Devaneos XIX – Las Olas



Si algo es totalmente predecible, no hay información.
Claude Shannon
¡Cómo es la cabeza, que engancha los recuerdos como quiere!
Patria
Una orden puede parecerse mucho a un grito de socorro.
Bateson


(La fotografía de la cabecera no tiene que ver el con tema…, pero no es curioso que los drones nos hagan ver una perspectiva de los árboles que no conocíamos? Sus simetrías, y las luchas entre ellos, son más apreciables desde arriba.)



Este es el punto cero, pero como no existe el cero —¡gran invento!— en números romanos, va sin él.
Google se está viendo “acorralado” por la ley ante su aparente tendencia al monopolio, y como resultado de que sus “productos” (Chrome, buscador…) están perdiendo usuarios, va cambiando políticas de usos de sus funciones, como es el caso de su traductor. Ya no se puede casi usar de forma libre a no ser que uses Chrome y que te mantengas conectado como usuario de sus servicios, pues es así como llega a estadísticas fiables de uso. Microsoft te “obliga” a usar sus navegadores, pero por lo menos no te “obliga” a estar conectado como usuario. ¿Resultado?, que cada vez es más complicado traducir cualquier cosa de manera automática. Pienso que cada vez habrá menos cosas gratuitas en Internet. Cada vez es más común solicitar el apoyo financiero, que desactives los bloqueadores de anuncios, o que te des de alta como usuario. Internet muta ante la crisis.

I
I
maginar una playa y su cadente llegar de olas, donde cuanto más avanzan y entran en tierra, van bajando su fuerza y altura (amplitud), hasta desaparecer confundidas con la arena. Lo alto de cada ola es el punto culmen de un humano, entre los veinte y veinticinco años. Es la edad del pico más alto de rendimiento cognitivo y por ello creativo. Tanto las vías neuronales, como los neurotransmisores, están en su mejor momento, donde los segundos han llegado a su grado más alto de cantidad y control óptimo en el cerebro.

Ahora subir a una de esas olas. En su momento más álgido de altura y fuerza es el tipo de ola que buscan los surfistas…, empuja, eleva, toma una gran velocidad. Pero dura apenas un instante con respecto a la propia vida de la ola. Poco a poco perderá altura, irá adentrándose en el terreno bajo de la costa, donde las fuerzas de lo profundo del mar era lo que le estaba dando ese impulso. Según vaya acercándose a la densa, absorbente y grácil arena bajará su altura, se calmará… y ya sin fuerza será empujada por el resto de olas que vendrán detrás, hasta llegar a la arena.

En esta analogía, la mediana edad y la ancianidad, ya cerca de la playa, son esas olas que refrenan las olas más altas, la juventud. Las “dirigen” desde su estado calmado…, con sus ideas asentadas y cristalizadas. Una revolución ocurre cuando las olas se dan en un lugar que no tiene playa, donde las altas olas chocan directamente contra las rocas. En la decadencia de una sociedad, por el contrario, la playa se adentra tanto en el mar, la bajada es tan lenta, que nunca llega a haber realmente grandes olas que penetren con fuerza, altura y velocidad, a tales calmos lugares. Las olas altas no se dan, “no hablan”, son atemperadas ante lo largo y asentado que están las arenas y sus aguas. En tales playas, en vez de dominar la dopamina o la adrenalina, “vence” la serotonina, que hace el papel de inhibidora y de relajante. En el lenguaje común, es lo que los mayores reprochan a la juventud en la actualidad, cuando les dicen: “¡no tenéis sangre!”, donde esta, y su rápido fluir, desde siempre, se ha tomado como la evidencia de estar vivo.

Este punto me ha recordado “Las olas” de Virginia Woolf. Libro no para cualquiera, tanto a Woolf como James Joyce se les concedió un estilo complicado de leer, sin ningún signo de puntuación, y al morir estos ya no se le permitió a nadie más. En “las olas”, Virginia Woolf, no crea roturas en la narración, cuando en realidad el hilo narrativo va de un personaje a otro.

II
D
e repente algo sucede en la vida y conmuta un interruptor en el cerebro, que hace que funcione de otra forma. ¿Por qué tal vulnerabilidad y liviandad?, ¿qué es el yo si irremediablemente cambia tan fácilmente y sin que nada en el cerebro lo pueda evitar? Neuroplasticidad quiere decir no-ser. Conmutación de interruptores, desde fuera del sistema, quiere decir programación ajena al “usuario” que es el yo.

