Lo que es y lo que (a)Parece VI – Sobre el Odio

   Todo orador (escritor, profeta…) ha de comprender que serlo implica coger alguien de la mano y llevarlo a un bosque cerrado y profundo. Esa persona no conoce tal bosque, pone su confianza en quien le lleva de la mano, que se supone que lo conoce. Si al cabo de un tiempo la persona “raptada” se da cuenta que no se va a ningún sitio, que sólo hay bosque, terminará por soltarse de la mano del que le conduce, para volver sobre los pasos andados, hasta llegar al sitio que sí conocía.
   No trato de llevar a nadie de la mano. Podría recurrir a las técnicas conocidas, para hacer creer a la persona que todo va a algún lugar, que soy realmente una voz de autoridad. No hay técnica, no soy voz de autoridad. Te digo que me acompañes al bosque y al final te dejo allí. Sólo implanto dudas, doy la vuelta a la moneda, o a la piedra que lleva allí por siglos y nadie le dio la vuelta, después que cada cual haga con ello lo que quiera. De cualquier forma hay constantes en el escrito: el cuestionar la identidad, mostrar que casi todo en lo que creemos es aparecer y no ser, y concluyentemente, el presente libro trata de ver qué es la tan aclamada aptitud. ¿No será uno de esos “caramelos” que alguien te ha dado para poderte coger de la mano y meterte en su bosque? El tema del presente escrito es sobre el odio, un bosque oscuro y tenebroso, al que casi nadie ha tratado de adentrarse para conocerlo.
   ¿Por qué hay tanta tinta escrita sobre el amor y casi nada sobre el odio?, ¿Acaso para entender algo no habría que entender su contrario? En realidad todo es parte de un mismo problema: la capacidad que tiene el ser humano de comportarse como el avestruz: escondiendo su cabeza bajo la arena en cuanto las cosas no le gustan. Me asombran las personas que se creen falsamente optimistas, cuando a la menor evitan todo tema espinoso, oscuro, negativo que les pueda restar su calma. De existir un optimista lo ha de ser porque, independientemente que se hablen o se traten sobre temas negativos, esta persona no se ve afectada. ¿Existe tal cosa? Y de ser así, ¿no tendería a tener un perfil sociopático? Ahí tenemos a las dos primeras expulsadas de GH Revolution, Nerea y Yolanda, hijas milenials que son el “producto” de nuestra nueva sociedad, edulcorada y falseada: irreverentes, egocéntricas, con una casi total ausencia de empatía, asociales…
   Como siempre habría que tratar de ahondar en tal término y cuando es justamente tratado, y no banalizado. Como siempre el lenguaje común lo distorsiona. La palabra odio se ha vuelto comodín a todo, más todavía con las redes sociales: “odio los lunes”, “odio este tipo de tacón”, “odio cuando el día empieza así”, etc. El odio de verdad, el que nace de las entrañas y tiene una fuerza arrebatadora, profunda e intensa, es un problema, de nuevo, de la identidad. No está clara la etimología de la palabra odio, viene del latín, pero este término tampoco nos lleva más allá, pues es una simple translación. Por otro lado se cree que el origen indoeuropeo es kaded, que sirve tanto para pena como para odio. El término kad a su vez designa en su origen al sabor ácido, agrio, y de estas la palabra picante y a su vez algo punzante. Quizás de aquí venga el término de la calle, de que alguien “se pica” o “está picado”, como una forma temporal y leve de odio. En términos generales de esta forma odio puede provenir, en el latín, de la palabra inodiāre, irritar vivamente. De una manera u otra odio es la irritación que nos provoca estar cerca de la fuente de tal irritación profunda, que sólo se alivia si nos alejamos de ella y/o nos la sacamos de nuestra cabeza.
