Temporalidad


No sé si la locura le hace ver la verdad o la verdad es la que le vuelve loca.” 
Los Consejos de Alice
Mas vale ser un león herido, que una pulga sana.” Proverbio ruso
Parafraseando a la película “los consejos de Alice”: “La única vía de una política agotada y ante el muro infranqueable de la desesperanza y el nihilismo soterrado, es la gestión de la pobreza que vendrá.”
Un tonto con una herramienta sigue siendo un tonto.” Dicho popular




Este escrito consta de dos partes.Una primera que dejé de escribir hace meses y que debería de haber sido la última parte del libro “el árbol de la vida”, y una segunda que he escrito entre ayer y hoy, y que tiene en cuenta el concepto de “actualizarse”, de dos escritos previos. A decir verdad “perdí” a lo que quería llegar con el primer escrito (tal como apunta algunas notas que pondré al final del escrito), y la segunda parte puede que no sean las conclusiones o los planteamientos primeros.


Este escrito va a ser complicado. Por un lado trato de enlazar escritores tan dispersos como Aristóteles, Nietzsche y Sartre, encajándolos a la vez con el concepto de autopoiesis de Humberto Maturana y Francisco Varela. Mientras que a la vez tengo que reducir (al estilo de una reducción culinaria, en donde se concentren todos los sabores o esencias) todas estas ideas con respecto a lo que se conoce del cerebro y por ello la condición humana. A ver cómo se desarrolla y sale.

La conclusión fuera de contexto de mis escritos, es que si en mi vida no he llegado a nada, no es un ejemplo a seguir, y que entonces hay que hacer lo contrario a lo que diga o piense. Si en ese caso es más probable que una persona que se ponga metas de futuro consiga sus fines a través del esfuerzo y la persistencia, de voluntad, frente a motivaciones, entonces ese es el modelo a seguir frente al mío. O sea, mis escritos parecen mostrar un modelo a evitar, más que a seguir. Esa aparente contradicción la hago ver yo mismo. Si yo no lucho, aquel que lo haga estará en una posición más elevada a la mía. Bajo mi punto de vista es dado que la vida humana no debería de ser llevada a cabo como una lucha interna, sino colaborativa, para que todos viviésemos en las mismas condiciones. Como lo que impera es la lucha, no luchar implica ser un perdedor, en donde los primeros vivirán “mejor” que yo, en tanto que teniendo unas mejores condiciones (riquezas, bienes).

La posición que yo he definido como germana de dar prioridad a la previsión, y por ello a la persistencia y la voluntad como trabajo o esfuerzo, están representados en los cuentos de la cigarra y la hormiga, o la tortuga y la liebre. En dichas metáforas tanto la liebre como la cigarra viven el momento, sin tratar de prever con precisión sus actos con respecto al futuro, mientras que la hormiga y la tortuga desarrollan su vida a través del futuro y el trabajo. Para la hormiga y la tortuga ellas mismas forjan sus vidas a través de la previsión y el esfuerzo, y desde su lado del prisma la liebre y la cigarra son haraganes, que si tienen problemas es porque ellos mismos se han fallado, por su tipo de apuesta. Desde el lado de la liebre y la cigarra, la vida hay que disfrutarla tal como venga, y para ellos la hormiga y la tortuga han de ser infelices, por no saber disfrutar el momento y las eventualidades. En contraposición a estas fábulas moralistas a favor del trabajo, el cuento de la lechera parece ir contra la tortuga y la hormiga, pues ¿cuánto es capaz de prever la mente humana sin caer en errores? La lechera sueña en su mente un futuro a través de calcular con cuántos cántaros de leche tendrá que cargar, para llegar a sus metas, mientras lo accidental de que se le caiga la leche nos recuerda que toda previsión se puede ir al traste por un simple tropiezo. En la actualidad el coronavirus es ese “cántaro” que cae (lo accidental e imprevisible) y va a poner en jaque la economía mundial, que ya estaba en una posición débil, durante unos meses o incluso años. En España, por ejemplo, el partido socialista acababa de tomar el poder, y durante su legislatura ya no podrá hacer gran cosa, pues se verá forzado a lidiar con la actual crisis del coronavirus y sus consecuencias económicas. Pero antes de seguir con esta línea argumental, vayamos al esfuerzo de unir a los filósofos y pensadores arriba mencionados.

