Devaneos XXII - Estructura y Significado
❝El hecho de que actualmente se estén incorporando a nuestra
cultura tantos rasgos nuevos y contrastantes es indicio tanto de su enfermedad como de su vitalidad.❞
❝Nuestra civilización ha alcanzado un punto en que muchos canales de conciencia están atrofiados casi por completo.❞ Philip Slater
❝Trato de expresar plásticamente esta noción creando una forma visual que no existe. La imagen aparece y desaparece, pero nada se conserva.❞
Yaacov Agam
I
Imaginar que una inteligencia artificial pudiera leer, tal como lo puede hacer cualquier humano, el libro de Philip Slater, “Paseo por la tierra”, por poner un ejemplo. Por su capacidad superior a la humana recordaría cada párrafo, frase y palabra. Pero si le pidieses su opinión sobre el libro, qué “dice” y qué transmite, no te debería de contestar volviendo a reproducirlo al completo, haciéndote entender que cada frase es relevante. Tendría que llegar a generalidades. ¿Cómo? Supongamos que no tuviera conocimiento del ser humano, y tampoco de nuestras sociedades, y de la vida en general. ¿Podría deducir algo sin ninguna regla previa? Seguramente sí, pero si sólo parte de los patrones o esquemas generales de tal libro, no podría deducir si son correctos o no, porque no podría compararlos con nada. Esto lo hago ver porque el humano siempre parte de algo. Nacemos con patrones o instintos que marcan las pautas para los análisis posteriores. Los niños reconocen a los pocos meses, en experimentos con marionetas o muñecos, quién es el “malo” y el “bueno” de cada historia, y además tienen el patrón de posicionarse con el “bueno”. Pero —pues todo es susceptible de conllevar “peros”— si primero crea el patrón de familiaridad, o de afinidad, con uno de los muñecos, y después hace algo “malo”, no por ello, y por un solo caso, dejará de sentir afinidad con tal muñeco, de tal manera que su “maldad” no será tal o parecerá ser algo más tolerable.
Volviendo a la IA, por este hecho de tener unas bases que reglen el resto, Asimov creó las leyes de la robótica, aquellas de…
1. Un robot no puede dañar a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daños.
2. Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.
3. Un robot debe proteger su propia existencia siempre que dicha protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.
Todavía no se entrevé a qué quiero llegar, sólo estoy bosquejando la idea, pues es bastante abstracta. Bajo esta misma idea subyace el mismo problema al que quiero arribar. Una IA podría deducir algo “equivocado” a partir de lo leído en este escrito, hasta ahora. Aquí surge otro dilema: ¿fue capaz Slater de transmitir lo que tenía en mente?, y aún se puede profundizar más en la madriguera del conejo: y si el libro “Paseo por la tierra” no fue el producto de la razón del escritor, sino de su cerebro profundo, y por ello Slater realmente no fue consciente de su “verdadero” mensaje. Cambiando de ámbito, los críticos de arte dicen, aunque no todos, que la opinión del artista —sobre su obra— no es la más válida o la que más se tenga que tener en cuenta…, que sólo es una “opinión” más entre otras. En el fondo es a la conclusión a la que ha llegado la psicología del marketing, pues aducen que no hay que hacer caso, o solo de forma anecdótica, a lo que diga una persona a viva voz, sino a los mensajes subliminales o inconscientes que tal persona trasmita. Todo esto nos lleva a que el “mensaje puro”, la “verdadera” información, es la que tiene el cerebro profundo, donde el prefrontal y la palabra son sólo una vía…, y para que la idea sea más visual, es como cuando una carretera de varios carriles se estrecha a una sola vía, como así ocurre llegar a un puente de un solo carril.
Sigo sin tocar el tema subyacente a los párrafos previos. Quizás porque me topo con el problema de no saber hacerme entender. Lo que trato de mostrar son dos cuestiones, una de ellas es que el prefrontal no sabe cómo trabaja el cerebro profundo, cómo así mismo le ocurre a la ciencia, pues de saberlo, lo podrían aplicar a una inteligencia artificial. Por otro lado trato de hacer ver que quizás es imposible reducir la idea (o las ideas) que tenía Philip Slater —en realidad su cerebro profundo, según conclusiones de lo que voy diciendo— al escribir su obra, y que por ello ninguna palabra o incluso coma, sobre. Con esto volvemos a la IA, si al pedirle su opinión, y bajo lo dicho, entonces esta se tendría que limitar a reproducir al completo el libro… a lo que el humano le diría… “resume”. ¿Se puede?, ¿se debe? En realidad es lo que se le pide a todo estudiante de literatura o cine, con respecto a una obra, o lo que se le pide a un estudiante sobre un libro de filosofía o un autor. Pero, ¿cómo?, si cada cerebro parte de sus propios sesgos y patrones de su propio cerebro profundo. Si una de las reglas elementales del cerebro es la relevancia, para cada persona tales relevancias cambian, luego cada cerebro “revelará” unas partes o puntos del libro sobre el resto de personas.
