¿Somos lo que Actuamos Ser?
❝Si dices las verdad a la gente y no les haces reír,
lo más seguro es que te quieran matar.❞ Orcar Wilde
Tengo un sentimiento encontrado con respecto al presente tema. Es otras de mis materias “fetiche” y en realidad ya he dicho todo lo que tengo que decir sobre ello, pero el documental “You Are What You Act” (Eres lo que actúas) de 2018, pero compartido ayer en YIFI Torrent, hace necesario que retome el tema. Es curioso que en el escrito “Ladrones y asesinos de sentido” dijese: “Un intérprete en una obra de teatro no actúa, es el personaje en el que entra…, el interpretarlo —creer saber cómo es—, como para ser capaz de que su interpretación sea creíble para los demás. En ese sentido…, todos somos demasiado creíbles para el resto, excepto cuando se pierde el raccord, la continuidad (pillar en una mentira o un engaño)”, pues en el documental dicen que todos los actores se ven "impregnados" (que proviene de preñado) de los papeles que hacen, así como que en el caso de actuar como enamorados, que se pueda dar la situación en la que se puedan llegar a enamorar de verdad (por ello se dan tantas parejas nacidas a partir de haber actuado juntas en una película).
Entonces…, en medio del documental me percaté sobre la objeción de que si uno se impone a sí mismo a amar a una persona…, esto es, hace todo los días los gestos para amarla, entonces… ¿al final la llega a amar? Y curiosamente el documental parece “replicarme” puesto que Robert Epstein al parecer es lo que ha hecho con parejas de matrimonios concertados (sin que esté de acuerdo con tal práctica, pero se sigue dando en las comunidades judías y musulmanas de Estados Unidos). Pero como puede que todo esto sea ir demasiado rápido, recapitulo.
Una de las frases que más me ha gustado del documental es la de “tu mente no está bajo tu control, pero tu cuerpo sí lo está”. Esto lleva al tema que he dicho tantas veces sobre que el agente que creemos ser no ve lo que se “cuece” entre bambalinas en el cerebro, de tal forma que es aparentemente “ciego” ante lo que “sabe y es” el propio cerebro profundo (que es lo que “realmente” somos). Pero esa frase resuelve ese problema, a la vez que “da razón” a las teorías de la cognición encarnada. Todo este asunto es “viejo”, si uno se ríe todos los días —o tiene una actitud optimista—, ¿terminará siendo más feliz? Vayamos más atrás en estos temas. Esta idea proviene de una escuela del pensamiento que se ha dejado atrás: el conductismo (Behaviorismo) que era una forma muy mecanicista de ver al ser humano o a cualquier otro animal. Por aquella época, principio del siglo pasado y casi hasta final del siglo, se pensaba que se podía cambiar los comportamientos de cualquier persona a través del condicionamiento clásico, aquello de hacer que un perro salive ante una campana, porque previamente se tocaba una campana cuando se le daba de comer. De hecho la película “la naranja mecánica” trataba sobre este tema, pues a un delincuente se le trataba de cambiar sus tendencias y deseos hacia el delito y dañar a las personas, a través del condicionamiento clásico. Esto tenía un problema, tal persona quería seguir siendo “mala”, pero se le activaba el instinto de las náuseas (asco) cada vez que pensaba en ello o trataba de comportarse de manera violenta o excesivamente sexual. El mensaje de la película es que el delincuente logra “escapar” de tal condicionamiento, puesto que durante el tratamiento le pusieron música de Beethoven, que era su autor preferido, y fue a través de este gusto que logró volver a su “estado natural” de persona depravada.
La idea subyacente al conductismo es que tiende al determinismo, a que somos simples relés programables, donde la libertad entonces no cuenta, cuando el prefrontal, a través del etiquetado y la sugestión (esto último por formar parte de la mímesis, de nuestra tendencia a imitar lo social para adaptarnos a esta), sí parece actuar sobre el cerebro profundo, los comportamientos y el cuerpo. Esto mismo dice la teoría de los dos factores de las emociones cuando “establece que la emoción se basa en dos factores: la excitación fisiológica y la etiqueta cognitiva“. Esto implica de si hay un centro —o parte antigua— que es la que modula de arriba hacia abajo todos los comportamientos, o no es así. O sea, ese centro —estado emocional en este caso— mueve los músculos de la cara para que aparezca una sonrisa o se frunza el ceño. Pero, ¿puede darse lo contrario?, que desde los músculos (abajo) se cambie la emoción central (arriba) —hipótesis de la retroalimentación facial—. La segunda propuesta, totalmente radicalizada, la propusieron William James y Carl Lange en su teoría periférica, o teoría de James-Lange, que postulaban que cuando se da una estampida entre los animales, el hecho de correr es lo que les crea el miedo. La teoría encarnada —el paradigma actual— media entre todas las posturas y dice que se da tanto un efecto de arriba hacia abajo como de abajo hacia arriba.