Como se ha dicho tantas veces, toda la filosofía son notas al margen en los libros de Aristóteles. Este autor lo pensó todo y creó una estructura de la realidad a partir de la cual todo filósofo se ha de posicionar. Aunque un pensador actual lo ignore, el experto lo “comparará” con respecto a las ideas primeras de Aristóteles. Para Maturana y Varela la vida tiende o quiere ser autopoiética, en su versión más reducida: un sistema cerrado que se autoabastece sin necesitar nada del medio. En otros escritos ya he hecho ver que tal entidad no puede ser real, pues toda vida se define por la búsqueda de energía (alimento). La vida en la tierra, como totalidad, es autopoiética, en tanto que una y otra vez está haciendo uso de los mismos componentes, pero incluso en esta generalidad el concepto falla, pues la vida en la tierra “funciona” por la existencia del sol, ya que la base de la cadena trófica son los vegetales, y estos consiguen su energía a través de la fotosíntesis. La vida ha pasado por varias extinciones y una de ellas fue cuando la tierra fue casi por completo una bola de nieve. Incluso los grandes volcanes han logrado cegar la tierra del sol y la vida se ha puesto en peligro. Bajo este punto de vista, la vida se puede definir como aquello que necesita accionar en el mundo para mantener su energía, su Ser. Visto así, lo autopoiético es un concepto abstracto cercano al de entelequia de Aristóteles. Entelequia “es una palabra creada mediante la combinación de entelēs (ἐντελής, completo,-crecido, lleno) con echein (=hexis, a ser de cierta manera por el continuo esfuerzo de aferrarse en esa condición), mientras que al mismo tiempo juego de palabras en endelecheia ( ἐνδελέχεια, persistencia) insertando telos (τέλος, finalización)”. La vida se aferra a ser vida, para ello acciona en el medio con finalidades, esas finalidades le completan o definen. Un carnívoro busca carne y esa carne es lo que necesita su cuerpo y a la vez lo que le define. Extrapolando a una visión más actual, un móvil (smartphone) no es distinto a su batería, pues sin batería no funciona y no es lo que tiene que Ser. En el lenguaje cotidiano, de forma acertada, decimos que cuando estamos cansados somos “media persona” o incluso “no soy” (o no estoy). A nivel más molecular, sin carbono el cuerpo no puede crear las estructuras de las células, de los huesos, etc., como las células mueren, se desechan componentes que después hay que recuperar del medio.

Aristóteles ponía al acto como el componente principal del Ser. Ser y acto son unidad o dos formas de hablar de lo mismo. Escritos atrás decía que bajo esta perspectiva un ente se divide entre su potencia y sus actos. La potencialidad de un carnívoro es la de cazar presas, y sus actos de caza “expresan” dicha potencialidad y por ello su Ser. En ese sentido Aristóteles decía que es antes el acto que la potencia (similar al existencialismo, donde las acciones nos definen). En la acción entra el concepto de tiempo: es su tejido o consustancial. Un suceso sigue a otro en distintos “movimientos” y en tal proceso no hay otra cosa que tiempo. Ahí se enreda el pensador estagirita pues introduce el concepto de la necesidad del conocimiento, y nace el dualismo, pues para comprender el tiempo tiene que haber una mente (alma en Aristóteles) que tenga tal capacidad de comprensión. Así dijo…

En cuanto a la primera dificultad, ¿existiría o no el tiempo si no existiese el alma? Porque si no pudiese haber alguien que numere tampoco podría haber algo que fuese numerado, y en consecuencia no podría existir ningún número, pues un número es o lo numerado o lo numerable. Pero si nada que no sea el alma, o la inteligencia del alma, puede numerar por naturaleza, resulta imposible la existencia del tiempo sin la existencia del alma, a menos que sea aquello que cuando existe el tiempo existe, como sería el caso si existiera el movimiento sin que exista el alma; habría entonces un antes y un después en el movimiento, y el tiempo sería éstos en tanto que numerables.”

Si el tiempos son momentos y se pueden numerar, tiene que haber un ente que numere. El tiempo existe, la realidad existe, sin necesidad de un cognoscente. A lo que quería llegar Aristóteles es que el Ser es acción e implicaba tiempo puesto que sus acciones se proyectan en el tiempo, que a la vez implicaba conocerlo y que por lo tanto dicho “conocimiento” precede a la acción. De fondo a todos estos escollos, en los que no quiero entrar, nos remite a aquello de “qué fue primero, el huevo o la gallina”. En un primer momento la vida puede que no fuera “depredadora”, se “alimentaba” de la energía del sol (u otras fuentes como las fumarolas). ¿En qué momento “nace” el depredador si no estaba en potencia?, si no “deseaba” o necesitaba alimentarse de otra célula. La misma pregunta se puede devolver a la propia vida. Si no había una potencialidad para la vida, un “deseo”, cómo de repente se hace presente o surge de la materia. Lo que le faltaba a Aristóteles son los conocimientos actuales. No hay un momento de no-vida a uno siguiente de sí-vida, pues es complicado definir qué es o no es vida. Con todo, hubo una primera célula que se “alimentó” de otra: ¿cómo?, si no estaba tal potencialidad. A nivel molecular, al morir una célula, otra puede “acoplar” ciertos componentes químicos por reacción: ¿eso es alimentarse? Sea como fuere, lo que quería decir Aristóteles es que depredador y caza son unidad, sería equivalente a decir que la naturaleza del tigre es cazar, todo acto actualiza su ser, siendo así, qué es lo propio del ser humano, su naturaleza… ¿no tenerla?

