Controlar el Relato (I)
❝La máscara ha de esconder lo que el falso corazón sabe.❞ Shakespeare
Con el coronavirus no ha cambiado nada, con la salvedad que ahora la vida es aún más estúpida, pues además de la máscara social, nos obligan a llevar sobre ella una segunda máscara. La paradoja es que esta segunda máscara cubre parcialmente la social y se nos hace más difícil reconocernos.
Este va a ser un escrito para apuntalar algunas ideas sueltas. En realidad sólo dos, y espero que sean cortas para contar.
Antes que nada quiero hacer mención de la película española “la felicidad de los perros”. En los escritos sobre el sexo débil, el hombre, doy ciertas coordenadas y este film, en blanco y negro, ya sea porque la vida está perdiendo su color o para que llegue a los subcortical del cerebro, es un primer paso de esa “vuelta del macho” (escogí la palabra macho, porque hombre es genérico y puede llevar a confusiones), que ha de empezar por reivindicar sus propios temas, en un mundo en donde ahora casi la única voz es la del feminismo. ¡¡¡Posible spoiler!!! No tiene una gran trama, tampoco es una película del verbo, quizás por aquello de que el hombre es menos comunicativo. Lo curioso es que la experiencia que tiene el protagonista, de encontrarse con alguien que lleva más tiempo en la situación que a él le espera, en donde tal persona está cayendo en un desorden mental, es la misma que yo he pasado con un compañero de piso hace algunos años. Como él, yo sentí compasión y traté de ayudarlo o apoyarlo, pero al final uno llega a la conclusión que quizás no pueda ser. El final es abierto y ambiguo. Cada cual tiene que interpretar qué es lo que puede querer decir, desde sus propias vivencias.
El primer tema a tratar es sobre el tema de la espiritualidad. El título en un primer momento iba a haber sido “el uno y el todo”, pero quizás habría sido una abreviación “tramposa”. La idea que quiero dar es sencilla. El humano en un momento de su pasado, quizás más cerca del animal que del hombre, llegó a un tipo de emoción profunda de “comunión” con la realidad. No creo que tal sentimiento esté más cerca de la religiosidad actual que de lo que pueda sentir, quizás, cualquier otro animal a nivel muy profundo, y que el humano tenga la capacidad estudiar tal emoción, pues no lo hace ni siquiera en los propios seres humanos.
Si el ADN “escribe” y tiene como estructura más profunda lo básico y elemental que ha de ser la vida, hay que recordar que el 50% del ADN está compartido por algo tan sencillo como un plátano, el 96% al chimpancés y que en el 99,9% somos iguales que el resto de humanos…, entonces en su estructura más profunda está ligado a lo más básico que es lo físico del universo y sus reglas. ¿En algún humano primitivo nació algo así como el momento en el que Neo capta como es Matrix? No voy en la dirección de tratar de fundamentar nada místico, sino al tratar de trivializar dicha sensación. Esa captación tampoco tiene porqué ser clara y llegar al prefrontal, sino que está abajo como un “cosquilleo” de “saber” que todo está conectado e interrelacionado, y de ser así el llevarlo a palabras, por medio de la razón, es un error. Tampoco ha de ser una sensación “buena” y de plenitud, que capte la bondad del universo o cuestiones similares, pienso que todo ese añadido lo hace el prefrontal, la razón. Bajo el lenguaje del escrito anterior, dicha sensación en su estado más puro es causación, mientras que el relato que se la ha añadido a posteriori, durante la historia y en cada cultura, es búsqueda de significado o razón. En un caso, la vida en su extensión puede llegar a parecer cruel y llena de errores para la razón. Esta apreciación ya está en otra capa distinta más vinculada al mundo de los valores, de lo moral, y está errada, con respecto a esa primera y original captación.
Lo que viene es algo repetido de otros escritos, pero es necesario para poder poner en contexto las ideas nuevas que aportaré. Toda molécula está sustentada por la regla del octeto (cada núcleo tiene un número límite de ocho electrones que le orbiten) y no lo sabe, pero la constituye. El olfato es lo más cercano que hay en los seres vivos complejos que se basan en las reglas químicas. Un ave “reconoce” comida en algo tan nuevo y humano como los Corn Flakes de colores, porque las terminaciones nerviosas de su nariz captan (están estructuradas) la realidad a nivel de las reglas moleculares, pero no lo sabe. La descomposición de los colores, y cuáles son más energéticos igual. El color más “caro” en la naturaleza es el rojo. Hay pocos animales que lo “reconstruyan” en su piel, pelo o plumaje dado los costes energéticos. Por norma básica muchos animales venenosos avisan a los otros que lo son por el color rojo (entre otros), pero no lo saben.

