El Sentido Está en las Primitivas: El Juego


El hombre busca su bien a costa del mundo entero.” Robert Browning
El ridículo es el arma más potente del hombre.” Saul Alinsky

    He de recordar que este escrito y dos de los precedentes son parte de un libro o tema mayor, desgranado por temas. El presente es la continuación de “el sentido está en las primitivas”, donde trato de asentar lo que el título afirma, y frente a la aparente pérdida de sentido de las nuevas sociedades y humanos.
   No sé porque me complico las cosas, cuando son o deberían de ser evidentes. Pensemos por ejemplo en el sabor dulce. No es que tal propiedad -el dulzor- exista en la naturaleza, existe porque una gran mayoría de los animales tienen como fuente de su energía a los carbohidratos, y han evolucionado para detectarlos y buscarlos. En el caso de animales complejos, como el humano, con ciertas células en las papilas gustativas. Para algunos extremófilos el dulzor no tiene sentido o significado, y para ellos algo con buen sabor es algo ácido. En definitiva el sentido está en lo que está implementado de forma más rutinaria y primitiva en nuestro ADN y el cerebro. Como el dulzor lo es, cuando una persona nos cae bien por lo buena que es, decimos que es una persona dulce. El cerebro ha creado tal correlación porque parte de la primitiva de que su alimentación principal son los carbohidratos y el azúcar es su forma más “pura”. Se podría hacer este mismo ejercicio mental con cualquier otro comportamiento humano y de su cerebro. E incluso aquellos actos que parecen ir contra dichas reglas (como el suicidio), es posible que guarde alguna relación primitiva, que aún no hemos descubierto. En esa dirección estoy buscando parte de la esencia humana y cómo esta se corrompió o cambió de rumbo, como para llevarnos a la sociedad y el humano actual, que parece que ya no comprendemos, o la cual ya no parece ser susceptible de ser reducida bajo unas pocas reglas o estructuras, como lo hemos hecho con el dulzor.
Este es el plan del tercer capítulo en el que estamos:
• El juego es una forma de comunicación en donde hay un desplazamiento de los signos. En esa medida su base es metafórica.
• Hacia un nuevo concepto del aprendizaje (que ya se ha adelantado en el escrito anterior).
• Qué es o no es juego viene dado por pertenecer a una misma familia (con un mismo lenguaje o signos) y por ello incluye los conceptos de identidad y otredad.
• Cuando fue imposible determinar el juego, por haber demasiadas familias o signos, se estructuró de una nueva forma lo social.
• Ciertas fallas en el establecimiento de esas reglas dio posibilidad y legitimización a ciertos humanos a jugar a jugar, a crear interpretaciones de los juegos en tanto que ocultación o engaño.
• Esa estructura social creó a su vez una estructura mental.
• Creación de grupos en sustitución a la pertenencia y la familia.
• Hacia un nuevo concepto del efecto Baldwin, la evolución y los preconcientes.
A Su vez está dentro de un libro que trata los siguientes puntos:
• Azar y determinación. (Pendiente de publicar).
• Caos: sin sentido o sentido.
• El sentido está en las primitivas. (Dividido en dos partes)
• ¿Hacer algo o no hacer nada?
• Reacción frente a acción.
• Las capas de la historia.


   El juego en los animales proviene de su estadio infantil, en el cual se aprende -por medio de él- los comportamientos que se tendrán de adultos. En esa medida son simulaciones en donde los implicados saben que es un juego. En este componente entra en baza lo que Bateson llama opuestos, y de igual forma nos dice que en esa dimensión -la comunicación que se da entre esos dos individuos- es metafórica. Se sigue entonces que durante el juego se aprende además el lenguaje que va ser de uso en la edad adulta. También nos encontramos con un posible porqué el cerebro y el lenguaje tienen de base la metáfora. En un primer estadio el juego se daba entre hermanos, e hijos y padres, y seguramente después formó parte de los adultos con los que se tuviera alguna afinidad, como es el caso de la familia extendida. Pero quizás doy demasiadas cosas por sentadas, demos unos pasos atrás.
   A qué se puede reducir la vida: a que es transmisión de información. Cuando dicha estructura implica dos actores/agentes o más, entonces estamos hablando de comunicación. La información entra en un proceso de retroalimentación de expresar/mirar, decir/oír (o cualquier otro método como el olor) en la medida que esos agentes tienen que ponerse de acuerdo en un lenguaje. Dos agentes o más que usen señales honestas (no falseadas y egotistas) se supone que tienen una mayor ligazón que otro/s agente/s que o bien no entienden ese lenguaje o que no lo usan bajo las normas de las señales honestas. Esta regla es universal, el problema se da cuando un agente tiene que determinar si realmente “pertenece” o ha identificado un lenguaje, como para saber si se trata de señales honestas o no con respecto a su propia identidad. La desambiguación de un ente con respecto a ese lenguaje le da una referencia de su identidad. Esta abstracción se entiende mejor en varios ejemplos. Las moreras de arbustos dan frutos para ser consumidos, pero a la vez tiene pinchos. Es un doble mensaje, que implica que esos frutos sean alcanzables para ciertas aves, pero no para animales terrestres como los mamíferos. Cierto colorido exuberante implica a la vez estar dotado de veneno que avisa sus depredadores, pero a la vez puede servir para que dos individuos se identifiquen como de la misma identidad. El sexo femenino, en animales complejos, tienden a sincronizar sus menstruaciones; una de las teorías es que este proceso se lleva a cabo por medio de las feromonas, que son detectadas por otras hembras, pero no por los machos. En unos casos u otros, es deducible pero hay que concretarlo, cuando una comunicación no obedece a las reglas de las señales honestas, son susceptibles de servir para la ocultación -con fines egotistas- o para el engaño. En el caso de la sincronización menstrual, y en el caso de la mujer, sirve para propósitos de no competición interna entre hembras, pero a la vez de ocultación de tales ciclos a los hombres. Tiene tanto el componente de ocultación, como el del engaño.
    Volvamos al juego bajo estas reglas básicas. El juego predatorio, el que emplean las crías de depredadores, tiene varias funciones: 1. que los movimientos implicados de la lucha creen rutas neuronales en el cerebro, que se asentarán como memoria muscular. 2. Determina, sin riesgos, la jerarquía entre hermanos, puesto que ya han medido sus fuerzas. 3. Establecer el lenguaje que se tendrá de mayor, en donde uno tiene que saber determinar cuándo retirarse de una lucha sin poner en peligro su propia vida. 4. Crear una ligazón entre individuos que se han criado juntos, como pertenecientes a una misma manada o con un mismo lazo. Entre los hermanos o amigos humanos, durante la infancia, se dan luchas en donde se sabe que no son reales, y en ese proceso se crea una ligazón entre esos individuos y establecen entre ellos quien tiene más fuerza. Otra implicación es que dicha lucha/juego implica un lenguaje, que es en tanto que niega (lo opuesto de Bateson) lo que es: es una lucha, tiene finalidades como la jerarquización y la lucha entre adultos, puede implicar la muerte, luego es lo contrario a nivel del establecimiento de “su” lenguaje interno: somos amigos, y entre nosotros no nos podemos/debemos matar, más adelante en los humanos a ese opuesto se le añadió el “no te pueden matar, te defenderé”. Algo que sale a colación durante este proceso, si se quiere como epifenómeno, es que los implicados en el juego no han de querer ganar, que a la vez, como consecuencia lógica, quiere decir: no hay perdedores o nadie pierde. De nuevo como parte del mismo proceso, cuanto más se juega y se mantienen dichas reglas, crean una mayor capacidad para la cohesión y la creación de sólidos y fuertes lazos. Como el juego de lucha ha sido sobre todo un lenguaje entre los hombres, es por esto que de todos estos procesos nace el concepto de hermano de sangre o “mano derecha”; conceptos que son estudiables por infinidad de casos que se han dado durante la historia.
