¿Hiperculturalismo?
—No deja de ser curioso y extraño que el presente lo escriba el martes de carnaval.
No sé de qué manera llegué al concepto de hipercultura, en concreto hiperculturalismo, pero traté de buscarla en la Wikipedia inglesa y no existe tal entrada (sí en la alemana), con lo que al “investigar”, al parecer, la ha popularizado Byung-Chul Han, y hago hincapié en popularizado pues no sé con exactitud si la usó con anterioridad Gilles Lipovetsky, ya que este autor hace un uso abusivo del prefijo hiper-. En la actualidad hay una abuso, de mano de los pensadores posmodernistas, de poner prefijos a todo los conceptos, tales como ultra-, post-, super- trans- o hiper. Así hay una hiperglobalización, un hiper-consumismo, hipermodernidad, hiperculturalismo, hiperrealidad…., o para resumir todos, la sociedad actual es hiperhipérica (¡neologismo al canto!), que no es muy distinta de decir que se basa en el exceso de todo. Cabe pensar si no se fundamenta en el principio cerebral y la evolución de tender a lo supranormal, a la exageración, aquella por la que son conocidos los pescadores al hablar del tamaño de sus presas, e igualmente para entender el humor y lo caricaturesco. Byung-Chul Han avisa que “hipercultura tiene poco que ver con la cultura propiamente dicha. De este modo no se encuentran en este volumen reflexiones pertenecientes a la teoría cultural. La «hipercultura» funciona aquí solo como un concepto genérico sin contenido definido para fenómenos relacionados al mundo del ordenador”, cuestión que parece ignorar durante el escrito, e igualmente ignoran lo que hacen uso de tal concepto.
Es curioso que lo llamen “filósofo coreano”, cuando su formación filosófica es alemana (escribe en alemán y su editorial es alemana). En tal caso habría que decir filósofo alemán de origen coreano. Entiendo que tal distinción pueda molestar a algunas personas, y el por qué lo puede hacer es lo que quiero hacer ver en este apartado.
En el escrito principal trato de hacer ver la dicotomía entre dos opuestos incomunicados en el cerebro: cognición y emoción. A la vez entre dos tipos de personas que son muy diferentes u opuestas: la realista depresiva, una de las tipologías que posiciono dentro de los preconcientes, y aquellas que basan su ser en la identidad narrativa. Se da aquí un extraña yuxtaposición, en donde al final parece haber una inversión de los roles o papeles, cuando no es así. El preconciente está más cerca de entender qué es un ser sin identidad, de ser razón sin identidad. En parte porque muchas de sus “personas” o trastornos se basan en problemas con la identidad, como así es la despersonalización y su trastorno, la crisis de identidad, el auto-desorden (trastorno de ipseidad), síndrome solipsista, la disociación, la muerte del ego (beso de la muerte en su versión poética), la bipolaridad, o incluso llegando más lejos, la desrealización. El escrito se basa en el hecho de hacer ver que el realista depresivo, descubriendo de “primera mano” que la identidad es algo “ficticio” o hipostático —una necesidad con la que se encontró la evolución para otorgar un sentido al cerebro sobre sí, pues de otra forma “enferma”, entra en crisis y “funciona mal”, como lo demuestran los trastornos mentales arriba mencionados—, es el tipo de persona que más fácilmente se puede “desprender” de toda identidad. Por el contrario, las personas que se basan en la identidad narrativa creen “construirse” a sí mismas, donde tal identidad es un constructo hipostático necesario de la cognición en medio de lo social, cuando en realidad son las más proclives a tener y sustentar identidades más arraigadas y “fijas” como así lo son la nacional y la religiosa. La identidad narrativa pone fe a que la cognición o razón es la que construye de arriba hacia abajo su ser, como así es con el “dominio” y control de los impulsos e instintos, pero a la vez es más susceptible de creer y sostener en los metarrelatos (lo héroes, el progreso, el sentido de la vida, como ejemplos), en donde ese “camino” en el fondo le puede llevar a ser más identitario, tradicional, fundamentalista, nacionalista y/o religioso.
