Lo que Es y lo que (a)Parece XXXIII – La Vida Como Instante
Cierto día, mientras estaba viendo una serie, de repente me sobrevino la sensación de una disonancia cognitiva, de que algo no encajaba en la acción. El cerebro de la protagonista se me presentaba limitada a resolver un problema, independientemente de su identidad, de su yo. Esa disonancia quizás ocurrió porque los personajes ficticios tienen fallas, fallas en su conceptualización, por parte de sus creadores. Era como si no me encajasen esos planteamientos con el yo del personaje ficticio. Pero el efecto secundario de todo esto fue el hecho de ver al cerebro trabajar no como un yo, sino como una máquina de resolver problemas aislados. ¿Somos sólo un cerebro que resuelve constante y únicamente problemas? ¿El yo es eso que los otros dicen que somos por la forma en la que los resolvemos?, y a la vez ¿nosotros tenemos una autoimagen (un yo) por la continuidad que tenemos a la hora de resolver problemas? Si es así ¿qué ocurriría si no hubiera continuidad? Rápidamente me vino a la cabeza la película “Memento“(1), en donde su personaje principal no tiene la propiedad cerebral de crear memoria a largo plazo.
Al día siguiente vi la película, observándola bajo esa nueva perspectiva. Buscaba señales de que el cerebro fuera una simple “máquina” de resolver problemas. Sin el yo todo encajaba con ese descubrimiento.
Al principio de la película (en la película al final, pues está montada al revés. Yo la he vuelto a montar en su línea temporal correcta),(2) el protagonista se hace con el coche y el traje de la persona que ha asesinado. Más adelante le preguntan qué cómo tiene ese coche y traje, y su cerebro, que en realidad no tiene la contestación, resuelve la pregunta con la hipótesis de que como su profesión era la de vendedor de seguros, habría cobrado un buen seguro por el asesinato de su mujer. El cerebro racionaliza, no razona, ante la falta de información, ¿no es lo que hacemos a diario en una gran cantidad de hechos?
Al principio de la película (en la película al final, pues está montada al revés. Yo la he vuelto a montar en su línea temporal correcta),(2) el protagonista se hace con el coche y el traje de la persona que ha asesinado. Más adelante le preguntan qué cómo tiene ese coche y traje, y su cerebro, que en realidad no tiene la contestación, resuelve la pregunta con la hipótesis de que como su profesión era la de vendedor de seguros, habría cobrado un buen seguro por el asesinato de su mujer. El cerebro racionaliza, no razona, ante la falta de información, ¿no es lo que hacemos a diario en una gran cantidad de hechos?
En otro artículo dije que el humano se ve compelido, obligado, a ser coherente, que esa era la clave o el núcleo del yo. Una vez que se sigue una línea argumentativa sobre algo, raramente se da marcha atrás, se cambia de idea o se reconoce que se estaba equivocado. Y así sucede en Memento, teniendo eso como base, el protagonista se “programa” para al final llevar algo a cabo: asesinar a Teddy, el policía que le manipula para matar a delincuentes libres. Simplemente lo hace sembrando la semilla de la duda de su yo futuro, al escribir sobre la foto de Teddy: “no te crea sus mentiras”, y apuntando su matrícula de coche para que se la tatúen. De alguna forma sabe que esos eslabones sueltos harán que al final el cerebro resuelva de una forma muy concreta todo el puzle. La magia de la película, de esta concepción, es que su yo futuro sentirá que ha matado al asesino de su mujer, zanjando para siempre cualquier posible remordimiento. El argumento del personaje de la película estriba en entender que Leonard, el protagonista, quiere seguir teniendo un yo, un yo con propósitos e intenciones. Nos lo hace saber cuando nos dice: “¿crees que sólo quiero resolver otro rompecabezas? En definitiva, no quiere ser un simple resolutor de problemas, cosa más parecida a una máquina que a un ser humano. Para que el humano sea, ha de tener un yo, ha de ser un tejedor de su propia y coherente narración, narración que se guarda en la memoria autobiográfica. Lo que quiere decirnos en esa en apariencia enigmática frase, es en definitiva, que su alma no ha cambiado, que tan sólo se ha “adaptado” a unas ciertas, nuevas y extrañas circunstancias.
