Lo que Es y lo que (a)Parece II – Servir, la Nueva Esclavitud




  El tema de los trastornos mentales no está zanjado, pero de momento lo dejo reposar para no ser monotemático.


   En el artículo anterior decía que el niño nace con una idea instintiva de lo que ha de ser la manada, el concepto de lo humano. Se crea una disonancia cognitiva, a un nivel muy primario, cuando se da cuenta que la sociedad actual no coincide con aquello que su ADN le dicta querer ver (la desnudez del emperador, de la realidad actual). En qué medida una “persona buena” es aquella que trata de no adaptarse a la realidad actual, manteniendo la visión inocente del niño y en la que su cerebro trata de actuar como si el mundo siguiese siendo aquel primigenio de la manada. Un concepto “bonito” e incluso idealista que no hay forma de comprobar. Todo esto lleva, de nuevo como algo íntimamente ligado a mis escritos, al momento en el que aquella esencia murió.
   En una manada humana los días se suceden dentro de una misma rutina. Sin tensión, sin estrés, sin una rotura dentro del interior de cada uno de los individuos. Ser y aparecer son unidad dentro de cada individuo. No hay una rotura entre el lado izquierdo y derecho del cerebro. No hay un hacer y después un cuestionarse ese hacer, propio de la razón o lado izquierdo del cerebro. Uno se levanta y se encuentra con su manada, lo cual da una sensación cálida de pertenencia igual a la que siente un hijo al abrir los ojos y encontrarse a su madre cerca. La manada, por lo tanto, es una extensión de los lazos cálidos y estrechos que unen a un hijo con su madre. El hacer del día sigue una rutina de alimentarse con restos de comida del día anterior, para después salir al forrajeo de ese día. Los hombres a la caza, las mujeres a la recogida de frutos y la pesca. En ese proceso sigue sin existir una rotura, o un divorcio. Hay unidad entre cada uno de los integrantes: cada cual hace su función, su cometido, dentro de un todo. A la vuelta se preparan las viandas, dentro de otras rutinas, que finalizarán en la tarde y la noche, con juegos y bailes en los que primará el recreo, la búsqueda de la unidad y el forjar aún más los lazos de pertenencia.
    Al salir de la zona ecuatorial, y en primer lugar al cambiar esta su equilibrio estacional, por algún cambio climático como una glaciación, el ser humano está hostigado por un principio: la escasez. Con esta regla en sus cerebros los lazos se vuelven precarios, la manada se cuestiona para dar más protagonismo a la consanguineidad. El ser se divide entre lo que tiene que mostrarse en la manada y lo que el cerebro le dicta para sobrevivir. Manada, así se convierte en aquello que “debe de ser”, razón, frente a lo que le dicta el instinto para sobrevivir. Nace el concepto de injusticia, de la distancia que existe entre lo que ha de ser y lo que en realidad ocurre. Este instinto lo tienen muchos primates y otras especies con cerebros muy desarrollados.
   Lo que sale a relucir es que es un proceso de unión entre la escasez y un cerebro con altos componentes para la neuroplasticidad, para amoldarse. Y aquí está el quid de todo el entramado entre el ser y el aparecer. Mientras no hay escasez no hay percepción (precepción) de un divorcio entre la manada y el yo, entre un ser y un aparecer, mientras que con la escasez, lo que entra en juego es en qué medida cualquier precepto de la manada es injusto conmigo. Pero todo esto es más complejo de lo que parece a simple vista. Lo que entra en juego es en qué medida quedo como fuera de la manada: si alguien tiene más posibilidades de sobrevivir que yo ¿es que es más “manada” que yo?, y que por lo tanto yo soy alguien prescindible de la manada. En el fondo queda en juego mi “humanidad”, mi pertenencia a la manada, mi “ser menos” humano, menos manada. De nuevo esto, mental y conceptualmente, nos lleva al amor de la madre. La madre no distingue entre “más” hijo o “menos” hijo. Todos y cada uno de los hijos son iguales. No queda hueco para lo injusto, para tener una sensación de divorcio, de cuestionar uno su propia condición. De crear una distancia interior entre lo que uno es y lo que (a)parece ser.
   Sé que lo dicho arriba es una visión idealizada de todo el proceso evolutivo, pero hay que tener en cuenta que el ser humano es una evolución hacia esa idealización, y que por lo demás es un proceso en el cual hemos vivido más del noventa por ciento de nuestra evolución. Eso ha dejado una huella que ha pasado a ser parte de nuestra identidad, algo que el cerebro busca en cada situación y a lo largo de su vida. Algo con lo que se nace, algo que el ADN le trata de dictar y que ha de tratar de encontrar en un mundo siempre cambiante.