Volvamos a la idea del escrito anterior, de que el ADN es sólo un contenedor de un código, y que por ello una especie es un libro ya con un mensaje concreto…, pero añadamos a esto el concepto del subtexto. Una frase como “a mí no se me caen los anillos por hacer algo así”, no se refiere a tal imagen, sino a lo tácito, lo contextual, al mensaje implícito. Ahora llevemos tal idea al ADN. Se sabe que la pesadilla de caerse en un abismo o de una gran altura, o el estar al borde de un precipicio, es universal. No parece ser por aprendizaje, pues muchas personas de la cultura occidental puede que nunca se hayan puesto en tal situación, aunque se puede argüir que un bebé al borde de un sofá sobre el que está recostado ya capte esa sensación de abismo, pero aún con esto la idea que quiero explicar no pierde su validez. La vida, una vida concreta de un animal o una persona, es un actor representando el libreto de la obra teatral. En sí mismo no tiene que entender que el espectador capte el subtexto de la obra, sólo la interpreta. Pongamos para el caso el ejemplo de que el actor es un niño, como así sucede en muchas películas, y la obra es picante y llena de dobles sentidos; él no los capta, lo hace el adulto que la ve. Siguiendo mi argumento…, ¿cuánto hay de subtexto en el ADN y cuánta profundidad de subtextos puede tener anidados?, o sea, un genetista lee secuencias y sabe que una de ellas va a crear la arginina, que está “involucrada en muchas de las actividades de las glándulas endocrinas”, pero sólo lee el texto, no el subtexto.
La secuencia de “subtextos” es que la arginina va a ser “interpretada” por un sistema, como lo es el endocrino, que tiene su propio lenguaje o comportamiento. Pensar en la profundidad de subtextos, dentro del ADN, como para que en todo humano se dé el sueño recurrente de caerse por un precipicio. En el ADN, en sus letras, en su código, no hay forma de leer ese “subtexto”, implica a ciertos componentes químicos, pero a la vez a ciertos órganos o partes de estos, que están dentro de sistemas, que a la vez interactúan con otros sistemas, y de nuevo en una estructuración hacia abajo, a órganos de ese segundo sistema y sus propios componentes químicos. Ciertos subtextos solo se pueden “leer” por la totalidad que es un animal. Los comportamientos, ya sean internos o externos, son tales subtextos como totalidades, y están anidados y son tan profundos como para que se repita el sueño recurrente del abismo y el abismarse, en todos los humanos.
Bajo tal argumento se entiende el por qué somos iguales en el 50% al plátano, y sólo seamos diferentes al resto de humano por tan sólo un 0.1%. ¡Todo es subtexto!, o si se quiere, y dicho de otra manera, la evolución era un escritor novel y demasiado joven en sus inicios, que sólo escribía texto plano y literal, mientras que cuanto más millones de años han pasado, más ha “madurado” su escritura —en los animales complejos—, como para que cada vez se “cuele” en sus “escritos” más y más subtextos, más anidados y con más profundidad. ¿No ha ocurrido eso mismo con la cultura humana? En las primeras narraciones de tradición oral humanas, quizás, había una profundidad, sencilla y a la vez compleja, desde el pensamiento mágico, pero que iban añadiendo subtextos —puntos de vista— de cada generación, que iban enriqueciendo el texto, de tal manera que hoy en día, y en los escritores profundos, el subtexto puede tener tal dimensión que es casi inagotable. Pensemos por ejemplo en alguien como Shakespeare.