De repente tenía ese esquema del cerebro, como resolutor de problemas, y analizaba todo lo que veía o hacía para ver si encajaban en ese patrón. Enseguida llegué a una conclusión, a partir de ver un documental sobre animales y a partir de ciertas premisas de la película Memento: el yo es una construcción de la memoria autobiográfica, bajo la premisa de recordar a los individuos que pasan por tu vida. Hay que recordar quien te hizo daño, quien te hizo bien, a quien le debes un favor, a quien se lo puedes pedir, etc. Si nos encontramos con alguien que nos hizo daño de repente cambiamos nuestro comportamiento, estamos más atentos, no nos relajamos, permanecemos con la mosca tras de la oreja. Si alguien nos hizo algo bueno, en seguida el cerebro le sonríe, y está pensando en algún modo de hacerle algún bien. Todo esto ocurre con todo animal social, no así con los que no lo son. O sea, que el yo es una conclusión lógica a la que llegó la evolución y que compartimos con todo animal social, en mayor o menor medida, y cuya función es la de recordar qué personalidad o comportamiento hemos de adoptar, dependiendo del medio o las circunstancias que son el grupo de individuos con los que convivimos. O dicho de otra forma, de nuevo es un simple resolutor de problemas, pero en este caso en la adaptación a los sucesos de nuestro pasado con respecto a cada persona presente. ¿Quién no ha sentido disonancia cognitiva al presentar el novio/a a sus padres? Con el novio/a tenemos una complicidad sexual, complicidad en la que no queremos que piensen nuestros padres. Ante ellos tomamos la apariencia de asexuales: así es como nos han visto durante toda la infancia y parte de la adolescencia. No somos un yo, somos muchos yos que recuerdan cómo es cada uno de esos yos con cada una de las personas. El resolutor de problemas está antes del yo, este segundo estamento del cerebro está supeditado al primero. Por esto el yo como constructo está obligado a ser coherente, porque dicha coherencia es la resolución a una pregunta primigenia de quien soy yo, que el cerebro de cada instante se ve obligado a “contestar” o resolver, y con lo que ya cuenta de sí misma en su memoria autobiográfica y con ser coherente a la “línea argumental” de esta.
No todo es constructo. A eso le llamamos personalidad, pero nacemos con un carácter (nervioso, tranquilo, colérico, sensible, etc.). Nuestra personalidad la construimos a partir de ese cruce de un carácter dentro de una sociedad dada. Un psicópata no se siente raro en medio de una época de permanentes guerras, en donde todos matan; se siente extraño en una sociedad como la actual, donde la mayoría de las personas son incluso incapaces de matar un animal, aunque sólo sea para comérselo. Esta hipótesis, de un resolutor de problemas que se aviene a crear varios yos a través de la memoria autobiográfica, igualmente valida una gran mayoría de trastornos de la personalidad, entre ellos claramente el disociativo (personalidad múltiple), así como la crisis de identidad. Este problema, clave en la adolescencia, viene a la menor, dependiendo de las personas. Cuando pasamos por una rotura traumática, en donde nosotros hemos salido peor parados, pasamos por una crisis de identidad. Se cuestiona todo: quienes somos, porque creemos en lo que creemos, porque nos han rechazado, etc. La siguiente vez, en el siguiente amor, somos más cautos, más precavidos. El cerebro, como resolutor de problemas del aquí y ahora, cambia de estrategias: ser más contenido o más directo, ser más sincero u ocultar ciertas cosas, etc.
En toda esta forma de plantear las cosas, el constructo que es el yo, la identidad, en donde lo que cuenta es la sociabilidad, nos topamos con la soledad. En soledad el yo se desmorona, tiende a difuminarse, a desaparecer. Es un constructo que el cerebro “no necesita”, una energía desaprovechada. Pero no solamente una energía, también una química que ya no tiene sentido, que queda “inutilizada”. Este desequilibrio químico da como resultado a que la soledad cree distintos tipos de trastornos, manías y demás ensueños perdidos de la caja de Pandora. La estructura cerebral humana guarda un frágil equilibrio, en donde el otro siempre ha de existir y es a partir de este que creamos un yo, y una memoria autobiográfica. Es más, una de las premisas de la conciencia es ese yo, esa identidad o creación coherente de una narración de la propia vida, sin esta base la conciencia es como una mesa a la que le faltase una pata: cojea y ha de sustentarse, de crear un equilibrio de otra forma. La ciencia, a través de distintos experimentos, han comprobado que la memoria autobiográfica se empieza a construir a partir del nacimiento de la conciencia de sí, cuando el niño es capaz de reconocer que el que está ante el espejo es él mismo, cosa que no ocurre hasta los 24 meses. Es por esto que no tenemos recuerdos de esos primeros años, no teníamos un yo como para crear memoria autobiográfica. O sea, el proceso es crear una conciencia de sí, que a la vez ya nos pone como agentes activos ante la vida y los otros, como un yo o individualidad distintiva. Con esta lógica subyacente el cerebro en soledad, y en un entorno monótono y sin cambios, como pueda ser una celda de la Edad Media para forzar la situación, se derrumbará, pues al no crear memoria autobiográfica es incapaz de sustentar a la propia conciencia de sí, y al desdibujarse esos márgenes la cordura se viene abajo. Se empiezan a escuchar voces interiores como exteriores y ajenas; el cerebro se vuelve maniaco a rutinas, que si se rompen crean una gran ansiedad; los esporádicos contactos con la sociedad son disfóricos, anormales, como nos muestra la película “Beatriz at dinner” 2017; la amígdala unida al hipocampo y el córtex cingulado anterior se obsesiona o cicla en recuerdos negativos, como buscando un porqué que explique el cómo se llegó a esta situación actual (concepto de pregunta abierta).
