La Máquina Autorreferencial II – “Conócete a Ti Mismo”
❝Lo que nos mueve al orgullo o la vergüenza no es el mero reflejo mecánico de nosotros mismos, sino un sentimiento imputado, el efecto imaginado de este reflejo en la mente de otro.❞ George H. Mead
❝... ya no podemos elegir nuestros problemas. Son ellos los que nos eligen uno tras otro. Aceptemos ser elegidos.❞ Camus
❝Creo que ya no sabemos ser humanos.❞ Charlie Kaufman
❝¿Por qué no puedo mostrar mi verdadero yo a nadie?, no puedo ser yo misma por culpa del (puto) sistema.❞ La innegable verdad
❝A decir verdad, no puede haber conocimiento auténtico excepto de lo inmutable, pero aquí sujeto y objeto dejan de oponerse y se reabsorben en la unidad indivisible del Ser.❞ Roger Godel
❝La vida es un estribillo, sencillo y pegadizo, que tarareamos una y otra vez.❞ yo, jajaja, me auto-cito
Este escrito es una segunda parte de la máquina autorreferencial. Voy a hacer mío este concepto, de hecho si se busca en Google mi página sale en la segunda posición, y si se pone en inglés (self-referential machine) lleva a la máquina de Gödel y a la autopoiesis, lo que me resulta interesante, pues… ¿acaso el humano no es una máquina de Gödel? Esta es, según el resumen más corto de la Wikipedia, “un hipotético programa informático auto-mejorable que resuelve problemas de forma óptima; utiliza un protocolo recursivo de superación personal, en el que reescribe su propio código cuando puede probar que el nuevo código proporciona una mejor estrategia.” La “diferencia”, sutil pero esencial, para que sea otra “cosa”, es que la máquina autorreferencial, que es el agente que sentimos que somos, no construye otra cosa que a sí mismo (parece que la frase está mal escrita, pero no es así). No le interesa el mejor “código”, ni siquiera construir la mejor persona, y quizás ni siquiera la mejor versión de sí mismo…, le interesa sobre todo que su realidad esté estructurada bajo la coherencia.
Tampoco voy a hacer del todo mío tal concepto. El escrito “la máquina autorreferencial” tiene como base “el sistema de auto-memoria” y el “trabajo sobre el yo” (self working) que son de Martin A. Conway y varios colaboradores en varios de sus libros y artículos. En este investigador y autor nos encontramos con una de las paradojas de la actualidad. No tiene ni siquiera una entrada en la Wikipedia, aunque se le nombre en muchas de ellas, sobre todo en las que tengan de tema la memoria. Ni siquiera tienen entradas de los dos conceptos mencionados. Ha llegado a un “saber” que apenas si conoce la sociedad, pero que puede haber dado con la clave de “eso” que entendemos por un agente, o yo, en el cerebro. Si alguna vez hemos estado más cerca del concepto de “conócete a ti mismo”, es ahora a través de tales conceptos, a los que yo le sumo el de la identidad narrativa, que ni siquiera sé si conoce Conway, pues de haber sido así hubiera repercutido en sus escritos. De hecho tal autor habla de la identidad narrativa de forma tácita, sin nombrar tal concepto, y ni siquiera hace mención de que ahí surja el agente cerebral que somos. Otro punto a mi favor es conocer muy bien la teoría ontológica de Sartre, que describe desde un ángulo más filosófico lo mismo que describe Conway. Intentemos recrear el agente cerebral a partir de los datos que tenemos.
