Lo que es y lo que (a)Parece V - A Propósito de Buda
No he olvidado que el asunto que trato de buscar, en estos escritos de sobre “lo que es y lo que aparece”, es la búsqueda de la actitud. Esa que ponen como bandera muchas de las terapias cognitivas y de autoayuda. Estoy cogiendo un largo desvío, pues al final será más fácil sustentar mi teoría con todos los antecedentes que le precedan.
En mis escritos he querido llegar a la identidad, pues no deja de ser otra cosa que a lo que tomamos como yo, y este como ese ser que “maneja” los hilos de un ser transfenomenal que ha de existir en el cerebro. En el camino hacia el estado adulto, vas comprendiendo -asumiendo- tu papel en el mundo. Naces en tal o cual continente, en tal o cual país y región, con tal sexo, y con tal o cual condición social, etc. En cuanto uno quiere tomar el timón de su propio barco, que estaba en manos de los padres y en general de los adultos, de repente uno se encuentra que ya tiene toda una identidad de base, de la que no se puede escapar, que te sitúa en un lugar en el mundo. Construimos a partir de esta base o identidad prefijada.
Asumimos lo que somos, pero ¿hay otro camino?, ¿se puede negar lo que se es?, ¿lo que percibimos y asumimos al llegar a cierta edad madura? Si nos pusiéramos a pensar en alguien que de repente renegase de toda esa identidad, enseguida pensaríamos en Buda. Buda nació en la clase alta, con ciertas creencias religiosas y siendo varón. En un momento dado cuestiona esa posición, esa identidad y trata de buscar algo más. No voy a hacer un repaso a toda su vida y su discurrir. Lo que me interesa es al punto al que llegó.
Una de las enseñanzas del Budismo es la negación del yo, el atribuir a este casi todo los males. El estado iluminado es algo así como asumirse sin un yo o identidad. Tampoco voy a ahondar en esto, pues lo más seguro es que lo llevase a mi propio terreno. Lo que me interesa es que ese estado al que llegó Buda, es que a tal estado es al que se llega por ciertas condiciones, como pueda ser el permanecer aislado de la sociedad por mucho tiempo. En psiquiatría tal estado es tomado como un trastorno. El trastorno de despersonalización. ¿Cómo un estado puede ser tomado a la vez como un estado de iluminación y por otro lado como una “enfermedad” psiquiátrica? Sin duda por algo que el individuo “vuelca” sobre ese estado. ¿Su actitud con respecto a este? En lo humano no se puede hablar nada como que pertenezca a algo que tenga tintes de ser una verdad universal, al cien por cien, de la condición humana. La psiquiatría o la psicología no tratan estados si no conllevan “dolor” o malestar para el individuo. La soledad es más aceptables para algunas personas que otras. Incluso en el inglés hay dos acepciones: solitude y loneliness,(1) para una soledad “buena” y otra “mala”. Nietzsche marcaba esta diferencia como el estar solo (no deseado) y la soledad (deseada).
Lo que me interesa de todo este asunto es qué es el yo, como para que se pueda desdibujar hasta perderse. Que en definitiva podamos perder la identidad según ciertas condiciones. ¿Es un problema psiquiátrico y por lo tanto de los neurotransmisores o es otra cosa? Si volvemos a la identidad vemos lo vacuo de tal concepto. ¿Soy Castellano? ¿qué quiere decir eso en el mundo?, ¿acaso de la región que soy no tiene un origen vetón? Y acaso, si no me remonto a unas cien generaciones más atrás de esta, ¿no pertenecemos a un mismo grupo de homo sapiens que entraron y profundizaron en Europa? Y si nos remontamos más atrás a un solo grupo de unos doscientos individuos que salieron de África y finalmente africanos. Parte de mi identidad es accidental, que por lo demás tiene tintes ideológicos. ¿He de asumir esa ideología sin cuestionarla? ¿Quién se atreve a profundizar en su identidad sin perderse en un galimatías de datos históricos que finalmente pueden que no lleven a nada? Y si no soy mi identidad local, ¿a qué reducirme?, ¿a mi carácter?, ¿acaso el carácter no es lo más físico y por lo tanto animal que me define?