Una primera idea que emerge del argumento anterior es si el pensamiento mágico no estaba más cerca de la “fuente”, de ese captar lo más elemental que es la vida en su complejidad. Por ello sigue siendo muy válido la idea del Árbol del conocimiento y el pecado original. O sea, los primeros escritos o narraciones humanas portaban ese contacto directo y “puro” de ese “animal”, que de repente se vio sorprendido por ese momento de comprensión (insight) de unidad con todo, al modo de Neo con Matrix, pero a la vez al miedo del divorcio con dicha realidad. En la medida que el humano tomó el camino de la razón, el subtexto se mantenía, pero el resto de la historia tan sólo ha sido dar razones y significados a tal “comprensión original”. Así se pasó por un momento panteísta a otro animista, hasta llegar a las religiones “modernas” teístas, politeitas, en donde una de ellas era la monoteísta y hebraica. Por medio quedan otras religiones y creencias que tratan de casar unas y otras, como el pampsiquismo, el monopsiquismo, el pandeismo o el panenteísmo. En ese caso no se fue desde lo “irreal” y “falso” a la “verdad”, sino que se perdió el sentido de los primeros mensajes o subtextos. Si es así, y siguiendo mi discurso, la ciencia, la razón, y hoy más que nunca, lee el texto, sabe leer el ADN, la creación de moléculas complejas a partir de unas bases y trascripción de ARN, pero parece que hemos perdido la capacidad de leer el subtexto y su profundidad. En todo caso, como ocurre en mi ejemplo de las pesadillas de los abismos, ahora tenemos la capacidad de que puede ser así, que ha de estar “escrito” en el ADN, pero lo hacemos a través de la razón, de la lógica, pero ya no sentimos el mensaje. O sea, y en esto el autismo se vuelve en paradigma de tal paradoja, a la persona con tal trastorno se le puede enseñar, dándole explicaciones y razones, para que reconozca ciertas acciones y emociones complejas de la interacción social, pero no siente en sus carnes, en sus emociones, en primera persona, la “realidad”, esencia y existencia de tales subtextos, como así es que suele ocurrir entre el actor y el personaje que representa (seguro que a todo esto, les viene a la mente la idea de la “personalidad narrativa”, a mis lectores habituales).
Sé que no he descubierto nada, es la eterna recreación de la distancia entre el corazón y la razón, pero he aportado una metáfora más profunda, que implica al propio ADN y la evolución en tal descripción. De paso he tratado de dar cuerpo a las ideas que trato de defender en todos mis escritos: el humano está perdiendo algo que le era constitutivo. La evolución no implica progreso, y el progreso social y tecnológico no es tal como lo quiere concebir la cultura occidental, si en el proceso de uno y otro se pierde el contacto con lo que nos hizo humanos. Es más, se puede afirmar que cierta época de la historia humana fue el punto culmen de ese seguir la tradición, y que los escritores o intelectuales pudieran tener la capacidad para “portar” el “mensaje original” (sabiduría), proporcionando ellos mismos más subtextos y complejidad en sus escritos, y en donde a partir de ese momento estemos yendo en descenso, tanto en la capacidad de los intelectuales para “seguir” con tal profundidad y mensaje, como en el mantenimiento “fidedigno” de tal mensaje, que ahora ya está pervertido, o en un caso peor, perdido. La ciencia ficción, mostrándonos sus distopías y siendo reduccionista, nace bajo el paradigma de tratarnos de hacer ver que estamos perdiendo ese alma primera, y que los resultados pueden ser catastróficos y terribles.
De otra forma, lo argumentado en este escrito da un mayor cuerpo a mi idea de que de existir Dios, este no es razón, pues es esta la que al distanciarse de las emociones, “dejó de ver” esa “verdad” del subtexto, y de paso me da la razón —darse la razón a uno mismo no es signo de veracidad, claro— en que de existir Dios, a Este se llega con las partes profundas, antiguas y subcorticales del cerebro, y no con las corticales y nuevas como el prefrontal y la razón. Es más, la palabra, como insigne de las funciones ejecutivas y elevadas del ser humano, no son un camino a Dios o tales subtextos, y que si acaso la poesía o la literatura, son las más “cercanas” a las estructuras antiguas del cerebro, que además son las que pueden tener la capacidad de aportar una mayor cantidad de subtextos y profundidad de estos.
Una segunda lectura es que tal pérdida nos llevará a un punto más “evolucionado” del humano, el teórico 2.0, al animal racional, de “razón pura”, no ya sapiens, o buscador de significados, y habrá quien diga que tal postura será para mejor, pero como aducen muchos libros de ciencia ficción… ¿será capaz el alma humana de soportar tal pérdida?, las distopías de hacernos más llevadero tal vacío con drogas (soma, en el libro “un mundo feliz”) o la realidad virtual, nos dicen que el alma humana tenderá a buscar sustitutos artificiales de lo que antes le era natural y consustancial. ¿No es eso acaso en lo que se basa una adicción, una drogadicción? El porno no sustituye al acto sexual nacido del amor, el “polvo de una noche” tampoco. La mujer no se ha “liberado” por poder hacerlo, ha caído en una trampa evolutiva, que es más propia del hombre, y en donde fue el hombre en realidad, el que primero mordió la manzana (teoría de la tendencia a la racionalidad del macho para controlar sus impulsos —violencia, violación— más tendentes a ser negativos dentro de lo social.)
