Lo que es y lo que (a)Parece VIII – La Dolorosa Tragedia del Amor

   Antes que nada quiero resumir o esclarecer algunos conceptos que me he dejado en el tintero. Al concepto de aceptar varios tipos de apuestas evolutivas mentales, se le llama neurodiversidad, aunque hay que ir aclarándolo. Estoy haciendo “ataques” a la psiquiatría, tal postura se llama antipsiquiatría y viene de lejos, quizás el autor más respetado y profuso en el tema fue Thomas Szasz, siquiatra de profesión y con libros como “La fabricación de la locura” y “El mito de la enfermedad mental“.
   Me centro en el tema a tratar. Si se lee casi cualquier libro de trastornos de la personalidad, fácilmente nos vamos a ver reflejados en algún trastorno, en alguna medida. Las ciencias biosociales, como puedan ser la psicología evolutiva, las neurociencias y una rama de la psicología cognitiva, asumen lo que he dicho yo. Hay unas estrategias arraigadas en la evolución, que en la sociedad actual extreman sus “esencias” como para llegar a un trastorno. Pongo dos casos. Una persona cuya estrategia evolutiva sea ser meticulosa y detallista, puede caer en un trastorno obsesivo-compulsivo. Un “seguidor” o “complaciente”, que no tiene ninguna tendencia a tratar de ser líder o alfa, puede caer en un trastorno de dependencia, esquizoide, evitativo u otros.
   ¡¡¡Atención, mirar esta tabla puede crear graves problemas de auto-aceptación, de identidad!!, es broma, pero tiene algo de cierto, yo me he visto reflejado en varios perfiles.
Gráfica de Trastornos de la Personalidad
  En esta gráfica vemos los trastornos de la personalidad y sus proyecciones a distintos niveles. Hay una primera conclusión: que las apuestas de los alfas y los seguidores tienen respuestas o trastornos muy distintos. Los alfas o betas pueden caer en lo antisocial, narcisista, pasivo-agresivo o histriónicos (quizás estos sean falsos alfas, una apuesta tramposa), el resto son posturas de los seguidores. Los obsesivos-compulsivos o paranoicos se salen de esta división, ya que pueden caer en los dos grupos. Hasta ahí estamos de acuerdo. Pero, ¿se podría tachar de paranoico, neurótico u otro trastorno a un judío en un campo de concentración?, no, porque su forma de pensar y sentir está ajustado a una realidad dura. Y ahí surge el dilema: ¿cuándo una persona, que muestra ciertos síntomas, tiene un trastorno?, pues son disfóricos y fuera de lugar, y ¿cuándo están ajustados realmente al medio? Trataré de mostrar que si se dan los distintos trastornos, no es principalmente por un problema individual de inadaptación, sino que más bien es un problema de la sociedad tal cual está, que nos impele a caer en unas situaciones u otras.
   No sé ni por dónde empezar. Se me abren mil posibilidades de formas de enfocar el tema. En primer lugar lo que se deduce, es que los mamíferos se metieron en un callejón evolutivo, que daban más problemas que soluciones. Los problemas de los trastornos nos los encontramos igualmente en animales domésticos, así como en animales salvajes. Lo que está en juego en el “lenguaje” de los mamíferos son tres cosas: 1. la impronta, 2. abandonar del nido y 3. la libertad o independencia.
  1. Muchos animales, que dependen de sus padres al nacer, están “programados” con algo que llamamos impronta, por la cual se nos fija en el cerebro quienes son nuestros padres (protectores), como para tener un comportamiento con estos, diferentes que con el resto de los otros. Aquí se cuela, de fondo, el problema de la identidad. Impronta=identidad, no-impronta=lo otro.
  2. La educación o cuidado de la cría se establece hasta un momento en el cual esta ha de abandonar el nido. No en todos los animales este hecho es igual. En unos depende de los padres, en otros está prefijado en el ADN.
  3. La finalidad es romper el cordón umbilical, la dependencia. Logrando o alcanzando la individualidad, la unidad, logrando la seguridad por uno mismo.