Se supone que lo que nos hace humanos son las capacidades del prefrontal, junto con el lenguaje. El prefrontal es un último estadio, dónde el cerebro manda una pregunta compleja que no tiene una fácil respuesta para los procesos precedentes que le han “mandado” esa pregunta. Es duda, es discernir para elegir, es anteponer esa duda a lo dado, por ser este constantemente “contaminado” por lo local, por lo posible, sin que se pueda encontrar una “verdad”, una identidad fija en las cosas humanas. Quizás la única verdad sea lo inmutable de este proceso. Soy duda, el prefrontal tiene la capacidad de dejar en el aire de forma indefinida e infinita a todo lo que se me aparece. Lo único que escapa de esa duda es su propia capacidad de dudar, y por lo tanto de que esa es la capacidad o esencia del prefrontal, del lenguaje y por lo tanto de la conciencia (estoy usando menos la palabra conciencia, y prefiriendo prefrontal, porque la primera está “contaminada” por la religión judeo-cristiana como equiparable a culpa, a sentirse culpable de haber hecho un mal).
La despersonalización, vista así, bajo el punto de vista del anterior párrafo, no es la excepción, sino que debería de ser la regla. ¿Por qué no lo es? El mito de la caída del paraíso, en el que el humano toma conciencia de lo que es, de su desnudez, es una metáfora que define esa división temporal en nuestra evolución, por la cual de repente no podíamos ser unos seres plenos con la acción. Sin el papel del prefrontal, el cerebro es uno con la acción y por ello con el mundo. El asno (de Buridán) elige uno de los dos montones de heno porque tiene hambre. Hambre, heno y comer heno, es un todo que requiere de una acción en el mundo de un sistema nervioso. Con el prefrontal esa plenitud desaparece: si veo dos montones de heno, ¿hacia cuál voy?, es uno más grande que otro, serán igual de apetitosos, ¿y si en alguno hay una alimaña escondido?, ¿no será que alguien los ha puesto ahí adrede para analizar mis acciones?, habrá un ser que mira mis actos, y de ser así ¿ese ser me está poniendo a prueba o me está beneficiando a mí y sólo a mí al ponerme ante estos dos montones de heno? De repente el mundo se nos revela como lleno de posibilidades sin fin. La unidad ya no es posible, se crea un divorcio entre ser, en tanto que plenitud o completitud, y la nada o duda.
¿Nos reconocemos más como el primer asno, que simplemente come, o como el segundo que no deja de hacerse preguntas? En realidad el ser humano ya no puede ser el primer asno. Su condición es ser como el segundo. Todas las identidades actuales no se basan en otra cosa que en ese enredarse en el lenguaje y las propiedades del prefrontal. La lucha en la actualidad, o quizás la que siempre ha existido, es la de tratar de dirimir qué es “asno” y qué es humano en el tratar de hallar la posición correcta e intermedia, de ese asno, ante sus dilemas o sin ellos. Se supone que ya no aceptamos como “humano” al simple asno que comerá sin ninguna duda. De ser así aceptaríamos al “macho” humano herido en su orgullo que “obedece” a su básico impulso de pegar y vejar a la hembra que le cuestiona. Tampoco vemos “sano”, por lo tanto, la perenne duda; ya que a tales personas las tratamos como enfermas mentales (aboulomanía).(2) Se supone que lo “humano” ha de ser una posición intermedia, que medie entre el impulso básico y lo degenerado de no dejarse de preguntar hasta el infinito, pero, cuál ha de ser ese estado intermedio, ¿existe?, es real como lo es el heno, o de nuevo caemos en dar una identidad allí donde no la hay. O sea, no hay una respuesta válida, que “certifique” que hasta aquí es sano, y menos es ser un “animal” y más un “enfermo”. Esa posición no puede más que estar mediatizada por ciertos valores preconcebidos en un momento dado de la historia, o sea están ligados inevitablemente, de nuevo, a una ideología o paradigma, a una forma “estándar” de lo que es o ha de ser lo humano, bajo ciertos criterios que no se han de cuestionar.