   Pero todo este “paseo” por su etimología no resuelve el problema, tan sólo lo traslada. Dado que su etimología más lejana tiene que ver con el sabor, está claro que la capacidad de la evolución para distinguir los sabores está “construida” para prevenirnos de no tomar ciertas cosas, porque pueden hacer peligrar nuestra vida. Es por lo tanto un sistema de alerta: se activa la respuesta básica de evasión, de miedo, de negación, de eso que es otro que no puede ser asimilado en mi unicidad, dentro de mi ser. Es pura otredad. Reconocemos así lo ácido y lo agrio (las papilas gustativas lo hacen), como aquello que hay que escupir, que no hay que tragar (de nuevo por extensión, la expresión de la calle: “no trago a esa persona”). Para tal propósito la evolución ha creado un circuito que tiene su propia región en el cerebro. A tal respuesta en el cerebro es a lo que denominamos como asco, que está alojada en la ínsula anterior. El odio en parte “recorre” este mismo circuito, pero también otros, siendo más amplio.
   Como unas de sus formas de nacimiento es el asco, y por ello el peligro, se cree que un tipo de odio se activa por este mismo circuito: odiamos lo que nos da miedo, lo que tiene la capacidad de agredir nuestra vida, nuestra integridad y por lo tanto nuestra identidad. Pero hay otro odio que viene del fuerte hacia el débil, y por lo tanto no parece provenir de la misma fuente. Nos encontramos por lo tanto con dos tipos de odios bien diferenciados: el del débil hacia el fuerte, que proviene del miedo, y el del fuerte al débil. ¿De dónde proviene este último?, pienso yo que este es más básico y primitivo, y se basa en las propias leyes de la evolución de la supervivencia del más acto. Lo fuerte en la naturaleza “rechaza”, odia, a lo débil puesto que debilita la vida o existencia de la propia especie. También puede tener, a primera vista, un componente de crueldad, pero que en el fondo no es más que uno de entre otros recursos a los que ha tenido que recurrir la evolución. Me refiero a que hay situaciones en las que un hermano tiene que competir con otro por la escasez de recursos. Ocurre en una gran variedad de especies: aves, mamíferos depredadores, peces (escualos), octópodos. En las aves, por ejemplo, si los padres van trayendo cada vez menos comida, de tal forma que pasan por largos periodos de hambre, llega un momento que los polluelos más fuertes matan a los más débiles (cainismo), ya sea sólo para que cuando llegue comida haya menos bocas (aves no depredadoras), o bien para comérselos (depredadoras). Si es posible tal cosa ha de ser porque se produzca algún cambio a nivel cerebral de su comportamiento y posiblemente epigenético, como para cometer tal acto. Este tipo de comportamiento es muy posible que sea el origen más primitivo y salvaje del “odio”, aunque hay que tener en cuenta que quizás no tendría esta misma etiqueta, demasiado humanizada. De lo que se trata, en el fondo, y a lo que quiero llegar, es que el cerebro crea una “emoción” de otredad tan intensa y primitiva, que tiene que ser o el otro o tú el que sobreviva en un mismo espacio. Odio es la capacidad de crear otredad a algo que en un primer momento no lo debería de ser. Como no lo debería de ser entre dos hermanos polluelos compartiendo el mismo nido. La evolución ha creado, para tal cometido, un “coctel” químico (puede que con orígenes epigenéticos), que lo que hace es que desde ese momento nos sea “imposible” tolerar la presencia y cercanía de ese otro, despertándonos una sensación de asco (miedo latente en algunos casos), rabia, ira y agresividad. En definitiva, ya sea del débil hacia el fuerte o del fuerte hacia el débil, el odio se basa en el instinto de supervivencia, en el que convertimos al otro en un “enemigo” atacante de nuestro ser, de nuestra integridad y de nuestra identidad. Lo convertimos en otredad. De esta manera, en el fondo, es un sistema de protección de la propia vida individual, y la evolución recurre a él, para convertir un sentimiento de identidad o de cercanía emocional, a otro opuesto, que es el de odio, como una forma de contraataque (o contraofensiva) hacia el otro, que desde ese momento nos es lejano, ajeno y un peligro para nuestra propia identidad y vida.