   Los orangutanes tienen una infancia muy parecida a la humana, de total dependencia de la madre. Si la madre muere ya no sobrevivirá. En la actualidad se recogen a estas crías y muestran los síntomas propios de un trastorno de dependencia, evasiva o cualquier otro trastorno típico de seguidor. Si es un macho y con capacidades de líder, puede ser muy agresivo. Lo mismo se puede decir de los perros. No conviene separarlos demasiado pronto de las madres. Conozco un caso en el que un macho, teniendo una hembra de compañera, siempre trata de adormilarse succionando y empujando con sus patas las mamas de la hembra. En ese sentido se deduce que ciertos mamíferos somos demasiado vulnerables y sensibles al trastorno, en cuanto se rompe con la regla de la impronta (falta de madre o de alguien que haga su papel) y del momento en el que se tiene que producir el abandono del nido. En la sociedad actual es complicado que no se rompa una u otra regla: divorcios, padres que se dan a la droga o las adicciones, peleas en el matrimonio, los padres no están demasiado tiempo con los hijos por sus trabajos, la no posibilidad de abandonar el domicilio paterno por la precariedad del trabajo, etc. En el caso humano la situación se complica aún más, puesto que el padre y la madre  (madre=amor, padre=disciplina) tienen unos roles muy distintos y si falta alguno de ellos se rompe, de nuevo, el equilibrio. Tenemos por lo tanto que o bien de forma improntal o por la imposibilidad de abandonar el nido, tenemos unas grandes probabilidades de caer en algún tipo de trastorno.
   El patrón de la impronta no se limita a ese rol de quienes son los padres, nuestros protectores. Se sigue en distintos procesos de la vida. Así como uno se inicie en el sexo, que no tiene porqué implicar penetración, sino tan sólo una excitación mental, así es como va a ser los gustos y las tendencias sexuales en el adulto. Por eso se dan tantas parafilias, en apariencia tan extrañas. Si de niño se crea la impronta, del despertar sexual, por el olor almizclado y fuerte de unos pies desnudos, ese será nuestro deseo más arraigado y profundo. La personalidad también se construye con este concepto de impronta, si de forma azarosa somos graciosos de niños, nuestro perfil, quizás, tenderá de por vida hacia ese camino. Lo mismo si estamos más o menos mucho tiempo solos o con mucha gente, eso nos creará la impronta de ser solitarios o sociales; o cómo no el hacernos de un equipo u otro, de una ideología o religión u otra. Se sigue lo mismo en los animales domésticos. Para que un gato pueda ser llevado por la calle en brazos, sin entrar en “pánico”, se le tiene que tener en brazos la mayor parte del tiempo de sus primeros meses.
   Al abandonar el nido, y en las últimas etapas en este, entra en juego nuestra identidad, nuestra libertad. ¿Tenemos realmente una sociedad creada para la libertad, para la absoluta independencia y seguridad de uno mismo por sus propios medios? No. En el caso humano, venimos del concepto de manada, y esta del concepto de jerarquía y por lo tanto susceptible de que se produzcan machos alfas y seguidores. Toda la sociedad está construida bajo este parámetro: siempre hay jefes, o personas con mando, a los que hay que obedecer o seguir. Vivimos en un mundo jerarquizado. De nuevo un problema evidente: hay alfas que no tienen la capacidad de llegar a una posición de mando y seguidores que sí llegan a esa posición, pero no se les da bien, creándose situaciones negativas. Los alfas inadaptados fácilmente caerán en posiciones agresivo-pasivas, narcisistas, antisociales e histriónicas. Las personas con mando, que no son realmente alfas, pueden caer en pasivo-agresivas, paranoides o histriónicas.
   Por otro lado tenemos las relaciones que en teoría no son de guerra o conflictivas, como las amistades y las parejas. En las amistades siempre se da un tira y afloja para tener y mantener cierta posición, con las parejas igual. Para Sartre lo que siempre está en juego, con los otros, es la libertad. No en tanto su uso vulgar, de no-cadenas, sino de algo más básico, que está enraizado en la propia estructura del ser de la conciencia. Como ya he dicho muchas veces, la conciencia es básicamente negadora (controladora), su función más básica, a nivel físico de esa zona del cerebro, es la de crear procesos inhibidores, ya que las vías neuronales y los neurotransmisores se dividen en inhibidoras y excitadoras. En ese sentido, el prefrontal quita “legitimidad” a todo proceso mental, lo deja en suspenso. Este proceso se expresa como el de una constante duda. Pero a la vez todo proceso es de ser, de potencialidad de ser, de tender al ser. El cerebro, la vida, es acción en el mundo. Nos hacemos ser en la medida que “doblegamos” aquello que nos ofrece una resistencia en el mundo.  El mundo es la resistencia que nos impide ser, que el ser se “cumpla”, que se de en libertad (llegar a una fruta en el árbol, cruzar un río donde hay un mejor hábitat). En ese sentido el otro, es parte de esa resistencia, pero además es ese otro que tiene el mismo “aparato” de libertad que el mío. La misma estructura, los mismos “deseos”, los mismos problemas. El dilema surge cuando los motivos del otro y los míos no coinciden. Lo que está en juego es la libertad, que es así puesto que es parte de una identidad. En ese sentido para Sartre todo amor o contacto con el otro es un juego sado-masoquista. Encaja cuando cada uno de los dos lados tiene una posición, pero es de lucha en cuanto no se da esta paridad. Pueden haber fines en los que una pareja estén de acuerdo (vivir juntos, tener hijos), pero todo se desarrolla en una constante lucha de cómo hacerlo o llevarlo a cabo. Las amistades con el mismo sexo tienen un roce menor de desgaste en la lucha, puesto que hay más coincidencias. Entre el hombre y la mujer no solo son muy opuestas, sino que además en el último siglo se están volviendo casi de enemistad abierta.