Vuelvo a Buda. Buda no llegó hasta el final de los límites en el preguntar. Se quedó con una respuesta que era “adecuada” a su época, que era esencialmente espiritual. La duda es vacío, el hallar una respuesta es “crear” y recrear una realidad. No existe algo así como hallar una respuesta en el vacío, pues es darle ya de por sí un sentido, es darle realidad y por ello dejar de ser vacío. En cuanto a si la despersonalización es un trastorno…, no lo debería de ser. Es la realidad última del prefrontal. En la medida que al vivir casi no hacemos uso de este recurso, nos quedamos con las partes del cerebro que nos dan o nos proveen de una identidad. Tal identidad no la queremos cuestionar, puesto que al perderla caemos en el vacío, y vacío y desorden están ligados conceptualmente. La materia tiende al caos, sigue la regla de la segunda ley de la termodinámica. La vida crea un orden precario en ese caos. Puesto que la esencia de la vida es el orden, una de sus reglas es la de huir del caos, caos es muerte o no vida. Aceptar el desorden, el caos, es aceptar ser otro que la vida, lo cual es una contradicción. Por el principio de no contradicción algo no puede ser y no-ser, luego es, luego es identidad. Todo el cerebro está construido bajo esta premisa. Con el nacimiento del prefrontal, unido a la palabra, de repente el vacío tomo “forma” en algo vivo. ¿Cómo va a ser esto? Huimos de la conciencia, de las capacidades “puras” del prefrontal, como huimos de la muerte. Como dijo John Gray “la conciencia va unida a los intentos por evadirla”(3) Con el nacimiento de la conciencia, nació a su vez las formas en las que “debemos” de huir de ella (incluidas las drogas). Tener una identidad es válido, antes que ser nada, de ser vacío. Luego acepto cualquier identidad bajo la que nazca, aunque eso conlleve injusticias y contradicciones con los actuales conceptos humanistas, y de lo que debería de ser la globalización como extensión humanista.
En lo escrito ya se va intuyendo qué es la tan pregonada actitud, pero dejo mi respuesta definitiva para un futuro escrito, pues antes hay que tratar otros temas. Para mí la respuesta “acertada” es la realista depresiva (¿acaso John Gray no la “padece” y se le supone sano?) El humano es ese ser que tiene como identidad su conciencia, las capacidades del prefrontal junto a la palabra. No se trata de dudar de todo por sistema, se trata que una vez que se derrumba el edificio humano, comprendemos que toda edificación es “intencional”, hecha bajo un punto de vista partidista, de una razón con cierta ideología, o bajo cierto paradigma. En ese sentido no es que el humano tenga una identidad, si no que le proyectamos una “identidad” bajo el punto de vista de una finalidad o utilidad. Pero esa identidad no es “mi” realidad, sino que ya no puede ser otra cosa que una máscara, aquello que ato a mi cara con una cuerda para sujetarla. La capacidad “pura” de la conciencia, es la duda. Eso quiere decir que cada uno de mis actos van a estar contaminados por sus múltiples posibilidades. La elección casi siempre es azarosa, pero siendo elección y con la pretensión de darle identidad, le confiero una estructura rígida, de densidad de ser, cuando en realidad no lo es. Llevando tales conceptos a una metáfora: es como si la conciencia o prefrontal, pusiese decimales a todo número. Cuando alguien me preguntase que cuantos números enteros tengo en mi haber, le tendría que decir que ninguno. El prefrontal llena de decimales (dudas, apariencias o actos sin densidad de ser) a todo acto (número) humano. Por el contrario el humano medio busca lo definible, los números enteros, para poderlos “manejar” de forma adecuada en su cerebro. Sin tal “acto” el cerebro estaría constantemente analizando y gastando energía, cosa que no le interesa a la evolución y su principio del mínimo esfuerzo.
