"Cocinando" un Concepto


“Amigos míos, retened esto:
no hay malas hierbas ni hombres malos.
No hay más que malos cultivadores.”
 Victor Hugo


Voy sin rumbo en los últimos escritos. Sin que hubiera una causa primera, o intención, he hecho uso del pensamiento crítico a ciertas ideas de Byung-Chul HanDeleuze y Nietzsche. Incluso en escritos anteriores a la teoría OCEAN, de los cinco grandes rasgos de la personalidad, y al nuevo concepto grit, que a falta de otro término en español se ha traducido como determinación (inexacto, puesto que traduce determination y no grit). De fondo sale la regla que uno mismo se define por lo diferente. En este caso “mi” filosofía es aquello que no es de cada autor o concepto criticado. Al delimitar en qué me diferencio de cada uno, defino lo que soy y mi filosofía.
Enlazando con el último escrito…, ¿se puede equiparar el concepto grit a la voluntad de poder?, puesto que en los dos se hace uso del concepto de determinación. Por otro lado, ¿la voluntad de poder tiene que ver algo con el psicoanálisis? En el último escrito lo he vinculado con el ímpetu, un sinónimo de tal concepto es impulso. El psicoanálisis se basa en la teoría de los impulsos, que “es una teoría que intenta analizar, clasificar o definir los impulsos psicológicos. (Y en donde) un impulso es una necesidad instintiva que tiene el poder (capacidad) de conducir el comportamiento de un individuo; un estado excitatorio producido por una alteración homeostática”. Lo que viene a decir es que el cuerpo, el cerebro, es un sistema que busca su equilibrio homeostático y que toda acción, donde tal término implica a la vez todo lo cerebral, como una emoción o una cognición, es el resultado de volver al estado de equilibrio. Pero el cuerpo es un sistema dinámico. De esta manera para un amante del riesgo su equilibrio es cierto estado excitado o más elevado de como es en la media humana. Nietzsche dijo que la voluntad de poder no tenía que ver con el mero instinto de supervivencia, pero quizás es que no lo analizó bien, o en ese momento la ciencia aún tanteaba distintos postulados que no se acomodaban a sus ideas, y hoy ya hay otras distintas que son más holistas. El instinto de supervivencia está ligado al de la reproducción. El segundo, en la naturaleza, está ligado a los ciclos de celo de las hembras, luego es como si se apagase y se encendiese. En los bonobos los dos están todo el tiempo encendidos y ya sabemos los resultados: sexo con todos y por todo (aliviar tensiones, crear relaciones estratégicas, conciliación entre individuos, estrechar vínculos…) En el humano es un estadio intermedio entre lo “natural” o “normal” y los bonobos. La base de la teoría psicoanalítica es que nos movemos por el instinto de la búsqueda del placer, pero dadas las normas sociales tenemos que “frenar” tal deseo en “bruto”, y se suele hacer sublimándolo. Un artista sublima tal impulso a través de su arte, un político ganando poder, un empresario siendo exitoso, etc. Es muy posible que el baile fuera la primera acción sublimada, aún hoy tiene ese doble juego de convención y/o de contacto sensual. Siendo así, ¿la voluntad de poder no es una expresión, llevada más a términos filosóficos, de tales ideas del psicoanálisis? Es un impulso o ímpetu expansivo del instinto de reproducción sublimado en lo humano. “Sigmund Freud creía que la sublimación era un signo de madurez y civilización, permitiendo a las personas funcionar normalmente de manera culturalmente aceptable”, Pues “es un maduro tipo de mecanismo de defensa, en el que los impulsos o idealizaciones socialmente inaceptables se transforman en acciones o comportamientos socialmente aceptables, lo que posiblemente resulte en una conversión a largo plazo del impulso inicial.”

