en muchas especies. El humano se “explica” por creer que ha salido de lo natural, pero, ¿es realmente así? Nos encontramos entonces que el humano tiene dos dimensiones: lo que es y lo que quiere ser. Entre los elefantes marinos no hay una dimensión moral al hecho de que un solo macho “maltrate” a tantas hembras y las mantenga “subyugadas”. La dimensión moral la pone el lenguaje complejo humano. O sea, no podemos llegar a saber si una hembra de elefante marino se siente en una situación de injusticia, puesto que bajo nuestro punto de vista, de ser así lucharía contra ella.(1) El ser humano, en la medida que cuestiona las “reglas” naturales y las trata de cambiar, se sale de ese estado natural. Pero, en esa medida, una cosa muy distinta es lo que se es y otra muy distinta lo que se pretende ser. Nos encontramos con un doble problema de la identidad, qué es o no es ser de un sexo u otro, y por otro lado el qué quiere ser un sexo y otro. El mayor problema que veo hoy en día es la falta de claridad en el lenguaje al “deslizarse” de un dilema a otro, sin al final resolver ninguno de ellos. El lenguaje de uso común tiene ese problema de claridad. Se habla, por ejemplo, de “igualdad” entre hombre y mujer, y se confunde entre serlo a nivel judicial o social y el serlo a nivel cerebral. Somos distintos cerebralmente y siempre será así, pues la evolución necesita millones de años para hacer cambios, otra cosa muy distinta es crear una situación social de igualdad. El problema de la igualdad social ha de partir de la base de las diferencias y en qué medida se pueden llegar a “entender” o equilibrar en el mundo.
Para avanzar en el tema, hasta donde quiero llegar, primero habría que aclarar que no existe algo tal como masculino o femenino de forma demasiado clara. Sí está claro en los papeles de la reproducción. Sólo la mujer puede procrear, sólo el hombre tiene el esperma. Fuera de eso cada persona es una lucha entre dos hormonas: el estrógeno y la testosterona. Cada una tiene una función y unos efectos muy contrarios a la otra. Por lo general cuando hablamos de la violencia de género, hablamos de las capacidades que tiene la testosterona de tomar el control de la situación y del cerebro, como para generar violencia sobre la otra persona que tiene una menor cantidad de testosterona. La mayoría de las veces la tiene el hombre, pero no siempre es así. En la medida que por lo general es el hombre, hablamos de violencia machista.
Entonces nos encontramos que el ser humano es aquello que es -identidad- y aquello que quiere ser. Lo que es, es algo “inevitable” de lo que no puede escapar; en todo acto humano siempre uno se encuentra con su identidad. Lo que el humano quiere ser, se debe sobre todo al lenguaje. Sin un lenguaje complejo no hay forma de “construir” un querer ser. Dado que las hembras de los elefantes marinos no tienen ese lenguaje complejo, no pueden ponerse de acuerdo en “pertenecer” a una identidad femenina común, y sin un lenguaje complejo cada acción es lo que es, y no queda “transcrita” ninguna posibilidad de cierto asomo mental a lo que una hembra de elefante marino “sienta” (sentir es pensar en su nivel más básico) en un momento dado, para un uso a posteriori. O sea no se llevan las cuentas -la estadística-, cada hembra de elefante marino puede llevar la cuenta por sí misma -memoria individual-, pero eso todo se queda en su cerebro, sin posibilidad de salir. En este análisis nos encontramos que hay dos tipos de memorias: la memoria individual y la memoria colectiva, esta última sólo es posible a través de un lenguaje complejo y dado que este se puede retener de alguna forma, como es en el caso humano de la escritura. Todo esto que nos parece trivial y evidente hoy en día, se nos olvida que nos ha costado milenios el comprenderlo. Hasta casi el siglo XX no se ha hecho evidente el “llevar las cuentas” del caso femenino y sus desigualdades, y por ello no se ha creado una lucha feminista. Antes de eso su comportamiento, en tanto que entidad común, no se diferenciaba demasiado del comportamiento de las hembras de los elefantes marinos, cada una “aguantaba su vela”, y tiraba para adelante.
