Lo que Es y lo que (a)Parece XI – El Declive de lo Humano
El título debería de ser la muerte del concepto humanismo, pero siendo honesto, el que tiene es más vistoso, mientras que el que debería de ser parece mal redactado.
El cristianismo, las Revoluciones, y el comunismo, nunca existieron. Eran buenas ideas sobre el papel, pero que al final, en la práctica, no parecieron funcionar. Si se lee entrelíneas la historia, se deduce que los grandes pensadores se dividen en dos frentes, aquellos que pensaban que sus utopías eran posibles, y aquellos otros que aunque simpatizantes, dudaban que se pudiera llegar hasta ese ideario. ¿Los primeros ilusos y bañados del sesgo optimistas, y los segundos cínicos? Más bien que los segundos son del tipo de personas que al no tener el sesgo optimista, son inevitablemente realistas, depresivos o no. En mis escritos ora hago alabanzas y cojo por bandera el concepto de humanismo, ora lo degrado, lo insulto y lo apaleo. Soy humanista, pero sé que sólo es una utopía, porque he comprendido que tal como es el hombre por naturaleza, la cultura no lo puede llevar hasta esa meta. No, sin matar al hombre, sin hacer alguna “trampa”, ya sea por la eugenesia, ya sea modificando el ADN, o cualquier otro medio. ¿Realismo depresivo?, no simplemente realismo. Carencia del sesgo optimista. Esta carencia no debería ser tomada como depresiva, tampoco como cínica. Esas formas de conceptualizarlas es siempre desde el sesgo optimista. ¿Se da por lo tanto una fobia desde ese lado del poder, de la mayoría, de lo común, a los que están del otro lado conceptual?
Toca un apaleo del concepto humanismo.
Como decía en el artículo anterior, en la historia -y protohistoria- hemos ido, a grandes rasgos, desde el macho alfa, al líder, de este al emperador o rey, pasando a una unidad entre un concepto y un líder -ideologías sean religiosas o políticas-, para llegar al final a la democracia, que es el primogénito de la Ilustración y el concepto de humanismo. Se supone que este último paso es aquel donde se deslegitima el poder y las jerarquías, pero de facto, no es así. Tampoco ocurrió con “los comunismos” que se han dado. Esos humanistas, que eran cínicos, de nuevo leyendo entrelíneas, decían que el humano aún necesitaba ser llevado de la mano, que el monto de personas tenían/tienen poca capacidad intelectiva, como para comprender a fondo la complejidad de las cosas, y que necesitaban de alguien que los guiase. Hoy en día, bajo las teorías de la etología y la psicología evolutivas -y cualquier otra rama del estudio de los animales-, diríamos que provenimos de una especie que está fundamentada por las reglas propias de una manada, dónde el rasgo principal son las jerarquías, y donde se da una estructura genética de líder y seguidor. O sea el límite está escrito en nuestro ADN. La cultura no puede luchar contracorriente, debe; pero tal parece que una y otra vez termina por vencer el río. Fracasó el cristianismo, terminando en la Iglesia, con su férrea estructura jerarquizada. Fracasaron las Revoluciones, donde los Señores y los reyes, fueron sustituidos, por los banqueros y los burgueses comerciantes. Y fracasó el comunismo, al convertirse en unas jerarquías altamente burocratizadas, de nuevo, con distintos y desiguales privilegios. O sea que una y otra vez, siempre, se vuelve a estructurar lo humano a través de las jerarquías, aquellas que provienen del concepto de manada. ¿Hemos ganado en derecho?, si, puede ser, pero de facto estos se vuelven invisibles en casi todos los medios. La justicia depende de la calidad del abogado, que depende del dinero que tengas. La voz es más fuerte y estridente desde el poder, la masa sólo es un susurro, un murmullo, que hay que temer, sí, pero que pocas veces consigue algo, o algo claro contundente y duradero. La masa es como ese parque de niños que hace mucho ruido, pero que permanece encerrado entre sus cuatro paredes, para que su sonido quede aislado y minimizado. Sólo se les presta atención cuando se crean peleas, que pueden llegar a contagiarse a toda la guardería, y alterar la paz y los asuntos de los adultos. Nunca hemos abandonado esa posición paternalista de la humanidad, donde el “padre” -macho alfa, líder, emperador, rey-, protegía a sus retoños, la masa de sus seguidores. "La
humanidad es demasiado débil para soportar el don de la libertad", y "la
gente adorará a quienquiera que le dé pan, porque necesita que sus gobernantes
sean dioses", decía Dostoievski.