Si afirmé, escritos atrás, que Nietzsche se equivocó en usar el concepto de voluntad (de poder), es porque la voluntad, como volición (con la misma raíz), está más vinculada a la corteza cerebral, al sistema ejecutivo, que se encarga de controlar los impulsos, como es el caso de no comer todo lo que esté en el frigorífico, o mirar carnal y descaradamente al otro sexo por la calle, en donde en ese caso es fuerza de voluntad, mientras que él quería hacer alusión a algo más básico, profundo y subcortical, y por ello más cercano a las pasiones o motivaciones más instintivas. Apolo es razón, es sistema ejecutivo controlando los impulsos. Dioniso es su contrario, y más cercano a los estados alterados de la conciencia (otro de sus nombres es Baco, de donde procede bacanal). Cuando contrapuso estos dos estados, en su libro “el nacimiento de la tragedia“, lo hizo para hacer alusión al impulso artístico, y si la voluntad de poder hay que asociarla a lo dionisiáco, no debió de “elegir” el concepto de voluntad, sino haber mantenido el concepto de impulso.
Voy al porqué del título. Cada época maneja los mismos “ingredientes”, de qué es la vida o el ser humano, pero dependiendo de cada época, los cocina directamente en el fuego, en una hoya de barro, o en la actualidad en microondas, hornos u hoyas de acero. A la vez cada época recoge tales conceptos anteriores o antiguos y los vuelven a analizar con los “nuevos utensilios de las cocinas de esa época”. También se puede analizar a través del concepto de alquimia. En esta protociencia, heredera del lenguaje de la filosofía griega, se trataba de aislar las esencias, para al combinarlas con otras, crear nuevos componentes. En esa dirección el mayor grado de tal “ciencia” era hallar la piedra filosofal: la clave de la transmutación de los metales de unos a otros, en donde el más puro es el oro, representación de aquello que no se oxida o envejece y por ello de la inmortalidad. Fijarse que creían que la esencia de la inmortalidad podría ser depurada, a partir de los metales y otros componentes, como para convertirla en un elixir de la eterna juventud. La ciencia actual, y conceptos como el de grit o voluntad de poder, ¿no tratan de buscar una esencia que es la que ha de poseer toda persona exitosa y feliz? En ese caso, cuando Angela Duckworth crea el concepto de grit, ¿no está haciendo de alquimista de los rasgos positivos humanos? Mezcla componentes como pasión, determinación y perseverancia, y a este nuevo componente lo llama grit. Lo mismo para Nietzsche con la voluntad de poder.
Desmadejando todo esto, nos encontramos que puesto que el humano es una interacción biológica (instintos, funciones cerebrales) y social (una cultura dada en una época dada), de qué se trata toda la cuestión, ¿de buscar esas primitivas biológicas?, o de saber cómo interactúan con el medio social de cada época. Quizás yo me he empeñado, en exceso, en ser purista, en la medida que he tratado de ir, y en reducir, al ser humano a esas primitivas. Puede que haya que tener una mirada más holista y tratar de determinar la simbiosis de las primitivas con cada época, y en la dirección de ser prácticos, y que tales conocimientos sean “aplicables” y útiles. Eso es lo que han intentado tanto Angela Duckworth, con su concepto de grit, como Nietzsche con su concepto de voluntad de poder. Tanto Schopenhauer como yo “revelamos” conceptos, nos limitamos a exponerlos, y no tratamos de hacer un uso práctico de tales “conocimientos”. Schopenhauer hace hincapié en el concepto de voluntad, y se limita a decir que es una “energía en bruto”, ciega y sin sentido, inherente de la vida, y que en el humano, al ser consciente de tales procesos, le causa más dolor que placer. De igual forma yo me limito a hablar de las primitivas, que siendo tan profundas tendemos a ignorarlas, a no verlas, y que son las causantes de todos los problemas humanos, tanto a nivel individual como social. Schopenhauer y yo decimos que tales “realidades profundas” carecen de un significado final, y como tal cada humano y generación de humanos les da un sentido, cuando no hay una progresión hacia una “verdad” transfenoménica, sino un dar tumbos a ciegas, con conocimientos siempre limitados, que pueden —al mezclarlos— crear (que no revelar) algún nuevo concepto quimérico para una época dada, al igual que así lo hicieran los alquimistas con los elementos y las esencias. En un ejemplo más claro. No hay un perfume “sublime” y último, a ese que intentó llegar Grenouille, el protagonista de la novela “el perfume“, sino que vamos mezclando unas esencias y otras para crear perfumes que estarán de moda por unos años. El acierto de Patrick Süskind, autor de la novela y el personaje de Grenouille, es el concepto de que el protagonista en cierto momento de la trama se da cuenta que no huele a nada, que no tiene una esencia. Recordando su pasado se percata que siempre ha pasado desapercibido, porque no olía, porque no tenía una esencia que los otros oliesen, como para que lo mantuviesen en su memoria, como tal o cual fragancia (recuerdo memorable). Del mismo modo el humano no tiene una esencia, y al no tenerla necesita “crearla” en cada época a través de conceptos, mentalidades y paradigmas que le “revelen”. Fijarse que el humano, de la primera época de los ferrocarriles en Estados Unidos, disparaba a los búfalos por la ventana por pura diversión. En otras épocas los humanos iban a ver cómo torturaban a otros humanos que ha habían cometido actos criminales. Lo que quiero decir, en todos mis escritos, es que aquellos humanos y los actuales somos los mismos, no hemos evolucionado y aquellos son más “salvajes”, incivilizados o “primitivos”, sólo hemos cambiado los conceptos por los cuales nos definimos, al igual que un alquimista cambiaba de metales en el horno, o un perfumista cambia, añade o quita unas esencias u otras. No cambia el cerebro o los instintos, no evolucionamos, estamos estancados con el mismo cerebro que se creó hace unos trescientos mil años, sólo cambian las situaciones sociales. Hoy sublimamos ese "ansia" de tensión, sangre y riesgo con las películas de terror, (por cierto en bases de datos de sueños que están haciendo la ciencia, la tónica es que el hombre sueñe más con situaciones de peligro y riesgo, y las mujeres con las relaciones: el cerebro profundo conoce el origen de nuestros roles, el sueño es otra forma de sublimación). Si volviésemos a una nueva Edad Media, a una nueva edad oscura, sería necesario retomar nuestro lado más salvaje para sobrevivir. Ocurre de hecho en cada guerra o conflicto armado. Bajo todos estos puntos de vista, lo central es saber cómo es ese cerebro “primitivo” o básico. Schopenhauer ha vencido a Nietzsche, puesto que hoy tiene más “validez” su concepto de voluntad (sobre todo por la angustia que nos llega a causar el aburrimiento, llegando a la desmedida de haber creado un trastorno), que el de voluntad de poder del segundo. Schopenhauer dio con una esencia, esa que es equiparable con la que dio Grenouille al matar a la mujer más bella de todas, y que era la nota dominante sobre el resto. La voluntad de poder sólo ha creado confusión y más de un mal entendido, que por lo demás han sido fatídicos.
Pero si como he dicho el humano es una mezcla de biología y los social, qué sería, que conceptos o ciencia lo estudia. Todos mis escritos tienen como fundamento la teoría de sistemas. El cerebro es un sistema, el social otro, la propia vida es un sistema… Hay que analizar al ser humano como un sistema dentro de otros sistemas, como una muñeca rusa. En la actualidad hay varias teorías y ciencias que van por ese camino, con el defecto que cada una se centra en una de las “muñecas” o capas del sistema. Una teoría social se centrará en esto último y en donde el individuo es sólo un engranaje; el psicoanálisis se centra en las capas conscientes e inconscientes y sus interacciones, e ignora en gran medida lo social, etc. Es el típico problema de mirar el árbol o mirar el bosque, la figura o la forma. La mayorías de las ciencias tratan de ser útiles y enfocan sus esfuerzos en la capa para la que trata de ser práctica. Quizás la teoría de la sistemática de la personalidad sea la que abarque mejor todas las dimensiones. Como siempre, y en la dirección de ahorrarme explicar lo ya explicado, recurro a la Wikipedia:
El modelo describe cuatro niveles del sistema de personalidad:
  • Nivel I, intrapsíquico-biológico, incluidas las experiencias cognitivas y afectivas.
  • Nivel II, interpersonal-diádico (el sistema de dos personas), que regula la tensión entre la intimidad y la separación, e incluye las relaciones pasadas, actuales y esperadas;
  • Nivel III, matriz relacional-triádica, que representa las relaciones entre una díada primaria y una tercera persona;
  • Nivel IV, triángulo familiar sociocultural, que representa la sinergia entre el sistema de personalidad individual, el sistema familiar y el sistema cultural, y determina cómo se expresarán las predisposiciones y vulnerabilidades genéticas.