Buda tiene el mérito de ser la primera persona que “borró” la identidad del lenguaje humano, pero que se quedó a medio camino al darle un sentido o finalidad. Uno en soledad pierde la densidad de ser, la máscara, puesto que toda la sociedad está construida para que tengas y defiendas una identidad. Sin sociedad, sin personas que te cuantifiquen y te den una identidad, un ahí en su aparecer, el prefrontal se presenta desnudo, denso en su nulidad de ser, en su vacío. Sin identidad. Si uno lo ve o lo siente como una pérdida se sentirá mal (¿actitud?), pero eso tan sólo lo es en tanto que el “signo” que la sociedad dice sobre lo que se tiene que ser. Si nos fijamos detenidamente, budismo y realismo depresivo (nihilismo en esta dimensión) se parecen en sus “verdades” últimas, pero con distintos mensajes finales. Es la sociedad la que “dicta” que una posición es “buena” y otra “mala”. Para el realista depresivo, la no respuesta o sus respuestas, no están “contaminadas” con ninguna finalidad o funcionalidad. Eso no quiere decir que sean las “correctas”, si por ello ya se les da un valor. Lo único que sostiene es que es duda y es vacío, y que todo valor no existe, sino que este se “añade” a toda la realidad, sin que por ello forme parte “natural” de su ser. Aprende que el lenguaje, ya de por sí, está construido para dar valor y densidad de ser a las cosas, luego no puede entrar o escapar de dicho lenguaje, sin caer en el “error”. En definitiva, el realismo depresivo no es ninguna respuesta a nada, ni una finalidad. Es tan sólo una condición del prefrontal enfrentándose al mundo, desde ningún otro lugar que su propio vacío. Es simplemente nihilismo negando todo valor a todo. Decir, para aclarar conceptos, que el que el nihilismo, en su “no construir”, sea tratado por la sociedad como un tipo de “mentalidad destructiva”, ya es dar un valor errado, en el que el nihilista no tiene por qué coincidir, pues de ser analizado minuciosamente, por la razón sin el aparatoso “mecanismo” emocional humano, no es nada lógico.
(1) Al hacer la traducción Google lo traduce ambos por soledad, pues en castellano no tenemos dos palabras, para tales condiciones.
(2) La serie “The good place” muestra un personaje con este mal, Chidi. Serie recomendada por lo entretenido y sus dilemas morales, con sus consiguientes contradicciones. Hasta el capítulo 7, o así, es bastante lineal y predecible, pero después mejora mucho.
(3) Mis escritos son paralelos a las ideas de John Gray. Si bien tengo que decir que lo acabo de descubrir, como quien dice (todavía no he terminado de leer “perros de paja“). Por lo tanto aunque parezca que lo estoy parafraseando, no es así. Tan sólo hemos coincidido en la mayoría de los conceptos, quizás porque es lo que se sigue de llevar el pensar hasta sus últimos límites: sin “respeto” a ninguna identidad y sin miedos. En definitiva, siendo honestos, aunque aparezcamos en algunos momentos como “inhumanos” o enfermos, hemos coincidido, como buda, en lo “aparatoso” de concebirnos como una unidad a través de todos los fenómenos y vivencias de nuestras vidas, que de decir algo, más bien dicen lo contrario: que no existe tal unidad o identidad, sino que es algo artificioso. Cuestión que de alguna forma “mágica”, casi nadie quiere o parece querer cuestionar.
(2) La serie “The good place” muestra un personaje con este mal, Chidi. Serie recomendada por lo entretenido y sus dilemas morales, con sus consiguientes contradicciones. Hasta el capítulo 7, o así, es bastante lineal y predecible, pero después mejora mucho.
(3) Mis escritos son paralelos a las ideas de John Gray. Si bien tengo que decir que lo acabo de descubrir, como quien dice (todavía no he terminado de leer “perros de paja“). Por lo tanto aunque parezca que lo estoy parafraseando, no es así. Tan sólo hemos coincidido en la mayoría de los conceptos, quizás porque es lo que se sigue de llevar el pensar hasta sus últimos límites: sin “respeto” a ninguna identidad y sin miedos. En definitiva, siendo honestos, aunque aparezcamos en algunos momentos como “inhumanos” o enfermos, hemos coincidido, como buda, en lo “aparatoso” de concebirnos como una unidad a través de todos los fenómenos y vivencias de nuestras vidas, que de decir algo, más bien dicen lo contrario: que no existe tal unidad o identidad, sino que es algo artificioso. Cuestión que de alguna forma “mágica”, casi nadie quiere o parece querer cuestionar.
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