Uno no se siente más vivo que cuando está cerca de la muerte o sumergido en la desesperación. El cerebro se reconecta al completo para ser totalmente sensible y acoplado al entorno. Afuera y adentro, en cierta medida, desaparecen. Esto me lleva de nuevo a la conclusión de un escrito atrás… decía: “si de repente uno se viera acorralado por un depredador, esto llevaría a ser mucho más consciente del medio y de uno mismo como centro de la acción, como para desarrollar o ver una posible salida en el medio de tal situación de peligro. De ser así la conciencia nació como capacidad emergentista, de recoger el testigo y mantenerlo, ante situaciones de peligro, en donde en el hombre esto pasó a la vez por sus propios cambios sociales y el nacimiento de la palabra”. En tales estados entra en juego la adrenalina, pero el papel de la dopamina en cierta forma se asemeja. ¿Llegamos a depender mentalmente de ese estado elevado, y la dopamina cogió el relevo de ciertos efectos de la adrenalina?, ¿el humano es un “adicto” a la retroalimentación positiva bajo esta premisa? ¡Espera!, falta un explicación, expuesta en tal escrito, para que se termine de entender lo que quiero decir. Lo que aparentemente crea una mayor capacidad para la multitarea y mantener de forma más vívida la atención  es la dopamina. Esta salta un límite propio del cerebro en tanto que tendiente a la retroalimentación negativa, que lleva implícito a un estado “standby” (encendido, pero sólo latente…, en un buen término análogo). Cuando apagamos el televisor, con el mando a distancia, este se queda a la espera de volver a ser encendido, consumiendo un mínimo de energía. Ese es el estado al que casi todo animal llega después de haber saciado sus necesidades. El humano parece ajeno a tal economía del sistema. Por el contrario, nuestra condición nos empuja a estar siempre en “lo alto de la montaña rusa”, a la espera del relé que encienda el cerebro en sus capacidades más plenas. Este hecho, dándose una y otra vez a lo largo de la evolución, llevó a que el cerebro humano fuera más capaz para la multitarea, y cada vez más multihilos, y al estado totalmente enfocado. ¿Mecanismos?, los animales que salen fuera de tal estado de “standby” son las crías, luego la infancia y el deseo de aprender es uno de los motores. El segundo mecanismo es social: si alguien nace para llevar el cerebro al 75% durante casi todo el día, “empuja”, por presión social de no ser menos, a que el resto trate de igualarlo. De nuevo, un mecanismo y otro, a lo largo de la evolución, creo una retroalimentación positiva que hizo cambios en el cerebro, que a la vez lo hacía en lo social y la infancia, y vuelta a empezar el ciclo.

III
L
lego a conclusiones algo tontas y consabidas en la vida…, ¡y todo a una avanzada edad! Ocurre un algo así como “porqué nadie me lo ha dicho antes”, e igualmente uno se pregunta por qué no se ha hecho evidente a una edad más temprana. Las conclusiones a las que he llegado en los últimos escritos, que es a lo que se puede resumir como la principal “falla” —o más básica— de la ancianidad, de hacerse mayor, es que se tiende a hacer todo en “piloto automático”, por medio de recurrir a los hábitos, con el “error” de que al preguntarte o dudar de si lo has hecho, ya no puedes estar seguro. Eso es lo que traté de hacer ver con estar-ahí (standby), frente a ser-ahí en el escrito anterior. Un suceso de hoy en mi vida… iba a salir de la habitación, pero me di cuenta que tenía que llevar algo a la cocina y volví unos pasos atrás. Lo recogí, y al salir di al interruptor de la luz. En realidad ya estaba apagada, lo hice al ir a salir y antes de percatarme de llevar la taza al fregadero, pero como lo había hecho de forma automática, el prefrontal no lo había procesado, y al volver a salir, y de nuevo por automatismo, el cerebro recurrió al esquema de salir de la habitación, donde uno de los procesos es dar al interruptor de la luz, con el resultado de encenderla y salir. Sólo en ese momento saltó el “error”, por la disonancia de ver más en vez de menos, que no era lo esperado. ¿En qué momento “emerge” el pretendido “supervisor de la atención”?, si es que realmente “existe”. Vuelvo a esto más abajo.