   La verdad es que yo no he entendido todo este entramado hasta hace poco. En parte porque mi forma de moverme en el mundo es como “sin identidad”, siendo cosmopolita y un espíritu libre. Soy aceptado y encajo en multitud de medios y situaciones, sin llegar a incomodar. Pero siempre supe que si bien yo encajaba fácilmente con muchos tipos de personas, no todas encajaban conmigo. Mi vida ha sido la de tratar de rehuir a todas aquellas personas con las que sabía que al final las cosas no iban a ir bien. Lo captaba casi desde el primer segundo. De nuevo la percepción de una “personalidad altamente sensible” salía a la luz. Esa que yo ahora llamo de realismo depresivo.
   En psiquiatría a toda persona que le cueste a adaptarse a distintas situaciones y rehúya de las demás personas, es tratado como “anormal”, como un síntoma para distintos tipos de trastornos o enfermedades mentales como la depresión o la bipolaridad. Pero ¿no será otro el problema de fondo?, ¿no será en definitiva que la identidad, por su propia esencia, conlleva al odio, tanto como al amor? O sea se está politizando el tema, poniéndolo dentro de un tipo de forma de pensar, creando una ideología. De esas de “o estás conmigo o estás contra mí”. Digámoslo de una vez: la idea de “normalidad” humana es una ideología, que en la sociedad actual es etnocentrista y parte de las ideas judeo-cristianas. No hay espacio para el odio, en cuanto que al ser lo contrario a su doctrina del amor, es algo así como un dogma atravesarlo, tratarlo, o fundamentarlo dentro de una idea de lo que realmente es el ser humano.
   Por mí forma de ser y entender la vida no supe de la fuerza del odio, casi hasta los 42 años. Nadie me había odiado antes (o no lo vi o noté, dado que rehuía de todo posible persona que me pudiera ser conflictiva), en parte porque mi “apuesta tramposa” (lo admito, aunque me callaré en qué consiste), está construida para ser amada. De repente me vi trabajando con una persona que me odiaba. Eso surgió casi instantáneamente, como algo instintivo que era natural a nuestras identidades. Si la identidad tiene sentido lo ha de ser porque hay ciertas otras identidades, que por el hecho de ser tan contrarias a nosotros mismos, no cabe otra cosa entre estas que el odio firme y visceral. Si soy, y tú representas todo lo contrario de mi identidad, tu simple existencia me niega. En un mismo espacio no pueden existir las dos identidades sin el conflicto y la lucha. La vida está sustentada en este principio: el depredador y el no depredador no pueden existir a la vez: el uno niega al otro. El parásito no puede ser aceptado por su huésped. El virus tampoco en los seres basados en el ADN. Son apuestas, identidades que son como la noche y el día: si hay sol no hay oscuridad y si hay oscuridad es que allí no hay sol.
   Con esta persona con la que me encontré, y que por estar trabajando me veía forzado a tener contacto, al principio la trataba de “mitigar”, pero el odio era más fuerte (el mío nació de la defensa, el suyo era depredador). Al final era o ella o yo, con lo que estando en cierta posición de poder hice que la despidieran. No es agradable ver y notar que casi cualquier cosa que hacía, era analizada por la otra persona como que estaba mal hecha, que se tenía que hacer de otra forma. No hay posible diálogo, no podíamos cohabitar en el mismo espacio sin que chocásemos. Al igual que el espacio del virus es el mismo que el de la célula y su naturaleza es acabar con ella. La otra persona me veía como débil, captó mi apuesta tramposa y no la aceptaba en el mismo “nido”. En todo este juego, acepté el odio como parte de la vida, cosa que anteriormente -en mi mentalidad judeo-cristiana- nunca me había planteado.
