La Libertad como Proceso a Posteriori
❝Yo no soy un dueño un cuerpo, yo soy mi cuerpo.❞ Spinoza
❝El primer deber en la vida es ser lo más artificial posible,
¿cuál es el segundo deber?, nadie lo ha descubierto todavía.❞ Oscar Wilde
❝Los seres humanos parecen dotados de capacidades innatas para desordenar
las cosas por encima de los niveles más simples de complejidad.❞ Robert Fogelin
❝El agente humano es un maximizador global, es decir, un ser que sabe cómo
soportar contratiempos locales a cambio de ventajas a largo plazo.❞ John Woods
❝El primer principio es que no debes engañarte y el segundo es que tú eres
la persona a la que te es más fácil engañar.❞ Richard Feynman
❝Somos aquel enfermo proverbial que desconoce la causa de su enfermedad.❞ Lucrecio
❝Es justo que las cosas nos toquen, siempre que no nos posean.❞ Montaigne
❝Tomémonos un tiempo para tomarnos un tiempo.❞ Wittgenstein
Otro posible título: «la libertad siempre llega tarde».
Este va a ser un escrito mínimo. Cuando buscaba que quería decir «la muerte del sujeto«, me pareció que escribir todo un libro para decir qué es, era demasiado. Con el añadido de que realmente no lo decían. Lo curioso de esto es que no existe ningún artículo en la Wikipedia (en los «principales» idiomas), luego parece no estar planteado realmente por nadie. Sólo era una frase que dejaban caer, aquí y allá, los posmodernos, sin definirla. O sea, lo que quiero decir es que lo que pueda decir, sobre lo que reza el título, es en sí mismo sencillo y no necesita demasiado desarrollo.
Robert Sapolsky ha escrito el libro: «The science of life without free will«, apostando que el libre albedrio no existe, que todo está determinado. Se basa en experimentos como que si a un musulmán, mientras se le hace preguntas sobre el cristianismo, tiene de fondo música de la iglesia católica, tienen respuestas más tendentes al odio, mientras que si le ponen música de su cultura, que les recuerden su propio credo, donde uno de sus principios es la hospitalidad (acoger con agrado a todos, incluso a los enemigos), tienen respuestas más positivas. En otro caso, como el odio nace del circuito cerebral que procesa el asco, si se hacen preguntas a unas personas sobre temas de otras culturas, habiendo esparcido un mal olor en la habitación, tendrán respuestas más tendentes al odio, con respecto a una habitación de olor neutro…, es de imaginar —predecir— que con buen olor se darán respuestas positivas.
❝Hospitalidad se «deriva del latín hospes, que significa «anfitrión», «invitado» o «extraño». Hospes se forma a partir de hostis, que significa «extraño» o «enemigo» (siendo este último de donde derivan términos como «hostil»). Por metonimia, la palabra latina hospital significa habitación de huéspedes, alojamiento de huéspedes, posada. Hospes/hostis es, por lo tanto, la raíz de las palabras inglesas host, hospitality, hospice, hostel y hotel.❞
No he leído de momento su libro, pero he visto varios vídeos en YouTube, y se hace insostenible su propuesta sobre el determinismo, pero me hizo pensar que de existir la libertad, esta sólo opera a posteriori. Paso a explicarlo por puntos.
- Determinismo: todos recordamos la primera película de «The terminator«, donde en cuanto se nos hace ver que es un robot, el director coloca al espectador de forma subjetiva detrás de la mirada de la máquina, desde donde se nos muestra un display (pantalla) en la cual el Terminator va analizando la situación, y desde los cuales emergen árboles de decisión, y donde el robot parece «escoger» una de las opciones entre las que se le aparecen. Cuando hablamos, en nuestra mente (conciencia) no se nos presenta para que elijamos entre varios adjetivos. El habla es demasiado rápido como para que entre en juego la libertad. En este caso, y otros, el cerebro es determinista, y lo es porque todo en el cerebro es al fin y al cabo muscular o reactivo. O sea, es un proceso donde interviene la cognición y la memoria implícita. Para cada sensación o estado previo el cerebro ya tiene «programado» una reacción concreta. En los ejemplos de Sapolsky, el mal olor activa el circuito del asco, que está unido (o es el mismo) que el del odio. A ese nivel odiamos a un «enemigo», o a alguien en nuestra contra, al igual que estamos programados para odiar, rechazar, sentir repulsión o deseo de alejamiento y/o precaución, de lo podrido. Esto ocurre porque el cerebro tiene implementado la ontología a nivel muy primario: todo en el mundo son entes con los que tratamos: la carne podrida es un ente, y el enemigo es un ente que comparte con la carne podrida el que se active en mismo circuito (hay que tener en cuenta que no es un estado de 0 o 1 —activado o apagado—, sino que irá por gradaciones). A este respecto, si un hombre va a una cita con colonia de bebé, y si la mujer es muy maternal, se le activará el proceso neuronal hacia la emoción de la ternura.