No quiero alargarme mucho más, pues es un tema que he tratado una y otra vez y el documental es bastante claro al respecto. Sólo trataré de dar mi punto de vista, o sea, las pegas a todo estos temas de tendencia optimista, a la vez de hacer ver que la propuesta del documental es una clara “evidencia” de la “existencia” de la identidad narrativa o intérprete del hemisferio izquierdo (intérprete en sus dos acepciones: lo que cree de la realidad y actor de la realidad: al interpretar la realidad, la interpretamos (actuamos)), propuesta que las personas tienden a no aceptar, así a las buenas (barreré para casa, como siempre).
Imaginar que a una persona con cáncer no se le dijese que lo padece y que por medio de drogas esta persona no fuera consciente nunca de su problema, hasta el momento de sus últimos días, donde las evidencias de su debilidad se volverían muy evidentes. ¿Quién aceptaría ser esa persona?, en donde otros habrían decidido cómo habría de ser tu vida y tu nivel de conciencia de la/tu realidad. Ese mismo planteamiento, llevado sobre toda la sociedad, es el planteamiento de la novela “Un mundo feliz“, donde por medio de una droga llamada “soma” (cuerpo), todas las personas viven ajenas a la realidad que viven. Llevemos más al extremo tal idea. ¿Acaso ahora mismo no estamos en ese estado a través de las pantallas y el vivir bajo la actual “sociedad del entretenimiento” (distraer de la realidad)? No parece de que seamos conscientes que estamos perdiendo libertades y que el mundo se está viendo abocado a una posible catástrofe ambiental y/o social (calentamiento global, exceso de población…, posibles guerras por los recursos cada vez más escasos). El engaño del neoliberalismo es el hacernos creer que nuestra felicidad depende de nosotros mismos. El documental tiene esa premisa de base, se fundamenta en el conocido refrán de “a mal tiempo, buena cara“, donde tal saber implica que se tiene que ignorar que hace “mal tiempo”. “Mal tiempo” ahora quiere decir que no tienes que pensar en ningún problema de todos los existentes en las sociedades actuales. Tal tendencia es la que es tomada por los actuales “buenistas”, que cual el “cándido” de Voltaire, cierran sus sentidos a todo lo malo que ocurre en sociedad, alegando que si cada uno es feliz y trata de volver feliz a su entorno más cercano, el mundo irá bien (¿hay alguien que crea que si todos pusiesemos poses de poder y practicásemos el yoga de la risa el mundo estaría mejor simplemente por estas prácticas?). Ese planteamiento le interesa sobre todo que lo mantengas a los países del primer mundo y a los multimillonarios. Mantener el estatus quo es lo mejor para las culturas y las personas a las que le va bien. En el lenguaje de Gazzaniga, es no saber en qué nivel micro o macro de la realidad estás operando. Yo puedo ser un “tonto feliz” (cándido, buenrrollismo, buenismo), pero bajo la consecuencia que tendré que ignorar todo aquello que no me incumba a mí directamente. Y de ser así… ¿por qué exigir entonces que alguien piense en ti cuando te encuentres en una situación totalmente desfavorable y de la que ya no tengas el control?, ¿acaso no es este el principal problema de la sociedad actual? La salida individualista está bien si te encuentras en situaciones de poder, pero eso está llevando a una sociedad que cierra los ojos ante toda posición desfavorecida.
El capítulo final —del libro de CS Lewis, “La abolición del hombre”, publicado en 1943— describe las últimas consecuencias de esta desacreditación: un futuro no tan lejano en el que los valores y la moral de la mayoría estarán controlados por un pequeño grupo que gobierna con una perfecta comprensión de la psicología y que, a su vez, es capaz de ver a través de cualquier sistema de moralidad que pudiera inducirlos a actuar de una determinada manera, en donde se regirán únicamente por sus propios caprichos irreflexivos. Al entregar la reflexión racional sobre sus propias motivaciones, los controladores ya no serán reconociblemente humanos, los controlados serán como un robot y la Abolición del Hombre se habrá completado. (Fuente Wikipedia)
La segunda objeción es más evidente. Todas estas propuestas “funcionan” a corto plazo, o sea, poner una pose de poder en ese momento te genera una sensación de poder, pero claramente te darás de bruces con la realidad cuando alguien te pegue “un sopapo” (tortazo), ya sea en el nivel real o en el metafórico. O sea, uno puede pretender estar en una posición de poder y querer ligar a partir de tal emoción construida, pero el constante rechazo de las personas te hará darte cuenta que sólo era una pose, pues a las personas por un lado no les gusta las personas engreídas y por otro lado tampoco les gusta aquellas que se basen en sus poses, cuando detrás no hay “nada” (lo dicen en el propio documental al argumentar que “la gente tiene miedo de actuar, porque tenemos este sentido de lo que se supone que somos nosotros mismos siendo auténticos“). El caso más evidente es