   Retrocedamos un paso. No es posible que la evolución ponga sobre la mesa cuatro cartas a la vez, alguna tuvo que ser la primera y las siguientes son sus consecuencias. Durante el juego el componente cerebral que regula ese tipo de acción es la dopamina. En otros lados ya he cuestionado el porqué del placer, si dolor y placer no es un sistema redundante, puesto que el no-dolor ya debería de implicar por sí mismo una forma de premio. También propuse que posiblemente ese fue su origen, si ciertas moléculas del no-dolor se especializaron como siendo signos de bienestar y más tarde de placer. En todo ello es muy posible que el estómago fuese el que empezó a cambiar esos procesos. Si se tiene hambre el cuerpo avisa con dolor, o malestar, y al llenar el estómago avisa con un dispositivo de saciedad, en donde entra en juego la serotonina, de hecho la mayor cantidad de este neurotransmisor se encuentra en el estómago. No en vano al estómago se le llama el segundo cerebro. Otro dato a tener en cuenta es que la serotonina necesita del triptófano, que no es una molécula que el propio cuerpo pueda sintetizar, y se encuentra en alimentos como el huevo, la carne o la leche. O sea: “mantén el cuerpo alimentado y podré producir serotonina, como premio para el estado saciado”, es lo que la evolución dice al animal. Otro hecho “extraño” es que el acto sexual es fatigoso, es causante de dolor, más si se tiene que competir contra otros machos. El “premio” del orgasmo fue un dispositivo de la evolución para paliar tal proceso del cual el propio cuerpo, por su regla de tender al mínimo esfuerzo y mantener la homeostasis, tendría que evitar. No se puede rastrear mucho más sobre todo este tema, pero lo que sí se deduce es que fue la dopamina la que fue “usada” posteriormente como sistema de premio para el juego. Con esto entramos en un posible porqué del placer, que es fácilmente deducible por las pocas reglas que he expuesto. Se sabe que el dolor es el sistema más efectivo para el aprendizaje, en la medida que algo que produce dolor es algo a evitar una segunda vez. El cerebro crea más conexiones o recuerdos durante situaciones de estrés moderado, que sin ningún estímulo o un premio, y dentro de esas disposiciones y frente a ningún estímulo, el premio es el segundo motor de la neurogénesis y producción de conexiones entre neuronas para crear aprendizaje o recuerdos. Bajo esta lógica es de suponer que la primera carta, puesta sobre la mesa por la evolución, fuese “crear” el juego predatorio como sistema de aprendizaje motor y en su sentido más amplio.
   He usado el juego predatorio por ser el más claro, pero el resto de los animales no predatorios hacen uso del juego infantil para sus propios fines. Los animales arbóreos, juegan saltando entre las ramas; los antílopes usan las cabriolas y las carreras como juego. ¿A qué juego recurre el humano? Entre las crías de chimpancés hay una mezcla de juego entre predatorio y de saltar entre las ramas. El juego “declara” cuáles van a ser los roles y los comportamientos de los adultos, luego el chimpancé sí tiene como parte de su juego la lucha, y en ese caso cuando el humano bajó de los árboles (o estos dejaron de estar ahí), el juego era sobre todo de tipo predatorio y en la dirección de marcar las posiciones jerárquicas, y dado que en esos primeros estadios aún existía el macho alfa, y era el “premio” por el que luchar de adulto.
   Ahora ya tenemos más despejado el panorama, volvamos a tratar de entender el juego en sus otras disposiciones. Tenemos a la dopamina como intermediaria del juego predatorio, a modo de reforzar el aprendizaje. A su vez este componente resta el cortisol, u hormona del estrés: es un doble mensaje de no-dolor y sí placer. De forma más abstracta se puede decir que el juego es allí donde la seriedad (cortisol) sale de la ecuación. A la larga esta regla es la que se estableció dentro de individuos que jugasen al mismo juego: la no seriedad, la de que el estrés no existía entre ellos, que la seriedad estaba fuera del establecimiento de su grupo. Esa es la disposición de los animales gregarios, puesto que no son jerárquicos y entre ellos no se dan los juegos predatorios (excepto en los machos durante el celo): la carencia de cortisol, de estrés, es la tónica de su existencia. Pero el humano no es gregario, y se basaba en los machos alfa, luego era jerárquico y predatorio. En esa dirección el juego se empezó a manifestar en otra de sus facetas: establecía quién era parte de tu grupo y quién estaba fuera. Con quien existía estrés, dopamina o serotonina. La falta de estrés produce serotonina, y durante el juego predatorio existía la dopamina, pero no el cortisol. Cualquier estado o individuo que provocase la activación del cortisol, del estrés, era un estado fuera del juego, o serio. Estoy siendo reduccionista y tratando de asentar qué se validó en la evolución como lo promediado. Sé que la vida es mucho más compleja, y llena de “arrugas” fuera de esa uniformidad, pero lo que la evolución mantiene es aquellas reglas que se repiten una y otra vez. O sea, que en el fondo la evolución es reduccionista en la medida que las “arrugas”, lo aislado y menos repetido, no llega a formar reglas asentadas en el ADN.
   A lo que quiero llegar es a la reducción y contraposición de juego y seriedad, o allí donde no hay juego es una situación en la cual puede surgir la seriedad (estrés) y que por lo tanto la familia -de manera reduccionista e idealizada- es esa disposición donde no se tiene que dar la seriedad. O dicho de otra forma: no se ha de dar lo jerárquico y por ello no tienen que tratar de ganar durante el juego. Las madres forman parte de los juegos, aunque en muchos casos, como en las leonas, de manera desganada: o sea que no parece darse el premio, pero no existe el cortisol. Los machos leones, por otro lado, no aceptan el juego, pero no se ponen “serios” con sus propias crías, pues aunque no conviven con ellas las reconocen. Se sigue que los adultos reconocen el juego, no lo juegan, pero lo aceptan como lo que es: como falta de seriedad. Bajo otro paradigma, se usa un tipo de signos, que crean un tipo de lenguaje, del cual se deduce que el cerebro “entiende” todo lenguaje que hable su mismo “idioma” como juego, en el caso de los hermanos, o como no-serio entre sus adultos. No voy a afirmar que el juego formase el concepto de familia, pero lo que sí hizo fue conformarla de una nueva manera, con unas nuevas reglas, componentes o funciones: dentro de un lenguaje de signos, dentro de un nuevo tipo de comunicación.