En la abstracción más generalista de lo que es Ser del párrafo anterior, para la voluntad de poder de Nietzsche, la esencia del ser humano es su constante ímpetu por querer crecer, o ser más de lo que es: superarse, llegar al suprahumano. En el lenguaje de Schopenhauer, un hambre de ser que nunca se puede saciar; en Camus ese ser que día a tras día eleva su roca a lo más alto de la montaña, para dejarla caer pendiente abajo y volver a empezar. En la edad media volvieron a recoger las ideas de Aristóteles y crearon el concepto de “acto puro”. Si todo ser vivo necesita actualizarse en el tiempo, se define en el tiempo por sus actos. Dios Es el Único ser que no necesita actualizarse, pues como Dice en el Éxodo a la pregunta de quién Es, Este responde: “soy el que soy”. O sea, Aquel que ya Es sin necesidad ni del tiempo, ni de la acción. Con esto llegamos a Sartre. Para este autor, y para mí —bajo su influencia— la conciencia (de una acción) nace bajo el estigma de un faltante, donde ha de buscar de lo que está falto, para “cerrar” tal “conciencia de”. O sea, me nace la conciencia de tener hambre, tengo “conciencia de” querer comer, una vez que sacio el hambre muere tal “conciencia de”. Visto así la conciencia siempre esta falta de algo, luego es ese “estómago vacío” o nada. La temporalidad es aquella por la cual la nada emerge en el Ser de la conciencia, y una vez que la conciencia toma contacto con tal conocimiento ya no se puede deshacer de él. Entrelazo a Kierkegaard, Schopenhauer, Sartre y al resto de los existencialistas de manera sintética y “ruda”, y quizás torpe, en la dirección de no hacer un recorrido exhaustivo por cada una de las filosofías. El humano es esa criatura que se reconoce a sí misma como un vacío que nada le puede llenar. Voy a dar unos pasos atrás. En las primeras formas de vida no hay distancia entre Ser y acción, puesto que el faltante era el sol y no dependía de ellos que estuviese o no estuviese. En el momento que nacieron los primeros organismos que se alimentaban de otros organismos, o de materia, no nació la “búsqueda” de lo faltante. Estaba o no estaba, como así era con el sol. La complejidad de la vida tendió a tratar de tener algún control, frente a tal “azarosidad”, a ese “puede estar o no estar” (no proactivo, en un lenguaje de la actualidad). En un tigre sí hay una conciencia de falta de alimento, puesto que el estómago avisa a su cerebro con ese débil dolor o sensación que todos reconocemos, pero este animal no “proyecta” una caza, una acción, en distintos tiempos: acechar a la presa, acercarse lo más posible, ir a la carrera para sorprenderlo, etc. Acomete cada acción de forma aislada, pues se supone que todo animal, como es el caso más simple de una hormiga, es simplemente en su acción, es en definitiva instintos. Es uno y unidad con sus actos, como así decía Aristóteles. Para tales animales la temporalidad cerebral no existe, porque tiempo y acción son parte del mismo tejido. Una hormiga no planea hacerse “rica”, como la lechera, al llevar tal o cual alimento. Todo es eterno presente: lo ve, lo coge, y a cada paso analiza cada obstrucción que le pone el camino, lo actualiza (este escrito es anterior a los dos tratados sobre este concepto, y aquí mi cerebro ya lo tuvo en cuenta).

La conciencia es aquella por la cual la temporalidad se vuelve tangible o parte constitutiva del ser de la conciencia. A nivel evolutivo, y fuera de la filosofía, la conciencia es un proceso más para tratar de tener el control del medio, un control más exhaustivo y pormenorizado. El problema en el hombre es que tal sensación le produce angustia, y tal parece ser la tara de dicho módulo, pues en otros animales —a los que se les supone conciencia— se les capta ese mismo “ingrediente” de angustia o aburrimiento. Si pusiésemos conciencia a la hormiga, analizaría si sería factible o no coger tal cosa sobre otra, si le compensa a ella en concreto llevar más peso que otras, si ahora va hacia la derecha o a la izquierda de esas hierbas, y mil y otros dilemas nimios parecidos. Lo que entra en juego —a poco que uno piense— es la libertad de elección, y por ende las consecuencias de cada acción. La sensación de la temporalidad, la percepción de esa nada en la que se convierte la conciencia, más la angustia de la libertad es lo que tratan de analizar y exponer los existencialistas. Para Sartre toda “conciencia de”, busca “aniquilarse”, pues al hacerlo se vuelve densidad de ser. O sea, uno vuelve a ser como una hormiga u otro ser vivo cuando ha finalizado una acción, puesto que tal vacío que emerge de la temporalidad muere al quedar en pasado. Uno no puede cambiar su pasado: simplemente es. En ese sentido, para Sartre, la esencia de la conciencia es tener la densidad del Ser, sin por ello perder su capacidad de contener una libertad, algo cercano a la idea del “acto puro” de la Escolástica y sólo propio de Dios (argumento ontológico de la Edad Media, ya latente en el escrito referido arriba de Aristóteles, donde la existencia tiene necesidad de un a priori). Bajo esta perspectiva es una “pasión inútil”, pues no puede ser las dos cosas a la vez, por lo demás, al estar en medio de otras conciencias, ha de presuponer que todas juegan bajo esas mismas reglas, luego el otro es un conflicto, en donde sólo si los objeto, les anulo la capacidad de elegir, yo puedo lograr ese pretendido Ser sin límites en sus libertades. Nietzsche, al poner como primer valor lo dionisíaco, cae en ese mismo “sueño” imposible de anular la “conciencia de”, en donde el humano tan sólo tiene que ser en acción, sin meditar demasiado en sus pros, sus contras o sus imposibilidades, y en donde además la vida es el puro ejercicio del poder, donde cada uno tiene que ejercerlo para maximizarse, incluso a expensas del resto de las personas.