¿Y qué sucede con Leonard?, el protagonista de Memento, ¿por qué no llega a la locura? Está claro que el factor más importante de la insania mental es la memoria autobiográfica. Si se encapsula el cerebro a no guardar recuerdos, a vivir constantemente el presente, no se crea el ciclado de amígdala, hipocampo y córtex cingulado (CPFm, por las siglas en inglés estandarizadas), eje de la conciencia en su eterno verificar todo, en la medida que se pierde la unión entre el hipocampo y el hipotálamo, ya que lo que se daña con este tipo de deterioro, llamado amnesia anterógrada, es el fórnix, que une el hipocampo y el hipotálamo. De esta manera el hipocampo, vía amígdala (miedo), no parece tener “control” sobre el hipotálamo como para que haga una suelta de neurohormonas que propicien las encefalinas: ese típico dolor mental tan intenso y extraño que todo humano evita cual lepra (confundido o reducido a tener mala conciencia por el cristianismo por haber cometido pecados). Los que padecen amnesia anterógrada pueden parecer, entonces, bobalicones felices, como se deduce de la película “50 primeras citas“, pero no es así (que de nuevo por casualidad la pusieron ayer en la televisión, cualquier otro pensaría que Dios le habla). El eje CPFm cerrado sobre sí mismo, en el presente, hace que la persona se pueda frustrar a la menor, que se active en definitiva la amígdala en su respuesta de ataque o huida, que en la mayoría de los casos en realidad son de salidas airadas, de ira (en la película “50 primeras citas”, en el momento que la protagonista se despierta junto Adam Sandler, sin entender nada). Así se nos muestra en la película “Casada con un extraño” (Ten man who lost himself, 2005), basada en un caso real sobre un jugador de futbol americano. La película, desde la perspectiva de la mujer, nos muestra a esta frustrada por los constantes cambios de humor de su marido, al que siente como un extraño. El caso más famoso es el de Clive Wearing, pues sale en varios documentales. Presenta esa doble faceta de persona alegre y directa, y que a la vez se puede frustrar con facilidad. El núcleo CPFm cerrado sobre sí no es capaz de comunicarse con otras estructuras que regulen sus emociones más básicas. No parece darse un control de las emociones, esa tan deseada en la inteligencia emocional.
Como vemos, el yo, la identidad, la conciencia y la conciencia de sí, ese todo que en sanidad y armonía crea eso que pudiéramos llamar alma, se daña demasiado fácilmente. Pero no es el mostrar esa fragilidad, que también, la meta de este escrito. A lo que quiero llegar es a la importancia de los otros, de la convivencia, como para crear y mantener ese equilibrio; pero no en un sentido positivo, como consejo para mantener el contacto con lo social y evitar la soledad, sino en lo negativo: a lo que esta estructura nos “encajona” como para que no nos deje realmente el ser libres. En un universo ideal sólo existiría yo y el resto sería un ensueño que yo manejaría al antojo de mi libertad y mi imaginación. Soñar, ¿no es eso lo que hace el cerebro al dormir?, usamos el mismo término para conseguir las propias metas, nuestros sueños. Seríamos un dios dentro de esa fantasía donde nada nos estaría limitado. Seríamos un simple resolutor de “aquís y ahoras”, un eterno presente, en donde todo sería reducible a una simple y pura libertad: el poder de dios, de no depender más que de su simple deseo, de su simple motivación (lo negativo de esta idea, que repercute a lo que han de creer los creyentes, es que Dios no es tan libre, pues está obligado a “pertenecernos”, a estar “pendiente” de su obra, del propio pasado de su obra y de Sus acciones en ella, ¿tiene remordimientos, se desaprueba, se arrepiente?, si es así al crear al hombre ¿se volvió “humano”, con sus mismas fallas y límites?). Por el contrario nos vemos constreñidos a nacer en una época, un país, un idioma, en ese todo social que hemos de aceptar aunque no nos guste. Uno no puede aislarse de la sociedad sin poder caer en este o aquel trastorno o enfermedad mental. En la estructura que hemos analizado, la conciencia de si nace paralela a la memoria autobiográfica. La conciencia encerrada, sin posibilidad de crear memoria vivencial se degrada. No soy tan libre si he de atenerme a ciertas reglas que me imponen las estructuras del cerebro, como para mantener una sanidad mental. Ni siquiera es lícito el predicar dicha frase, pues si soy un yo, lo soy con los límites de sus constructos. Tal planteamiento tan sólo es una paradoja pensable, pero carente de fundamento, de viabilidad. Se supone que la razón es una estructura del prefrontal, su Ser lógico, de serlo, sólo tendría que procesar datos. Pero por el contrario la razón aislada (el ejemplo del preso medieval) degenera en la insania(3) mental. El prefrontal y la razón están constreñidos a las estructuras que lo sustentan, en una lógica emocional, desde los constructos que mantienen un yo y una conciencia, y esta limitada a vivir en esta sociedad y en esta época. Está, en definitiva, encarcelada en sus estructuras y a lo social.