Primero empecemos con una paradoja esta metáfora me la a sugerido está página, si bien sólo su trasfondo): si una I.A. (Inteligencia Artificial) se viese en un espejo —pensemos en Ava (cercano a Eva) la robot de la película Ex Machina, por ser quizás la menos idealizada—, y al lado tuviera una pizarra, en la que estuviese escrito su algoritmo base… ¿a cuál de los dos lados miraría para decir “eso soy yo”? Mi punto de vista es que lo diría por el algoritmo. ¿Qué diría un humano al ver todos los enlaces abajo puestos y al verse en un espejo? La paradoja, que pueda desdecir lo que todos pensamos, es que hay humanos con un mayor o menor grado de disforia corporal, ya sea porque no se identifican con lo que ven (moraleja del cuento de “el patito feo” o la disforia de género por ejemplo), o porque se sienten mal con su imagen corporal. Alguien muy bello o atractivo se identificará con un mayor grado con su imagen corporal que alguien que no lo es (se analice por lo que se analice al humano, siempre salen dualidades: de tipologías enfrentadas). Aún no hemos llegado al fondo de la madriguera del conejo. Volvamos a que una persona se vea al espejo y a los conceptos abajo expuestos (y en caso de comprenderlos todos)… no toda persona verá la “máquina”, esos engranajes de tales conceptos, sino que se verá como un agente, como un todo. Bajando más a la madriguera, y de padecer tal persona algún trastorno como el de ipseidad, o el de odio a sí mismo, no encontraríamos que la cuestión ya no estaría tan clara. Vayamos a la raíz de todo.
Si hago referencia a Sartre es en su definición del para-sí, ese ser que en cada momento toma decisiones, coge desvíos de las rutas, y que se contrapone al en-sí, nuestro pasado, cuerpo, cultura…, lo dado frente al yo futuro. En otros lugares yo he usado la analogía de esas manos que están tejiendo, por ejemplo, una bufanda. En esta analogía la bufanda es el yo, lo que ya está tejido es el pasado y en cada puntada, esas manos, están creando bufanda (yo). Al unir esta imagen con el concepto del sistema de auto-memoria y la identidad narrativa, las manos que tejen son ese agente que Conway llama self working (trabajo sobre el yo, el gerundio trabajando —su traducción literal—, se vuelve “incómodo”, inadecuado, al construir frases, por otro lado “yo” podría cambiarse por “sí mismo“, pero haría aún más larga la traducción del concepto), la identidad autobiográfica, en su plenitud o totalidad, sería el en-sí sartriano. ¿Qué somos en este proceso?, cuál es nuestra identidad personal, la teoría de la coherencia de Conway diría que somos “eso” que construimos, esa imagen que queremos ser para los demás o para nosotros mismos. Esa es la idea que tiene toda persona. Creemos ser esa totalidad construida por este mecanismo cerebral…, pero bajo tal idea en realidad nos encontramos, tan sólo, a medio camino.
Al concepto de coherencia hay que unirle el de la continuidad. Bajo la forma de operar de tal mecanismo son una y la misma cosa. Damos continuidad a nuestros actos (las palabras son actos en ciertas teorías de la filosofía, yo así lo creo), bajo la condición de que sean coherentes. O sea, desdecirse queda muy mal, se acepta en un grado muy bajo, pues si una persona lo hace de forma permanente, nadie le dará crédito, nadie se sentirá a gusto junto a ella. El cuento de Pedro y de su grito de “¡que viene el lobo!” y que la gente no le hiciese caso cuando se hartó de sus mentiras es una metáfora de esta realidad. En la medida que buscamos pertenecer a grupos, hemos de dar continuidad a nuestra identidad, lo que implica que el trabajo-sobre-el-yo ha de estar mediado por la coherencia (veis como sí encaja en la frase la traducción, cambiarlo con trabajando y ya no “funciona”).
Lo que Conway dice, y porque es evidente para cualquiera, es que si se analiza todo el pasado, o muchos de nuestros actos, no tendrían sentido, serían incoherentes, con lo que creemos que es nuestro yo o identidad. Bajo ese aspecto tendemos a alterar, ignorar u olvidar tales recuerdos. Es más, añadimos o cambiamos lo que otros dicen sobre nosotros mismos, que no se basan en actos, como parte de tal identidad (siempre y cuando lo dicho sea coherente y consistente con respecto a nuestra propia visión de nuestra identidad). Siendo así… no existe tal coherencia y continuidad, el pasado es un cajón desastre de hechos que no siempre encajan a que puedan ser tomados como propios de una misma persona. Con esto retomo a Sartre. Lo que sí somos son las manos que tejen, el trabajo-sobre-el-yo. Eso es lo único permanente. El libro en el que Sartre trata sobre tal aspecto ontológico del ser humano, es “El Ser y la Nada“, y en ese caso si lo único constante es el trabajo-sobre-el-yo, entonces somos la nada. De una forma más romántica, Sartre decía que somos ese constante hacernos, somos esa libertad, pero el lado negativo de tal cuestión (Yin y Yang), es que a la vez implica a que somos una nada. Esa nada, ese espacio ínfimo en el que las dos agujas de las manos tejedoras operan para tejer el siguiente nudo, que creará “bufanda”… yo, identidad.