   Las premisas afirmadas arriba ahora tienen más sentido. Incluso en los animales gregarios la lucha se da entre los machos, y por motivo del sexo. En animales como los chimpancés -nuestro ancestro común- se sigue manteniendo esa misma regla de la lucha por el sexo, luego el sexo más propio para la lucha predatoria son los machos, de lo que se sigue que al final el establecimiento de no-lucha entre dos individuos se daba por un pacto de no agresión, que a su vez producía un tipo de relación especial, como la que hoy entendemos como hermanos de sangre, que igualmente se deduce de ciertos “pactos” que se dan hoy en día entre los chimpancés machos. Me centro en esto por tratar de determinar la creación de grupos no consanguíneos. Ya tenemos claro que en la familia se crea un tipo de lazo de no-agresión o no tratar de ganar, pero hay que tratar de deducir el por qué ese mismo patrón o regla se trató de extrapolar a un grupo que no era parte de la familia. He de aclarar que ahí se da un vacío en las ciencias positivas. No hay forma de tratar de saber cuáles fueron esos pasos y los porqués. Uno de ellos sí está claro: las agrupaciones son una ventaja contra los depredadores. Cuantos más ojos colaboren, más fácil será avistar a un depredador y ponerse a salvo. El que promueve al cortisol o la seriedad es el depredador, y mientras tanto en dicho grupo reina la tranquilidad y por ello la serotonina. Una gran mayoría de monos usan el grito a modo de aviso en cuanto ven a un depredador. Los grandes simios provienen de esos pequeños monos colaborativos, luego heredaron ciertas necesidades y la tendencia a la agrupación no relacionada con la familia. Sobre lo que mayor vacío hay, es a la hora de establecer qué pasos siguió el humano hasta llegar a lo que somos ahora. Tenemos dos momentos claros: 1. el que se ven entre los grandes simios: los machos alfas y la lucha por esa posición, y 2. el actual humano estratificado y más tendente a lo igualitario. ¿Cómo se dio esa transición? Algunos antropólogos han apostado por un estado intermedio de sociedades igualitarias, que igualmente tratan de ver en tribus que aún existen. Pero por otro lado la mayoría dicen que tal cosa no existe, que como mucho existen las tribus acéfalas, sin cabeza sobresaliente, pero nunca igualitarias, sobre todo las antropólogas feministas que siempre ponen el punto sobre la desigualdad sobre las mujeres en dichas tribus. Yo siempre he pensado que el alfa nunca ha dejado de existir, si bien ese papel se fue adaptando a cada época y situación. Hoy en día, sobre todo en Estados Unidos (menos en Europa diría yo), el presidente aún tiene esa carga o aura de persona especial al que hay que respetar, oír y seguir (si el cine muestra el ideario inconsciente, piensesé entonces en todas aquellas películas en donde el presidente hace del clásico héroe, como es el caso de “Air Force One” con Harrison Ford). Sobre todo en épocas de crisis, en donde se incrementa el populismo y los presidentes carismáticos. Como si tal mecanismo se despertase cuando las personas se sintiesen en peligro, y como así sucede entre los chimpancés cuando son atacados por otro grupo foráneo, donde el grupo mira al alfa para que este restablezca la situación al estado anterior. O sea, es el mismo lenguaje de no-cortisol igual a paz o no serio, y miedo igual a cortisol y serio, y buscar que el alfa vuelva a restablecer el equilibrio: que vuelva a restablecer el grupo a un nivel de uso de los mismos signos y por ello del mismo juego.
   En esas investigaciones, sobre ese posible estadio intermedio de comunidades igualitarias, llegué a Christopher Boehm y su concepto de la “inversión de la dominancia” (Descargar escrito y traducción automática). Tal teoría viene a decir, a grandes rasgos y por no alargarme, que el concepto de alfa fue cuestionado por todo el grupo, y en esa dirección fue este el que tomó el “mando”, o sea se invirtió el dominio hacia el propio grupo y sus reglas. Las ideas de Boehm no han tenido mucha aceptación, sobre todo al tratar de deducir que tal disposición llevó a unas sociedades igualitarias (sí por las feministas, por “convenirles”), pero mirada al detalle es una idea a tener en cuenta. Propone que la vergüenza fue la moneda por la cual los individuos cuestionaron la posición del alfa. Hoy en día, entre las tribus que aún quedan, se sigue manteniendo dicha regla. Cuando una persona quiere sobresalir sobre el grupo, todos hacen uso de la vergüenza para volverlo a su sitio. En algunos casos incluso la misma persona se humilla para congraciarse con el grupo (auto-persuasión). Se dice que las culturas orientales lo son de la vergüenza, mientras que las occidentales lo son de la culpa. A mí esta división nunca me ha convencido. Toda la humanidad es un sociedad de la vergüenza, pues la culpa, bien analizada proviene de un estado previo que suele implicar la vergüenza o el autorreconocimiento de haber cometido una falta o falla. La diferencia es muy sutil, y sin el componente de tratar de ganarse el cielo, propia de las culturas occidentales, la culpa es aún más reducible a la vergüenza.
   Me toca unir puntos, tratar de crear una hipótesis que englobe tanto mi visión del juego como la teoría de la vergüenza de Boehm. Bajo mi punto de vista -siendo reduccionista e ignorando las “arrugas” para ver más claro el panorama-, los grupos, bajo la idea de mantener la homeostasis propia de usar un mismo lenguaje, a través de ese estadio de juego o lenguaje dentro del mismo grupo (y de donde de fondo está el lenguaje de la neuroquímica), la vergüenza nace en aquella situación en la que uno de los jugadores se sale de las reglas de no tratar de ganar y es visto bajo esa mirada por los otros, que al no aceptarlo lo “expulsan” del juego. O sea, ha sido “pillado” haciendo trampas o saliéndose del juego. En ese momento el equilibrio en los neurotransmisores cambian en ese individuo, y pasa por un breve estrés, que se revela con el típico sonrojo y nerviosismo, y en la dirección de tratar de reestablecer la posición anterior. Bajo esta simplificación de nuevo se deduce una sociedad igualitaria, ya que emerge dentro de una sociedad en donde todos forman parte de un mismo lenguaje o reglas del juego, en tanto que tendentes a mantener al grupo fuera de las luchas “serias” de ganar y perder, y tendentes a crear jerarquías. O sea, más parecido a los animales gregarios que a los propios chimpancés. Pero, de ser así, cómo el humano llegó a la clara estratificación actual en donde ya no hay un mismo lenguaje, y sí las diferenciaciones y los conflictos más propios de los sistemas jerárquicos.