(Se me olvidó comentar en el escrito anterior, en el apartado sobre  el bucle cortico-basal ganglio-thalamo-cortical, con muchas proyecciones dopaminérgicas, que “en el TDAH, se cree que la disminución de la señalización tónica dopaminérgica da como resultado un descuento excesivo de las recompensas retrasadas, dando como resultado una disminución de la atención.” Por lo que yo creo tengo algún grado de TDAH, luego muchas de mis “torpezas” cognitivas, como la de arriba, puede ser debido a esto y no a los efectos de la edad. Por otro lado la constante rumia interna —pensar en estos temas— me hace ser aún más distraído. Según creo todo el conjunto de cambios cerebrales, cognitivos y de comportamiento son parte de una tipología humana, y realmente no son trastornos. Tal tipología “funciona” bien para ciertas cosas, pero tiene desventajas para otras.)

IV
E
ste punto es un poco abstracto y aburrido, y pongo antes la gráfica relacionada, pues así creo el “suspense” de qué pueda querer decir.

Se me ocurrió ir haciendo un mapa mental o gráfica donde cada punto o intersección representase el acontecer diario, o de sólo una hora, ante el ordenador. Así, si de lo que se trata —y sería la línea narrativa principal— es de escribir una entrada, al abrir la Wikipedia, para leer un artículo, crearía un nuevo punto hacia la derecha (o izquierda… a gustos), a modo de subtrama, o como subproceso. Si es el caso que ese artículo me llevase a uno nuevo, desde uno de sus enlaces, crearía otra nueva línea a la derecha desde esta, y así sucesivamente. Uno de mis problemas, y me imagino que es general, es que en esta recursividad de ir de un enlace a otro, muchas veces pierdo cuál es el primer punto o página que me ha llevado a tales “profundidades” recursivas. Los navegadores no dan mucho juego para saberlo. El usuario, en este caso yo, tengo la opción en el navegador de: “abrir enlace en una nueva pestaña”, o en “una nueva pestaña en segundo plano”. Abrir segundos (terceros, cuartos…) planos es arriesgado, pues si se cuelga el navegador puedes perder la “sesión” de las páginas abiertas, pues los navegadores basados en Chrome guardan la del “plano” que se haya cerrado el último, que lo más seguro es que termine por ser el que se abrió sólo conteniendo una página.

Al vernos “limitados” solamente al comando “abrir en nueva pestaña”, al poco tienes una gran cantidad de ellas, donde no sabes cuál ha dado origen a cada una. ¿Resultado? Descontrol. Se supone que uno mismo, nuestro cerebro, tiene que ir “llevando las cuentas” de tal proceso, pero ha de tener un cuello de botella, como así se asegura en el escrito previo. La cuestión es que no veo una forma fácil de hacer tal gráfica, sin que enlentezca el proceso de “investigación”. Por otro lado se da una paradoja, porque lo quería hacer para saber en qué momento el cerebro “pierde” el hilo, de lo que está haciendo, y cómo ha llegado hasta al atolladero con el que se ha topado. Pero al llevarlo en una gráfica ya se tiene el control de cada parte del proceso y uno ya no se “pierde”, con lo que no podría ver cuándo ocurre, ni cómo. Se parece, lejanamente, al problema de la física cuántica, donde el experimento interfiere en el resultado de dónde van a parar las partículas. Por último ocurre otro problema: el tiempo que lleva ir creando tal gráfica, y que si uno pone la atención por un poco de tiempo en el programa de la gráfica —Microsoft Visio en mi caso—, lo más seguro es que, de nuevo, se pierda el hilo de lo que quería hacer a continuación y el porqué.