Remontémonos al principio de todo esto. La testosterona no es una hormona individualizada. O sea, no es como los glóbulos blancos que cada cual ha de tener los suyos, para su propia defensa. La testosterona es intragrupal, el total de la testosterona no está repartida “democráticamente”, sino que se tiene más testosterona dependiendo del nivel de la jerarquía que se detente. La testosterona activa el resto de las hormonas del macho, que entre otras cosas provee de una mayor musculatura, mayor tamaño, mayor resistencia al cansancio, más brío y fuerza, mayor agilidad, etc. Esto no anula la genética, uno nace con unos buenos genes, que repercute a que tenga una mayor probabilidad de llegar a ser macho alfa, omega o betas. Lo que ocurre, en este proceso, es que el vencedor de la lucha por el liderazgo, tiene una subida de testosterona, que hace que se potencien todas las capacidades de las hormonas masculinas, con lo cual logrará una “porción” extra de musculatura, agilidad… Todo estos comportamientos se han comprobado que siguen existiendo en la actualidad, en el hombre. Se hace a través de medir el nivel de testosterona en sangre de equipos ganadores y perdedores, analizándolo en empresas, etc. Ser líder tenía sus ventajas en la prehistoria (y en el reino animal): el primero que tiene acceso a la comida, a los acicalamientos, al sexo; pero también tiene sus inconvenientes. Tiene que estar al frente de las luchas territoriales, de la defensa de los depredadores y de la toma de decisiones. Corre, en definitiva, más probabilidades de morir de forma violenta. El macho alfa tantea la incursión en el terreno de otras manadas, midiendo las fuerzas del macho alfa de la manada vecina y de su número. Es el macho alfa el que decide si su grupo tiene la capacidad de atacar al otro grupo, o si se da el caso, si puede coger por sorpresa al macho alfa del territorio vecino. Se ha dado algún caso en los cuales si muere el macho alfa, y no habiendo un omega que recoja se “cetro”, la manada se disgrega o se divide en varios grupos. El alfa por lo tanto es el eje cohesionador del grupo.
Los seguidores, los que no detentan el poder, los que están en la capa más baja de la jerarquía, sufren de estrés, comen menos, tiene menos acceso al sexo y es menos probable que sean acicalados por otros -ver documental sobre el estrés, para analizar esto en profundidad-. Se puede decir que una posición intermedia es la más ventajosa, porque ni sufren las carencias de los del más bajo nivel, ni sufren los problemas del macho alfa. Esta postura intermedia, que es un poco tramposa, es la clave para entender la historia humana. Entre los chimpancés se ha apreciado que hay líneas de sucesión patriarcales, bajo este fundamento: puesto que lo que importa es la testosterona, y tiene un fuerte grado de componentes heredados, y puesto que las hembras alfa se aparean sólo con el alfa, esta línea sucesoria es la que tiene una mayor probabilidad de tener una buena descendencia de aspirantes a macho alfa. Esa es una tónica en los primeros pasos de la humanidad, bajo estos auspicios, se creó la legitimidad del rey, y más tarde del emperador.
El devenir humano no se “atascó”, en la fuerza, pero esa estructura de poder ya estaba como patrón en el ADN y sus consiguientes sesgos en el cerebro. Hemos seguido heredando, hasta épocas recientes, que el que luchaba y vencía al rey, al líder, heredaba su reinado y sus poderes. Así se ve en la acertada serie “Vikings“, pues este rasgo era más propio de ser mantenido en las, por ese momento llamadas, culturas bárbaras. La política fue creciendo, llegando hasta lo que tenemos hoy, a través de los seguidores y detractores del macho alfa o líder, o sea en gran medida entre los betas, que en algún caso preferían a un omega -segundo en la jerarquía, después del alfa- para detentar el poder. En todo esto se han creado dos “clases”, aquellos que tienen algo que opinar sobre el liderazgo y al propio líder, y aquellos otros que carecen de cualquier capacidad para este diálogo. Se heredó del concepto de manada: líder, omega y betas por un lado, y aquellos otros que no entraban en este grupo. Las Revoluciones, se supone, que eran un asalto a esta división, en ese momento de Señores y vasallos, a favor de por un lado quitar la figura del rey, que se fue degradando a lo largo de la historia, y por otro lado que cada una de las personas contase para algo. Lo que ocurrió en realidad, fue que al final se mantuvo más o menos esa misma estructura, en donde estaban los comerciantes, banqueros, u otras personas con poderes o cargos políticos, fiscales o judiciales y por otro lado la plebe. Es igual como llamemos a un lado y a otro, sea desde el lenguaje comunista, capitalista, humanista, o el actual de la globalización, el caso es que es una estructura heredada que no hay forma de quitar, porque en definitiva está como estructura mental en cada uno de los hombres.