   Boehm estaba sobre las pistas de las soluciones a dicho dilema, pero reconoce que como ha de mantener sus puntos de vista bajo su análisis antropológico (positivistas y basados en los casos de tribus estudiadas), no podía deducir como sucedió tal situación. Apunta a que pudiera darse el caso que al crecer una población hasta ciertas dimensiones se pudieran haber dado otras reglas, pero como los límites antropológicos sobre las tribus actuales no permiten ese análisis, no lo pudo comprobar. Pienso que está en lo cierto, y sobre todo si se tiene en cuenta las reglas de los sistemas complejos y de los estados emergentes. En una tribu pequeña es casi imposible salirse de sus pequeñas reglas. Y si una de ellas, como lo es la vergüenza, depende de ser visto o cuestionado por todos, llegado el caso que una población creciese a un número de individuos muy alto, sería más complicado o más fácil salirse de sus reglas sin que uno fuese pillado, y por ello humillado y pasar por el proceso de la vergüenza. Hoy en día el refrán “pueblo pequeño, infierno grande” nos habla de esa condición de no poderse salir de las reglas (la situación actual es tan nueva que ya ni siquiera es vigente tal refrán). En concursos como “Gran hermano” vemos que el cerebro humano se rige por las reglas de las que nos habla Boehm y otros antropólogos, pues los individuos no aceptamos a las personas soberbias y con algún grado de humildad…, en definitiva que traten de ganar y de esa forma salirse de las reglas del juego al creerse superiores que el resto. En cuanto es detectada una persona así, va a ser el primero en ser expulsado en cuanto esté nominado (a no ser que la audiencia lo quiera mantener por algún tipo de morbo).
   Creo que ya están todas las bases a tener en cuenta, como para deducir un porqué la sociedad humana llegó hasta donde ahora estamos. No es que hubiera un proceso por el cual estuviésemos en un estadio que se pudiera llamar como sociedad igualitaria: eso es confundir los términos y qué estaba implicado bajo todo este juego. A nivel evolutivo cada individuo quiere sobresalir y ser el mejor, pero esa regla queda supeditada a las reglas del grupo, lo que no exime que cada individuo no tenga esa regla implícita de querer sobresalir, y que por ello se manifieste en cuanto la situación lo requiera, o se exprese si algún proceso social no frene tal potencialidad. Las pequeñas sociedades se basan en el juego o lenguaje de no ganar, que es el implícito dentro de la familia y en la medida que esas pequeñas comunidades tienen como base cierto grado de consanguinidad y familiaridad. O sea, que siguen las reglas que tienen como fundamento el concepto de juego (unos mismos signos o lenguaje), de falta de seriedad y de no querer ganar. En cuanto la sociedad tuvo la capacidad de llegar a cierto número grande, como para que no se desgranara y se mantuviese estable por vivir en la abundancia, la regla de la vergüenza tuvo una menor capacidad de hacer presión, de tal manera que algunas personas empezaron a salirse del lenguaje originario, como para querer ganar y mantener de forma legítima, con nuevas reglas, tal distancia o dicha nueva disposición. Tratar de buscar cómo lo hicieron cae fuera de este escrito y pienso que no creo que se diese una regla universal, sino que cada población y cultura halló sus propios caminos. Lo que sí hay que tener en cuenta, y creo que es claro, es que cuando las sociedades llegaron a cierto número, emergió un nuevo sistema con unas nuevas reglas, que eran simplemente económicas (cuantificables a la lógica de lo óptimo en números): aquellas sociedades grandes y estables engullían a las pequeñas, ya fuera por la fuerza o por verse seducidas estas por el nuevo modo de vida. Ese primer estadio fue el comercio y la explotación de los recursos mineros. Aquellas sociedades que vivían en una zona con recursos crecían y ganaban poder. Otros grupos eran o pertenecían a otros lenguajes y en ese caso no tenían porqué mantener las reglas del juego y no tratar de ganar, es más era necesario ganar al resto de grupos para que su linaje, cultura y lenguaje fuese el que predominase sobre el resto. Dominar a otro grupo significaba volverlo al lenguaje propio (en su sentido más amplio: leyes, cultura, religión, idioma…). Hoy en día aún no hemos escapado de dicho paradigma, pues la propagación de la propia cultura es la nueva forma de dominación para hacer que el resto de humanos hablen tu mismo lenguaje. La vergüenza sigue dominando las relaciones personales pequeñas, en la familia, el grupo de amigos o comunidades pequeñas, pero cuanto más se universaliza y se tiende a una aldea global más queda desvirtuada dicha regla, sobre todo porque la cultura y paradigma que hoy domina -proveniente de la mentalidad o lenguaje de los protestantes de que el trabajo es el mayor valor- , es la de que hay que ganar y luchar por ello, y si no es así, y no asumes dicha regla, eres un perdedor y es cuando sí caes en la vergüenza. Aún esto no está claro, porque hoy en día el “ojo público” (opinión pública), tiene más fuerza que nunca en la medida que quedar en vergüenza, ya no ocurrirá en un ámbito pequeño, sino a nivel mundial; sino piénsese en casos en la Red como el “Me Too” (“yo también”, denuncias públicas de abusos sexuales) promovido por las feministas.