No he agotado todo lo que se puede decir al analizar los conceptos de entelequia, voluntad de poder, autopoiesis y la nada de Sartre, daría para un libro, pero me vale para hacer ver que hay bastantes fallas y vacíos en unas concepciones y otras. Voy a tratar de llevar todo esto a “mi lenguaje”, y a lo que se sabe del cerebro. Bajo mi punto de vista el cerebro profundo sigue “funcionando” bajo la premisa de la ausencia de la temporalidad, en tanto que trata de operar con los instintos o lo in(corpo)rado. Pensemos qué significa meterse una cucharada de la comida preferida en la boca. Para el cerebro no hay distancia entre lo que está en ese momento en la lengua y ella misma. El cerebro por completo se ve inundado por el grato sabor y se funde con la realidad en ese acto. No estoy tratando de dar explicaciones exotéricas, hago llamada a lo que todos sentimos y fuera de todo análisis, a posteriori, que se pueda hacer por medio de la razón. Sé que estoy usando un lenguaje para expresarlo y lo estoy razonando, pero no tengo otro medio de que tal idea aparezca y se plasme en estas líneas. Escuchar música es otro de esos estados plenos. Lo que añade la temporalidad al cerebro, esa nada que nos dice Sartre, es lo cortical, en concreto el hemisferio izquierdo, llamado intérprete (de la realidad) de Gazzaniga, el espacio de trabajo global, el sistema ejecutivo, la red de tareas positivas, el sistema dos en la teoría del proceso dual o simplemente conciencia o razón en la filosofía. La conciencia plena, está errada en su terminología, pues en realidad lo que trata de hacer esa técnica es anular a la conciencia, esa sensación de temporalidad o vacío que es su trama, por medio de conectarla con la percepción del propio cuerpo. El rezo o los mantras son otros medios para hacer lo mismo. En esa dirección es preferible estar con gente y ocupado, frente a estar solo y no hacer nada, pues es este segundo estado cuando más se percibe tal vacío y “hambre”.


Añadido ayer y hoy, tratando de hilar lo que quería decir y a lo que quería llegar, acoplando el concepto de “actualizarse” a todos los planteamientos.

En acciones como el alpinismo nos encontramos con lo que quiero decir. La conciencia está completamente centrada —secuestrada— en cada gesto y movimiento de lo que está llevando a cabo. Hace la función que tiene que hacer, por la que nació, la de supervisar las apuestas del cerebro profundo e instintos, en su acción. Si un alpinista tantea con sus dedos un saliente, la conciencia supervisa que tal agarre es efectivo y posible, lo “acepta” y devuelve el control al cuerpo. La temporalidad queda suspendida, el alpinista ha de ser constante presente, y que cada pisada o agarre cuente.

Tenemos por tanto dos factores: 1, el interno que está bajo nuestro “control” (control del cuerpo, y la mente como in-corpo-rada), y 2, el externo que ofrece una resistencia, e implica azarosidad, a dicho control. De la palabra suerte, como aleatorio o azaroso, proviene sortilegio, que no es otra cosa que tratar de poner la suerte a nuestro favor. Volvemos al principio de la vida. El sol —como primera fuente de energía— podía estar tapado por las nubes o ser de noche. La primera vida no tenía control sobre dicha exterioridad. Sí eran predecibles los ciclos de noche y día, luego la vida se “desactivaba” a esas horas, base de la que más tarde fundamentó las horas de sueño.

Estoy en la búsqueda de lo autopoiético y de paso de la “esencia” que en teoría sólo es posible en Dios. De paso busco la esencia humana, puesto que un Ser es sus actos. Cualquier animal se basa en un bajo repertorio de comportamientos, donde el exterior es el que tiene que adecuarse a dicho repertorio. O sea, un depredador ha de estar en un medio en donde haya presas, o un herbívoro en una zona donde haya hierba. En estos segundos, los que viven cerca de las montañas, las suben o las bajan dependiendo de la época del año, donde el clima y el sol favorecerá el crecimiento de la hierba. Este proceso no es por instinto, sino por aprendizaje de lo que hacen los adultos. A modo de un saber cultural que pasa de generación en generación. Ni siquiera hace falta una cognición para tal proceso, cada momento están donde sale más hierba. No analizan que están subiendo o bajando la montaña, ni que dependa de una época del año. Todos esos procesos están programados en instintos. Cada animal tan sólo necesita actualizar sus comportamientos entre lo que hay afuera (la hierba) y lo que le dicta sus instintos: la hierba está más verde y frondosa diez metros más arriba, hay que subir.

La principal característica de la conciencia, así, es que es capaz de concebir el tiempo como algo externo. Todo animal vive “encadenado” al presente. Algunas aves esconden alimentos para el invierno (su memoria es mejor que la nuestra), pero tanto el proceso de esconderlo, como el de recuperarlo, es el cerebro en “modo instinto”, lo hace el cerebro profundo, el cuerpo, tan unido al mapa que terreno y cerebro son unidad. Ya en lo humano tal proceso lo llevaríamos con fichas, el ordenador o algo similar, que revisaríamos, a nivel de conciencia, para recordar dónde está cada cosa. En este proceder sale otra estructura que nos diferencia del resto de los animales: necesitamos un juego de símbolos para recrear aquello que sea externo a nivel cortical. Tenemos así que un animal, en su memoria implícita, en sus instintos es unidad con lo externo. Se actualiza, dependiendo del entorno, donde este implica el cambio o lo temporal, mientras que el humano por medio de la conciencia y un juego de símbolos hace un segundo mapa del mundo, más manejable y externo a su cuerpo, a su memoria implícita y sus instintos. Cuando uno corre despavorido en una situación terrorífica hace “uso” de ese “animal”, es instinto, memoria implícita. Es unidad con lo externo, se actualiza a cada paso para comprobar que está fuera de peligro. Pero por lo general el ser humano actual vive “fuera” de esa inmediatez y en primera persona, y en donde la temporalidad “desaparece”.