La falla de esta visión es que está centrada en las relaciones, la diádica, la triádica y la social, mientras que yo intercalaría una dimensión más, que es la homeostasis a la que trata de llegar el propio cerebro entre las primitivas y la cognición. Bajo el punto de vista de Ronald Laing, y el punto de vista más básico del psicoanálisis, cada persona es el punto central (yo) entre sus deseos y lo social (ello y superyó). En la medida que los deseos sean acordes a lo social no ocurre nada, se da en el cerebro un estado fluido y homeostático, pero en cuanto no haya armonía entre esos dos sistemas se crea una división del yo, entre aquello que esa persona es en sus primitivas y aquello que es norma en la sociedad. Este eje después repercute en la relación diádica, la triádica y la social. O sea, si mis primitivas me “dicen” unas cosas y la sociedad me “pide” otras, la relación diádica se basara en una de dos estrategias: alguien que me apoye en las primitivas o alguien que me ayude a disimular el conflicto, que vuelve a crear una dualidad: que lo sepa o que lo ignore. En un ejemplo claro. La homosexualidad no estaba bien vista, se creaba el yo dividido entre lo pulsional y las convenciones sociales, y algunos optaban por casarse en un matrimonio heterosexual, donde esa persona podía saber de la homosexualidad o no. En todo esto de nuevo sale que las primitivas entretejen todo el entramado, tanto individual, como social. Una sociedad no permisiva “anulaba” a esas personas como “desviadas” o “enfermas“, y daba por zanjado el tema. Desde ese punto de vista social la naturaleza humana sólo podía ser heterosexual. Para todo heterosexual, en su dimensión triádica, el homosexual era una otredad, alguien fuera de lo social, de lo normativo, de su mentalidad o estatus quo.