    Si nos remontamos a nuestros orígenes, nos basábamos en manadas, con cierto grado de consanguinidad. Toda especie que se cierre en su entorno, crea tal grado de identidad que al final se irá distanciando del resto de los de su especie, de tal forma que con el paso de los milenios, pueda, incluso, llegar a ser otra especie. Así se han dado los distintos tipos de felinos, por ejemplo. O sea la distancia o aislamiento, como base de la identidad, forma parte de los “juegos” de la evolución, es parte de la vida. Casi toda especie se basa en la territorialidad, que siempre implica aislamiento, en tanto que se basa en mantener una distancia del contrario, de lo contrario. Ciertas especies, y por lo tanto otra apuesta de la evolución, es la del aislamiento de los individuos, que al final son proclives a juntarse, para crear sus propios territorios: su propia manada. Es un comportamiento más propio de los depredadores, o donde se de una lucha muy intensa por el acceso a las hembras. El lobo es una de esas apuestas, posiblemente el hombre también lo fue (de ahí nuestro constante contacto, que al final ha devenido en una relación de mutuo beneficio, con los perros). Si es así nos encontramos que tenemos una doble tendencia: la de crear identidad, y a la vez otra de crear “falta de identidad”, plasticidad, como para poder formar una manada nueva. Quizás esas dos tendencias no existan en una misma persona, quizás son dos tipos de tendencias bien diferenciadas, que dan dos tipos de personas muy distintas…, y siguiendo con los quizás, es posible que mi tendencia era esa de buscar una nueva manada y de ahí mi tendencia a la apertura.
   A lo que quiero llegar, que parece que me haya perdido el mi mensaje, es que en la medida en la que uno no forme parte de una comunidad, de una manada, puede sentir “otredad” o que se despierte ese sentimiento de aislamiento, tendente a crear una búsqueda como para posiblemente crear una nueva manada. Hoy en día eso ya no es casi posible; la historia humana bien se podría dibujar como un camino a la imposibilidad de crear nuevas manadas. Todo el tránsito de nuestra historia, en el que íbamos descubriendo nuevas tierras, regiones y continentes, era un estado en el que un solo humano o un grupo de ellos, se podían alejar como para crear una nueva manada e identidad. Cada vez ha sido más imposible esa situación, llegando a la actual, en la cual ya no es posible (aunque tampoco imposible). El mundo está de repente lleno de humanos, los territorios y sus fronteras están bien perfilados, las identidades bien divididas (o casi, dada las situaciones de más divisiones históricas). Lo que se esconde, por lo tanto de fondo, es la territorialidad; en un mundo donde todos los territorios están ocupados. El problema de la otredad ya no se puede resolver por el aislamiento y la búsqueda de una nueva manada. Nos encontramos en una situación en la que si se despierta la sensación de otredad, ya no se puede resolver, sino que queda encerrada en el propio individuo como sentimiento “envenenador”. Con que de repente no cabe otro comportamiento que el propio de los animales acorralados -atacados en su identidad, en su supervivencia-, que no se resuelve mas que por medios expeditivos, a través de la agresividad y que crean, en ese proceso de degradación de la unidad, de la no pertenencia a ninguna identidad, ese despertar del odio, como respuesta básica-evolutiva. O sea, lo que está en juego es la escasez. Si en un grupo humano se da escasez (territorio, vivienda, recursos, trabajo, sexo) se rompe la unidad, cada individuo tiene que luchar por sus propios medios (recordar la respuesta de los hermanos en las nidadas). Una sociedad que se base en la injusticia, en los desniveles de acceso a los recursos, no puede dar o crear un sentimiento de unidad en todos sus individuos. De esta forma la identidad se pierde a favor de la propia supervivencia. El odio nace como una respuesta evolutiva de autodefensa. Si se pierde la identidad, que me adhiere con los otros, todos se vuelven potencialidades de mi odio. La agresividad potencial será mi segunda piel.