Siendo así, ¿quién construye o es la hipercultura en esta dicotomía? Para Byung-Chul Han el hiperculturalismo es aquello que sólo es piel, sin carne. Que es lo que emerge y se desprende del resto de las culturas anteriores, las cuales ya no son ni siquiera sus referentes. Avisa además que ante esta “amenaza” se pueden dar los fundamentalismos, como así es que ocurre que un animal gasta toda su energía cuando se siente herido de muerte. Pienso que está equivocado en sus planteamientos, basándome en lo dicho del párrafo anterior. Para hacer ver más gráficamente lo que quiero decir, tengamos en mente el cerebro, desde lo profundo y subcortical, a la superficie que es la neocorteza. En otros lugares ya he hecho ver que el cerebro tiene conceptos o primitivas con las que nace, que se encuentran en lo profundo del cerebro, menos neuroplástico. Con todo, el cerebro humano se basa en la neuroplasticidad (es una palabra rimbombante para decir que se basa en el aprendizaje), pues si trajésemos un bebé de hace doscientos mil años a la actualidad se adaptaría de igual forma a esta época, que a aquella otra que le hubiera tocado vivir en origen, en una tribu pequeña de cazadores-recolectores. Una regla o primitiva con la que nace el cerebro es crear patrones a partir de una primera experiencia nueva y primera. El apego, que es en lo que se basa el cuento del patito feo de una cría de un cisne que sigue a una madre y hermanos pato, se da de igual manera en los humanos. El bebé nace bajo la primitiva de que va a ser atendido por un cuidador, y crea un lazo de unión con aquel que sea el “habitual”, concepto que es el que se entiende por apego. A la vez esto implica que tal persona es su identidad y que cualquier otra persona que haga ese papel o rol es un extraño. Byung-Chul Han, como yo, y porque es una base de la filosofía, “lugar” en donde uno tras otro llegan todo los pensadores, afirmamos que la identidad es creada e implica la diferencia, y por ello siempre una otredad. Yo soy lo que no no-soy, no soy esa mano que me toca, ni esos ojos que me miran, soy aquello que es el centro deíctico de la acción del cuerpo que soy, al que le suceden las cosas, en medio de otros cuerpos que interaccionan o no con el mío. Deíctico proviene de dedo, de señalar, de ser el centro de lo que mi dedo señala (lo sé: tautología) y sólo desde mi vista sé exactamente qué señala el dedo, que puede confundir a otra persona desde su propia perspectiva. Recordar lo dicho arriba sobre lo indexal como base de la identidad, de lo propio.
Pues bien, si soy en tanto que existe la otredad, la hiperculturalidad es susceptible de fagocitar mi identidad y de paso perderla. ¿Es eso posible bajo la presunción de que soy en tanto que no soy lo otro?, base de la filosofía de la que es heredero Byung-Chul Han. Esta es una falla que no parece tratar en su libro. La toca brevemente bajo la concepción de hombre o persona en las culturas orientales, donde hombre, antes que esencia, es en tanto que relación con otros hombres, pero esto de nuevo nos remitiría que hay dos concepciones culturales encontradas sobre qué es un ser humano y cómo se concibe a sí mismo, que nos alejaría del concepto de hipercultura. Yo, como Byung-Chul Han, he leído a los autores postmodernos (Lipovetsky, Lyotard, Finkielkraut, Baudrillard…), pero al final me “divorcié” de ese tipo de pensamiento, pues los escritos de tal corriente caen en la impostura intelectual, al perderse en una “verborrea” que fácilmente pierde contacto con la realidad, y que parece estar más cerca