Con lo escrito ya tengo todos los datos de base que necesito para lo que tengo que argumentar. No existe algo así como la lucha entre los dos sexos, sino es a nivel animal, que por lo demás, y visto desde ese sólo plano, es natural. La lucha está entre cada uno de los individuos. El problema de fondo es la identidad, pero no ya a nivel sexual, sino en su nivel más básico. Todo individuo es una identidad única, que viene definida por su ADN: para este todo lo que no es sí mismo, es otredad, alteridad. La vida, por lo menos la basada en el ADN, solo se entiende como ese juego entre lo mismo y lo otro. O sea todo el constructo de lo que es un ser humano, lo es en la medida en que se edifica sobre este pilar del ser. Todo lo que no soy yo, es otro. El “lenguaje” interior del cuerpo se construye con esa premisa. En cuanto algo es otro lo aniquilo. En el cuerpo sólo puede haber identidad, lo que no lo es se le trata como un extraño: como enemigo. El cerebro tiene esta misma máxima. Se acepta a lo consanguínio como parte de la propia identidad, pero no así al cónyuge, que hoy lo es y mañana puede que no (por lo general no hay peor otredad que un/a ex-, pues con él/la se muere en muchos casos la mentalidad individual, inocente, de que las identidades se pueden trascender). La memoria se basa en “recordar” lo “bueno” como aceptable para sí y lo “malo” como enemigo. O sea, que si no creo una memoria para no poner la mano en el fuego, es muy posible que muera -pierda mi identidad-. Se me dirá que hay mucha flora bacteriana que el cuerpo “acepta”, claro, no es una contradicción: está entre los parámetros que están escritos en el ADN para ser aceptados como identidad.
Pero las cosas no son tan sencillas como ser y no ser. Se supone que la vida compleja ha creado seres sociales que están “obligados” a aceptarse o tolerarse. Ya en otro lugar he expuesto todas estas posibles interacciones. En el lugar más elevado de lo social, están las especies eusociales, las cuales han perdido su identidad individual a favor de una identidad única y común, como es el caso de las abejas o las hormigas, (algo claro sobre que esto no es lo “correcto” para los humanos y defender nuestra postura intermedia, más individualista, es que en la ficción, cuando somos atacados por enemigos eusociales -alienígenas o no-, nosotros siempre vencemos -la saga Alien, Starship Troopers, Independence day…) Pero el ser humano no es eusocial. Tan sólo en la medida de es lo que “quiere” llegar a ser (en lo social, que niega implícitamente lo individual), pero con ciertas contradicciones. Cuando el ser humano llegó al lenguaje y comprendió las cosas negativas que le imponía su naturaleza, se puso como meta el crear un tipo de sociedad que “limase” todo lo negativo de su ser. Lo social es ese intento de crear un ente eusocial, dado que creamos profesiones y divisiones de tareas por el bien común: bomberos, médicos, etc., pero “cargamos” con la contradicción de querer mantener nuestra individualidad, sin llegar a comprender que al hacerlo volvemos a “dejar hueco” al concepto de identidad única, con todo lo que esto conlleva. Se supone que cada cual ha de “elegir” perder su identidad, su individualidad, a favor de lo social, pero que en última instancia queda en manos de lo individual, siendo así, entonces de nuevo nos quedamos en la simple posición animal. La historia humana se puede reducir a los intentos de resolver este viejo dilema. Entre lo individual -y la base primigenia de identidad, con todo lo que esto conlleva-, y lo social que ha de tender a lo eusocial, pero bajo la premisa de que queda en manos del individuo el que lo tenga que elegir (aceptar). En algunos periodos de la historia, y bajo ciertos regímenes, simplemente se “aniquilaba” la libertad individual y se imponía lo social, pero las experiencia nos dicen que no duran. Las religiones han sido ese otro intento de “engañar” al individuo -sin saber que engañaban, pues era su creencia-, para que abrazasen unas creencias que les mantenían en un solo camino común. Pero toda esa miríada de apuestas, de nuevo no ha creado más que identidades, culturas, ideologías, idiomas, religiones…, que lo único que han hecho es de nuevo el mantener el eterno conflicto de la identidad y la otredad, creando más conflictos que soluciones. Se supone que la Ilustración, y por ello el humanismo, es un nuevo intento de “enderezar” las cosas, ahora tratando de reducir la igualdad a unos mínimos comunes que puedan ser aceptadas por todas las identidades, creadas hasta ese momento a lo largo de siglos y milenios de luchas de identidades. ¿Se ha conseguido? No voy a decir lo más claro, y que ya se ha repetido hasta la saciedad, de que el humanismo es un cristianismo que se ha cambiado de ropaje. Tratamos de construir una igualdad desde una sola posición, desde la occidental -etnocentrismo-, lo cual no deja de ser injusto para otras creencias. Sea como sea, tenemos una sociedad que no ha resuelto el tema de la identidad y la otredad, sino que además se basa en ella, puesto que en la actualidad prima el capitalismo, que se basa en la lucha individual para llegar a una buena posición en la vida, indiferentemente de que otros fracasen en ese intento, y dado que si de lo que se trata es de competir, no puede haber dos ganadores, y por fuerza se van a crear jerarquías.