El cerebro profundo está conectado con el mundo. El prefrontal —donde objeto y símbolo crea un divorcio con la realidad— tiende al solipsismo.

La pregunta que viene al paso, después de estas conclusiones, es ¿cómo es o ha de Ser Dios en esta dualidad? Se dice que es inmanente. No parece tener el “componente” de exterioridad, que es el propio de la conciencia, que es objetadora. ¿Y cómo es o habría de ser el tiempo para Él? Caben dos posiciones: 1, sólo es presente, 2, todo el tiempo está presente o percibido como “ha sido”, más que como “será”. La segunda postura es determinista: el tiempo y cada nimio acto que pueda darse en el universo no alterarán la totalidad. Bien, está claro que el final del universo es la expansión y la ausencia de energía y por ello de vida, pero el humano, bajo su propia concepción, si es capaz de dirigir su “destino”, la historia… y tal presunción es a la que llamamos progreso: todo va a mejor. Si se supone que la mayor capacidad del universo es la “libertad”, esa capacidad humana de percibir la exterioridad, como “objeto” contenido en un cerebro (con un lenguaje simbólico) y por ello calculado y proyectado para un futuro, entonces el Segundo Dios es un Imposible. A todo esto sale una paradoja: porqué si Dios Es sólo presente, ha de ser distinto el humano. De nuevo me remito a lo argumentado en otro escrito: un ser que cree una capacidad que no estaba en Dios, es en sí mismo un Dios.

Detalle del mapa de la condición humana. Dios, sus creyentes, son más cercanos a la memoria implícita, propia de la vida, que de la razón.

En este escrito, y en anteriores, no trato de analizar la existencia de Dios y su Ser. Trato de mostrar las conclusiones y las paradojas insalvables que implican tal creencia. Un creyente puede argumentar, por ejemplo, que al igual que el humano no comprendía la ecolocalización, por ser un sentido que él mismo no tenía, puede haber formas de concebir la realidad para la que el humano no está preparado. De igual manera si se nos presenta a la vista un algoritmo complejo y extenso, alguien con una educación básica sólo se fijará en los signos de más, y llegará a la conclusión que ahí se produce una suma entre los números o variables a izquierda y derecha, pero claramente ese análisis y reducción no alcanza a ver lo que “dice” el algoritmo en su conjunto. El problema siempre se da entre el tiempo y la libertad. Películas como “la llegada” e “Interestelar”, personajes como doctor Manhattan en “Watchmen”, o Griffin en “Man in black 3” (este ejemplo quizás sobre, pues se basa en la hipótesis de varias líneas temporales) nos tratan de aleccionar que no comprendemos el tiempo. El doctor Manhattan ve todo el tiempo a la vez, aunque sólo el suyo; en “Interestelar” el propio humano intercede en su pasado para construir su futuro, pero ninguno de los planteamientos resuelven la paradoja de la libertad y el tiempo. En otro caso, en ese volver una y otra vez al pasado para cambiar el futuro, que es la serie de películas “Terminator”, se nos dice que “no hay un destino, salvo el que nosotros mismos hacemos” (muy existencialista), pero a la vez vemos las contradicciones insalvables, así como que si un intento falla, se puede volver a otro momento del pasado para intentar cambiar el futuro en otro lugar. Tal postulado crearía un eterno retorno, que ni siquiera precisaría ir unos años más atrás o adelante, sino siempre al mismo momento, pues de cambiar alguna pequeña variable, como a qué Sarah Connor matar primero, cambiaría todo. Por lo demás se podría ir a un pasado más remoto y matar al tatarabuelo Irlandés de Sarah Connor que fue el primero en migrar a Estados Unidos. Otro contrasentido es que todo el peso de una contrarrevolución esté en manos de John Connor. Si tal persona no existiese, otro humano podría hacer ese mismo papel, con mayor o menor acierto. O sea, puede que un humano fuera el primero en crear herramientas de sílex, pero si no hubiera sido él hubiera sido otro ser humano, lo mismo para hacer uso del fuego, etcétera. En todas las películas mencionadas ponen el peso del “destino” en manos de uno o varios héroes muy relacionados. ¿Realmente hacen falta los héroes?, no parece en sí mismo un determinismo. Mi concepto es que los “descubrimientos” emergen en el sistema, están latentes y una o varias mentes llegan a las mismas —o parecidas— conclusiones. Por otro lado…. ¿cambiaría algo la falta de existencia de Genghis Kan o Alejandro Magno?, puede que al detalle sí, pero el humano hubiera llegado a la globalización, al estado actual, de unas maneras u otras. Fueron unos “determinantes” llegar a la escritura, a las naciones, a la democracia… etcétera. Cómo pueden interaccionar las distintas moléculas dependen de sus “naturalezas”, por ejemplo. Lo cultural humano es un algoritmo que va introduciendo cada vez más variables al sistema, de tal manera que cada vez es más complejo el algoritmo, pero al final se puede reducir a eso, a las variables en juego y las posibilidades de cómo interaccionan. Todos somos hijos de nuestras épocas y cada una de las épocas “creaban” cierto tipo de humano. ¿Ha “creado” el humano tal posibilidad o ya estaba implícita en las pocas variables que estaban en nuestros cerebros y sólo se van “desmenuzando”, desarrollando, a lo largo de las épocas? El humano siempre ha sido, y se puede reducir, a un “suma y sigue”. Para enviar al humano al espacio partió de un estado anterior en el cual se usaron los cohetes dirigidos para la guerra. No afrontaron el “problema” desde cero, sino a partir de unos conocimientos previos. “Vamos a hombros de gigantes”, los revolucionarios, los inventores, los exploradores, los grandes líderes, y en la frase yo anularía ese gigantes a cambio de “estados previos”. O sea, y por poner un ejemplo, un técnico de los primeros desarrollos de los circuitos, que tiene cualquier aparato electrónico, si se le hiciera viajar en el tiempo al presente, no comprendería un microchip con sus conocimientos básicos sobre válvulas o tubos de vacío. Quizás lo llegaría entender antes que cualquier humano de a pie, pero no lo “comprendería” a simple vista.