   Con todo ese telón de fondo nos encontramos que cada vez se dan más roturas entre las parejas, menos continuidad. Cuando se da una rotura nadie quiere ser el dejado, la víctima. En parte es porque a nivel del cerebro se va a pasar por un periodo de depresión o ansiedad, pues te han “negado” el ser, tu identidad. Tanto la depresión como la ansiedad, suelen ser un periodo fuerte e intenso, pero no demasiado largo. El siguiente proceso, después de un posible periodo de pérdida de la identidad, puede ser el de un trastorno de la personalidad pasajero, si el medio te ayuda salir de él, o duradero si las circunstancias persisten. De esta forma nos encontramos que, cuanto más nos adentramos en este nuevo modo de vida del siglo XXI, más es posible encontrarnos con personas con distintos y variopintos tipos de trastornos, a los que no nos adaptamos y dejamos, o nos dejan, incrementándose exponencialmente las posibilidades de salir dañados o dañar, y por lo tanto de nuevo de empezar ese ciclo propio del rechazo. Se produce un juego de carambolas infinitos: empezamos una relación, nos encontramos con que no es lo que nos gusta o conviene, lo dejamos, se incrementa el dolor de “despedido” y rechazado… y así una y otra vez, entre cientos y miles de personas que caen en depresiones y crisis de identidad, cuales fichas de dominó.
   Por qué pensar que alguien tiene una personalidad pasivo-agresiva o esquizoide en esta situación, ¿no es lo “normal”?, no está y tratando de adaptar su personalidad y comportamiento a un mundo de relaciones casi “imposibles”. ¿Acaso no es “legítimo” que una persona obesa o una muy poco atractiva sea evitativa? Yo siempre que pienso en temas complicados y profundos, observo la naturaleza. Ahí tenemos al árbol, si está aislado, nada le resta luz, hecha ramas desde la base del tronco. Si nace casi bajo las raíces de otro, al principio nace inclinado y después corrige su curvatura. Cuando está en grupo, el total de ese grupo hace una forma que se asemeja a la de un solo árbol, creando una armonía que equilibra la toma de luz para todos. En definitiva, adapta su ser a la situación, sin que ninguna de esas adaptaciones sean anormales o enfermas.
   Como de lo que se trata al final, para los psicólogos, es de “equilibrar” cierto conjunto, se recurre a las terapias de pareja, a las de la familia, o de empresas, etc. Pero no tienen la capacidad de hacer una terapia a la sociedad en su conjunto (sólo los intelectuales y filósofos; pasados de moda y en la actualidad callados), que es lo que realmente está “enferma”. No me  alargo más. No está todo dicho, solo es un bosquejo. Tenemos que sanar la sociedad, sus conceptos, el uso que se le da a las palabras, para volver a coger algún camino correcto, porque ahora estamos absolutamente perdidos en un laberintos de luchas, identidades y conceptos errados.
   Remato para dar sentido al título. El “amor” es la apuesta evolutiva de los mamíferos, que funciona a la perfección si el medio le es favorable. Pero es demasiado vulnerable a cualquier cambio o desequilibrio, dando como resultado situaciones desastrosas. En el ser humano el amor “funcionaba” como pegamento en su época de manada. Fuera de ella las cosas se han ido retorciendo y complicando. No era amor la situación en la que estaba la mujer, antes del siglo XX. Era de dominación. No es amor el actual estado de la mayoría de las parejas, que o bien han llegado a un conformismo bovino o bien viven eternamente luchando con un sentimiento de amor/odio. La acertada película Argentina “Incendio” da buena cuenta de ello. Ni siquiera el humanismo es amor, si con ello no acepta ciertas cosas del ser humano como negativas y “erradas”. El odio es tan legítimo como el amor, si de lo que se trata es de sobrevivir y no morir lentamente en una depresión de la que sólo tú -dicen- eres el culpable. Con todos esto sentidos enrevesados, es por lo que, en la actualidad, sólo se puede hablar de la dolorosa tragedia que es el amor.

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