- Proceso a posteriori por retroalimentación: cuando uno habla y su cerebro ha usado un adjetivo, a la vez va a escucharse a sí mismo, lo que le dará pie a «rectificar» y concentrarse para buscar un adjetivo más idóneo. En ese caso sí se da algo parecido al display del Terminator, pues podemos volver a desechar el siguiente adjetivo que nos «entregue» la memoria implícita, hasta dar con el adecuado. En este hacer entra en juego lo dialógico, pues la persona que nos escucha, nos podrá ayudar a su vez…, además con su «propio diccionario» de uso común, que quizás sea más amplio que el nuestro (tomar conciencia es el mismo proceso, pero en ese caso es monológico, en tanto que interiorizamos a un otro o a lo social —sus leyes y normas—, otro término o concepto para este mismo proceder es el de reflexionar, donde hay que tener en cuenta que este término procede de reflejo, espejo, en tanto que uno mismo es objeto de la propia conciencia como autorreflexión). Por esta misma función, si estamos discutiendo con alguien y nos insulta o denigra, el cerebro determinista —instantáneo e impulsivo—, y dependiendo del medio (mal olor, exceso de calor, mucho ruido…) y la propia disposición interna (hambre, debilidad, pesadez de estómago, dolor de cabeza…), podrá activar la agresividad física y darle un tortazo o un puñetazo (uno u otro determinado por procesos de la edad, cultura y género de la persona…), pero ocurriría algo distinto si hay cierta distancia entre los dos, pues a cada paso para ir hacia él, el cerebro reevaluará la situación y la posible respuesta.
- Proceso a posteriori programado: por lo que vamos analizando todo el tema de la libertad no es tal, sino que es más bien una forma de programar el siguiente «acto». En el párrafo y caso anterior, a cada paso que se da, hacia la persona que nos ha agredido verbalmente, ponemos en cuestión el siguiente paso una y otra vez, de tal forma que se va colando la duda y la conveniencia o no de llevarlo a cabo. O sea, a cada paso el cerebro reevalúa su estado actual de forma determinista: doy otro paso, pero con nuevos datos, si la golpeo (y si es mujer y yo hombre) me puede denunciar —aquí se ve la importancia de estar bien informado, a cada segundo más neuronas se conectan aportando su conocimiento—. Al siguiente paso: si la golpeo la podré perder para siempre… Así un paso tras otro hasta que el cerebro se determina a sí mismo, a que es mejor no golpear a la otra persona. Está claro que el cerebro va evaluando a cada paso, su propia emoción, nivel de odio, y todas las posibles consecuencias. En ese caso el miedo a las consecuencias —recordar que uno de sus dos posibles estados es la parálisis, quedarse quieto, no hacer nada— deben de ir aminorando —inhibiendo— el circuito del odio. A nivel más elemental el cerebro cuenta con neuromoduladores activadores e inhibidores, los del estrés activan el instinto de «lucha o huida» (parálisis en otros casos, y parece ser que es el que se activa en muchos casos en la mujer cuando un hombre le agrede o le viola, luego está implementado como instinto —es bastante general entre las hembras, y lo hacen por evitar más violencia de la necesaria—; el hombre actual no tiene «culpa» de tal estado de cosas: es algo programado por la evolución —un instinto tarda miles de millones años en implementarse, lo mismo para "borrarlo", este viene desde que nació el sexo, pues en el mar también se da el sexo no consentido—, lo único que puede hacer es respetarlo y tenerlo en cuenta; el feminismo tampoco va a poder cambiar tal emoción tratando de cambiar el medio, pues es instintivo; bajo mi punto de vista se ha de mantener, pues es preferible la precaución). El prefrontal, el sistema ejecutivo —razón en otro lenguaje— activa los neuromoduladores inhibitorios. Hay que tener en cuenta que la corteza prefrontal ha evolucionado a partir del sistema premotor —calcular movimientos, como el de un salto arriesgado— del cerebro.
- Como corolario, una forma más elevada de programarse, es a un futuro más largo, es lo que hacemos al poner el reloj para levantarnos a las nueve de la mañana, o es lo que hacemos para tratar de escoger una carrera o profesión para nuestra vida («activamos» lo que se ha venido a llamar «profecía autocumplida«). Es el que usamos para echarnos algo de colonia de bebé, en el tonto ejemplo del primer punto (si se va a la cita con tal olor y si la mujer sabe de esta estratagema, ya va a ser un paso en falso o negativo). O en definitiva es el programarnos que si nos vamos a encontrar con alguien nuevo, o con el que estamos en conflicto, es mejor que sea en un lugar muy público, y en donde se dé una distancia prudente entre los dos.