¿Me he salido del tema? Retomo el principio, pongamos los pies sobre tierra. Un sistema puede ser cerrado o abierto. Ciertos animales, o la vida más básica, son extrapolables a sistemas cerrados, en tanto que al basarse en reacciones químicas o unos instintos (reglas) muy sencillos, no crean una gran multiplicidad de estados posibles (combinaciones). Con un sólo dígito no hay combinaciones. Un 1 y un 2 dan como combinaciones posibles 12 o 21. A cada variable añadida se van exponenciando las posibilidades. Ciertos animales tienden a la complejidad, a las altas combinaciones de posibilidades, y otros son animales “básicos”. Lo que suele sobrevivir en las grandes extinciones son los animales básicos, porque la complejidad se “basa” o “fundamenta” en ciertos faltantes o variables que de no darse en el medio, no son capaces de sobrevivir. En una extinción los depredadores dependen de la existencia de presas, que suelen ser herbívoros, que dependen a la vez de las plantas o ciertas de ellas. Sin plantas mueren los herbívoros, que a la vez hará que mueran los depredadores. Los organismos más básicos, que sólo dependan de la luz del sol, son los que menos variables tienen, luego sobrevivirán. Más allá, si no llega la luz del sol, sobrevivirán los extremófilos, aquellas formas de vida que no sea la energía del sol.

A lo que quiero llegar con el párrafo anterior es que el humano es un ser de altas combinaciones, y parece ser una regla de la evolución que tales tipos de seres no anulen ciertas “combinaciones” frente a otras, sino que se mantengan todas las combinaciones para que la propia “lógica” de sus interacciones sean las que “determinen” cuáles sobreviven y en qué cantidad. Así, y volviendo al tema del principio del escrito, habrá humanos “tortuga/hormiga” y humanos, “liebre/cigarra” y la interacción y dominancia entre estas dos tipologías crearan un sistema (sociedad) u otro. En realidad no habrá demasiados humanos de esos dos extremos, y lo que dominará, de lo que habrá mayoría, serán estados intermedios. Estados más equilibrados y dinámicos que se “muevan” con cierta azarosidad al actualizar sus “parámetros” dependiendo del medio (de la sociedad y época en la que vivan). ¿No parece todo demasiado determinante? La vida, con sus reglas, se nos presenta determinista, pero hay estados de la vida con una alta tasa de posibles combinaciones, lo que implica que esos agentes o individuos, puedan “amoldarse” o decidir entre esos posibles estados. ¿Es “eso” —esas opciones dentro de cierto rango de combinaciones— libertad?, unos opinarán que sí, y otros que no. Sea como fuere, de existir un Dios, tan sólo tuvo que crear un mundo y una vida poniendo las variables que podrían entrar en juego, y Él “Sabe” o Conoce todas las posibles combinaciones, así como cuáles serán sus estados estables, y por ello no tiene sentido hablar de pasado o futuro, sino de partes en el desarrollo de tales variables, estados o complejidad de los algoritmos, en donde los estados más extremos siempre “perecerán” o no serán exitosos a lo largo del tiempo. Puede que sí en una vida individual, pero no como “prototipo” de “lo que ha de ser” el humano, en todas sus exponenciaciones.

Así se “resolvería” ciertas aparentes paradojas sobre la posible “malicia” de Dios y la entrada en juego de la libertad. Un humano “liebre/cigarra” ha de “servir” de estado poco inestable que al final “fracasará” en la vida para aquellos otros que evitarán su “mismo camino”. El otro extremo, de la “tortuga/hormiga”, aunque exitosos, quizás, vivan despreciados por el resto de humanos, luego tampoco parece ser un “modelo” a seguir. Pero ¿es libertad que sólo te pueda ir bien en la vida si vas por “el buen camino”?, por la “senda estrecha” de los límites. De nuevo unos opinarán que sí y otros que no.

Retomo otro de los hilos conductores del escrito. Lo autopoiético. Tal estado no existe, pero hay algunos sistemas o agentes que se acercan más a ese estado que otros. El humano se ha “dirigido”, y fundamentado su existencia, a los estados económicos, pero quién gana en tal sistema. De haber un dios, ¿ese era su Designio?, lo Previó dentro de las bases de sus variables iniciales. O dicho de otra forma, de haber un Dios, Su “plan” original era la autopoiesis. A qué nivel. Un humano puede destruir su propia vida, si se aleja de la “senda” preestablecida de lo autopoiético (calentamiento global dado el actual sistema económico) tal como lo es un ecosistema como lo es la tierra, pero no acaba con la propia vida. No hay segundas oportunidades, si fracasamos el sistema se reinicia con otras variables iniciales. En algún momento de esos “reinicios” el oxígeno era veneno para la vida que existía en el planeta, para las cianobacterias, pero en el “actual sistema” es la base de la energía de la mayoría de la vida. La alta “inteligencia” humana es una ecuación que no se ha dado en otros reinicios del sistema, como es el caso de la era del “dominio” de los dinosaurios. Un creyente o un optimista pensará que todo estado previo solo fueron distintos caminos, desviaciones si se quiere decir así, para llegar al actual sistema. Un ateo, un científico “fiel” a sus conocimientos, pondrá más “fe” en lo aleatorio y dirá que este sistema no es el mejor o el óptimo, sino uno posible entre millones de otros estados posibles. La inteligencia y lo humano es sólo una combinación muy compleja, pero sólo eso, una posibilidad entre tantas. Lo cual quiere decir que no es el “plan final” de ningún creador, que no somos nada “especial” o lo deseable o “esperable” en el universo. En ese sentido, y de existir Dios, Este no es a imagen y semejanza al hombre (invirtiendo el orden que nos dice la biblia), es sólo lo que nosotros queremos creer.