Sumando los dos párrafos anteriores, y de seguir la teoría que el humano racional es lo que le sigue a la evolución, y de tener en cuenta a Dios en tales argumentos, entonces se sigue que de existir Dios este ha de ser razón pura, más cerca de una inteligencia artificial o el robot, que al humano tal como lo entendemos hasta ahora. ¿Encaja tal concepto?, creo que no y a nadie.
En otro caso, y para ir finalizando esta primera parte, la teoría de sistemas puede que sea la más válida hasta ahora y conlleva tanto razón como lectura del subtexto. Los estados emergentes explican que de distintos textos, que de por sí solos no conllevan cierto mensaje, al final se genere un subtexto. ¿No es lo que le ocurre constantemente a los escritores o a los científicos al dar con sus “descubrimientos”? Dos palabras o conceptos cercanos en una misma frase, párrafo o escrito, les generan una idea, o lo hace en sus lectores (el presente escrito nació al añadir un preámbulo en el artículo anterior donde mencionaba el concepto de los subtextos), lo mismo para los científicos a partir de evidencias sueltas. Pero la teoría de sistemas no resuelve que la razón “vea” cosas que no le hacen sentir nada, o que el corazón sea más capaz de “sentir” y comprender ciertos subtextos. Esta “doble naturaleza” implica que de existir Dios no es razón, o como mucho que no se le puede “Desligar” del lado emocional.
Ha veces, demasiadas veces, se ha unido la idea de Dios con lo inefable, lo inaprensible, lo que es imposible de definir, su “Magia” y Misterio consiste en tal propiedad. Lo que pueda llamarse “subtexto” del ADN tiene esa misma capacidad. En la lectura de una de sus secuencias no se “lee” el subtexto, y apenas si empezamos a vislumbrar unos pocos subtextos en la combinación de tales secuencias. Con todo, no creo que seamos capaces de “descubrir” la secuencia totalizadora, de las distintas secuencias del ADN, que en su conjunto porten el subtexto de las pesadillas de los abismos y caer al vacío. Al leer “Romeo y Julieta” tampoco se lee de manera concreta el amor en un solo fragmento de la obra, sino en su suma o totalidad. Bajo esta idea, la posible captación que tuvo ese primer humano al sentirse unido al todo, tampoco es reducible a nada. La razón, y el paso de los milenios, no aclararon esa sensación, sino que más bien la pervirtieron. Hoy, con tanto teórico progreso y avances tecnológicos, no estamos más cerca de aquella difusa intuición sentida en su cerebro, más bien al contrario. Las personas cada vez estamos más lejos de tal sensación primigenia, más cuanto más racionales y alejados de las emociones primigenias estemos. Unos ya hemos perdido la capacidad para el “misterio”, otros nunca lo sentirán. ¿Somos felices ante tal pérdida, o es la base de todo trastorno mental? Yo puedo a través de la razón haber visto en qué consiste tal pérdida, pero no me mueve ninguna emoción y no soy capaz de sentir la pérdida que anuncio. Soy un “autista” con respecto a lo espiritual y religioso. Expresarla con palabras y con la razón no la restituye, luego no puede ser o estar en la razón.
Retomo a Nietzsche dentro de mis propias reflexiones. ¿No estamos diciendo los dos más o menos lo mismo? Para Nietzsche la posición dionisíaca, como aquella primigenia o más natural y más alejada de la razón, es la más “acertada”, hacia la que deberíamos de ir. Para tal autor, el Dios hebraico es una versión “pervertida” de lo que ha de Ser un Dios, pues se perfila como un Padre que ha de cuidar de sus hijos, que no tienen la real capacidad para vivir de la forma “acertada”, y que al fallar en sus tentativas de saber vivir, hará que Dios tenga que Volver (apocalipsis, la espera de la vuelta del Mesías). Tal Dios lo “Construyen” los intelectuales desde la razón, porque en definitiva ellos mismos se creen superiores al humano medio, al que hay que guiar constantemente. ¿No es acaso lo que emergía en las ideas del propio Platón? La superioridad moral ha sido una constante entre los “sabios” y las religiones occidentales, frente a los sabios y las religiones orientales, más “democráticas”, y en algunos casos sin personificaciones de dioses. Muchas de ellas se quedaron en las fases animistas y panteístas, y por ello más cercanas a esas emociones primeras que fueron las que nos hicieron humanos. Hoy se da una tendencia de vuelta a las raíces, a la espiritualidad, pero no a la religiosidad, una vuelta al paganismo, una vuelta a algo que estamos perdiendo o hemos perdido. ¿Se puede?
(Al final he optado por que sean dos escritos: no ha sido breve este primero.)
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