   Por todo esto me parece superficial y maniquea la lucha que se emprende contra la violencia de género. Primero porque  de lo que se trata de fondo es si una sociedad dada es justa o no, y trata de paliar la falta de equidad o no, como para que no se de esa rotura con la pertenencia y la identidad. Hoy en día no se ve ningún atisbo de justicia y equidad, y que se luche en ese sentido. Más bien es todo lo contrario, los ricos cada vez más ricos y los pobres más pobres. No cabe tratar de ir a otras regiones o países porque se está construyendo un mundo y unas leyes que excluyen la otredad, que no crean unidad. La España de las autonomías está llena de desigualdades, en dónde si naces en cierta región tienes menos opciones que si naces en otras, y donde casi se ha vuelto imposible ir a otras regiones porque se da ciertos privilegios de unos sobre otros, por el idioma o por el lugar de nacimiento. A todos los niveles se crea un estado de malestar, en el que cada vez se pierde más cierta unidad humana y se gana más en pertenencias a regiones cada vez más identitarias. La soledad es el primer síntoma, este sentimiento es el que creaba la capacidad para separarse del grupo y buscar una nueva manada, ¿pero dónde ir si ya no existe tal posibilidad? La soledad no se resuelve, se padece. En algunos individuos ese odio remanente hacia todo, lo introyectan, pudiendo llegar al suicidio. Otros, sin embargo, lo proyectan hacia afuera como un odio hacia todo, que sólo se puede resolver por medio de la agresión (salida de la violencia de género: no puedo contra el sistema, pero sí contra ti y tu sexo, por tu “debilidad” física).
   Lo que se deduce de fondo es el partidismo ideológico de la psiquiatría (y por lo tanto en su lenguaje). Si una persona llega a esa situación de aislamiento, se le cataloga de depresiva y se le culpa a ella por no encontrar caminos. Si su falta de identidad con el grupo se proyecta con agresividad, se le tacha de borderline, de padecer trastorno límite de la personalidad, y de nuevo le echamos la culpa a él. ¿No nos damos cuenta que es un problema social?, que lo que no está sana es la sociedad actual. Que estamos en unas sociedad donde la escasez y la falta de justicia nos vuelve seres en cuya base, al no ser de amor o la armonía, es de la del odio. La identidad forma parte de nuestro ser. Tratamos de “encajar” en una identidad, en la medida que nos vemos aislados de esa identidad (despedidos, desplazados), se despierta la respuesta primigenia y salvaje del odio, de la individualidad, del sálvese quien pueda.
   A la psiquiatría le hace falta un cuerpo sólido en sus teorías. Se olvidan de las respuestas animales, de las respuestas básicas que forman parte de nuestro ADN. Tienen que crear un puente con las teorías evolutivas (la psicología evolutiva está en ello, pero estos a la vez se olvidan de los problemas sociales). Hay muchos de los mal llamados trastornos, que no son otra cosa que respuestas ante esta nueva situación de falta de territorialidad. Hay una respuesta básica de búsqueda de nuevos territorios, de crear una nueva manada, que quedan “taponados” en la situación actual. Pienso que cuando se tiene una infancia con falta de amor se activa un gen, que a falta de otro nombre o conceptualización, “despierta” una respuesta de “todo o nada”, ya que la falta de amor, es un síntoma de escasez. Ese “todo o nada”, dependiendo de los genes, crea seres ansiosos (que pueden tender a lo agresivo), crea a los depresivos, o un intermedio que son los bipolares. Esos tres estados, los son en tanto que hay una pérdida de corresponder a un grupo, a una manada, y les hace buscar salidas. Puesto que no hay posibilidades de crear una nueva manada, se resuelve por medio de los “síntomas” que se aprecian en ellos (teoría comunicativa de trastorno: todo trastorno “habla” o es una queja de algo externo). Son “agresividades”, “odios” encerrados entre los cuatro muros de su cráneo, que a veces lo introyectan y otras veces lo proyectan. Su “cura” es la de hacerles que se “diluya” ese estado, haciendo ver que están “equivocados”, pero esa salida sólo es posible si la sociedad, en la que se tiene que integrar, es justa como para que pueda crear un sentimiento de identidad, de integridad. El resto de soluciones siempre lo son a medias, tiritas en el tajo hecho por una espada herrumbrosa.