V

Creo que habrá pocas personas —si es que hay alguna— que me estén siguiendo el hilo de los últimos escritos. Mucho menos que hayan buscado el artículo principal de Donald Norman y Tim Shallice sobre el supervisor de la atención y lo haya leído (están enlazados abajo para descargarlos). Seguramente ninguno que lo haya entendido realmente…, yo por lo menos no lo entiendo del todo. No sé si resuelve algo u ofusca más el tema. Sobre todo cuando habla de los hilos horizontales y verticales en el supervisor de contiendas. Se entiende mejor con la gráfica que yo he hecho arriba (asumo que mi “modelo” es de un proceso externo, y por ello no interno y del resolutor de contiendas). Antes de entrar en tema hay que aclarar que la propuesta de Donald Norman y Tim Shallice es un modelo mental y por ello que sus gráficas son unas abstracciones simplificadas de lo que pueda ocurrir en el cerebro. Por otro lado, existen dos escritos de su artículo. El primero más “antiguo y rustico”, menos cuidado, y con unas gráficas hechas a mano —menos claras sobre qué son los hilos verticales y horizontales— y un segundo artículo, ya más cuidado y revisado, y una gráfica más comprensible y donde habían intercambiado horizontal por vertical y a la inversa (lógico esto último…, tonto el decirlo).

Pues bien. Una cuestión que aducen es que siempre suele haber un esquema principal —una narrativa y subtramas—, y el resto son sub-esquemas, como quien dice. Este proceso está mejor representado en mi gráfica, donde la vertical de la izquierda, con el esquema de inicio de “investigar” y que termina con “escribir”, abre subtramas a la derecha horizontales (el orden vertical u horizontal es igual, es sólo un modelo visual). Cada hilo, cada apertura de una nueva página de Internet o un libro en el ordenador, abre su propio hilo de investigación. Pero como el propio proceso que he expuesto en el punto anterior muestra, no es posible “llevar las cuentas”, pues llega un momento en el que no se sabe por qué tienes de repente unas veinte páginas abiertas en el navegador —por poner un número concreto—, y cuál ha dado paso a otra, y cuál es realmente la ramificación que ha de subyacer por dentro. Un “verdadero” supervisor, sí debería de “saber” todo eso. Lo único que hace el supervisor propuesto por Donald Norman y Tim Shallice es “decidir” a qué dar prioridad en cada momento, no sabiendo ni siquiera con certeza el problema de fondo y por ello qué es realmente relevante, pues como sólo opera con el límite de la memoria de trabajo y esta es de siete (más o menos dos), lo relevante fuera de ese límite ya “no existe”, ya no se le puede seguir la huella. Puede que en ese “extraño”, que ellos no han tenido en cuenta, “efecto pasar por la puerta”, donde en este caso cada página nueva es una habitación a la que se entra, cierta página haya creado un “¡uh!, en este tema puede haber algo interesante”, que se queda latente en el cerebro profundo, este supuesto “supervisor” se diga a sí mismo: “¿en qué página estaba eso que me pareció interesante, que me ha dejado esa huella emocional?”, pero que no sepa discernir qué página es, ni cuál era realmente el tema tratado, como para recuperarlo. Parece ser que esa huella es “emocional”, sensitiva, algo así a: “me da a la nariz que aquí hay algo de interés”, y el prefrontal al ser “mecánico y no emocional” no tenga realmente una comunicación directa con ese otro módulo del cerebro que guarda tal impresión, luego se vuelve “ciego” a qué es lo que tal módulo —lo que de forma usual se conoce como intuición—, le “dice”. Debe de ser algo análogo a lo digital frente a lo analógico. Ni lo digital puede “leer” lo analógico, ni a al contrario. Por medio tiene que haber un filtro que cambie lo digital a analógico y a la inversa. Si falla tal “filtro” —zona o función— el cerebro se presenta como más torpe.

(Offtopic. Al parecer ese “¡uh!” (umm), es universal y es posible que sea una de las “palabras” más antiguas de la humanidad (leer sobre “disfluencias del habla“.)