Mi perspectiva es que las primitivas nos “tejen” desde lo profundo, desde dentro, mientras que lo social lo hacen desde fuera. Como es el caso de un túnel de una montaña que se construye a la vez desde las dos direcciones. Si todo va bien el túnel finalmente se unirá y será uno, si no es así se crearan dos túneles, un yo dividido, condenados a no encontrase nunca. ¿Cuál es más importante?, para la felicidad y el equilibrio de esa persona, el profundo, para lo social el externo. Así la teoría de las relaciones objetales “sostiene que la relación del bebé con la madre determina principalmente la formación de su personalidad en la vida adulta. En particular, la necesidad de apego es la base del desarrollo del ser o de la organización psíquica que crea el sentido de identidad.” Si en la actualidad la institución del matrimonio está en crisis y las propias mujeres pone en entredicho todo lo dado, se pone en peligro esa base o primitiva que es el apego. A partir de ese momento esa persona habrá desviado su camino en lo profundo de la montaña, como para que nunca alcance a la tuneladora de lo social. En otro caso, la ausencia de uno de los dos padres, o no haciendo los roles de madre y padre, y puesto que este último rol está en jaque, el niño será educado bajo los supuestos del doble mensaje (en un ejemplo: una madre castigando y premiando a la vez), y de nuevo tal persona nunca equilibrará su identidad.
¿Qué nos queda?, que se puede decir entonces de la esencia o condición humana. La sociedad siempre va a ser normativa. Hoy se acepta al homosexual, pero siempre rechazará algo de las esencias humanas, como es el caso del psicópata o el pederasta, que son tanteos “extraños” y extremos de lo evolutivo. Entre medias lo social normativo “preferirá” ciertos rasgos o comportamientos sobre otros. Mejor ser controlado que impulsivo (hoy, quizás hace diez mil años no), mejor ser persistente que abandonar las cosas, mejor ser empático que frío, etc. Fijarse que todo aquello que pueda ser considerado como “preferible” hoy, puede tener sus contras. Está claro que la impulsividad violenta es “negativa”, pero el exceso de control de los impulsos crean imágenes tan nefastas en la actualidad como las de la cotidianidad de los vagones de metro, donde toda persona permanece aislada y cerrada sobre sí, como si el resto de las personas de su alrededor fueran “otredad”, ajenos a su persona. Hace uno o dos siglos las personas que se encontraban en esa situación, en carruajes o trenes, se ponían a hablar unos con otros. ¿No es más “humano” ese proceder frente a los actuales metros?