de la poesía que de la prosa. La dirección de mis escritos ha sido la de tratar de arraigar mis conceptos dentro del lenguaje científico, al que cada vez remito más. Con todo uno no se puede desprender tajantemente de la filosofía, pues el concepto, y como ejemplo, de que la identidad nace de la otredad no es algo que la ciencia, quizás, pueda estudiar. La identidad es aquello sobre lo que el cerebro ha creado un mapa mental, en donde tal mapa está “dibujado” tanto en estructuras antiguas como en las nuevas. El “problema” o dilema es que el mapa mental es más rígido o complicado de borrar en esas estructuras antiguas, con respecto a las nuevas. De nuevo remito a que el cerebro profundo es menos neuroplástico. Aunque parezca grosero traerlo a colación aquí, el pene tiene su propia autonomía, el hombre, con su cognición, no es capaz de mantener una erección, y sólo una alta experiencia (uso) tiene y otorga algo de control. Así, una estructura y primitiva antigua es la del apego. Este concepto es de uso común en varias ciencias humanas, y en ellas puede haber ciertas diferencias, pero en todas hay un común, que es esa estructura de que aquello que se da primero y como nuevo, es la base por la cual se “construye” un trozo del mapa interno y por ello de la identidad. A nivel de neurociencia es el proceso por el cual dos grupos o regiones de neuronas se comunican por primera vez, en donde cada vez que tal conexión es usada esta sale fortalecida. La imagen que mejor muestra este proceso son los caminos humanos. En una pradera con hierba los primeros humanos que lo pisen no crearán un camino muy marcado, pero con el paso del tiempo y cientos y miles de veces que pasen los humanos, al final la hierba ya no crecerá allí, por estar demasiada apelmazada y compactada su tierra. Un humano que llegue por primera vez cojera ese camino, pues le dará cierta confianza con respecto a ir fuera del camino (concepto de camino deseado). Un cerebro individual es igual en su forma de proceder para crear rutas de enlaces entre neuronas, e igualmente es el proceso que ha tenido la evolución para crear el propio cerebro, así como es el mismo proceder para crear una cultura humana. Una tradición, así, es ese camino, miles de millones de veces andado, que han dejado una “huella” en una región o país. Tal “huella” es la que forma parte de nuestra identidad, y es la que se echa de menos cuando uno se desplaza a otro país o cultura. Durante la juventud el cerebro es más plástico y uno puede “ignorar” tal “voz” interior, pero normalmente toda persona anciana, o a cierta edad avanzada, tiende a volver a su país de origen cuando se jubila. Esa “morriña“, echar de menos la tierra natal, es lo que en los toros se llama “querencia” (cercano a tendencia, tender a…), el lugar al que van a morir o vuelven todo animal cuando se siente herido o cercano a la muerte. Volver a sus raíces, volver a aquel lugar en donde nacieron todos sus apegos. El desarraigo es aquel estado donde una persona está fuera del “hogar”, de sus apegos iniciales, de su identidad. En otro caso, el síndrome de Ulises es una serie de síntomas, trastornos mentales y psicosomáticos susceptibles de que le ocurran a toda aquella persona que está fuera de su país y cultura, en donde la base es que se sienta rechazado o “fuera de lugar”. Como se puede comprobar por unos conceptos y otros, no es un problema cognitivo o una construcción social, pues es común de muchos animales, y sobre todo en los mamíferos, y es un concepto humano universal, y no sólo de algunas culturas.