Tampoco estoy de acuerdo sobre ese hipotético subproceso previo de la contienda de esquemas. Si tal contienda fuera tan compleja no podría ser tan rápida. Estaríamos constantemente paralizándonos y avanzando a “trompicones”. En el habla se muestra que ese proceso no es así. Nadie es consciente del porqué alguna parte del cerebro ha “elegido” un adjetivo frente a otro, todo el proceso del habla es demasiado rápido como para que parta de un sistema mínimamente complejo. Las frases hechas, las muletillas, frases de moda y demás “atajos” las usa el cerebro profundo en la dirección de acelerar el proceso de comunicar, las disfluencias del habla (interrupciones en el habla con onomatopeyas como ¡eh!, ¡mmm!), no son tantas. El habla en el fondo implica a la memoria motora (cuerdas vocales, lengua, músculos de los labios), desde la posición motora de ciertas consonantes es “incómodo” llegar a otras, y en parte los idiomas se fueron construyendo a partir de tal problema motor. El caso es saber cuál es el “motor” principal (qué rueca mueve a una secundaria), si la memoria implícita, como memoria muscular, y recurre al “diccionario” de la memoria semántica; o a la inversa, la siguiente palabra y memoria semántica mueve y activa la memoria motora (seguro que ya hay estudios de esto). Como sea. Ese mecanismo a dos (o tres si se parte del conocimiento declarativo, o cuatro, si se “mueven” emociones) no tiene que ser excesivamente complejo, pues de ser así sería más lento y torpe. En definitiva. El habla no es tan susceptible de ser reducido a esquemas, porque cada frase puede ser única dentro de nuestro repertorio de frases. Los esquemas tal como los utiliza Donald Norman y Tim Shallice, son lo que entendemos por hábitos, procesos repetitivos que llevamos a cabo todos los días, pero no puede ser la base del cerebro, porque además una de las claves humanas es su constante espontaneidad, y deseo de la novedad, que de fondo significa una rotura con la evitación de lo “esquemático”. Puede que esté extralimitando el juego que tiene la espontaneidad, pues como dice el refrán “el hombre es un animal de costumbres”, y también se puede afirmar que la edad de más espontaneidad es la infancia, y debe de perderse gradualmente con la edad, donde la ancianidad es el lado opuesto, pues estos se atienen casi exclusivamente a rutinas, pero lo hago en la dirección de hacer ver que la propuesta de Donald Norman y Tim Shallice es bastante mecanicista y hay que hallar una propuesta que lo sea menos. La espontaneidad no surge del prefrontal, sino de las profundidades, luego tampoco podemos llegar a la conclusión de que el cerebro profundo sea más mecánico y el prefrontal sea más “libre” o no reducible a lo mecánico. En definitiva, que el “misterio” de ese aparente “fantasma en la máquina” sigue sin resolverse.

De seguir secuencialmente varios de los párrafos de arriba, la niñez tiene el “secreto” de eso que nos hace humanos: se rigen menos por esquemas (los están creando) y tienen un mayor grado de espontaneidad. El concepto que más se ajusta a esa edad es el de entusiasmo, esa cualidad que la antigua Grecia la achacaba a estar bendecidos o “poseídos por la esencia de un dios”. ¿Hay un agente detrás, o sólo ocurre que de repente dos esquemas, o más, se unen creando algo nuevo e insospechado? Una de mis hipótesis es que el cerebro, en momentos en los que la atención no es sostenida, en los que la energía está “desocupada”, tiende a trabajar en sus propios procesos, creando o tanteando nuevas conexiones con otras neuronas, en la dirección de consolidarse, pero con el resultado de crear esas “ideas” nuevas…, que no por nuevas tienen por qué ser geniales o acertadas. En ese caso tampoco existe un centro, agente o fantasma al mando, sino que todo el cerebro está lleno de esos “agentes” en la medida que en cada zona se están creando nuevas conexiones (alianzas) y por ello ideas. La sociedad misma sigue ese mismo patrón, las personas se juntan y hablan, del encuentro de ciertas ideas extrañas de dos personas, o más, nace algo nuevo y creativo. La sociedad humana actual, en general, se ha vuelto más creativa por el uso de Internet y las “conexiones” improbables de personas, de muchas culturas y cosmovisiones del mundo totalmente dispares.

Hace unos días vi un documental sobre Claude Shannon, el creador de la teoría de la información, la base de que ahora tengamos ordenadores, conexiones a Internet y Wifi, o los móviles. Al parecer fue contratado por el MIT (Massachusetts Institute of Technology) para seguir trabajando y desarrollando tal teoría, pero… ¿qué hizo Claude Shannon?, cada vez iba menos y se dedicó a inventar y desarrollar distintos tipos de monociclos en su casa de campo. Tal comportamiento no encajaría con una mentalidad como la de Édison, y sólo encaja en la de un espíritu jovial, entusiasta y creativo, propia de un niño (que igualmente era palpable en Einstein). En el documental, en sus entrevistas, lo que sobresale de él es su eterna sonrisa inocente, sencilla y sincera, propia de los niños y su entusiasmo. Su casa estaba llena de sus inventos, entre los que se encontraba una calculadora de números romanos, aparentemente inútil, pero claramente “divertida”. La paradoja y lo trágico es que padeció de Alzheimer y pasó sus últimos años en soledad en una residencia de ancianos, luego el entusiasmo no nos libra del Alzheimer.