Tenemos, por tanto, dos grupos de humanos bien diferenciados, los líderes y los seguidores. Cuando se habla desde distintos puntos, como el comunismo o el feminismo, de cosificación, de abuso de poder, de misoginia, yo dejo de entender nada. Con lo que me encuentro en la vida es con personas que no pretenden llegar a una posición de poder, que la rehúyen e incluso la odian, y otras que luchan por todos los medios para lograrlo. Es una estructura implantada en el ADN, hay personas que tienen esa capacidad de liderazgo y otras que son simplemente personas que prefieren que otros tomen el mando y las decisiones. Hoy en día es más difícil captar esa diferencia, pues está todo muy mezclado conceptualmente, pero sale a relucir en los test psicológicos y en distintos experimentos. Es tal la confusión y el estado actual que cuando la ciencia nos dice que es así, nos negamos a aceptarlo. Como decía Sartre, la libertad es un conflicto. El mundo es aquello que nos ofrece una resistencia a nuestros deseos y necesidades. El cerebro, la unidad que es un solo ente vivo, cosifica al mundo, como “lo otro”, a aquello que ofrece esa resistencia que hay que vencer o superar -lograr-. Y he ahí que nos encontramos con otra libertad, con otro ser humano. Sartre explicó este suceso por mil laberintos filosóficos, pero de hecho todo se puede simplificar a un mínimo. Cuantas más opciones se tengan por medio, más tardará el cerebro en tomar un camino. De nuevo el dilema del asno de Buridán. El cerebro está construido con el principio del mínimo esfuerzo. Si voy directamente a A, es más rápido que si analizo A, analizo B, calculo pros y contra, y voy a B, porque es probable que otro me haya quitado el bocado o que me ataque un depredador en ese lapsus de tiempo más prolongado. El otro, así, es un competidor que ofusca mis deseos, que siempre ha de ser tenido en cuenta por el cerebro. Lo cual resta rapidez y eficacia a la hora de llegar a metas. La vida acciona regida por la ley del mínimo esfuerzo. Cuando se crea un grupo que hace una apuesta social, las dudas individuales dirigidas a un fin se multiplican. Hay distintas apuestas en la naturaleza, y por extensión sociales-humanas, la cristiana o la comunista dicen, siendo reduccionistas, que deberíamos de comportarnos como los “herbívoros”, en donde no suele darse el líder y tampoco las jerarquías (excepto en épocas de celo). Pero no puede ser así, pues provenimos del concepto de manada (lobos, hienas…) Esta apuesta lo que hace es “regalar” a un solo individuo todas las mejores cualidades de la especie -de ahí nace el concepto de héroe, que en realidad camufla el sesgo de autoridad-, para que sea esta la “cabeza” que toma las decisiones del grupo. Hay posturas intermedias entre la herbívora y la de manada, como es el caso de los elefantes -en realidad elefantas-, que dan esa confianza de toma de decisiones a las más experimentadas, a las más ancianas. Nuestro pariente más cercano, y similar por analogía, es el chimpancés, que devino en los homínidos, y es la estructura de grupo de estos la que tenemos en nuestros genes.