   Me queda hacer un pequeño recorrido de todos estos procesos a nivel individual, a nivel de cerebro. Cada vida es un mutante, o variación génica que trata de imponerse como la más válida dentro de su especie, esa es la teoría del gen egoísta, y parece la más deducible si se analiza la evolución a grandes rasgos. Pero como la evolución está dentro de la teoría de sistemas, se las aviene a reglas más amplias. Los animales sociales no obedecen a reglas muy distintas a las dispuestas a las células que forman un solo individuo. Cada célula “hace lo mejor posible su trabajo”, pero no ve el plan general que es el cuerpo al que pertenece. Trata de ser la mejor, sin darse cuenta que tan sólo es una célula más dentro de un cuerpo con sus propios planes. Un animal social tiene esa misma doble dimensión. Indiferentemente a estas coyunturas, lo que mantiene una “lógica” o plan general es la unificación a usar una información de una misma manera y por ello a mantener en alguna medida alguna comunicación para reglar qué idioma se está hablando. Esta idea sencilla se vuelve compleja cuanto más complejo sea un animal y cuanto más compleja sea una sociedad. Lo humano es lo más complejo que la evolución ha logrado mantener estable, pero cada capa del sistema se subsume a la capa superior. El problema del humano es que tomó conciencia, y en esa medida tiene la capacidad de ver y cuestionar todas las capas, y en la medida de percatarse que no tiene ningún control del sistema, se siente infeliz. No asumimos fácilmente ser una simple célula en un cuerpo. No asumimos que fuerzas mayores, como las naturales y las azarosas, nos pongan y nos releguen a una posición pequeña. Uniendo ideas con escritos anteriores; en algún nivel entre las primitivas y el “aparato emocional” de los animales complejos, el sistema “comprendió” que la vida es azar; el sistema cerebral “asumió” de forma implícita su nulidad, lo nimio que es tratar de controlar los actos y la vida, sin que por ello el animal cargase con dicha asunción de manera explícita. Pero el humano, por medio de la palabra, tomó conciencia de tal estado y se sintió desdichado e infeliz. Todo animal de cerebro complejo es susceptible de sentir el dolor por la muerte de un ser querido, en el humano ese dolor se multiplica de manera infinita. La identidad narrativa, el pensamiento mágico, y el sesgo optimistas coalicionaron para que el humano no viese tal despropósito. El pensamiento mágico creó a los dioses, los renacimientos y los cielos para hacer que la vida fuera más justa y no tan cruel en su azarosidad. El sesgo optimista nos hace olvidar lo negativo, para que la conciencia no rumie eternamente sobre el miedo que da esa negatividad. Como si estas dos reglas no fuesen suficientes, el cerebro y la evolución crearon la identidad narrativa, por la cual uno no es lo que realmente es, sino lo que uno quiera o trate de creer que es. Nos inventamos una identidad, inventamos los relatos y a los héroes para ponérnoslos como metas a seguir. En esa dirección cada individuo es susceptible de querer ser o creer ser individualista, de no querer jugar a los juegos de los otros, a tratar de ganarlos. Los otros, así, son a la vez una resistencia y alguien a quien ganar. Cuando emergió esta mentalidad lo hizo bajo las reglas del grupo, que se suponían que debían de hablar un mismo lenguaje. Las dos ideas luchaban en cada espíritu. La evolución sólo sabe de aquello que funciona, no es moral. Cuando se dio la posibilidad de la explotación minera y el comercio, se validó lo individual en la medida que era “vencer” a otro grupo. Me imagino que el propio grupo validó a aquellos de su grupo que se volvían individualistas para el bien de la propia comunidad: emergía así la idea del héroe, o se retomó de otro más antiguo que luchaba contra bestias míticas o fuerzas de la naturaleza, y este de otro que en definitiva era el antiguo y modesto alfa, en tribus más allegadas a lo animal que a lo humano.
   Lo que quiero dar a entender es que la evolución tiene esos dos idiomas o dialectos: cada individuo es una mutación de lo que puede ser el humano futuro, y lo social se rige por unas reglas que en cierta medida ignoran lo individual, y en tanto que lo “individual” es un grupo que tiene un mismo lenguaje y sigue unos mismos fines, que tratan de ser mejores que otros grupos y en donde el propio lenguaje (en sentido extenso como he dicho arriba) sea el que se valide a nivel universal. La paradoja es la nueva situación global y en el momento histórico en el que se ha dado, donde la fuerza y el paradigma que estaba en boga en ese momento era el protestantismo y la lucha individual como regla. Quizás no se hubiera dado de otra forma; las potencias orientales vivían cómodas en sus identidades cerradas. En la medida que todos nos volvamos individualistas, bajo el predominio de la cultura del sueño americano, perdemos de perspectiva la unidad que deberíamos de ser. Bajo mi punto de vista, que cree más en la aleatoriedad que en el control, como propongo en el escrito “Sentido y sin sentido”, todo obedece a pequeñas reglas que se van sumando sin ningún control ni orden. Una pequeña diferencia es la que crea grandes cambios a lo largo de los siglos y los milenios. Esa pequeña diferencia, que era la de luchar por el sexo con otros machos, creó una niñez distinta entre niños y niñas en sus juegos, que a la vez cada mujer asumió como normal o como la norma, y que al final creó una sociedad en donde la mujer no tenía casi ningún papel central, excepto el de la maternidad. En otro caso el juego, y de entender mi escrito, es muy “serio”, en el sentido de que no había que salirse de sus reglas y que uno no tenía que verlo como unas reglas, sino como parte de la identidad. En algún momento la recién “estrenada” identidad narrativa se percató que podía jugar el juego de los otros, sin creer en esos juegos, de tal manera que tenía la capacidad de crearse una identidad a medida. O sea, y para ser más claro, que me pierdo en mis caminos: vio la posibilidad de engañar sin ser detectado. En ese sentido el juego es como la fe. Uno no puede tratar de tener fe: o se tiene o no se tiene, no hay posturas intermedias y el que crea estar en esa postura se engaña y en realidad no tiene fe. Si juego no he de cuestionar el juego, yo y juego somos unidad, sin dobleces. En cuanto cuestiono el yo (identidad narrativa) o el juego, se rompe la fe de dicha unidad y entonces ya no juego, sino que juego a jugar…, al juego de hacer creer a los otros que creo en el juego y no tengo tal doblez o se ha producido en mí tal división. ¿Acaso este divorcio con el juego no es lo más antiguo de la humanidad?, había que hacer creer a los otros que uno mismo creía en Dios, ante el peligro de ser echado de la comunidad, o de creer en otro Dios, con el peligro de ser asesinado. La identidad o lenguaje dentro de un grupo nunca tenía que ser cuestionado, aquel que perdía la fe era aquel que era susceptible de traer un mal a la comunidad: el chivo expiatorio al que había que matar para equilibrar las fuerzas, para que todas hablasen un mismo lenguaje, para que jugasen al mismo juego, para que no lo cuestionasen, para que tuviesen fe en él.
   Esta extraña y no equilibrada división entre los humanos es a la que se puede reducir toda la historia. Las culturas primero, las religiones después y ahora las derechas dicen que hay un juego que preservar, que es un juego al que hay que tener fe. Cada juego (cultura) tiene su propio juego que no se pueden mezclar. Las izquierdas dicen que no hay juegos, que los juegos los hacemos nosotros y hay que buscar un juego nuevo. Pero la derecha, o ciertos humanos, trataron de ganar una posición elevada con el pretexto de que eran los portadores para mantener el juego, cuando iban contra las propias reglas del juego y no deberían de tratar de ganar. Las mentes divergentes, por otro lado, las que se suponen más de izquierdas, no creen en los juegos, pero sí creen en el juego de una sociedad igualitaria, al modo que lo tratan de ser las comunidades pequeñas, basadas en un mismo lenguaje. En cierta medida ellos fueron los primeros en romper con el pacto del primer juego, por cuanto no tenían fe con aquel juego inicial, y en la medida que esas mentes divergentes eran las que hacían los descubrimientos artísticos o científicos que diferenciaban a una cultura frente a su vecina. No hay una postura que salve las contradicciones implícitas dentro de estas dos posturas opuestas. Ninguna puede ganar, ninguna tiene que perder: han de mantenerse en liza. Y de ser así: ¿quién crea esa regla?, no el humano, ni el individual ni el social. Obedece a reglas de los sistemas y por lo tanto obedece a reglas que tal parece no puede dominar. Creemos tener el control, pero no tenemos el control de nada. Resolvemos temas concretos, pero no resolvemos o logramos entender o controlar esos sistemas mayores. Somos meras hojas al viento, aunque nuestro pensamiento mágico y nuestra identidad narrativa no lo trate de ver o lo niegue.