Con esto nos volvemos a topar con el mismo problema con respecto a que una IA saque “conclusiones” de una lectura. Si no tiene ninguna relevancia… ¿no puede llegar a generalidades?, ¿o llega a todas las posibles, y por ello no sesgadas?
II
A poco que uno deduzca de lo dicho se concluye que un bebé debería de comportarse como la IA, que llegase a todas las conclusiones posibles, y que no fuesen sesgadas, pero todos sabemos que no es así, de lo que por extrapolación nos da dos patrones: 1. los niños vienen con reglas o ciertas relevancias, y 2. esto viene dado por los límites cognitivos, y en definitiva del diseño del cerebro, pues mismamente un bebé, que ya hubiera aprendido a hablar, no entendería el libro de Slater si su madre se lo leyese. De estos dos patrones se deduce un tercero, 3. que con unas reglas básicas (con las que nacemos), emergen el resto, al modo del tronco principal de un árbol, sus ramas principales, las subramas y sus ramitas (ya he tratado este tema, con esta misma metáfora, pero lo estoy analizando bajo otro enfoque y para otro fin).
Retomemos el problema de reducir un libro complejo a mínimos, bajo otro aspecto. Si lo dicho hasta ahora es correcto, nuestras actuales políticas y su principal división entre la derecha y la izquierda, ya estaban implícitas desde el principio de la humanidad. Antes de llegar a la conclusión final sobre esto, tomo un desvío.
Uno cree ser de derechas o de izquierdas. ¿Es correcta esa opinión? En realidad habría que analizar todas las ideas que tiene cada persona con respecto a ciertos temas y tratar de deducir si es de un lado o de otro. Qué opina de la inmigración, sobre el aborto, sobre el concepto de nación o patria, sobre qué es una etnia y qué cultura… etcétera. Según el posicionamiento de todos los temas, habría una escala de 0 para ser de izquierdas y de 100 para ser de derechas, donde una persona podría estar más cerca o lejos del cero o el cien, y donde muy posiblemente no hubiera casi personas en tales límites, y la mayoría estuviera alrededor del centro, de la puntuación de 50. Este análisis reduccionista tiene sus problemas, puesto que es muy posible que los que hicieran el test o los que los analizasen, lo hicieran bajo sus propios sesgos…, o aún más complicado, por los sesgos del momento actual, puesto que si tal examen se hubiera hecho hace 50 o 100 años, la media y los sesgos de los creadores y los analistas serían muy distintos a los de ahora. Si se comparasen los actuales resultados sobre los de hace 100 años la conclusión sería, bajo el punto de vista de hace un siglo, que ahora las personas, la media, son más de la izquierda.
Vuelvo al párrafo ante previo y una posible conclusión. Si hemos dicho que la historia social o la de un individuo desde bebé a ser adulto es por reglas a modo de tronco, ramas, subramas y ramitas, es muy posible que la regla base, tras el hecho de ser de derechas o de izquierdas, sea la neofilia (desear y buscar lo nuevo y el cambio) y la neofobia (temer lo nuevo y el cambio). Lo que lleva a dos atributos básicos del cerebro: el miedo y el deseo de novedad, que quizás sean reducibles a no tener miedo y por ello la base, o tronco principal, sea el miedo. Esto a su vez llama a una “esencia” de la vida: su tendencia a la homeostasis o equilibrio, y por ello el miedo a perderlo y siendo así es reducible a escapar de la entropía, que en el fondo es escapar de la complejidad, pues allí donde hay una mayor complejidad se da una mayor tendencia a la entropía.