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   Con esta situación idealizada en mente -del que quizás nació el concepto de paraíso perdido, más antiguo de lo que nos dicen las escrituras-, llegamos a la situación de las primeras ciudades, cuyo fondo se sustenta en la agricultura y la ganadería. Si nazco en una ciudad, ¿cuál es mi lugar? No es algo con lo que nazca, sino algo por lo que tengo que luchar, algo que lleva implícito la escasez y la injusticia. Pero voy demasiado rápido, concluyo sin haber analizado esa situación con detenimiento. Mi tesis principal es la de que hubo un primer divorcio entre el alimento y el sustento, del cual hoy en día somos sus herederos. La paradoja de la actualidad es lo barato que es un alimento con respecto a lo que cobra, por ejemplo, el directivo de un banco. ¿Por qué si la vida es su sostenibilidad en la búsqueda de alimento, de repente este no parece tener importancia? Lo que quiero decir es que para la manada su felicidad consistía simplemente de tener cada día alimentos con los que sobrevivir, como para que no se diese la escasez, pues esta era el primer paso hacia lo injusto y la propia rotura de la manada.
   Con la entrada de la agricultura y la ganadería se creó un primer divorcio entre alimento, justicia y escasez. Podía haber mucho alimento, pero ¿cuántos tenían “derecho” a él? Al levantarme con la manada encontraba mi espacio para la búsqueda de alimento y su reparto, pero no así en esta nueva situación. Se crearon las divisiones de las labores para que de alguna forma todos quedasen integrados. Los que recogían los frutos, los que llevaban los excesos de mercancías al mercado y los que las vendían. Un siguiente paso fue la creación de los oficios: hacía falta hacer carros para el transporte, viviendas, molinos, etc. Pero, ¿cuántos tipos de puestos se pueden crear, como para que todos tengan su espacio dentro de este sistema, y en donde lo que prime es el concepto de alimentarse y por lo tanto del alimento como fundamento de una manada y su felicidad? La historia humana es la respuesta a esta simple pregunta: hemos dilatado tanto la distancia entre la comida y los puestos creados para conseguirla, que hoy en día ya no parece existir una unión entre este primer paso de la obtención de comida, con los tipos de trabajos que existen y el concepto actual que tenemos de la felicidad.
   En algún momento, de todos estos procesos, a alguien se le ocurrió el ganar su propio alimento, dando alimentos ya cocinados a aquellos otros oficios que necesitaban sobre todo de tiempo y no perderlo en prepararlos. Así en los propios mercados existían lugares donde poder sentarte y que te trajesen los alimentos a la mesa, listos para comerlos. Aquí se cuela el concepto de servir dentro de una nueva concepción. Es complicado rastrear un concepto, una palabra; siendo así tan sólo voy a dar una posible hipótesis, por lo demás tendente al error. Servir tiene muchas acepciones le las cuales uno no puede más que conjeturar cuál es su inicio o posible raíz. Quizás la más desconocida sea la más antigua. Servir proviene de utilidad, de que algo se adapte para un propósito, como por ejemplo que una piedra sea útil -sirva- o se adapte a ser un martillo. De nuevo eso nos lleva a ser y parecer. Una piedra no lleva implícito el ser útil -servir- para golpear un fruto, alguien externo a ella le da esa utilidad. Se “adapta” a algo que no es parte de su ser. Se vuelve (a)parece o sirve de martillo. Si existe un divorcio entre lo que es y para lo que sirve, es de suponer que tal concepto no existía dentro de la manada para definir su forma de hacer en sus sociedades. Uno nacía humano, y sus labores eran unidad con la manada, no “servía” (se adaptaba, era útil) para tal o cual cosa o función dentro de ella. Con la diversidad de las labores dentro del nuevo tipo de sociedad que se creó con las ciudades, se creó el concepto de servir -adaptarse- a tal oficio o tal otro dependiendo de dónde se nacía. En unos casos, dentro del aspecto positivo, uno se adaptaba por sus cualidades a un oficio, pero en el aspecto negativo, se adaptaba a un oficio porque no le quedaban más opciones. La distancia entre un aspecto y otro, es por el que se creó el concepto de trabajo, en vez de el de labor. En la manada uno laboraba, que era sinónimo de “hacer cosas” con un fin, dentro de ella. Mientras que trabajar era hacer algo a lo que por fuerza uno se tenía que adaptar para ser útil, para ganar su propio alimento. Laborar era ser, mientras que trabajar es (a)parecer, en tanto que esa labor no coincidía con mis deseos y a los cuales me tenía que adaptar, que no es otra cosa que decir: obligar a mi ser a qué era lo que tenía que ser en su hacer.