Vuelvo arriba, a la idea de tener en mente la estructura cerebral por capas. La identidad está arraigada en el cerebro profundo, es “intocable”, es una esencia del ser humano en tres vertientes. 1. La filosófica, en tanto que Ser implica la otredad y no siendo lo que no se es (verdad tautológica, como casi toda “verdad esencial”). 2. Fue algo que la evolución validó para que el cerebro fuera estable; la media homeostática a la que el cerebro vuelve como “su realidad” Y 3. siendo el humano un animal social, la identidad se construye dentro de la cultura en la que se nace y se cría ese cerebro (donde crea todos los primeros recuerdos o apegos). La hipercultura no puede “sustituir” o ser parte de tal estructura profunda. Lo prueba el hecho de que por muy globalizados que nos creamos, el “insulto” a lo “propio”, y su consiguiente indignación, es una de las monedas de cambio que más se mueven en Internet. Mis últimos escritos deben de haber “ofendido” o indignado a muchas identidades, porque las nombro de forma directa, tal situación no se daría si la capa más importante del Ser fuera la identidad de la hipercultura. Si yo digo: “el hiperespacio es una estupidez”, no llega a la misma estructura cerebral, ni insulta, ni indigna, que si de otra forma digo: “los X son estúpidos”, donde cada lector ha de cambiar la X por el gentilicio de su propio país, como para darse por eludido y llamar a tal estructura profunda. La ofensa está en el cerebro del ofendido, donde no siempre es la intención del que ha proferido tal presunta ofensa. Si se añade que esa era la intención del ofensor, tal ofensa se vuelve aún más vívida. O sea, perdonamos ciertas incorrecciones de los niños por su falta de conocimiento, pero no así ya de un adulto, aunque puede que este “obre” con la misma inocencia —falta de conocimiento— que el niño.
¿Qué se deduce de todo lo dicho? Que Byung-Chul Han lo que ha “encontrado”, o de lo que trata en su libro, es el equivalente de la identidad narrativa, pero en lo social, y en Internet o los nuevos medios de comunicación. Al igual que la identidad narrativa tiene la falsa creencia de que puede fundamentar su identidad a través de la cognición, de arriba hacia abajo, la identidad hipercultural cree que esa es su identidad y que el resto de los constructos de su identidad están supeditados a esta, que es la “central” o base del resto. Como he tratado de hacer ver en el escrito, tal idea es falaz y es una falsa creencia, y por ello crea una falsa identidad o máscara. Hay que recordar lo dicho por Sartre: la mala-fe antes que mala es fe. Para que un engaño o ilusión cerebral funcione, la propia cognición tiene que ser ciega a tal engaño. Las estructuras profundas del cerebro son las que se “encargan” para que tal estructura del engaño funcione y sea operativa. El libro “choque de civilizaciones“, de Samuel Huntington, un equivalente de muerte de las identidades tradicionales o culturas a otro nivel, está escrito en la dirección de hacernos ver que el postulado del “fin de la historia“, de Francis Fukuyama, —y de larga tradición— es erróneo. Huntington en su extenso libro nos hace ver que la historia continúa, por la lucha entre las naciones y las culturas por el poder. El actual expansionismo de China —en realidad un nuevo tipo de colonialismo— tiene como base el intentar “derrocar” a Estados Unidos de su hegemonía, primero a nivel productivo, y seguramente, en un segundo paso, en lo cultural. Parte de la cultura sudamericana, de sus individuos, tienen más fe en Estados Unidos que en España, y por ello de Europa, pues comparten un mismo continente y origen. Gran Bretaña se separa del proyecto que es Europa, pues en lo profundo de su “espíritu” anglosajón siempre se han sentido superiores al resto de los europeos (no se adaptaron a las medidas internacionales, comor ejemplo). Cataluña se trata de separar de España, a la que nunca se ha sentido realmente unida. El feminismo cuestiona que una persona transgénero de hombre a mujer sea “realmente” una mujer. Lo que muestran estos pocos ejemplos es que las identidades no se han allanado bajo la identidad invisible, mutable, abstracta y ambigua de la “nueva” identidad que es la hiperculturalidad, y esto ocurre porque tal constructo está ubicado en la “cognición” o razón, en el neocortex social, cuando lo que realmente “manda”, y es su núcleo, son las identidades profundas, en el cerebro subcortical, emocional y con base de la autoprotección y por ello del miedo, y en definitiva basadas en una estructura tan antigua como es la de los “apegos”. Te pueden arrancar partes de la piel o ser quemadas y sobrevives; el cuerpo se alimenta de sí mismo y de los músculos en tiempos de hambruna; si el cuerpo pierde calor por estar en un lugar de extremo frío, “retira” el flujo sanguíneo de las extremidades y estas se congelan y mueren, pero nada de esto es así con respecto a los órganos vitales. El propio cerebro puede sobrevivir sin grandes porciones de la corteza cerebral, pero muere en cuanto lo dañado sea una estructura del tronco encefálico o ciertas partes de las estructuras subcorticales. La analogía creo que queda clara.