Al humano sólo se le puede analizar bajo puntos de vista sistémicos, pero analizado de esa manera se cae en el frío análisis de las máquinas. Al punto de vista que cada humano es un engranaje dentro de varios sistemas, y en donde al final el más importante es el social: el sistema que subsume al resto de los subsistemas, al modo de la muñeca rusa mayor que contiene el resto de las muñecas. Eso nos lleva al Big Data, a lo estadístico, a ser meras variables dentro de los sistemas. Para la sistemática de la personalidad nuestro cerebro se reajusta dentro de sistemas como para llegar a un cierto equilibrio u homeostasis entre lo biológico, las relaciones cercanas y la sociedad en la que se vive. Los tres engranajes tienen que encajar, los engranajes mayores readaptan los engranajes menores. Nos adaptamos a lo social, no tratamos de cambiar lo social. Nunca se pondrá de moda no seguir ninguna moda, pues igualmente es una moda: tal tendencia no cambia la mecánica interna del sistema, el sistema engulle en sí mismo lo rebelde para que sea sistema. Encajar quiere decir que no serás un chivo expiatorio de lo social, o el blanco del acoso laboral, escolar o social. Dos casos, en dos películas, de personas centradas en su voluntad de poder, basadas en sus ímpetus expansivos e individualistas, como lo son los protagonistas de “alguien voló sobre el nido del cuco“, o “la leyenda del indomable“, nos avisan que esas “apuestas” sociales terminan mal y que al final el sistema siempre “vence”.
Mi duda es si tal sistematización y racionalización no están yendo en la dirección de anular lo individual. Si las actuales tendencias no nos llevará a ser animales eusociales, como lo son las abejas, en donde lo importante es nuestro papel dentro de lo social. El resto no importa, sólo crea una pequeña microesfera relacional con las personas más allegadas, que tiene la importancia de mantenerte mentalmente equilibrado para ese fin mayor que es lo social. Por lo contrario yo pienso, como he tratado de mostrar arriba con la teoría de las relaciones objetales o del doble vínculo, que para que un individuo pueda ser social, esto ha de pasar por que el sistema acepte y se adapte a las primitivas del cerebro. Lo social ha de ser construido desde lo profundo, desde lo biológico y heredado, hacia afuera. Toda sociedad o teoría social que ignore esta visión no llegará a buenas metas, pues la calidad de una “máquina” ha de pasar porque todos sus componentes o engranajes sean de “buena calidad”. El sistema está ignorando aquello de que “la fortaleza de una cadena depende de su eslabón más débil”, porque ha optimizado al sistema para sustituir todo eslabón dudoso, en un mundo con exceso de eslabones (exceso de mano de obra=individuos prescindibles). Lo que me gusta de la película “honey boy“, bajo todos estos puntos de vista, es que el padre hace su rol, aún la ausencia de la madre, y nunca cede a hacer el de la madre, aunque el hijo se lo pida. No fracasa él, fracasa la madre porque no está cerca, fracasa el sistema por que los matrimonios cada vez son más endebles, fracasa el feminismo al negar los roles, sobre todo el del “macho”…, consecuentemente la persona que crezca con tales problemas al final será tendente a padecer unos u otros trastornos, que en el caso del protagonista de la película será el de estrés postraumático, pues el actual sistema, tendencia y mentalidad flaquea en sus conceptualizaciones. Puede que los milenials sea la generación más preparada de la historia, pero también parece ser la más débil, con poco empuje (ímpetu) y excesivamente sensible. No hacer sangrar a nadie implica a la vez que nadie te haga sangrar a ti. “Disneizar” el mundo no funciona, dejar de “creer” o poner fe en el pensamiento mágico o en Dios frente a la nada, tampoco. Dan el mismo resultado pesimista: creer en nada (soy depresivo realista, no afirmo ni aconsejo que haya que creer en Dios, sólo digo que creer y no creer tienen la misma estructura cognitiva, pero que la primera “funcionaba”, pues la evolución es utilitarista). Nietzsche fracasó; al parecer el nihilismo y negatividad de Schopenhauer es lo que se expande en lo humano. Ante ese miedo a lo pesimista, al realista depresivo, sólo queda encajar o tener como principal piel la identidad narrativa, acoplada y totalmente mimética a lo social. De nuevo vence Schopenhauer, pues tal postura anula lo individual, cayendo en la pérdida de identidad y por ello en el nihilismo ontológico: hemos de ser la máscara de lo que queremos ser, puesto que “por dentro no importa”.
Conclusión: no hay individuos fracasados. Hay una sociedad que al no ser realista, al no saber concebir un buen proyecto humano, crea fracasos humanos.

Otros conceptos, estudios e hipótesis en la misma dirección o parejos con el de sistemática de la personalidad:












Fábulas desde el otro lado:
Ayer salí en busca de la naturaleza, como casi todos los domingos, y en un tramo que tenía que ir por una carretera, un coche policial me dio el alto preguntándome que qué hacía en la calle. No veo la televisión y no sabía que se había decretado el aislamiento domiciliario. Al volver traté de hacerlo por sitios con los que me encontrase con la policía, pero me volvieron a llamar la atención.
Por la calle sólo había personas que paseaban a sus perros. Me dio la sensación de sentir lo que viviera el protagonista de la película “28 días después“.

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