Si nos fijamos en toda película, en donde se dé el dilema de la supervivencia de un grupo, “infierno blanco” por ejemplo, es una lucha por el poder, por hacerse con la toma de esa posición de macho alfa, o de toma de decisiones, pues es una estrategia menos óptima aquella en donde no se crea unidad. De lo que se trata es el de crear un proceso donde el todo es más importante que las individualidades, en donde el todo forma una unidad. Esa unidad se constituye, porque así se da en el propio cerebro humano: el prefrontal ha de ser el que coja el mando, negando o restando otras “opiniones” que vengan de miedos u otros frentes, en una sola voz, con una sola decisión. Me parece estúpido, por no terminar de entender todo este mecanismo, pensar que aquel que se atenga a seguir al líder, sea tomado como que ha interiorizado su debilidad, o que el líder tenga que sentir odio por los seguidores, como así piensan algunas feministas del “macho”. No, simplemente se dan unas reglas, de una nueva estructura, dado un tipo de apuesta evolutiva que es la humana. Una obrera no es una esclava de la reina, ni esta las odia; quizás la reina está en una peor situación: “esclavizada” a poner huevos y sin casi poder moverse de un sólo sitio de por vida. El ser humano tiene dos posiciones o tiene un relé que le cambia a dos estados, -es bastante general en la naturaleza-. Si un hombre está sólo y aislado en un terreno desconocido, sobrevivirá y luchará con todos sus arrestos, pero si forma parte de un grupo se le activará el estado de manada y se colocará en un lugar de la jerarquía. Si vamos a un lugar, a algún tipo de reunión, nos daremos cuenta que la mayoría de las personas permanecen calladas y sin tratar de sobresalir. Sólo los realmente líderes se harán notar y hablarán (excepto si se es histriónico, apuesta tramposa). Igualmente, en esa situaciones de peligros y supervivencia el alfa -que puede ser una mujer- enseguida sobresale, porque no le importa sobresalir y ni tiene miedo a “equivocarse”: esos rasgos están fuera de su naturaleza. Es menos empático, y esto no ha de ser tomado como un rasgo negativo, puesto que ha de centrar toda su energía en sí mismo y su poder. La finalidad de la manada es que haya una sola voz, una unificación de fuerzas para optimizar los recursos de energía y resistencia: un solo grupo de diez humanos es mejor que dos grupos de cinco humanos. Así fue durante miles de miles de años. Una manada pequeña es más probable que se extinga y por otro lado que caiga inevitablemente en la endogamia. Los grupos grandes son los que han sobrevivido, los que al final creaban un reino, o si se terciaba, un imperio. Cuanta mayor unidad se daba en el grupo, y mayor fuerza, mejor. Se siguen reglas económicas, de los sistemas complejos, fácilmente deducibles. Los Imperios conquistaron zonas de grupos pequeños, porque estos no crearon una unidad o frente que aunasen fuerzas. Así pasó con Roma al entrar en el resto del continente europeo; los españoles o ingleses en américa; y el Colonialismo en los continentes que no tenían su misma estructura. El pez grande siempre se come a los peces pequeños, aunque estos ganen algunas pequeñas batallas.
En definitiva, y al punto que quiero llegar en este escrito, ¿qué pretendía el humanismo?, acabar con esta estructura o que fuese más justa y equilibrada. Unos dirán que lo primero, otros que lo segundo, según se sea de izquierdas o de derechas. De cualquiera de las formas no se ha llegado a ninguno de los dos puntos. La democracia no es el epítome (¡existe el verbo epitomar, que divertido!, yo epitomo, tu epitomas… mi cerebro bipolar, lo siento), de la justicia, ni de la igualdad, ni de nada. ¿Si todos somos iguales porque algunas personas siguen teniendo un aura de ser mejor tratados?, no entiendo eso de que haya que proteger al presidente, como así sale a relucir en las películas Norteamericanas, donde cualquier vida es prescindible para salvarlo (que distancia a aquella en la que los reyes andaban con los ciudadanos de su poblado, como se ve en la serie “Vikings”). Tampoco entiendo esas reverencias a los jueces, no son dioses, no son infalibles, no son lo más selecto de lo humano (muchos experimentos han probado su falibilidad: que incurren en prejuicios raciales, sexistas, o que por ejemplo sean más indulgentes con respecto a la cercanía de la hora de comer). Eso quiere decir que de nuevo sale a la luz, pues nunca se han terminado por quitar, el que ciertas posiciones, y por lo tanto personas, sean imprescindibles, mientras que otras no. Se sigue la regla de que si se mata a la reina de las hormigas, se deshace el hormiguero y que si se mata al macho alfa, se deshace la manada. Hoy ya no ocurre así, pero seguimos con esa misma estructura mental e institucionalizada. Los Derechos Humanos sólo existen en el papel, sigue habiendo injusticias, hambres, guerras, violaciones, desigualdades… ¿Por qué no se aplican? De nuevo se siguen las reglas primigenias, si no va contigo o no tienes intereses en ese tema, no te metas. La Europa del siglo XX no hizo nada, o de forma tardía, en la guerra Bosnia, no ha hecho nada o de forma tardía, en la mayoría de los genocidios. Se ha interesado en conflictos de oriente Medio, por ser los mayores proveedores del petróleo, el núcleo energético central del sistema actual. El avance de la humanidad nos ha creado comodidades, ha erradicado enfermedades, tiene un mejor control sobre la agricultura y la ganadería, pero también ha maximizado la forma de matar, de crear tantas muertes de una sola vez, que al final se convierten en meras estadísticas y apenas si crea una autentica empatía entre las personas. Las desigualdades e injusticias no sólo se dan en países o continentes que aún se están formando, sino también en el primer mundo, con democracias con plenos poderes. Cada día se van distanciando más y más las diferencias sociales, cada vez hay más paro e injusticias. Hoy una gran cantidad de niños en España, se van a la cama sin haber cenado, o cenando lo mínimo.