Lo que nos hace humanos, a la vez, es lo que nos “pierde”, pues parte de la base de la infidelidad es la búsqueda de novedad y del salir de la rutina. Otro tanto ocurre con las adicciones o el deseo de correr riesgos. Terminar diciendo, sobre este tema, que entusiasmo es otra forma de decir motivado, y de nuevo ahí entra en juego la dopamina.

VI
Algo que está mal explicado en la Wikipedia, sobre el supervisor de la atención, es que pone que hay dos capas, cuando Donald Norman y Tim Shallice nos dicen que son tres, 1. el modo automático — como lo es el andar— 2. una segunda capa que gestiona los esquemas en competencia —me pica la nariz e iba a beber un sorbo de café…, ¿qué hago primero?, y 3. la toma de conciencia o puesta de atención sobre algo que lo requiera, como lo es el leer un ensayo filosófico, resolver un problema que nos haya puesto una persona, o actuar muy conscientemente por que algo en el entorno nos ha puesto en peligro. Nos remite, como siempre, al lenguaje de inconsciente, subconsciente y consciencia. También, aparentemente, emergen dos “agentes” o supervisores, el que “supervisa” las contiendas del punto dos, que es distinto del supervisor del punto tres, donde uno es consciente de las posibles consecuencias de cada elección. El segundo agente es equivalente al estar-ahí, que yo he propuesto, mientras que el tercer punto hace referencia al ser-ahí. El segundo “genera” memoria declarativa y episódica, y según mi propuesta, sólo el tercero genera memoria autobiográfica. Esta capa es esa a la que Conway llama “trabajando en el yo”, pues “mide” más la interacción de mi identidad ante un medio “conflictivo”, o en la que mi yo está en juego, como es lo social.

(Esta gráfica, perteneciente a la Web sobre la practopoyesis —y sin que ellos lo vinculen con lo que yo lo hago aquí— podría ser muy representativa de las tres capas cognitivas humanas, 1. la motora con su memoria implícita, 2. la emocional y su memoria episódica, y 3. la conciencia, como toma de la atención, como razón y memoria declarativa, autobiográfica y semántica. La tercera al ser secuencial es lenta, aunque sea más lógica y racional.)

Bajo lo antedicho, si a la mediana edad y la ancianidad el cerebro recurre cada vez más a los hábitos, a lo aprendido, al piloto automático, cada vez parece darse un menor grado de activar el ser-ahí, que es el que nos crea la memoria autobiográfica, con lo que el cerebro recurre a las “batallitas” del pasado lejano (de la niñez, de la juventud…), como si las de hace tres o cuatro días o unas semanas no “contasen”, pues al no estar activo el ser-ahí no generaron realmente —o es cada vez más endeble— memoria autobiográfica. La conclusión más simple —y extraña— es que hay que tratar de evitar caer en los hábitos, ser lo bastante desordenado para que no se creen esquemas a los que recurra el cerebro en automático, pues como es el caso de mi suceso con la luz, al no estar realmente ahí, es cuando el cerebro comete errores simples y estúpidos (deslices de acción), como así lo es el encender la luz cuando en realidad la quería apagar.

No pretendo resolver el problema, mi propuesta sólo es un parche. Un esquema totalmente perfecto resuelve muchas acciones en la vida (quehaceres en España), pero en la vida tan cambiante como es la sociedad actual, tal tipo de esquema no “existe”. La toma de conciencia en los esquemas los interfiere, creando más fallos tontos, que si sólo se recurriese a esquemas (hábitos). El problema se nos presenta al modo del “pescado que se muerde la cola”, pues las posibles soluciones a veces pueden ser el problema, pero los constantes problemas hacen llamada al prefrontal para que tome decisiones de forma más consciente. ¿Conclusión? La vida en sí es el problema —su gestión— y cada persona es una apuesta única a tal problema. No hay una única “solución” porque el problema es demasiado complejo.