Con esto ya llego a las duras conclusiones que voy a exponer. El problema de la violencia machista es un problema individual, de la memoria y la mente de una sola persona, que resuelve por medios expeditivos, por las reglas más básicas de lo animal, porque es un problema entre la identidad y la otredad. Lo social vuelve ese hecho individual en un problema social, al volverlo estadística. La mujer es lo otro -al igual que lo es el hombre para la mujer- , puesto que todo mi organismo, con las premisas de la testosterona, no le pueden sacar de ese baremo de otredad. Es por esto que la evolución ha tenido que lidiar con dicho problema y ha creado el orgasmo, y la química del enamoramiento (no hay nada “bonito” en este acto si se entiende como un engaño evolutivo), para “engañar” a los dos sexos y que se “acerquen”; quizás de ninguna otra forma lo harían. Para la identidad lo primero soy yo y es lo que tiene valor, y lo otro es aquello que atenta contra ese valor (anticuerpos contra virus, bacterias y cualquier “objeto” extraño). Dado que vivo en sociedad y esta está reglada por normas, que en definitiva tiene castigos, esto quiere decir que no es que se anule la identidad, y su escollo, a ningún nivel del cerebro, sino que dado que he de tender a sobrevivir, acepto a la otredad por propio egoísmo: para no ser castigado. Se supone que de ser resuelto en algún nivel de mi cerebro, lo ha de ser a nivel del prefrontal (razón), pero dado que este se siente en un mundo de injusticias, y de lleno sumergido en el problema de la identidad y la otredad (ricos y pobres, occidentales y no occidentales, cristianos y no cristianos, continentes pobres y ricos… etc.), no “comprende” (abraza) que su posición tenga que ser distinta a lo que es el mundo en todas sus dimensiones. No es él el “equivocado” entre todo el mundo, él está en la media de lo que es el mundo. Hacer el “mal” en ese contexto queda diluido entre todos los demás males. En definitiva, la violencia machista es una consecuencia de una sociedad injusta. Me parece algo evidente y elemental: se da sobre todo entre aquellos que se encuentran en una situación de injusticia social. Es más, se da más entre aquellos hombres que tuvieron una infancia dura, que de nuevo nos lleva a que vivieron con unos padres injustos, posiblemente por que vivieron más de lleno las injusticias sociales. De alguna forma, una buena madre, en unas condiciones sociales aceptables, crea una “marca” en sus hijos varones como para aceptar mejor la otredad.
Una diferencia clara de género es que la mujer está “construida” con la base de aceptar la otredad: durante nueve meses ha de llevar un cuerpo extraño en sus entrañas, que en la últimas semanas compite contra su propio “huésped”, pudiendo hacer que esta llegue a morir (fuerte metáfora en “Alien el 8º pasajero”, en donde su protagonista “engendra” un ser en sus entrañas que la termina por matar, abriéndose camino por sus carnes). La larga maternidad de los humanos es otro aspecto a tener en cuenta: la madre se desvive por sacar para adelante a sus hijos durante años. “Nunca se deja de ser madre” es una de sus premisas. De esta forma identidad y otredad no está implementado de la misma forma en la mujeres y los hombres: en el estrógeno y la testosterona. La premisa de la testosterona simplemente es “sé el mejor”, “lucha” contra todo “otredad” para encontrar tu valor en el mundo.(2)
Indiferentemente a todo, la vida social no resuelve los problemas innatos que conlleva la identidad y la otredad: tan sólo los pospone. En un mundo injusto es imposible que se resuelva el problema de la identidad y la otredad. Lo que nos dice la historia es que esos problemas estallan, pues memoria individual, a ese nivel, se aúna con la memoria colectiva, para saldar las cuentas en cuanto la situación lo permita. La “no-aceptación”, individual, contra los Judíos, desencadenó el genocidio nazi, estos -los nazis- sólo fueron el brazo ejecutor; en cada una de las mentes de los ciudadanos de la cultura occidental estaban las premisas para que eso ocurriese. El tema del conflicto del hombre (macho) es otro exponente de esa regla. El hombre “acepta” las leyes que le imponen las reglas de cómo ha de ser tomada la mujer, pero en el fondo de su orgullo animal, no tolera esas cadenas, si por ello hieren su orgullo (testosterona) más básico. En cuanto hay una guerra o desorden social profundo, un gran porcentaje de “machos” hace gala de su poder a través de las violaciones. Libera, de esta forma violenta y primigenia, toda su frustración y odio hacia la otredad, hacia el sexo femenino.