En todo este argumento hay una “trampa”. Opera la mano que no miramos del mago. Esa nada no es tal. Es, si acaso, ese posible algoritmo al que podría ser reducible tal capacidad, y por ello ya es “algo”. Es el mecanismo como tal, la forma de operar del trabajo-sobre-el-yo, y puesto que no es igual en todos. Si cada función cerebral fuera alguna función, valga la redundancia, en el algoritmo, y el pasado, nuestro cuerpo y cultura fueran variables, cada persona es un algoritmo distinto, en donde cada función o variable repercutirá en el trabajo-sobre-el-yo, que a la vez repercutirá en nuestro yo o identidad. Pongamos para el caso que “ateo” sea una función del algoritmo que llamamos trabajo-sobre-el-yo, en ese caso será distinto que la función “creyente”, en donde a la vez cada credo da un tipo de resultado distinto, del trabajo-sobre-el-yo, a la hora de crear una identidad.
Una teoría elegante y simple. No hay que redundar más. La religiones basadas en el No-yo tienen razón, así como casi todo tipo de escepticismo, pues somos el “yo” frente al yo o somos sólo ese fluir, donde fluir en este caso es ese hilo de conciencia que teje, trabajo-sobre-el-yo, nuestra identidad. Ser coherente o consistente sólo es una función más en tal sistema, en tal algoritmo, pero no es lo que nos habría de definir, aunque sí lo hace en aquellos que tratan de dar fe (otra función en tal algoritmo) a su identidad, y esta tipología es la identidad narrativa (que igualmente sale a relucir en la “teoría del pensamiento narrativo“).

Quedan algunos flecos que recortar. En el escrito que trataba sobre las amígdalas cerebrales, decía que una de ellas se especializa en unas vivencias y emociones negativas, frente a la otra que lo hace sobre las positivas. Así la teoría sobre la autocomplejidad nos dice que “si un individuo experimenta un evento favorable hacia el cual se siente positivamente, los aspectos del yo que han sido activados por la experiencia se asociarán con sentimientos positivos; por el contrario, los aspectos del yo se asociarán con pensamientos y sentimientos negativos cuando se activen por experiencias desfavorables”. Por otro lado, la teoría de la estructura del carácter nos propone que si tenemos un pasado con muchos conflictos al expresar nuestro carácter, siendo este castigado o rechazado, crearemos una identidad secundaria. Siendo así, ¿qué teje entonces el trabajo-sobre-el-yo? El paradigma de la memoria autobiográfica, esa que nos dice que somos en tanto que unidad dentro de la identidad narrativa, “cumple tres amplias funciones: directiva, social y autorrepresentativa. Williams, Conway y Cohen (2008) propusieron una cuarta función, la adaptativa” (fuente Wikipedia). Hace tiempo puse el concepto de actualización como primordial para entender la vida y por ello el cerebro. Actualizarse y adaptarse son dos caras de una misma moneda. Según el modelo de Gödel su algoritmo tiene que ser automodificable. Siendo de esta manera, si una persona ha pasado por el proceso de crear una identidad secundaria, dependiendo si en ese momento “opera” la amígdala derecha o la izquierda, modificará una función del algoritmo que es el trabajo-sobre-el-yo, como para ser coherente y dar continuidad a esa amígdala en concreto. Por esto es posible la identidad disociativa, o la doble personalidad…, triple o más si entran en juego otras partes del cerebro que estén en conflicto.