   Resumiendo y para poner en claro los puntos del inicio. El juego infantil creaba un marco temporal en donde las reglas de los adultos quedaban suspendidas. Por distintos factores evolutivos y azarosos el humano alargó el tiempo de la infancia o la llegada a la madurez, de tal manera que el juego formó parte de su estructura mental. Siempre estaba jugando, siempre estaba aprendiendo. El juego por otro lado diferenciaba seriedad frente a juego. En un inicio ese componente era dentro de una misma familia, pero en el humano tendió hacia la familia extendida, al grupo o tribu, y finalmente una cultura o nación: cada país tiene su humor, sus juegos, y qué es juego y qué es serio, como para no tomárselo como juego. El miedo a la vergüenza creó la “inversión en la dominancia” que mantuvo a los grupos cerrados a las normas de sus propios juegos, pero cuando se dió la posibilidad de las grandes ciudades, la vergüenza empezó a perder su papel rector, con lo que se apostó por las religiones y sus leyes. En la medida que el humano tendió cada vez más a un eterno aprendizaje, un tipo de cerebro, el de los divergentes o creativos, más preparado para ese propósito, obtuvieron cierta ventaja, pero bajo el sacrificio de usar la duda para todo y por ello perder el contacto con la fe. Nada se daba por sentado, todo era cuestionable. Los juegos perdieron su inocente legitimidad. Emergen dos fuerzas: los defensores de los juegos y los que los cuestionan, que han ido luchando a lo largo de la historia, si bien el cristianismo hizo de freno en todo lo que pudo. En tanto que lo que estaba de fondo en juego eran las ideas, las ideologías y las culturas, el efecto Baldwin -la tendencia a procrear con personas con tus mismas ideas, propósitos y finalidades-, es la que ha ido dando forma al mundo humano.
   Queda tratar de contestar o dar un porqué del título. Uno puede llegar a pensar que el humano es aquel ser que tiene la capacidad de cuestionar su ser. O dicho de otra forma: las células del propio ser humano tienen unas reglas sencillas de las que no son conscientes: en el humano se dio la posibilidad de ver esos sentidos, pero ¿es el poder tener esa mirada su sentido?, no. Las sociedades son ciegas porque no son autoconscientes y por ello no pueden llegar a un propósito común. No basta que cada humano sea autoconsciente para que el sistema lo sea. Para que tal cosa fuera posible tendríamos que crear un sistema autónomo de cada célula (persona), que tuviese su propia conciencia, independientemente de las consciencias individuales de las personas. Al igual que lo es la conciencia con respecto a las células. ¿Qué sería tal conciencia?, ¿lo es un Estado o una organización mundial como la ONU?, no, no emerge tal sistema y son tan sólo individuos tomando sus propias decisiones o las decisiones de su cultura. ¿Lo puede llegar a ser Internet?, no, porque igualmente no emerge una conciencia. ¿Lo podría llegar a ser una futura IA?, tal vez, pero, ¿estaríamos dispuestos a ponernos en manos de esa conciencia e ignorar nuestras conciencias individuales? Una conciencia como la humana tal parece que tiene la capacidad de acabar consigo misma, independientemente del deseo de vivir de cada una de sus células. ¿Estamos seguros que tal conciencia no haría lo mismo con el humano?, que decidiese que es mejor aniquilar las células erráticas y “libres” que son los humanos, frente a otras células más predecibles y con un solo lenguaje: el de las máquinas.
   Queda sin contestar la pregunta. La sociedad occidental hace alardes de poseer los derechos humanos, cuando muchas pequeñas tribus, sin apenas reglas, las llevan mejor a cabo que la propia cultura occidental. La conciencia no es un estado mejor o más evolucionado de la vida, por cuanto implica ese divorcio con las propias reglas sencillas de la vida. Las reglas para ser feliz están en las pequeñas reglas de la vida, el humano al perder de vista esas reglas no es más feliz, sino más infeliz. Lo dulce es agradable no porque lo quiera o no lo quiera la conciencia, sino porque es una regla de los sistemas vivos basados en los carbohidratos. Esa tendencia y fuerte deseo estaba mediado por la escasez, pero las sociedades de la abundancia se olvidan que debe ser tomada bajo ese principio de escasez, y en ese proceso llega a la obesidad y sus consiguientes problemas para la salud. Arriba he puesto el caso de la sincronización de los ciclos menstruales. Ninguna mujer a nivel de conciencia sabe que está llevada por ese proceso, a no ser que se lo pregunte a las mujeres con las que se sincroniza. La razón, el sentido, lo sabe la evolución y el ADN, y hoy los científicos postulan varias hipótesis, sin que ninguna nos parezca más convincente que las otras. Esos sentidos y significados se han ponderado durante cientos de miles de años y hoy el humano, a través del prefrontal y la razón, cree ignorarlos todos y que no tienen ningún peso, cuando la realidad no es así. Todo humano que se atenga a esas "razones" básicas será más feliz que aquel otro que trate de ignorar todas. Algunas de esos significantes carecen de sentido en el plano existencial del humano actual, como la sincronización de las menstruaciones, pero otras como que todo aprendizaje tiene que conllevar memoria procedimental, de movimientos, las ignoramos al poner a los alumnos en un pupitre, y lo más quietos y callados posibles, cuando algo como la subvocalización (hacer que los músculos implicados al leer se activen sin crear sonido, durante la lectura), nos dice que lo estamos haciendo mal. Con respecto a la vergüenza y los dos sexos: las clases mixtas son una desventaja frente a los que no lo son, por cuanto se teme más quedar en vergüenza delante del otro sexo que del propio; las estadísticas dicen que es peor para los hombres. Otro claro ejemplo es la motivación, esa gran desconocida. Si se comprende su mecanismo se logra entender que en el aprendizaje, que en toda acción, tiene que existir el componente de la dopamina, pero este componente químico no en su estructura química, si no en su "estructura espiritual". En el juego infantil (predatorio) se unen los cuatro puntos analizados arriba. Una motivación tiene que cargar todos los puntos posibles analizados: lo físico o muscular; comunicar algo que engrandezca y expanda el lenguaje interno; entrar en competición, pero sin la alta carga opresiva de caer en poder ser catalogado como perdedor; y sentirse unido e integrado en una comunidad. El deporte, la ciencia y el arte son quizás allí donde todos los puntos se unen. El resto de la vida adolece de carencias que creen una verdadera motivación. Un claro ejemplo es el trabajo: ganar dinero no tendría que ser una motivación; ganar dinero para comprar o poseer cosas tampoco, y por desgracia es en lo que se basa la sociedad actual. Ganar y poseer, además y como forma de tomar distancia del resto de humanos, para tener un alto nivel de estatus, cosa que en la prehistoria -y en las tribus actuales- trataban de evitar -por medio de dejar en vergüenza- a quien se guiase por ese propósito, no debería haber sido nunca una motivación. La sociedad actual está obsesionada con que crezca la economía, sólo tienen esa visión y se supone que el resto se sigue de ese crecimiento, pero dicho crecimiento económico quiere decir producir y consumir más, en un planeta de recursos limitados, y en donde producción quiere decir contaminación y cambio climático. Nos deberíamos centrar en el nivel de los alimentos, y hoy por hoy hay los suficientes para que nadie pasase hambre o muriese por esa causa, cuando la realidad es la contraria. Aunque, claro, en el humano siempre queda el loco orgullo de Ícaro de luchar contra los mandatos de los dioses, que bien entendido es luchar contra las reglas y las limitaciones de la naturaleza (comer del árbol de bien y del mal -y posiblemente otras leyendas- tienen de fondo la misma metáfora). Los divergentes están inyectados con ese inane desenfreno, ese mirar al abismo para desafiarlo de Nietzsche, y los conservadores los tratan de frenar.  Sé que en otros escritos he postulado que los preconcientes hacen de freno en los avances humanos. La verdad es más compleja y ambigua, parece una regla y una maldición: son todo o nada, son pura desesperación y desencanto de lo actual, y pueden tender a retroceder mil pasos, o bien ir -en su locura- mil pasos más allá que el resto de humanos.