III
Habiendo terminado de leer a Slater, y buscando retomar el leer otro libro que me gustase hace décadas, se me ocurrió leer “El yo saturado” de Kenneth J. Gergen, pero al buscarlo, y cerca de este, se encontraba “Decisiones Instintivas” de Gerd Gigerenzer. Aquí vemos en acción la relevancia como base del cerebro, pues dado que desde hace unos meses trato de “desbancar” el protagonismo que tiene el prefrontal y me estoy centrando en el cerebro profundo, el título me llamó la atención, esto es: el cerebro profundo lo captó como cargado de relevancia para él, y se lo “hizo saber” al prefrontal, que le prestó atención y lo “cogió” para ver el índice del libro y los temas que tocaba. Siendo así, dejé de lado la búsqueda primera. Hago saber esto para tener en cuenta que ciertas ideas que vienen a continuación parten de la lectura de Gerd Gigerenzer y sus propias conclusiones, que en realidad no eran nuevas para mí, pero él les da otro enfoque, con sus propias metáforas. He de decir, de cualquier forma, que al tener en libro en mis manos me dio la sensación que no lo había leído o no del todo, pues el lomo no está “quebrado”, que es lo que le suele suceder (en los libros de bolsillo) al llegar a la parte central del libro, y al tratar de abrirlo lo más posible, como para que sea cómodo el leerlos. Al empezar a leerlo capté que sí lo había empezado a leer, pero lo debí de abandonar bastante al principio. Puede que no llegase a la segunda parte. Tampoco lo debí de comprar hace mucho, ya que la primera edición en España es de 2008. En resumen, una metáfora que utiliza es la caja de herramientas, de esas que se abre en dos y se queda desplegada en el fondo y dos niveles más; y nos dice esto: “La caja de herramientas adaptativa tiene tres capas: capacidades evolucionadas, componentes básicos que hacen uso de capacidades, y reglas generales constituidas por componentes básicos.” Tampoco está muy alejado de mi metáfora de idea de tronco, ramas principales, subramas y ramitas. Sea como sea esto no lo he “copiado” de Gerd Gigerenzer. Proviene de la división freudiana de inconsciente, subconsciente y conciencia, y la idea del cerebro trino, dividido en cerebro reptil, mamífero y humano. Cada autor parte de esta trinidad que parece insoslayable y la “adapta” a su propio lenguaje. Aquí nos encontramos, de nuevo, que la razón parte de reglas del cerebro, que ha adoptado de la “lectura” que ha hecho de los patrones que maneja la sociedad en un momento dado de la historia, como cultura y como memes, o estereotipos, generalidades, arquetipos, etc. Sea el análisis que se haga, el patrón que se deduce de fondo, es que el cerebro siempre tiene unas reglas generales a la hora de analizar la realidad. Cada objeto o realidad nueva del mundo la va a analizar a partir de tales patrones y los va a “encajar” en alguno de ellos.

Se me ocurrió, a partir de la analogía de la caja de herramientas, y puesto que tal división es excesivamente compartimentada en tres niveles, y dado que no tiene que haber unas divisiones o fronteras tan reales en el cerebro, que quizás la mejor analogía sea por los tres colores básicos, (cerebro profundo), que se entremezclan creando unos tonos intermedios en el cerebro medio. Así si los colores básicos (sustractivos) son rojo, azul y amarillo, al verde se llega por la suma de azul y amarillo, y al naranja por la suma de rojo y amarillo. Según se van mezclando se llega a cada vez más y más tonos, hasta que resulta imposible tener un nombre para todos los que pueda llegar a haber. ¿Por qué es mejor esta analogía? El cerebro profundo tiene unas reglas muy básicas: 1. sobrevivir, 2. reproducirse, 3. mantener la homeostasis, 4. mantener la información (identidad) —es una aproximación, no sé si puede haber más, o sobra alguna regla—. En una segunda capa tales reglas tienen que lidiar con la contradicciones de las cuatro primeras, ya que —por ejemplo— sobrevivir y mantener a los hijos pueden entrar en conflicto durante la vida. Cada especie “resuelve” o es una apuesta a dichas contradicciones. Según se va avanzando, en la analogía con los colores o las sub-reglas, nacen nuevos conflictos (encuentro de tonos), que llegan a nuevas reglas para cada especie, que de nuevo generan nuevos colores, nuevos conflictos y nuevas reglas, a partir de las resoluciones a las que se dé a dichos conflictos. El resultado final, y a lo que quería llegar, es que el humano, por medio de la palabra, que incrementó su capacidad de comunicación y por ello que perdurase la información social, ha llegado a tal grado de tonos, que ahora parece indiscernible que bajo ellos haya reglas básicas, puesto que 1. la cultura en la que se nace tiene una “versión” de la validez o invalidez de unos tonos sobre otros, 2. cada persona no se adapta al cien por cien a los tonos de su cultura, y 3. las culturas se mezclan como para que no se den conflictos en las bases de sus creencias, los cuales cada individuo “resuelve” a su manera.