Otro aspecto, fleco, a explorar es la cuestión evolutiva. La base de todo, no me cansaré de repetirlo, es que la vida es la lucha frenética contra la entropía. Es orden contra el caos. Siendo así la continuidad es la que explica el que las especies se mantengan bastante estables durante la evolución (concepto de especiación), pues esta da continuidad a sus bases y va construyendo a partir de lo dado, de darles continuidad. Tenemos básicamente la misma estructura ósea que cierta línea evolutiva de los peces (ver homología biológica, convergencia evolutiva o biología del desarrollo). Orden, continuidad y coherencia son funciones dentro del algoritmo de la evolución de la vida. Preferimos lo ordenado y simétrico porque la vida que somos tiene esas funciones en su algoritmo. Así lo dice la “continuidad ilusoria del sonido“, por la cual una interrupción en un sonido no repercute para que sepamos que es el mismo, y otras mismas ilusiones visuales, o que intuyamos qué nota seguirá dentro de una tonadilla. De tener la vida tal máxima, hay que pensar que el algoritmo del que hablo tiene que tener una estructura con ciertas reglas. Así, cuando en informática se programa, se tiene que hacer siguiendo una estructura donde igualmente hay que tener en cuenta la coherencia.

Existiendo varios objetos o librerías siempre hay que crear índices y formas muy concretas de enlazar tales objetos y librerías. De esta manera el trabajo-sobre-el-yo tiene que estar supeditado a tales reglas de la vida, de sus estructuras. El prefrontal, que es donde reside el trabajo-sobre-el-yo, con la memoria de trabajo por medio, no está en “contacto” con todo el pasado a la vez. El prefrontal es secuencial, es ese efímero movimiento de las agujas al tejer el siguiente nudo, bajo este límite remite su acción a otras partes del cerebro, en donde cada una de esas partes crean, añadiendo funciones o variables, la totalidad del algoritmo del proceso actual. Eso se lleva a cabo con cierta estructuración y reglas. La “rotura”, la quiebra, de tales reglas crean la esquizofrenia (aconsejable ver la serie “la innegable verdad“, que trata sobre este tema), donde no “existen”, ni se dan, ni la coherencia ni la continuidad. En ese sentido, el trabajo-sobre-el-yo sólo es la última pieza del eslabón de un largo algoritmo de partes más rígidas, más cuanto más profunda sea la parte del cerebro que entre en juego. La paradoja de todo esto, como es evidente, es que si entran en juego estructuras muy antiguas, “generarán” una acción sin tener en cuenta al prefrontal, generador del trabajo-sobre-el-yo. Por esta paradoja no podemos dar continuidad y coherencia a todo nuestro pasado, en donde la máxima de esta regla es que entre en juego la libertad, puesto que el cerebro profundo tiene la capacidad de “hackear” al “trabajo-sobre-el-yo”, mientras que a este no le es posible hacer lo mismo con el cerebro profundo. La teoría es que en el prefrontal están las llamadas funciones ejecutivas, en donde una de ellas es el control de los impulsos y por ello el autocontrol, pero por la forma que ha sido “diseñado” el cerebro, por fases, las partes profundas son las más intocables y las que al final pueden llegar a “mandar”. Ya he dicho en otros lados que el cerebro subcortical tiene la capacidad de bajar el riego sanguíneo al prefrontal. Para el caso el cerebro funciona bajo la regla de “te dejo conducir el coche por un rato, pero es mío y tomaré el control cuando a mí me dé la gana”. El cerebro profundo es como el profesor de las autoescuelas, que tienen en su lado ciertos controles del vehículo, para tomar el mando cuando lo vean necesario. O para decirlo de otra forma: el cerebro profundo es el que siempre tendrá la opción de decir la última palabra. Pensar por ejemplo en lo ilógicos e incoherentes que nos volvemos en temas del amor o el sexo. Al cerebro profundo no le “interesa” que seas coherente en esos casos, dado que el trasfondo implicado es la reproducción: una de las máximas de la vida.