    Una madre, si se lo cuestiona, no va a ser más feliz que una simple gata que nada sabe de tomar conciencia de su maternidad. Ahora sabemos que de fondo a ese sentimiento se encuentra la oxitocina. ¿Creemos que si no fuera por esta molécula, y otras que han variado de funciones a lo largo de la evolución, la vida tendría sentido? Creemos que si no fuera por esta molécula, y otras que han variado de funciones a lo largo de la evolución, la vida tendría sentido?La oxitocina no sólo es la hormona que hace que se tienda a favorecer a los de la propia familia, si no que consecuentemente tiende a ponerlos frente a los otros. Es la hormona que crea la frontera entre lo propio y lo ajeno, la identidad frente a la otredad. Por esta hormona podemos comprender que la mujer sea más empática y social (a nivel evolutivo es de lo femenino, de los procesos del parto, lleva más tiempo en sus cerebros y evolución), más tendente a mantener y sustentar las reglas del juego de no competencia y no querer vencer, lo que a su vez conlleva que la mujer haya tendido por miles de milenios a ser menos competitiva, indiferentemente que en los últimos siglos traten de cambiar esas reglas. Vuelvo al concepto de las pequeñas diferencias. Alguno/as pensadore/as no terminan de comprender y fijarse en esa regla de las pequeñas diferencias a la hora de crear sus teorías o hipótesis. Se supone que por la dominancia, y quizás una mayor fuerza de la pierna derecha, aún tratando de andar recto, a lo largo de kilómetros uno tiende a andar en círculos (por experimentos llevados a acabo por Jan L. Souman, psicólogo alemán, así es). ¿Qué vemos cada día en un hogar?, la mujer tiende a callarse en ciertas situaciones intranscendentales porque para ella es más importante mantener el juego, la armonía en el hogar, que tratar de ganar esa pequeña batalla sin ninguna importancia. Su sensación mental es que está haciendo las cosas bien. Por lo general (diría yo, me guío por lo que observo de mi entorno) vigila no caer en la iluminación de luz de gas, en una posible lenta pero constante manipulación que le lleve a una posición sumisa, pero en su mente o para su cerebro implícito, lo que le dice las primitivas, es que tiene que ser fiel al concepto del juego. Ha de recordarse que la mayoría de las hembras de la naturaleza (menos entre las aves, más entre los mamíferos), cuidan por sí solas de las crías. Si el hombre se ha unido a ese proceso ha sido, evolutivamente hablando, un proceso nuevo, que no ha creado grandes cambios en sus cerebros dominados por la competencia. La suma de esos dos factores, junto a esas pequeñas diferencias en el hogar, repetidas por cientos de miles de años, fue lo que creó la brecha que ahora denuncian las feministas como una posición de dominancia por parte del hombre o patriarcal. Yo no cuestiono la igualdad social, no cuestiono la lucha contra la violencia de género, cuestiono a las feministas que no analizan con objetividad estas reglas evolutivas, y cuestiono que no parece que traten de entender que quizás cada mujer es feliz sabiendo esa "verdad", de que no hay que luchar por cada batalla dentro del nosotros, de la familia, y que la mujer tiene un cerebro más preparado para la conciliación, el perdón, en definitiva para mantener la teoría de lo que debe ser el juego propuesto en este escrito, ese que dice que no hay que tratar de ganar dentro de los de tu propio "clan". Cuestiono si eso no llevará al fin del intento de la mujer para hacer que el hombre forme parte de la unidad de la familia, y el macho no volverá a su posición inicial, propia de la mayoría de los mamíferos, de no (querer) tener que ver con la crianza. Las últimas décadas parecen hacernos pensar que tal es la dirección que están tomando las cosas. Fijarse que algunos machos (hombres) matan a sus hijos a modo de ganar en su loco juego, no muy diferente de lo que hacen los leones al matar a las crías ajenas. Hago ver esta cruel realidad para tratar de asentar lo que el título reza, que el sentido está en las primitivas, en lo más asentado por la evolución, es lo instintivo. La razón tiene su propia lógica, y la sociedad analiza como "bestial" ciertos actos, pero no estamos haciendo ningún favor a la humanidad si nos negamos a aceptar que la conciencia tan sólo es una capa moral, evolutivamente reciente, que no ha creado grandes cambios en nuestros cerebros, sino tan sólo a nivel del pacto social.

(Esta visión no me pone ni al lado de los hombres, que tampoco estarán de acuerdo en mi visión sobre la macho, ni de la mujeres; de cualquier forma la visión más extrema del feminismo tampoco "vencerá" -mi "alarmismo" sólo tiene sentido si "venciesen"-, y las aguas seguirán el cauce de lo promediado por la evolución y lo social.)

   Detrás de cada agradable sensación hay un porqué evolutivo y reducible a unos componentes o funciones físicas. Si ahora el feminismo se impone una agenda con la que quiere cumplir, “exige” en cierta manera que toda mujer se cuestione y/o elija entre ser madre o seguir de forma plena una carrera. Pongo este dilema como ejemplo y por actual, para hacer ver que el humano ha pasado una y otra vez por este tipo de dilemas, que le han hecho irse alejando más y más de las cosas sencillas, de las reglas sencillas de la naturaleza y la vida. La filósofa Almudena Hernando nos dice que el macho humano tendió a la razón instrumental, puenteando las emociones y dejándolas para las mujeres, y en ese proceso perder el contacto con la realidad, que es que somos seres sintientes, y creados para relacionarnos y confiar los unos en los otros. Yo le preguntaría si no parece ser el nuevo fin de las feministas, y en ese sentido si toda la humanidad no se volverá una especie fría e altamente individualista, en donde se pierda todo propósito común y último. Un hombre occidental divergente, tipología neurótica en la teoría O.C.E.A.N., cuyo aparato neuronal se basa en la duda, no es más infeliz, aún con toda su alta capacidad de conciencia, que un sencillo humano de una tribu con cuatro verdades, que quizás sean simplemente mitos o creencias que le haya proporcionado su mentalidad mágica. La complejidad mental no crea felicidad, sino todo lo contrario. La conciencia si lo es de un acto feliz duplica esa sensación de felicidad, pero a la vez por ese mismo juego de espejos lo es para el dolor, multiplicando hasta el infinito cualquier daño. Todo animal de cerebro complejo crea traumas y trastornos, el humano gana a todos también en esto, por cuanto tiene el cerebro más complejo. Sufre y además sufre porque no puede compartir con nadie su sufrimiento, porque en definitiva la conciencia es un aparato de divorcio, de separación, de duda, de aislamiento, de soledad, cuando la base es que somos animales sociales basados en la empatía, la conexión y la sincronización con el resto de humanos. La sociedad actual cada vez está más lejos de aquel otro equilibrio que les procuró el pertenecer a una pequeña tribu, y cierto mantenimiento de un código interno dentro de la familia (lenguaje interno que se está perdiendo), y en donde el dolor y el placer también estaba compartido, y en donde por medio de rituales y el pensamiento mágico todo atisbo de soledad se terminaba por disipar. No vamos hacia una aldea global, que no nos engañe aquí el uso del concepto de aldea, vamos hacia una soledad global.