Puedo no saber lo que soy, mi cognición puede dudar, pero si voy a ciertos países, en cuanto me “detecten” como español, seré tratado de forma distinta y seré otredad. Soy hombre porque si estoy con mujeres no podré decir ciertas cosas de las que ellas sí se permiten hablar cuando están solas, tendré que “vigilar” dónde miro, y no me podré tocar los genitales aunque sea que me pican, pues se podrá malinterpretar. Soy de una clase y no de otra, porque mi ropa y mis signos de estatus se identificarán en cuanto esté “fuera de lugar”. Eso es lo que quiere decir la filosofía sobre que la otredad determina mi identidad. La otredad, así, forma parte de la estructura de lo que es mi identidad. No hay identidad sin otredad, como así es para que no pueda darse la otredad sin identidad. La identidad narrativa y su equivalente social que es la hiperculturalidad se quedan en la segunda parte de la premisa, que puesto que soy otredad para otro, esa persona o cultura es susceptible de ser racista, machista, homófobo, xenófobo… con respecto a mí. Olvidan e ignoran la primera parte de la premisa: que uno mismo es una identidad por la existencia de la otredad, de lo diferente. Tal “esencia” no implica racismo, implica simple y llanamente que soy una identidad, una individualidad, una particularidad, una diferencia, sea esta a nivel individual o social. En el mundo de los herbívoros, sin estratificación, sin competencia, sin lucha por el poder, tal estructura es indiferente, pero nuestra especie no es herbívora, ni colmena (otra de las apuestas erradas de Byung-Chul Han), sino estratificada y basada en la competencia y el poder, luego tales diferencias siempre serán conflictivas, en tanto que alguna se posicione encima de otra, o por coyuntura o dada la situación, esa otra esté “debajo” (clases sociales, “fea”, con sobrepeso…) o “fuera de lugar” (inmigrante).
Fuera de lo argumentado queda el tema de los idiomas. No puede haber una hipercultura si la dominación de un lenguaje sobre el resto es posible, en donde tal dominancia da ventaja a la identidad o nación que la hable, y en donde al entrar en juego la competencia y el poder, ya deja de ser una hipercultura. Las búsquedas en Internet te darán resultados dentro de búsquedas del alfabeto occidental o latino, que puede que dé resultados en otros idiomas que compartan tal alfabeto, pero no te dará ningún resultados a otros alfabetos tan distintos como el árabe, o los basados en ideogramas como el chino o el japonés. En ese proceso, o se escribe en un lenguaje como el inglés, con la paradoja de caer en el imperialismo lingüístico, o de nuevo se cae en lo regional y la identidad nacional como lo diferente o lo otro, al escribir sólo en tu idioma. Como ejemplo de la falta de lo hipercultural, ciertas páginas sudamericanas han puesto filtros para que no puedan entrar los españoles. Algunos YouTuber más exitosos de la península son catalanes, pero hacen sus vídeos en castellano y no hacen nunca mención a la polémica del independentismo catalán; no por ser hiperculturales y ajenos al conflicto, sino porque si se posicionasen en un bando u otro perderían seguidores y se ganarían enemigos. Incluso los navegadores tienen identidades puesto que Vivaldi, que ofrece el anonimato frente a Chrome de Google, esta empresa le impide el paso o lo vuelve “lento” al llegar a sus plataformas, ya que es su competencia más directa.
En definitiva, y ya para acabar, la hiperculturalidad, como lo fue la Ilustración, o la modernidad con la industrialización, no son más que sueños de la razón. Teorías que quedan bien en el papel y como plano del terreno, pero que fallan al perder todos los pequeños detalles de lo que es el terreno en sí. Ya se sabe: el mapa no es el territorio.
Comentarios