VII
Un punto corto. Vuelvo a mi gráfica, y la retomo bajo la idea de que la informática y las pantallas sean una cuarta capa de complejidad. Si un navegado implementase una rutina de fondo donde llevase las cuentas de qué paginas son las iniciales, y a partir de estás seguir el rastro de cuáles abren las siguientes, y al final el usuario dando a un botón el navegador le representase gráficamente ese recorrido, al modo de mi gráfica, el cerebro humano, su prefrontal sería más consciente de sus propios procesos. Si además de esto se hubieran podido resaltar los textos más relevantes en cada página (ya existen extensiones que lo hacen) y se pudieran ver en la gráfica, aún sería mejor. Pero lo perfecto sería que todo se pudiera hacer ayudado por la voz, pues así el cerebro trabajaría con dos procesos distintos, 1. el motriz de navegar con el ratón y 2. el verbal que le diría al ordenador “marca esta página como relevante”, o “no tengas a esta página en cuenta en la gráfica” (¡con comando más cortos, claro”, sólo he querido hacerme entender).

La gráfica que yo he hecho con Visio no se “acomoda” a que retomes una línea de investigación de arriba y la amplíes. Para hacerlo se tendría que estar haciendo hueco y mover lo ya existente. Al retomar un tema de arriba de igual forma se pierde la continuidad en el tiempo, pues si lo retomas después de dos horas, después se puede pensar que era un continuo, cuando no lo era. Se puede usar Visio, u otro similar, si se cuenta con mucho tiempo (estudiantes, analistas, investigación para un libro), pero no es para mí, que casi todo lo hago en unas pocas horas, y seguirme el rastro de esa manera me llevaría mucho tiempo.

VIII
E
n el escrito “creando un esquema mental” decía que: “la izquierda política, como alternativa política, no existe. Es una mala interpretación de viejos armazones de las estructuras de las que nacen las sociedades humanas. La izquierda es el equivalente de los betas en las especies de jerárquicas de manada. “Sirven” de acicate del alfa, de hacer que no baje la guardia, que mantenga su energía, bravura e ingenio, pero nada más. Una vez que un beta vence deja de serlo para ser alfa y otro ocupa el lugar del rol del beta. De esta manera nunca se ha dado realmente un gobierno de la izquierda, porque el poder, y la estructura jerárquica, emerge de nuevo en un líder o alfa (o Estado), que es acuciado por detractores (betas). Es lo que se deduce al analizar la historia.”

Creo que no se ha terminado de entender. Algo análogo ocurre con ser padre o hijo. El padre ha pasado por las dos etapas, pero el hijo no sabe qué es ser padre, una vez que lo es, lo comprende, y ya no puede volver al estado previo. Ser el elegido para gobernar ya implica un ejercicio de poder, que eleva a tales políticos por encima de los de su clase social. La izquierda política sólo sería posible con la democracia directa, donde todo es votado por todos, y el gobierno sólo “obedeciera” la voz del pueblo. Al final encontré alguien que opina como yo. Robert Michels en su libro de 1911, “Partidos políticos”, y creando el concepto de “ley de hierro de la oligarquía” “Afirma que el gobierno de una élite, u oligarquía , es inevitable como una “ley de hierro” dentro de cualquier organización democrática como parte de las “necesidades tácticas y técnicas” de la organización.”


(En este enlace se puede descargar los escritos de Donald Norman y Tim Shallice, otro que trataba el tema de quedarse paralizado en situaciones de vida o muerte, tratado en “El fantasma en la máquina“, y el libro “Viaje a la tierra” de Philip Slater. Sobre este…, lo estoy releyendo después de más de 30 años y cual no fue mi sorpresa cuando leí el argumento —escrito desde mi fallida memoria—de: “puede que mi forma de hacer ver las cosas sea tachada de pesimista, pero pienso que para solucionar los problemas, antes hay que reconocer que los tenemos.” idea conceptual que yo he usado varias veces… ¿mi cerebro la ha creado por sí sólo, o está asentada desde hace más de 30 años y la ha usado como propia? No hay forma de saberlo. Comparto muchas ideas del posmodernismo, y si lo leo es que convergen con mis ideas. Los “detalles” como tal frase…, no sé qué decir. En todo caso si es una “copia”, no ha sido de forma intencional.

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