   He puesto como primer ejemplo de servir el dar comidas ya preparadas, como podía haber puesto cualquier otro, si bien esta se me antoja como una en las que es más claro el concepto de servir, ya que hoy en día una de las acepciones de la palabra servir, es la de dar comidas (“sírveme un plato”, poner -servir- la comida en la mesa), de la que por extensión se usa el concepto de servicios, como uno de los pilares de la economía actual. Para ser honestos esos primeros trabajos debieron de ser los más duros en la producción, como lo podía ser la propia agricultura o la obtención de rocas en las canteras. Esas labores se volvieron tan huidizas, tan poco de desear, que al final se usaron a esclavos de las guerras para ellas. Esclavo y siervo (servil) son sinónimos, y esta segunda proviene de esa primigenia idea de servir, de ser útil o adaptarse a un fin o propósito. Durante toda la historia hemos estado vadeando, de una manera y otra, el qué era ser y qué (a)parecer -labor y trabajo-, sin que en ningún momento hayamos llegado a un puerto franco. Como en la sociedad que ahora somos, a partir de la agricultura y la ganadería, es indiscernible la de servir -trabajar- y ser, uno de los propósitos de las religiones -y las posteriores ideologías- han sido las de tratar de conciliar trabajo con propósito o fundamento de la vida. En el caso de las religiones judeo-cristianas-musulmanas el trabajo fue un castigo que nos impuso Dios, por el pecado original: “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”, que devino al final, en las religiones protestantes, a que fuesen la base de la vida: el trabajo como fundamento de vivir y ser. Con estos subterfugios mentales-ideológicos se ha tratado de, así, hacer que ser y (a)parecer fueran uno, ya que el trabajo, el servir, lo han tratado de volver como parte de nuestro ser, de nuestra esencia, cuando en realidad no es (era) así.
   Con todo esto como base, llego a la tesis del presente escrito. ¿Hubo un tiempo de esclavitud que ya no existe y lo hemos superado?, o es sólo lo que (a)parece. El dilema de labor y trabajo sigue existiendo. Bajo el punto de vista actual es vago aquel que no trabaja o huye del trabajo, independientemente que esa persona tenga sus hobbies que le mantengan todo el día laborando. Es mi caso, por ejemplo: este escrito me llevará casi una jornada laboral (8 horas), sin que nadie lo considere “útil”, como para que me quiten el posible sambenito de estar desempleado (“parado”: atención a la sutileza de usar “este término, sinónimo a no hacer nada), y de que por ello pueda ser un vago.(1) O sea, sigue existiendo trabajo y labor, aquello a lo que nos vemos forzados a adaptarnos y aquello que es propio de nuestro ser. Sigue existiendo trabajos que nadie quiere hacer y labores que todos tratan de buscar como para vivir sin la sensación de tener que (es)forzarse para vivir. De hecho, y para ir directamente al meollo de la cuestión, el “primer” mundo tiene de esclavos a los países del “tercer” mundo. Tan sólo hay que analizar de forma somera la situación: el tercer mundo provee de mercancías al primer mundo -con el sudor de su frente-, cuando casi todos los beneficios de esa producción caen en los comerciantes y los fabricantes del primer mundo. Cuando uno se come un plátano, por ejemplo, sólo de un 5 a un 10% del dinero que ha costado irá a parar a manos del agricultor, cuando el resto del dinero se quedará en manos de empresas transportistas y vendedores. El tercer mundo, por el sudor de su frente y su producción no vive bien, de forma precaria, frente al primer mundo que tan sólo por distribuir y elaborar esos productos (mecánicamente), vive muy bien. Esta situación se nos antoja enseguida como injusta. Casi la totalidad del proceso social actual es injusto: se basa en personas que laboran y ganan mucho dinero, frente a otros que trabajan mucho y ganan poco dinero. ¿No se supone que el concepto de injusto es aquel por el cual se producía la rotura interior en el ser humano y por lo tanto del concepto de manada?, ¿cómo sostener que seguimos siendo humanos, que la sociedad capitalista es la justa y necesaria?