Restemos de la ecuación a Dios y de un plan prefijado (dadas las dificultades para Encajarlo en la ecuación), y retomemos el concepto de autopoiesis y la tendencia a lo económico como centro del sistema humano. Autopoiesis significa, ante todo, autosuficiencia. El humano, con su inteligencia, con su alta capacidad para conocer y predecir el medio a largo plazo, con un alto nivel simbólico y con un lenguaje, “comprendió” que para sobrevivir tenía que tener control del medio, de tratar de hacer que la aleatoriedad cada vez entrase menos en juego en sus vidas. Creamos ropa para controlar el calor corporal, dominamos la agricultura para tener alimentos para el invierno, domesticamos a los animales para criarlos y tener sus proteínas y su fuerza de carga, empuje y arrastre siempre a mano. Cuanto más dominamos al medio, más autopoiéticos —autosuficientes— nos hemos vuelto, pero a qué se reduce, a qué nos encaminó, sino al actual estado centrado en lo económico. Para ser llanos y entender claramente esta trama. A qué se reduce tal autosuficiencia. Al dinero, a las posesiones. Quien tenga dinero tendrá una buena vivienda que le proteja de la intemperie, unos buenos médicos que le mantendrán la mejor salud posible, tendrá una mejor alimentación variada, etc. Quién tenga más dinero será más capaz de adaptarse a los cambios y las catástrofes naturales y del sistema. Las actuales multinacionales diversifican sus inversiones para hacer frente a la caída de algunos de los sistemas en los que se fundamenta. Frente a tal estado de cosas, las naciones dejan de tener sentido, pues son menos autopoiéticas que tales multinacionales. Un Estado, una nación, es más vulnerable cuanto más pequeña sea, lo que dio como resultado la tendencia histórica a los imperios o el actual sistema, donde las grandes potencias son grandes naciones (Estados Unidos, China, en su momento la URS). Con estas “conclusiones” del éxito de los sistemas o una de dos, o Dios es un “Economista” o no existe. Pensando de estas maneras no parecerían desencajadas las “conclusiones” de ciertos evangelistas, de los Estados Unidos, al decir que Dios quiere que seamos ricos, que atesoremos riquezas, lo cual va directamente en contra de los postulados de Jesucristo y el Nuevo Testamento.

Fuera de esta línea argumentativa cabe otra. El sistema económico es el más óptimo y autopoiético, pero ¿es acorde con ciertos preceptos o reglas de lo que es lo humano? Hablo, claro, del concepto del amor, que es propio de los mamíferos, basados en la maternidad y el cuidado “desinteresado” de los hijos y familiares, de la propia sangre, de la propia línea genética (contenedor de información y por ello de un tipo de comportamiento). En ese sentido el humano es como si tirase hacia dos caminos muy opuestos: el óptimo y autopoiético (económico) y el “humano”. A grandes rasgos se puede decir que están representados por las derechas y las izquierdas. En ese caso el sistema humano es un sistema complejo dual abierto, donde esas dos “fuerzas” nunca se mantienen estables el suficiente tiempo, como para que nos “encaminen” hacia uno de los dos lados. De nuevo nos topamos con un determinismo: un sistema dual o de contrarios, en el cual cada humano, y uno por uno (sus “decisiones”, sus comportamientos, sus acciones), no cuentan.

Creo que ya no se puede decir más del tema sin redundar o caer en los detalles imprecisos. ¿Conclusiones?, no las hay o son demasiado ambiguas. Mi apuesta hubiera sido válida en otras épocas, pero resulta inválida en la actual. ¿Me tendría que haber “actualizado”, amoldado a una posición más intermedia o menos conflictiva? ¿Y si sólo soy un lado extremo  hacia la izquierda y lo “humano”, dado el exceso de protagonismo y éxito de lo económico?, una pieza prescindible pero “necesaria” para regular a una media al sistema. Tales tipos de “entes”, de agentes, hacen de atractores del sistema para tratar de “anclarlos” a una media equilibrada. Ante una mayor fuerza de uno de los dos lados, se requiere la misma fuerza en el otro extremo para tratar de equilibrar el sistema. ¿Héroes o víctimas?, ni una cosa ni otra, tan sólo eslabones de un sistema complejo, donde el individuo, sus “elecciones”, acciones y comportamientos, no cuentan en la totalidad del sistema.