   Y aquí llego a la teoría o cuerpo principal del presente artículo. ¿Por qué los Judíos no mencionan tanto al odio como para que al final fuera incluido entre los pecados mortales por el cristianos?, ¿por qué no lo incluyeron estos mismos, si se basaban en el amor? El odio se tuvo que mantener (y no incluirlo como un pecado) porque es “útil” a un propósito ideológico e identitario. El Judío era un “pueblo débil” entre unos pueblos colosos (Asirios, Babilonios, y Egipcios), si no se insuflaba odio hacia ellos, ¿cómo podrían crear un ejército? No hay mejor defensa que un pueblo bien motivado. Filisteo, que hoy en día es un adjetivo, proveniente de las escrituras, para referirnos a una: “…persona de espíritu vulgar, de escasos conocimientos y poca sensibilidad artística o literaria” (fuente RAE), es una palabra de origen judío, que en un principio se refería a un pueblo que conquistó a la parte costera del reino de los Hebreos. Por otro lado se cree que el emperador romano Constantino I, “adoptó” al cristianismo, porque su propio ejército fue perdiendo aquella motivación de los primeros decenios, y dado el fuerte fervor identitario de sacrificio de esta creencia, la cual demostraban al dejarse morir en sus circos. ¿Cómo en esos primeros momentos iban a incluir el odio como uno de los pecados mortales, si les hacía falta para que el pueblo luchase contra lo otro? Lo que para los judíos eran los filisteos, para el pueblo romano eran los bárbaros, y más tarde para los colonizadores cristianos “los salvajes”. En definitiva, para crear una identidad, no sólo hay que amar a esta, hay que odiar la contraria. Es más, se habla del amor a tu identidad, pero no se habla del odio a lo otro, porque eso es negativo, y ya va incluido en el concepto de amor a lo propio. Dicho más llanamente, amar tu propia identidad -y alentarla-, ya implica otredad y por lo tanto odio soterrado.
   Estamos constantemente manipulados. No hace falta recurrir a ideas conspiratorias, los propios conceptos, en sí mismos, ya tienen encapsuladas las conspiraciones. Un concepto puede tener un inicio azaroso y va cogiendo fuerza a lo largo de los años y los siglos. Se cree que judas en realidad no existió, o de existir no tenía tal nombre, se “eligió” este por su cercanía al nombre de los judíos. Odiar a Judas era, soterradamente, odiar a los Judíos (un insulto típico en España, aun habiendo echado a estos hace más de cuatro siglos, es “ser un judío”, no seas judío, para detonar que se es una persona avariciosa y usurera, de la que por extensión, no te puedes fiar.) Visto todo bajo este prisma, el Holocausto Judío, como “solución final” Nazi (Europea), ya se inició con ellos mismos, -trampa en la que uno cae por ignorar que esta no conoce a nadie-, al no ir contra el odio, o ponerla como una de las bases de sus creencias y condiciones morales.
   Tampoco voy a echar todas las “culpas” a la tradición judeo-cristiana, este comportamiento de la manipulación de los conceptos es muy humano. En la situación actual, en pleno siglo XXI, ¿nos hemos librado del poder de la manipulación de los conceptos?, no. Hoy en día nos manipulan haciéndonos creer que la violencia machista es un problema de ciertos individuos, en vez de tratar de ver que en el fondo es una secuela que parte de las injusticias sociales. Nos hacen fijarnos en ese problema, cuando hay más suicidios que asesinatos de género, -el viejo truco del mago, distraer al público de dónde tiene que poner realmente la atención-, en 2014 hubo 51 mujeres asesinadas, frente a 3910 suicidios, con que sólo un 10% sea por problemas de injusticias sociales, ya son más que por la violencia de género. Si se analiza una estadística del número de suicidios por años, se ve una clara concurrencia entre crisis económica y suicidios. ¡Claro, el suicidio puede mostrar claramente que hay un problema social como para publicarlo!, pues muchos suicidas llegan hasta esa “solución final” porque anteponen su orgullo a tener que vivir en la calle, pidiendo o tener que estar luchando contra las estúpidas leyes sociales, que ponen mil trabas para darte algún tipo de trabajo o ayuda. ¿Cuántos suicidios salen en los medios?, salieron aquellos demasiado escabrosos y públicos (personas que se quemaban en bancos) que no pudieron esconder, al principio de la crisis y que hicieron más por lo social que la asentada de los “indignados”, pues crearon una fuerte llamada de atención al gobierno, que no tuvieron forma de esconder y que además podía propagarse de forma epidémica y vírica. Hoy en día ya no sale ningún caso, ni siquiera a nivel local, de cada ciudad.