- Segundo corolario. Lo que yo he venido llamando «etiquetado«, que forma parte de la metacognición, de saber que se sabe, es un sistema por el que nos programamos. En esto estará de acuerdo Sapolsky, pues en otro de sus vídeos dice que «el conocimiento es un buen efector para el cambio». En ese caso si al ver a una persona pensamos internamente con palabras: «¡que asco!» (etiquetado emocional), tal etiqueta se irá sumando al recuerdo de tal persona, de tal manera que nos estaremos programando para odiarlo cada vez más (previsión afectiva). Lo mismo para otras culturas, etnias o géneros. O sea, en parte depende de nosotros mismos el reprogramar la emoción futura que sintamos al volverlos a ver. Este «efecto» —a otro nivel— se puede analizar en la película «memento» —película contada al revés, desde el fin hacia el principio—, que trata de una persona que no puede crear memoria nueva, el cual se tatúa mensajes para recordarse qué tiene que hacer en el futuro. En ese caso, y por el odio que sintió por una persona, se tatuó que lo matase cuando se lo volviese a encontrar, pues no recordaría la emoción que sintió en el pasado por él. Huelga decir, por el presente punto, la importancia de escoger las palabras adecuadas para denominar al resto de las personas o culturas, si bien hay que tener en cuenta que las palabras, sin su consiguiente y correlacionada emoción interna, puede que no creen el mismo proceso, como así dice la crítica a la «programación neurolingüística«.

De fondo, de todo este entramado, se encuentran dos procesos o funciones principales del cerebro. 1. Tratar de crear rutinas o costumbres de comportamiento. Un bebé no sabe cómo mover la mano para alcanzar algo. Tantea una y otra vez, y el circuito que consiga llegar al objeto es el que se queda activo para toda la vida. Si alguien trata de aprender pos sí mismo a tocar un instrumento, creará los circuitos para ello, pero puede que vaya en su contra a la hora de estudiar en una academia, pues tendrán que corregir sus malos hábitos. Todo en el cerebro es circuitería que activa acciones en el mundo, que crea cadenas de procesos musculares. Hablar es reducible a su componente mecánico. Ya en otro lado he dicho que somos muy hábiles para el habla, porque la evolución usó, en un primer momento, la capacidad que ya teníamos para movernos entre las ramas de los árboles —la misma zona del cerebro, sobre todo del uso de las manos—. Cuando uno ve un mono saltando de rama en rama, para nuestra mente parece una destreza que nos sería imposible para nosotros mismos, pero nuestra habla es heredera de esa destreza y rapidez para crear movimientos complejos, diestros y rápidos para un fin: en el mono su moverse por las ramas, y el nuestro el «irnos por las ramas» cuando estamos hablando o escribiendo.
Segundo proceso 2. la predictibilidad. Los cerebros complejos, y por ello inteligentes, son aquellos que tienen la capacidad de tratar de predecir qué va a ocurrir al hacer una acción nueva. La mayoría de los animales se basan en rutinas sencillas y rutinarias, que pueden ser simplemente instintivas. En otros animales cercanos al hombre, esa capacidad para el aprendizaje —para tantear, ser curiosos, y buscar la novedad— se da en la niñez, y la suelen perder al crecer, pues ya han adquirido las rutinas procedimentales —mecánicas— para la vida de adulto. En el hombre tales mecanismos no siempre se terminan por «desactivar». Como tendimos a seleccionar los rasgos neoténicos —aniñados—, esto implicó a la vez escoger los cerebros que tardaban más en perder esa capacidad para jugar y buscar la novedad. Capacidad que no nos «alcanza» hasta más o menos los veintidós años (a los perros «los evolucionamos» para que mantuviesen ese rasgo juguetón el mayor tiempo posible…, el gato es muy «raro», bajo estos planteamientos: es miedoso, por un lado —precavido, si se quiere—, pero excesivamente curioso, por otro… de ahí la frase de «la curiosidad mató al gato», que nos la aplicamos a nosotros mismos). Al ir en esa dirección nuestros cerebros tienen más años para aprender cosas nuevas y buscarlas, y por ello más años para que no se vuelvan rígidos —madurar—. El proceso entre los veintidós años y más o menos los cuarenta, aún se mantiene algo de neuroplasticidad, después se va llegando a la denominada «edad de la razón», donde el cerebro ya se vuelve más rígido y trata de atenerse a lo aprendido. Claramente esto se entronca con lo dicho en el escrito «la sangre justa«, pues las personas que nazcan con la amígdala más grande, y por ello más tendentes al miedo, se expondrán lo menos posible a lo nuevo durante toda su vida. En otro caso, alguien que pase por un trauma durante su niñez más temprana, pasará por el mismo proceso de rechazar o no buscar la novedad.
Este escrito breve puede que lo revise alguna que otra vez. En parte para vincularlo a mis escritos donde hablo sobre la predictibilidad, que ahora no los tengo localizados. Si lo encuentro, compartiré el libro de Sapolsky (Aquí comparte algunos más antiguos). Sus tesis no creo que vayan por estas que aquí he presentado. Más bien irá en la dirección de demostrar, por ejemplos y experimentos, el determinismo del cerebro mostrado en mi primer punto.
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