Después nos encontramos con que el exceso, o concepto errado, de humanismo, nos está llevando a callejones sin salida. El “Baby Boom” fue un periodo de optimismo pueril en el cual la optimización de los pesticidas y abonos creaba cosechas mejores, como para aumentar la población; pero dentro de diez o veinte años sufriremos las consecuencias al toparnos con una generación envejecida, en sus muy, muy largas pendientes a la decrepitud, a las que habrá que dar cuidados y sus correspondientes pensiones. Hemos erradicado casi todas las enfermedades mortales, pero estamos abocados a un mundo con unos límites de densidad de población. Hoy ya somos víctimas de esa tendencia: no es cuestión de que haya o no comida para todos, sino el crear el suficiente número de trabajos como para que todos puedan comprar esa comida. Abaratamos productos, a coste de un menor coste en la mano de obra, llevada a países en donde las multinacionales salen beneficiadas, con una menor cantidad de impuestos y una mano de obra más barata (¡Incluso con ayudas del estado de ese país, si se tercia!). ¿Esto no es una nueva forma de esclavitud? ¡Siéntete cómodo con esa camiseta o pantalón barato de moda!, que detrás estás manteniendo y apostando a que tus hijos no encuentren trabajo en tu país del primer mundo en un futuro cercano. Si de lo que se trata es de crear muchos trabajos, hay que consumir mucho. Agotamos los recursos a una velocidad vertiginosa, sin pensar que el planeta y sus recursos son finitos.
Pero toda esta retorica se ha dicho una y mil veces, no hace falta redundar. La finalidad de este escrito es la de un hijo que se queja de tener un padre injusto, que lo ha olvidado, que se muere de hambre de justicia, de igualdad, de equidad. Y sí, hijo, porque asumí ponerme a las “ordenes” de las reglas del padre, que decía ser el humanismo, entregándole mi libertad de acción salvaje que intrínsecamente soy y me definen en tanto que individuo que sobreviviría fuera, sólo, en lo salvaje, fuera de la manada. En cada situación, del devenir humano, hemos puesto nuestras esperanzas ora en un macho alfa justo, ora en un rey o el emperador, para al final, “echándolos” por injustos, poner en su lugar a un concepto: el humanismo. Con lo que nos hemos encontrado, a la conclusión a la que se llega, es que el concepto de humanismo no se diferencia en nada a las otras formas de poderes anteriores. Las mismas faltas, los mismos problemas, en una estructura jerárquica que es la misma. Como se suele decir es “el mismo perro con distinto collar”. No es que haya fracasado el humanismo (como tampoco fracasó el cristianismo o el comunismo), es que simplemente nos engañamos al pensar que el humano puede cambiar lo que realmente es. Tenemos la sociedad que nuestra estructura mental, y de especie, se merece. Cuando vamos al cine, a buscar al héroe, lo hacemos con la estructura mental de que una sola persona lo puede cambiar todo. Como así lo hacía el macho alfa y así lo ha hecho, de vez en cuando, alguna personalidad de la historia. Tenemos la estructura del héroe de tal forma en nuestro cerebro, que todo los demás son sucedáneos. Fácilmente los detectamos en héroes vacuos; que por lo demás, no apagan nuestra sed del héroe, del líder. No pretendo hacer ver dónde están los errores para remedarlos. Lo siento, no soy tan inocente. Y no es ni cinismo, ni realismo depresivo, en su concepción psiquiátrica. Es pura y llanamente ser realista. Hablo desde la posición del antihéroe, desde esas voces anónimas que han sido asesinadas a la menor: por odio racial, clasista o sexista, en genocidios, en guerras, en pateras… en cualquier lugar, de cualquier manera, sin que sus nombres nunca aparezcan en ningún lugar, o remedados en esas plaquitas conmemorativas que a nadie satisfacen. No queremos un cielo de premio, no queremos que en el futuro el mundo sea más justo: queremos la justicia ya, para nuestras propias vidas, para nuestros propios beneficios. Todo lo demás es demagogia. Hablo desde una voz anónima y de antihéroe como la representada en la lograda y poco mencionada película, “El hijo de Saúl“, donde un padre judío trata de