    He estado tentado de tratar de encajar las ideas del presente escrito con los juegos de lenguaje y la familiaridad de Wittgenstein, pero si fuera el caso que el autor en realidad hiciera uso de metáforas, más que de términos a tener en cuenta, caería en tratar de hacer metáforas sobre metáforas, perdiendo todo contacto con la realidad. Pienso que Wittgenstein arrastró su enfado con Russell durante toda su vida y atacaba la filosofía analítica en cuanto podía. En ese caso sus dos términos tan sólo trataban de decir que el "mapa no es el territorio", y que no se podía positivar el lenguaje. En mi caso hablo de juego y del lenguaje que cierta familia o cultura posee y en donde por estar sus cerebros en cierta medida "cableados" igual, unos y otros se entienden y tienen una mayor capacidad de comprenderse dada esa familiaridad y esas mismas estructuras mentales. O sea, cada cerebro individual dentro de una familia, y aunque no tenga esas palabras o conceptos, tiene más probabilidades de buscar las palabras o los equivalentes dentro de su propio lenguaje que otra persona que no es de la familia o de la misma cultura. Bajo ese aspecto usó Wittgenstein el concepto de familiaridad, en parecidos no definibles pero sí deducibles en el lenguaje y durante la comunicación, como cuando vemos a dos personas juntas y deducimos que son hermanos o tienen alguna relación familiar. En su punto §67 nos dice:

"No se me ocurre mejor expresión para caracterizar estas similitudes que "semejanzas familiares"; para las diversas semejanzas entre los miembros de una familia: estructura, rasgos, color de los ojos, marcha, temperamento, etc., se superponen y se entrecruzan de la misma manera. - Y diré: los "juegos" forman una familia."

   ¿Cómo el cerebro hace ese tipo de análisis de hallar parecidos familiares?, y ¿acaso nuestros demás esquemas racionales y que tienden a crear y buscar estructuras, patrones y reglas del mundo no provendrán de este mismo mecanismo, que debe de ser de los más antiguos en la evolución? Un pingüino es capaz de reconocer entre cientos y miles de graznidos el de su pareja; las cebras se reconocen fácilmente. Por esa misma paradoja de lo familiar las personas de otras raza nos parecen más iguales o menos distinguibles (efecto otra raza). Cuando decimos que algo es familiar no es por un sólo rastro, por ejemplo los ojos, sino por una suma de cosas indefinibles que la razón no puede explicar, porque ese proceso lo ha llevado a cabo una parte del cerebro demasiado antigua como para que sea  comunicable con palabras. En teoría musical existe el mismo concepto, equiparable al de familiaridad (no conozco el término, lo muestra el vídeo abajo enlazado, donde todas las canciones cantadas por el autor, le tienen obsesionado porque tienen el mismo aire familiar), en donde una melodía o frase es familiar a otra, aunque no use las mismas notas o en las mismas posiciones y vayan a distinto tempo. Como cuando en el ejemplo del escrito anterior usé las frases: "detrás de esa elevación de tierra hay caza" y "después de esa elevación de tierra hay posiblemente carne", para dar a entender que significativamente son lo mismo. Wittgenstein argüía que las estructuras de las frases y las palabras seleccionadas no tenían nada tras de sí, eran un juego de lenguaje, y que si tales frases o palabras guardaban alguna relación serían tan sólo por su familiaridad. Nos encontramos así que el cerebro, quizás, busca significantes en la medida que busca o trata con entes mentales. Me explico. En el lenguaje básico de los animales un solo fonema, un tipo de chillido, nomina un ente en el mundo. Más tarde el humano con el lenguaje unió varios fonemas para nombrar a personas, cosas en el mundo o acciones. Seguramente unía significantes. Así si usaba el chillido "iiih" para león, "muiiih" podría ser para un búfalo. Unía la familiaridad del peligro del león con el mugido del búfalo, que era peligroso, pero no tanto. En el juego "Craft the world", por mis problemas con la memoria a corto plazo, no era capaz de recordar tres símbolos para abrir las puertas, y al final se me ocurrió buscarles una familiaridad con las letras del abecedario, ahora ya no tengo problemas. Los primeros nombres se ponían buscando la familiaridad del recién nacido con algún evento cercano o similar (familiar), estrella dorada, por ejemplo, por sus brillantes ojos. De ser así se deduce que lenguaje nació como metafórico, pero a la vez buscando relaciones familiares..., de concordancia ambigua pero deducible al modo que el cerebro haya familiaridad entre los rostros. Parece ser que el cerebro tiene un fuerte empuje cognitivo y de memoria trabajando con las familiaridades, cuestión que habrá que tener en cuenta para alguna teoría evolutiva de la inteligencia; igualmente como proceso de aprendizaje y truco mnemotécnico.



    Terminando de unir ideas con el escrito anterior, en este caso con los divergentes y los esquizofrénicos, pienso que este tipo de cerebros al ser más capaces de hallar patrones y regularidades, son más capaces de encontrar la familiaridad de los rostros, incluso cuando son de otras razas (yo a veces reduzco a que sólo hay unas diez o doce tipos de personas con variaciones, ¡veo familiaridad en todo!), lo que les lleva a ser menos xenófobos y más de izquierdas, por seguir viendo que la humanidad está unida o es una misma familia, y, en definitiva, que todos estamos jugando el mismo juego, aunque no nos demos cuenta.

    Finalizar diciendo que no creo en soluciones, que todas mis propuestas, y mis llamadas de atención sobre ciertos temas, los creo vanos (vendrá un escrito sobre tal tema, o sea que de momento no profundizo). Bien entendido el concepto de torre de Babel no viene a decir que sea la dispersión de las lenguas la culpable de que la humanidad dejase de entenderse, sino la disparidad de juegos o formas de entender los juegos..., en definitivas la disparidad de las culturas.


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