Un último concepto a tratar es el que yo he reducido bajo el concepto de etiquetado del prefrontal o la conciencia. Es un tema que requiere otro escrito, pero lo perfilaré en este para que no quede inconcluso. Tal concepto lo utilizaban en un artículo de la Wikipedia, pero no porque fuera el central, sino como la elección de un sinónimo entre otros, y para no repetir las mismas palabras una y otra vez (no existe tal entrada y no recuerdo dónde lo leí). Me gustó y lo he utilizado en los últimos escritos, pues define muy bien una de las funciones que hace el prefrontal, y la cognición declarativa y semántica, que es la capacidad de crear índices. Para el que haya trabajado con bases de datos ya sabe a qué me refiero, para los que no, haré una breve introducción. Si se crea una base de datos de empleados, por ejemplo, dos pueden llamarse exactamente igual. Si durante una fiesta varias personas hablan y uno de ellos hace mención a tal nombre, algún interlocutor le preguntará que a cuál de los dos se refiere. En ese caso la “etiqueta” del nombre no es válida para saber de quién se está hablando. Lo mismo le ocurre a los programas informáticos basados en datos. Toda entidad en un programa, o en una base de datos, tiene que tener un nombre o etiqueta único, a esta etiqueta o función se le llama índice. Volviendo al cerebro. La palabra o el lenguaje, que es lo propio del prefrontal, tiene tal capacidad de basarse en índices o etiquetados. ¿Por qué es importante? Cuando el trabajo-sobre-el-yo construye identidad, lo hace bajo la premisa de ciertas etiquetas que son las “válidas” dentro de la sociedad en la que vive, tales etiquetas en su totalidad es la mentalidad de tal cultura o el espíritu de una época. En el caso de los estadounidenses una de esas etiquetas es la felicidad y otra es el sueño americano. Tales etiquetas son variables que tienen en cuenta el trabajo-sobre-el-yo a la hora de ser coherente, y mantener una continuidad, en su dimensión social.
Concluyo. Algo que sale a relucir en los últimos párrafos es que lo que al principio era una Nada, una pura indeterminación, la pura libertad del algoritmo, que es el trabajo-sobre-el-yo…, al final nos damos cuenta que está encadenada desde los dos lados, entre los que se encuentra, 1. desde su cerebro profundo y 2. desde lo social. La magia o la condena de tal entidad, del trabajo-sobre-el-yo, de la libertad, es crear una identidad o yo coherente o que tenga cierta continuidad, dados tantos factores o encadenantes. ¿Se consigue? Algo que aprende el realista depresivo es que no es así, que al final uno construye una identidad más “dirigida” a la continuidad de su comunidad, de su cultura, que a su propio ser, sea lo que fuera esto a estas alturas (bajo mis hipótesis lo único sólido es el carácter). El aislamiento de lo social evita que esto sea así, pero a la vez tal capacidad queda anulada, inutilizada, y se “atrofia”, que es lo propio de las personas de poco “(éxit)o social”. En soledad se es más libre, pero en tal “espacio” no puedes ejercer tal libertad. «”La mente es mental” porque “la mente humana es social”», decía Charles H. Cooley para explicar su teoría del “yo del espejo“. Si la evolución ha creado una máquina tan “finamente” elaborada y compleja, al dejar de “usarla”, esa persona es más proclive para que la “maquina” al completo se averíe, con algun u otro trastorno mental, más leve o más profundo. Se aliena. ¿Por qué?, porque de alguna forma extraña ya sólo somos esa “máquina”, la condición humana es su libertad, esa nada elaborándose a sí misma, ese algoritmo que se autoconstruye a cada paso una identidad por medio del trabajo-sobre-el-yo. ¿No demuestra esto que somos una máquina autorreferencial?, que sólo existe para sí misma y su propia construcción. ¿Están los otros, lo social…?, el afuera sólo es el medio, donde tal máquina “respira” y se hace Ser. Creo que bajo tal idea es por lo que es fácil —o hay que ofrecer una fuerte resistencia a— idolatrarse a si mismo, como sugería Billy Idol.
La Lista abajo presentada, tan caótica, tan compleja, tiene sus conceptos clave. Se supone que el yo está “construido” o tiene como pilares, a la autoestima, al autoconocimiento y el autoconcepto, en tanto que yo social. Un concepto clave es el de la autoeficacia, la autoestima “funciona” o se construye a partir de tal concepto. La idea inicial era hacer una lista de todos los conceptos de las ciencias humanas con el prefijo auto-, pero se quedaban demasiados fuera, que pueden llegar a ser más reveladores o clave. Uno de los conceptos que he encontrado hace poco es el de autocomplejidad, que va en la dirección del no-yo. La teoría de tal concepto propone que nos vamos volviendo más complejos con la edad, con más yos o dimensiones de este, pero no es para mal, ya que cuanto más compleja sea una persona más estable será a nivel de sanidad mental, pues si entra en crisis una de sus “facetas”, aún le queda las otras para apoyarse y equilibrarse. Otros artículos que hay que leer son el de “psicología del yo”, “identidad personal” y “comprensión de uno mismo y la identidad”. Otros temas de interés: el artículo que nos habla de la diferencia entre conocer y recordar. Son funciones distintas que activan distintas áreas del cerebro. Al parecer todo se inicia con lo que yo estoy denominando “etiquetado”, que lo hace la memoria semántica. Última recomendación para leer: “negociación de la identidad”, el “tira y afloja” con la sociedad (las personas) sobre nuestro carácter o personalidad.