el ejemplo de la persona que padece cáncer. Por mucho que algo externo “camufle” la realidad, el cáncer se está apoderando de su cuerpo, que inevitablemente le terminará por vencer. O sea, si la vida es teatro, como argumenta una de las personas que salen en el documental al decir: “todos actuamos, cierto, todo el tiempo; y no hay forma de detenerse; toda esta gente, todos actúan en una obra de teatro; una alucinación colectiva que hace posible esta sociedad“, pero la realidad ilusoria del escenario se cae cuando el espectador —pues todos somos a la vez actores y espectadores— se tenga que topar con la cruda realidad. Tom Cruise o Harrison Ford (que los ponen de ejemplos en el documental) puede que internamente sean valerosos y el cine se lo haya reforzado, pero la “verdadera” valentía —y la cobardía— sale a la luz sólo en los momentos de las verdaderas crisis. La mayoría de las personas no son valerosas, pues es un ajuste del que lleva muy bien las cuentas la evolución, y dado que lo programado por el ADN es que la mayoría de las personas tiendan a ser “conservadoras” en sus acciones en la dirección de preservar su propia vida. No es algo que diga yo, se hace evidente cuando se dan casos reales, como así es cuando se dan secuestros en bancos a manos de atracadores y situaciones similares. El héroe lo es por su “rareza”, si todos lo fuésemos no tendría nombre, pues sería lo propio de la humanidad, pero esa no es la realidad. Pongo un ejemplo extremo; si estás en una posición de tener que matar o que te maten, la más mínima duda mental hará que el verdadero asesino se te adelante y que sea él el primero en matarte. Toda acción implica a distintos módulos cerebrales y si en una persona puede la empatía, esta frenará la acción hacia una persona que esté frente a nosotros, cuando este será el que nos matará por carecer de tal módulo, como así es el caso de los psicópatas. Si se da el caso de que haya muy pocas veces que las personas escapen con vida ante un psicópata, un asesino en serie o a sueldo, es que ellos no dudarán ni un solo momentos sobre su plan de acción, mientras que en toda persona que tenga la valentía como pose, siempre entrarán por medio otros módulos del cerebro que retardarán sus acciones.
Un caso más evidente sería tratar de controlar el asco, y por ello las náuseas, y ponernos a comer cualquier cosa: lo más posible es que terminemos envenenándonos o dañando al cuerpo profundamente. Los instintos y afectos básicos tienen sus porqués, y no conviene ignorarlos. Otra prueba es que al ver ciertas películas se nos sube el ánimo, la esperanza o el grado de valor o la moralidad, pero a las pocas horas nuestro estado y “ser” vuelven a “su lugar”.
Puedo concluir, por lo demás, que parte de la culpa de la situación actual es por esta tendencia a pensar que somos lo que nos somos. Al “actuar” todos, alentando la identidad narrativa, la realidad se pierde de vista. Sólo nos despertaremos del actual sopor cuando la crisis sea tan profunda (como en el ejemplo de la persona con cáncer), en la que ya no tendremos tiempo a reaccionar con la justeza que la situación lo requiera. ¿Solución?, el estoicismo. ¿Yo sufro?, no lo sé. Se me tacha con facilidad de depresivo, pero ¿un depresivo tendría tanta capacidad y “vitalidad” para escribir? Al asumirme como que mi identidad es la del “realismo depresivo” veo una meta a tal tendencia. Sé que forma parte de algún plan macro (evolutivo/social). Que soy la retroalimentación negativa de los falsos optimistas. Sé además que los “verdaderos” optimistas (pocos) también forman parte de tales planes, luego no los “ataco”, pues serán “necesarios” dentro de tales equilibrios. Pero sí me veo en la “necesidad” de “atacar” las posturas “falseadas” cuando estás serán parte de crear una situación negativa para la sociedad. Sólo me queda la postura estoica de “soportar” mi sino, mi naturaleza, aunque esto implique algo de dolor. Estoicismo es no rehuir del dolor, pues toda postura negativa la “creó” la evolución para algo. Sin dolor uno no sería consciente de que se está quemando. Sin dolor social nadie será consciente que la sociedad se está “quemando”. El realista depresivo es el nervio que avisa al cerebro que la “mano” —la sociedad— se quema. No puede hacer nada más, pues el cerebro —o sistema central— de la sociedad son los Estados, y a estos se le supone democráticos, cuando no es así. Los Estados, bajo la presión de los lobbys y ahora igualmente de las minorías, viven bajo los efectos de las “drogas” —dinero— suministradas por los que tienen el poder. Vivimos bajo los efectos del “soma”, donde este no es otra cosa que la llamada “sociedad del entretenimiento”, que nos es suministrada por nuestros “camellos”, que no son otros que los que están en el poder, y en tanto que sistema de control, y que es el actual paradigma, que no es otro que el individualismo, y que es la meta a la que nos quiere llevar el neoliberalismo.
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