Queda pendiente el tema de la temporalidad. Vivir el momento o tratar de prever todo. La media, lo que “vence”, es el estado intermedio entre la hormiga y la cigarra. Tendemos a trabajar mucho para después “divertirnos” en la misma medida. Trabajamos de forma dura once meses para desvivirnos en un mes en unas vacaciones de ensueño. Seis días a la semana para gozar con plenitud y alegría los fines de semana. De nuevo determinismos del sistema. ¿Realmente te crees libre dentro de tantos determinantes?, como los que he presentado aquí.

Conclusiones finales.

El documental “en busca de hedonia” nos habla de la posibilidad de encontrar y controlar el centro de la felicidad en el cerebro, a través de la estimulación profunda por medio de electrodos, en ciertas partes de la corteza profunda. Un tratamiento con reguladores del ánimo pueden hacer que no se caiga en la depresión o la ansiedad. Pero, dónde queda la “libertad” si todo puede ser tan finamente controlado a nivel físico o químico. Lo que nos dijo Camus, con su metáfora del mito de Sísifo, lo que dijo Nietzsche con “ama tu destino”, es que hay que aceptar y abrazar tu propia condición humana, incluso en sus taras y fallos. El dolor es un sistema de la vida, si alguien se equilibra en ese estado… ¿qué tiene de malo? La melancolía es la alegría de los tristes. El “triste” es una minoría entre otras, ¿por qué aceptar unas y no otras? La vida da directrices, no caminos únicos. La rebeldía frente a los caminos estrechos, o los carriles de una sola dirección, son el único atisbo de una libertad. Puede que no sea realmente libertad, pero es lo que más se le parece. No es válida para que se dé en toda sociedad, pues no sería posible como tal. El que “escoja” tal camino puede que no sea el ser más feliz del mundo, y quizás ni siquiera esté en la media, y puede que no llegue a ningún tipo de éxito o logro social, sino seguramente al fracaso y su autodestrucción, pero será fidedigno a su carácter y “destino”.

Pensemos de nuevo en Dios. Pudo crear un sistema cerrado, midiendo las variables iniciales que llevarían a un solo y posible final, o tenía la posibilidad de crear un sistema abierto de final imprevisible. ¿Qué “diversión” puede haber en el primer sistema?, si al tirar los dados siempre cayesen en un mismo orden y fueran predecibles sus resultados. La aleatoriedad “añade” diversión al sistema, luego de existir Dios ha de ser “Juguetón”, porque, además, ni siquiera se pueda Predecir a Sí mismo, de lo contrario sería el Ser más aburrido y maquiavélico de la existencia (recordar que sólo expongo contradicciones). Lo “peor” de este planteamiento es que lo moral es sólo humano, no es un Designio, ni un Deseo de Dios…, se “Divierte” con personas como yo, porque somos más impredecibles que la mayoría. Qué nos gusta más de los niños sino esa incapacidad de volverlos predecibles. El humor, lo mágico de la vida, se suele basar en la impredecibilidad, en la sorpresa, en la capacidad de maravillarnos.


Notas al margen del primer escrito:
Quien crea un lenguaje tiene ventaja sobre él y sobre el resto de personas.
La felicidad es no hacerte preguntas. Estar cerrado. La autosuficiencia.

Por lo tanto, Sachs propuso un neologismo complejo de su propia, “ser-en-el trabajo a permanecer-la-misma”.  Otra traducción en los últimos años se “ser-en-un-fin” (que Sachs también ha utilizado). Entelecheia, como puede verse por su derivación, es una especie de integridad, mientras que “el fin y la terminación de cualquier ser genuina es su ser-en-el trabajo” (energeia). El entelecheia es un continuo de bienestar en el trabajo (energeia) cuando algo está haciendo su “trabajo”. Por esta razón, los significados de las palabras convergen dos, y ambos dependen de la idea de que “cosidad” de cada cosa es un tipo de trabajo, o en otras palabras, una forma específica de estar en movimiento. Todas las cosas que existen ahora, y no sólo potencialmente, son seres en el trabajo, y todos ellos tienen una tendencia a ser-en-el trabajo de una manera particular que sería su forma correcta y “completa”.
Sachs explica la convergencia de energeia y entelecheia de la siguiente manera, y usa la palabra para describir la realidad la superposición entre ellas:
“Así como energeia se extiende a entelecheia porque es la actividad que hace que una cosa sea lo que es, entelecheia extiende a energeia porque es el final o la perfección que ha de ser sólo en, a través y durante la actividad.”

https://en.wikipedia.org/wiki/Autotroph
https://en.wikipedia.org/wiki/Heterotroph

Pero ahora pensaba que este fin [la felicidad de uno] solo se alcanzaría al no convertirlo en el final directo. Aquellos que solo son felices (pensé) que tienen sus mentes fijadas en algún objeto que no sea su propia felicidad […] Apuntando así a otra cosa, encuentran felicidad en el camino […] Pregúntese si usted es feliz, y dejas de serlo.
• Viktor Frankl en La búsqueda del significado del hombre:
La felicidad no puede ser perseguida; debe producirse, y solo lo hace como el efecto secundario no deseado de la dedicación personal de uno a una causa mayor que uno mismo o como el subproducto de la entrega de uno a una persona que no sea uno mismo.
Cuanto más un hombre intenta demostrar su potencia sexual o una mujer su capacidad de experimentar el orgasmo, menos pueden tener éxito. El placer es, y debe seguir siendo, un efecto secundario o un subproducto, y se destruye y estropea en la medida en que se convierte en un objetivo en sí mismo.  https://en.m.wikipedia.org/wiki/Paradox_of_hedonism

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