   No voy a redundar más en lo que me parece muy evidente. Me es igual como quieran llamar a la situación actual con respecto a situaciones pasadas. Hay esclavitud, puesto que hay personas que hacen un trabajo pesado y que nadie quiere hacer, frente a otras que viven del trabajo de ese sudor. No hay y ni habrá ninguna solución en la medida en la que al salirnos de nuestra situación primigenia, en donde no existía el concepto de escasez y la sensación de injusticia, llegamos a un estado por el cual se creó el concepto de trabajo. Este concepto en sí es suficiente para dar al traste con cualquier pretensión de llamarnos humanos o aldea global. El trabajo es una situación por la cual uno no es unidad con su ser y sí un adaptarse o ser útil para una función o fin. Habría menos injusticia en la medida que toda labor se pudiera intercambiar: yo te sirvo la comida, si tú estás dispuesto a levantarte de la mesa, invitarme a sentarme y servirme tú a mí. Si un político o un ejecutivo se llega a África y trabaja en un campo, perdiendo todas sus comodidades, y cediéndoselas a un trabajador de este continente. Reciprocidad, igualdad. En la medida que todas las labores o trabajos no se remuneren por igual, que no haya distancia entre el productor, el transportista y el vendedor, esa desigualdad es una forma de crear divisiones entre humanos y de crear una situación proclive a la injusticia, y por lo tanto de ser considerada como un nuevo tipo de esclavitud. Independientemente que algún día salvemos esta distancia entre el norte y el sur del planeta, hoy en día, donde la producción en el primer mundo se ha automatizado casi de forma general, prosperan los puestos de trabajos de servicios, como nueva forma de esclavitud. La gran mayoría “sirve” -en todas sus acepciones negativas- a todos. Nunca nos salvaremos de algún tipo de esclavitud, es algo inherente al nacimiento de la “nueva condición humana” de la sociedad de la agricultura y la ganadería, la cual mató el concepto de manada, sin que en ningún momento lo hayamos podido recuperar.
   Off-topic y segundas lecturas: que se sepa los herbívoros no tienen el concepto de injusticia. Bajo esta lectura me parece cínico que el cristianismo trate de dar como valor moral a sus creyentes el concepto de ser y comportarse como corderos de Dios, pues es una forma de hacer que acepten la injusticia como inexistente. Tres de las actuales superpotencias del mundo, -EEUU, Inglaterra y Alemania- se basan en las ideas del protestantismo, del concepto del trabajo como parte de la naturaleza humana.(2) El lema en las entradas de los campos de concentración nazis era: “el trabajo te libera“, impúdico cuando esa “liberación” era vigilada con metralletas, y en muchos casos se terminaba muerto por agotamiento. Me parece cínico que, por otro lado, en EEUU se tenga como principio el concepto del “sueño americano”, donde este lo es en la medida que ese trabajo sea lo mejor remunerado y lo menos “sudoroso” posible. Como secuela o efecto secundario, no lograr el sueño americano se considera como fracasar y por lo tanto, en alguna medida, como estar expulsado de la “manada” o “sentirse” menos americano o humano. Ser “vago” o fracasado, bajo todas estas acepciones de lo que ha de ser un ser humano, es como algo pecaminoso o el salirse del camino o senda que nos ha dado Dios. Lo que no es otra cosa que querer decir que se es una “perversión” humana. En definitiva que se está fuera de lo humano, de la manada. Estar parado, desempleado, así, se convierte en un estigma del que sólo tiene la culpa el propio individuo; cuando la realidad nos dice que es tan sólo una falta de la redistribución de las riquezas (de los puestos de trabajo), de la igualdad y de la reciprocidad. En definitiva, de un sistema basado en la injusticia.

(1) Hemos asumido de tal forma el lenguaje del "nuevo traje del emperador" que aceptamos el concepto de trabajo como el "normal". Mientras que laborar es otra cosa. Si de lo que se trata es de colaborar con la sociedad, quién "colabora" más, ¿un empleado que trabaja en una fábrica de productos químicos cuando muchos de ellos son cancerígenos, una modelo que mantiene los conceptos machistas, o yo -u otros como yo-  al documentarme, pensar, escribir y distribuir mis ideas con todo el laborar que ello conlleva? Hay que redefinir todo de nuevo.No se trata de ir cual Atila por la historia, que es lo que es el capitalismo. La mentalidad del trabajo ha de cambiar. Producir y consumir sin medida ya no es una regla válida. No hemos actualizado nuestra mentalidad, nuestro paradigma humano.

(2) Sobre el tema de las identidades, del cual trataré una y otra vez, es curioso pensar que la mentalidad alemana, sobre el trabajo, tenga que ver más con la japonesa y la china, que con la de sus coetáneos y vecinos latino-europeos (el cuento de la cigarra y la hormiga, como telón de fondo de todas estas ideas). Hoy son más prósperos los países de esa mentalidad, pero... ¿son más felices? Los alemanes van de vacaciones a países latino-europeos, no solo por el sol, sino por su concepto de diversión. Tanto alemanes como ingleses vienen sobre todo a España a "desparramarse", habiendo cogido mala fama por sus inmensas y constantes borracheras. Se "liberan", ofuscadamente, de todo un año de "esclavitud" y rectitud.

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