IV
Conclusiones de los puntos previos. Sería de suponer que todo humano estuviese de acuerdo con los cuatro puntos principales (la existencia de los colores primarios). 1. sobrevivir, 2. reproducirse, 3. mantener la homeostasis, 4. mantener la información (identidad), pero al igual que si se mezclan todos los colores, dan como resultado el blanco en los colores aditivos, o el negro en los colores sustractivos…, o sea, a la ausencia de colores…, el humano al llegar a tal grado de complejidad, y de estar tan distanciado de lo esencial de la vida, puede negar la vida (suicidio, asesinato, guerras), la reproducción (aborto, no querer tener hijos), se sale constantemente de la tendencia al equilibrio (búsqueda constante de novedad y necesidad de un permanente cambio), y no se “detiene” en una identidad fija de por vida (trastorno de identidad, disociación, tipologías esquizoides, esquizofrenia…). Ocurre otro tanto con el resto de animales complejos. La vida simple se atiene a las reglas, a los colores básicos, pero cuanto más se mezclan, más indiscernibles son y más se pierden las reglas básicas. De cualquier forma el cerebro para trabajar tan rápido —accionar en la vida— y optimizar su “funcionamiento”, “reconstruye” la realidad —crea un mapa mental del mundo (cosmovisión)— a partir de los colores básicos, sabiendo, por ejemplo, que el morado es un color intermedio entre el rojo y azul, o en lo real, que la defensa de los hijos son una mezcla de tres reglas: mantener la identidad (la línea hereditaria), proteger la descendencia y la preservación de la vida (cuatro, si se tiene en cuenta que saber que el hijo está seguro nos procura equilibrio mental), luego al mezclarse tres o cuatro de los colores básicos, tiene más fuerza (peso) que otros parámetros menores o nimios que puedan darse en un momento de conflicto, en el que se requiera de nuestra rapidez de respuesta de accionar en la vida.

Una novela o una película, así, trabaja sobre colores básicos, sobre reglas que se deducen fácilmente, en los que el cerebro profundo apenas si tiene que trabajar en procesos, pues “coinciden” con su lenguaje. Más si son temas universales, como el amor o la muerte; menos si hay que entender la trama de alguna película de las sociedades modernas, como así sucede con “Taxi driver”, pues su protagonista no termina de encajar en la idea de lo que ha de ser un héroe, o sus coprotagonistas en el de “mujer virtuosa en apuros”, aunque en el fondo trabaje con tales arquetipos. Un libro de filosofía, como “Paseo por la tierra” de Slater, trabaja con tonalidades a las que no le hemos dado nombres, difícilmente discernibles o reducibles, como para deducir qué colores son sus bases, luego es más complicado “reducirlo” a mínimos, sin errar o sin que se pierda información. Es posible que nuestro cerebro profundo busque sus propias reglas elementales, pero el prefrontal no conoce a qué las ha reducido. No hay una verdadera comunicación entre la capa cognitiva más profunda y las nuevas capas. Cada capa “interpreta” la anterior, y no está libre de “equivocarse”. A mayor nivel de capas, mayor probabilidad de llegar a conclusiones erradas.
Así, Gerd Gigerenzer, quizás siguiendo este mismo tipo de razonamiento por otros caminos, llega a la conclusión que el cerebro profundo no trabaja con la lógica. En un caso pone como ejemplo que la “y”, en lógica, establece que lo que está a su derecha e izquierda es intercambiable, pues “A y B” es igual que “B y A”, que se sigue de la misma forma en matemáticas al sumar 3 y 2 (3+2) o 2 y 3, y que dan de las dos formas 5. Pero en las frases (sacadas de su libro): “Peggy y Paul se casaron y Peggy se quedó embarazada”, o “Peggy se quedó embarazada y Peggy y Paul se casaron”, unidas por la partícula “y”, no ocurre lo mismo. Fijarse, además, que cualquiera deduce en la segunda frase que se casaron por quedarse embarazada, pero correlación no implica causación: puede que ya tuviesen fijada la fecha de boda antes de quedarse embarazada. El propio caso de que la correlación no implique causación es una “tara” del cerebro profundo. Todos los animales tienen ese “fallo”, como demuestra que se pueda condicionar a un animal como para que al final salive al escuchar una campana, porque la ha escuchado una y otra vez cuando —durante muchos días— le daban de comer, cuando sonaba una campana. De cualquier forma, el ejemplo de las frases no me convence que sea por una falta de lógica, sino porque el cerebro tiene como estructura básica la narrativa (color secundario en mi ejemplo, quizás), y antepone la regla principal de seguir la narrativa, a la regla posterior en la evolución de la suma de factores, y de la existencia en el lenguaje de la conjunción copulativa “y”.