(No está completa, es un trabajo tedioso, que además lleva mucho tiempo. La acabo esta noche o ya mañana. Estoy pensando en hacer una gráfica circular, como la de los sesgos cognitivos, pero tengo que ordenar ese caos en categorías, como para que pueda ser más “asimilable” a simple vista.)
- Autorreferencia
- Comprensión de uno Mismo y de la Identidad
- Autoafirmación
- Autoautoría
- Autocensura
- Autocomplejidad
- Autoconcepto
- Autoconfianza
- Autocontrol
- Autodescubrimento
- Autodesorden
- Auto-odio
- Autodirección
- Autodiscapacidad
- Autoeficacia
- Autoengaño
- Autoesquema
- Autoestima
- Autoestima Contingente
- Autoestima Implícita
- Autoimagen
- Automodelo
- Automonitoreo
- Auto-ocultamiento
- Autopersuasión
- Autopreservación
- Autorreflexión
- Autorrealización
- Metacognición
- Retroalimentación Correctiva
- Autorregulación Emocional
- Autosuficiencia
- Autosugestión
- Automentoría
- Autointerés
- Efectividad Personal
- Identidad Personal (Continuidad de la Conciencia)
- Aseidad
- Ipseidad
- Mismidad
- Estructura del Carácter (Secundario)
- Teoría del Pensamiento Narrativo (Identidad Proyectada)
- Estilo Explicativo
- Psicología del yo
- “Yo” y el Yo
- Autoextrañamiento
- Autoevaluación
- Motivos de Autoevaluación
- Teoría de la Autoverificación
- Auto-Mejora
- Aprendizaje Autorregulado
- Teoría de la Autocategorización
- Teoría de la Autodeterminación
- Teoría de la Autopercepción
- Amor Propio
- Codificación Autorreferencial
- Corriente de Conciencia
- Crítico Interior
- Autodisciplina
- Efecto de Autorreferencia
- Efecto Pez Pequeño en Estanque Grande
- Efecto de Asimilación y Contraste
- Ello, Yo y Superyó
- Egotismo
- Egotismo Implícito
- Equilibrio Reflexivo
- Formación de Identidad
- Habla Privada
- Identidad Narrativa
- Imagen Corporal
- Individuación
- Introspección
- Práctica Reflexiva
- Estrategia Cognitiva
- Mente Errante
- Motivación
- Narcisismo
- Narcisismo Saludable
- Defensas Narcisistas
- Rabia y Herida Narcisista
- Autoconsistencia
- Profecía Autocumplida
- Reducción Autovalidante
- Propiocepción
- Red de Modo Determinado
- Sentido de Agencia
- Sesgo de Autoservicio
- Efecto Generacional
- Soliloquio
- Teoría de la Continuidad
- Teoría del Constructo Personal
- Yo
- Yo del Espejo
- Grandiosidad
- Superioridad Ilusoria
- Efecto de Exceso de Confianza
- Autoaceptación
- Autopersuasión
- Interés Propio
- Racionalización
- Negociación de Identidad
- Emoción y Memoria
- Verdadero y Falso Yo
- Falsa Memoria
- Confabulación
- Errores de Memoria (Lagunas)
- Razonamiento Motivado
- Olvido Motivado
- Desarrollo Personal
- Egoísmo Psicológico
- Juicios (Diferencias) entre Conocer y Recordar
- Congruencia del Estado de Ánimo
- Teoría de la Autocategorización Social
- Fusión de Identidad
- Pensamiento de Grupo
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