dar un entierro digno a su hijo, durante los últimos días del holocausto nazi, y donde no lo logra, y ni siquiera logra sobrevivir. Acción inútil, como lo es casi el cien por cien de las veces que “rogamos” algo de justicia, de dignidad, todos y cada uno de los seres humanos. Estamos tan contaminados del concepto de héroe, nos es tan imposible salir de él, que incluso, como hacemos en el caso del protagonista del film, lo terminamos por convertir (todo) en héroe, cuando en realidad tales personas deberían de ser tomadas como antihéroes. En esta dialéctica perversa e imposible que es la humana, el antihéroe es coronado como héroe, como así ocurre en el trabajo y castigo inútil en el Mito de Sísifo. Podríamos tratar de matar el concepto del héroe, pero de nuevo eso sería una heroicidad. Todo aquel que mate a aquello que era poderoso hereda sus poderes, su prestigio. Se convierte inevitablemente en héroe. Si nos damos cuenta es la misma estructura, que como en el caso del macho alfa o el rey, se convertían en aquel a quien mataban. No hay forma de escapar de esta lógica catastrófica de la condición humana. De esta regla en su cerebro. Bajo este mismo signo, en la antigüedad, matar a una fiera le confería sus dones y virtudes a aquel que la mataba. Para que así se supiese se llevaba alguna señal de tal heroicidad, como la melena del león por parte de Hércules. Hoy esos signos externos de prestigio y jerarquía, nos lo dan las multinacionales: Apple nos vende ese falso sueño, que nadie que le sea fiel reconocerá como falso.
No hay historicidad humana sin el concepto del héroe, sin que nos envenene, sin que nos construya, sin que nos forme y nos estructure. Finalmente el feminismo, de fondo, trata igualmente de matar el concepto del héroe, pero cayendo en su “empoderamiento”, de nuevo como un nuevo tipo de heroicidad, en tanto que heroína que renace de sus cenizas. No hay diálogo o narración posible fuera de esta estructura contaminante. Esos somos el humano: la imposibilidad de no podernos deshacer del héroe, la imposibilidad de deshacernos de nuestras estructuras mentales y de especie. Pensar en otra forma de ser, ya no es pensar desde lo humano, desde sus lenguajes. Y tal cosa es imposible, sin lograr matar al héroe y que ningún otro héroe ocupe su lugar. Ese espacio y lenguaje, fuera del héroe, sólo puede ser desde el lenguaje de los animales eusociales, donde nadie cuenta más que nadie, donde igual de importante es recoger comida que poner huevos. Pero no. No nos engañemos, no podemos ni siquiera pensar en esa posibilidad, que por lo demás la consideramos distópica. La película “Invasión”, 2007, juegan con estos conceptos. La especie alienígena, como ladrones de nuestros cuerpos, se apoderan de nuestros cerebros, convirtiéndonos en eusociales. Inmediatamente, se acaban con todas las identidades, acabando con todas las banderas, fronteras, guerras y desigualdades. Pero finalmente el humano los vence y volvemos a nuestro estado “natural”: identitario y de desigualdades.
Antiguamente las ideologías de orden religioso o político nos traían “buenas nuevas”, y poníamos nuestras esperanzas en ellas. Hoy en día ese papel lo hacen los científicos, ¡oh, que nobles! Bastaría sacar conclusiones de documentales como “(Des)honestidad“, (basado en los estudios de “los experimentos Matrix”, llevados a cabo por Dan Ariely); o el documental “Estrés, el asesino silencioso“, (basado en los estudios del neurobiólogo Robert Sapolsky); o “La era de la estupidez“, (que ataca la ceguera en que nos encontramos con respecto al cambio climático, lo cual nos está llevando a nuestra propia extinción); para crear una sociedad algo más óptima que la actual. No perfecta, pero sí una sociedad renovada desde unos principios mejor entendidos y mejor estructurados. Pero no. Ahí están esos documentales y ningún cambio han provocado. Y aunque nos pusiésemos “manos a la obra”, con nuevas leyes o propósitos, de una u otra forma, todo se volvería a pervertir, hasta llegar a la misma estructura de siempre. El humano, en definitiva, es esa imposibilidad.

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