De lo dicho emerge la idea que por un lado está la información como estructura (“A y B” es igual que “B y A”) y por otro lado está el significado, como en las frases de ejemplo de arriba. La IA es “buena” para leer y procesar las estructuras, el humano, su cerebro profundo, es bueno para entender el significado. Una persona autista, se “pierde” el significado del lenguaje social (cómo conquistar a alguien), aunque de fondo conozca su implicada estructura, reductora y profunda, (la cópula, la procreación). El humano, con el Big Data y la burocratización por medio, tiende hacia la estructura, perdiendo el significado de las cosas por el camino. Las leyes se están redirigiendo hacia tales reducciones estructurales, lo que mata el espíritu humano de los significados, lo que mata la esencia humana… que se encuentra en su cerebro profundo y no en el prefrontal o la razón.
Conclusiones con respecto a una IA. La complejidad de crear una inteligencia artificial, pienso, que parte de poner todas las reglas, bajo las que se les programa, con un mismo “peso”, cuando en el cerebro humano nacemos con unas, otras nos las dan nuestra primera infancia, y otras se adquieren a lo largo de los años; y además teniendo en cuenta que con las que venimos de “fábrica” deben de tener, a la vez, cada una unos “pesos” distintos, dependiendo cuánto sean de antiguas, o cuanto sean de “vitales” para mantener la identidad de nuestra especie. No son meras reglas (software), son a la vez la propia estructura del cerebro (hardware), con lo que si la estructura de un ordenador es la lógica binaria, ya se parte de un grave error de base. Pero tenemos que ser coherentes… ¿queremos que una futura IA, implantada en un robot humanoide, sea tan errática como lo es el humano?, de ser así podría llegar a ser sádica, asesina… y todo lo “malo” que se ve en el humano actual. Se podría a llegar a suicidar al poco de tomar conciencia. ¡Imaginar haber invertido millones de euros, y que del día a la mañana se vaya hasta un triturador de coches y se “suicidase”!
Última conclusión. La ciencia no nace de la nada. Parte de los conocimientos tácitos del ser humano (precientíficos), y después más tarde, ahora, descarta alguno de tales conocimientos como falaces, sesgados o equivocados. A ciudadano medio siempre le cuesta terminar de aceptar lo que va descubriendo la ciencia, en principio porque puede “negar” lo que su cerebro profundo tiene como base. La contra, es que dada la necesidad de la ciencia a cuantificar los datos, en muchas ocasiones da con estructuras, pero de paso puede perder los significados. En ciencias sociales no se usan mucho las entrevistas a los individuos, pues reducirlas a los factores a analizar, lleva demasiado trabajo. Parten del problema —aquí planteado— de lo complicado que es reducir el lenguaje humano a mínimos estructurales.
V
A decir verdad no he logrado trasmitir la idea que tenía en mente. ¿Logrará tu cerebro profundo captar la idea general, a expensas y a pesar de lo frustrante que es el lenguaje con el que lo he trasmitido…? Puede que lo vuelva a intentar en otro escrito.
A modo de ejemplo de lo “cuadriculado” que se está volviendo el mundo… llevo unos días ajetreados porque la batería del móvil que tenía fallaba mucho. Como no quiero gastar dinero y contribuir a la “locura” actual, pedí a una hermana un móvil que tenía. Pero al irlo a usar estaba bloqueado por la cuenta de Google. No hay forma legal de saltarse este bloqueo, Google no va a atender cada caso y dialogar sobre cuál es el motivo para que ellos mismos lo desbloqueen. Las personas que lo habían usado ya no recordaban quién lo había tenido la última vez como para desbloquearlo, y alguna de ellas no recuerda ni siquiera la contraseña que usaba. Opté por saltar tal bloqueo, por medio de vídeo-tutoriales de Internet, pero me ha llevado dos días el dar con el método adecuado para este móvil. De no ser así este móvil se habría quedado como inútil. Como mi caso hay muchos. Sólo un 10% de los móviles se reciclan, algunos van a la basura, otros se quedan en las casas de sus propietarios, sin que les den salida.


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