No voy a caer en utopías y viejos cuentos de posibles cambios y futuras humanidades. La historia es la ama de mis convicciones. Somos una especie salvaje y reprimida por reglas (semi-auto-domesticada), que no terminamos de aceptar y las cuales nos ahogan. La naturaleza humana está construida bajo los conceptos de identidad y otredad. Si reivindicas ser catalán, ser cristiano, ser occidental, ser blanco… e incluso ser flaco o guapo, todas son las mismas monsergas que mantienen el “status quo”. Tras de cada defensa de cualquier identidad no se suele seguir el “soy diferente”, sino el “soy el mejor”.(3) Basamos nuestro ser en nuestra individualidad, en nuestra diferencia. ¿Cómo lidiar eso con llegar a ser eusocial? Las dos cosas, los dos conceptos, no pueden sobrevivir sino en conflicto. O matas al humano tal cual es, o matas el concepto de eusocial y que vuelva la lucha del más fuerte. Sea como sea, este estar entre dos aguas, no nos lleva a ningún lado. No seremos lo suficientemente inteligentes hasta que no comprendamos que no hay ninguna solución. Las luchas en esos intentos no me valen para que nos llamemos inteligentes o nos creamos superiores a nada de lo natural. Autodenominarse inteligente y vivir como vivimos es contradictorio. Otros genocidios vendrán en los que los europeos echen de “sus tierras” la otredad que son los musulmanes. Otras guerras habrá en las que los hombres impongan su “poder” sobre las mujeres por medio de la fuerza y de la violación.
De haber algún camino sería con la muerte de todas las identidades. ¿No es eso acaso lo que grita el nihilista al que todos temen? No se puede hablar de identidad sin caer en el conflicto. Muerta la identidad, muerto el conflicto (de eso se trata todo genocidio, no de matar al hombre, sino de matar y aniquilar de la faz de la tierra, la otra (persona, cultura, ideología, región, idioma…) identidad que lo sustenta). Pero eso no ocurrirá con la naturaleza humana tal como la tiene “perfilada” hoy por hoy el ADN. Ha de morir el hombre (animal), para que nazca el humano eusocial. Pero eso…, ¿es una utopía o una distopía?
(1) Sí tienen el algún nivel el concepto de injusticia, ya que ciertas hembras se apartan del macho dominante a una zona de la playa más inaccesible y allí esperan a un macho no dominante, con el cual conviven.
(2) El feminismo ha entrado en esta lógica en su tercera ola. Ahora el macho es otredad, ya no “escucha” al estrógeno que trata de ser más permisivo con la otredad. Está restando el lado femenino del mundo humano, entrando en la lógica del lado masculino. En realidad “negando” su naturaleza.
(3) Que me demuestren los catalanes si no es soberbia la defensa sobre su identidad, y tener en mente que solos harían las cosas mejor (ser mejor, todo decir “soy mejor” implica “eres peor”, lo cual es ya de por sí un “ataque” que llama al contraataque, de ahí el políticamente correcto de “soy diferente”). ¡Antes mi identidad que la tuya! La posición española es la defensa de la identidad, ¿o una tendencia a perder identidades, como lo representa el camino de la nueva Europa? Europa es un camino hacia la concordia y la pérdida de identidad, que por lo demás tampoco está claro, pues es cristiana y tiene “reservas” de si aceptar a Turquía, que es musulmana. Por otro lado el problema de las identidades lo hemos llevado a bloques o zonas continentales: la Europa occidental y la oriental, Oriente medio, Asia, Norteamérica, África, centro y Sudamérica, casi todas ellas con subdivisiones. De otro modo esta tendencia se puede leer como un camino -lento y largo- a la muerte de las identidades. Por cierto, si se pone “violencia de género” en Google imágenes, veremos una tendencia sexista de tal concepto.
(2) El feminismo ha entrado en esta lógica en su tercera ola. Ahora el macho es otredad, ya no “escucha” al estrógeno que trata de ser más permisivo con la otredad. Está restando el lado femenino del mundo humano, entrando en la lógica del lado masculino. En realidad “negando” su naturaleza.
(3) Que me demuestren los catalanes si no es soberbia la defensa sobre su identidad, y tener en mente que solos harían las cosas mejor (ser mejor, todo decir “soy mejor” implica “eres peor”, lo cual es ya de por sí un “ataque” que llama al contraataque, de ahí el políticamente correcto de “soy diferente”). ¡Antes mi identidad que la tuya! La posición española es la defensa de la identidad, ¿o una tendencia a perder identidades, como lo representa el camino de la nueva Europa? Europa es un camino hacia la concordia y la pérdida de identidad, que por lo demás tampoco está claro, pues es cristiana y tiene “reservas” de si aceptar a Turquía, que es musulmana. Por otro lado el problema de las identidades lo hemos llevado a bloques o zonas continentales: la Europa occidental y la oriental, Oriente medio, Asia, Norteamérica, África, centro y Sudamérica, casi todas ellas con subdivisiones. De otro modo esta tendencia se puede leer como un camino -lento y largo- a la muerte de las identidades. Por cierto, si se pone “violencia de género” en Google imágenes, veremos una tendencia sexista de tal concepto.
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