   El suicidio es uno de esos conceptos manipulativos. Se asocia muy a la ligera suicidio con cobardía, dejando de lado que hay muchos tipos de suicidios (para los antiguos griegos, no contemplar el suicidio era tener mentalidad de esclavo: ante la adversidad y la injusticia había que suicidarse antes que aceptar ser esclavo o pedir limosna. Después tenemos el suicidio anómico: para el bien de la comunidad, necesario dentro de unas décadas, si fuésemos verdaderamente racionales). De nuevo, en eso, tienen que ver mucho las ideologías y las religiones… lo identitario. Los intentos de suicidios están penados (hoy en día en España no, se hace la “vista gorda”), porque -desde siempre- tu vida no te pertenece: pertenece a Dios o a la patria, pero no es tuya. En un mundo de guerras no se puede permitir el suicidio, cuando esa persona es un potencial soldado, un recurso futuro de defensa o ataque. ¿Es suicidio salir de una trinchera ante una hilera de metralletas, como sucedía en la Primera Guerra Mundial?, no, ¡en ese caso se le llama valor y te pondrán una medallita póstuma!
   Apostillo para finalizar. Qué es preferible, ¿odiar o deprimirse?, sin duda lo primero. En ese sentido proclamar un universo humano perfecto regido por el amor (como lo hace el cristianismo o por extensión el humanismo), es hacer que mentalmente una persona sublime su odio hacia lo social, como un odio hacia sí mismo. Es esta mentalidad la que crea la fuerte tendencia hacia la depresión en el mundo occidental. Por el contrario alentar el odio, es algo que nunca le haya convenido al poder. Ahí tenemos la ley “mordaza” en España, creada en una situación de crisis, porque saben que el odio crece con la injusticia. Entonces, qué es realmente la “resistencia no-violenta” de Gandhí y que tanto se proclama hoy en día de bandera. A mí no me parece más que otra forma de evitar el odio como arma invasiva contra la injusticia. Un nuevo invento que alienta el poder, porque sabe que en esa lucha de resistencia no-violenta, tiene más posibilidades de ganar. ¿Qué ha sido de los “indignados”, se ha conseguido algo?, no. La resistencia pasiva se diluyó. “Podemos” terminará siendo un partido entre otros, vencidos por los poderes fácticos y la burocracia. La “resistencia pasiva” sólo está llevando a la depresión individual y al suicidio. ¡Cuidado que no tilden a este artículo de “incitación a la violencia”! Se hacen las leyes para prevenir la caída brusca de un estado injusto, la incitación a la violencia es una de esas leyes, previniendo ante todo que el nivel de odio pueda propagarse en la comunidad de los que sufren la injusticia. O sea, deprímete, que te daremos unas “pastillitas” (si vas al médico de cabecera y te quejas de estar desalentado, te darán unos antidepresivos sin ningún otro análisis), pues tienes un desequilibrio químico…, y no odies, que no es cristiano, ni humanista. ¡A la mierda, viva el odio que me hace sentirme vivo y luchar! De suicidarte, haz saber que es una queja por la injusticia social, conviértelo en un suicidio griego y anómico.

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