¿Quién es realmente el rebelde? El que comprende estos límites. No hace falta haberlos expuesto como lo he hecho yo aquí. El rebelde intuye que la realidad es así de cabrona, fútil, de inane y de fatal. Hay otra dimensión, así, de Prometeo.
La cuestión no es escapar tanto del mandato de los dioses, regalándonos la libertad como así lo hizo el susodicho, como escapar de la propia naturaleza, de las estructuras de la evolución en el cerebro. Si quiero ser realmente libre, lo he de ser porque no quiero que las emociones afecten a mis juicios; si “me” quiero libre no habría de caer en ningún trastorno por llevar tal o cual tipo de vida; si quiero mi libertad esta no tiene que estar constreñida a mantener un contacto social para mantenerme sano. Amargamente el humano ha reducido este todo conceptual al “vive el momento”, que no lo explica. Lo que mi libertad “pura” reclama es ser sólo razón, elegir hasta el último parámetro de mi ser, de ser una individualidad no en tanto que “empaquetada” en una manada. Quiero ser un yo sin ningún condicionante. Un resolutor de problemas en un eterno presente. Un yo puro de libertad…, ¿pero acaso eso no es ser Dios? (4)
La cuestión no es escapar tanto del mandato de los dioses, regalándonos la libertad como así lo hizo el susodicho, como escapar de la propia naturaleza, de las estructuras de la evolución en el cerebro. Si quiero ser realmente libre, lo he de ser porque no quiero que las emociones afecten a mis juicios; si “me” quiero libre no habría de caer en ningún trastorno por llevar tal o cual tipo de vida; si quiero mi libertad esta no tiene que estar constreñida a mantener un contacto social para mantenerme sano. Amargamente el humano ha reducido este todo conceptual al “vive el momento”, que no lo explica. Lo que mi libertad “pura” reclama es ser sólo razón, elegir hasta el último parámetro de mi ser, de ser una individualidad no en tanto que “empaquetada” en una manada. Quiero ser un yo sin ningún condicionante. Un resolutor de problemas en un eterno presente. Un yo puro de libertad…, ¿pero acaso eso no es ser Dios? (4)
(1) El guion de Christopher Nolan está basado en un relato llamado Memento mori (en latín, “Recuerda que vas a morir”). Fuente Wikipedia.
(2) Hay una inconsistencia que queda rara y que por lo tanto está mal en la película original, pero que tuvieron que resolver. La primera escena larga de la vida real hace mención a algo de la historia en blanco y negro de la que no te enteras hasta el final. Ese fragmento queda sin entender al principio, tal como la he montado yo.
(3) La real academia no acepta insanidad (sí el inglés: insanity) y hay que recurrir a insania, y en este caso con su artículo. Hago ver esto para hacer notar el cómo constriñe las propias normas sociales al propio lenguaje, a veces de forma poco inteligente. No hay lógica, no razón, sólo racionalidad. Insanidad mental “funcionaba” en la frase.
(4) ¿Veis lo que sucede en los escritos (y/o en mi cabeza)? Se mezclan ideas y conceptos que al final crean nuevos. Si al soñar somos eso que quizás el cerebro anhele ser, ese ser rebelde sin ninguna atadura y constricción, entonces ese ser que el cerebro sueña ser es Ser Dios. Quizás al soñarse ser Dios es cuando realmente se desestresa de lo “impura” que es en sí la existencia humana. ¡Ya veo que los creyentes van a sacar su propias conclusiones de todo esto!: anhelamos ser/estar dentro de la gloria de Dios o algo similar.
(2) Hay una inconsistencia que queda rara y que por lo tanto está mal en la película original, pero que tuvieron que resolver. La primera escena larga de la vida real hace mención a algo de la historia en blanco y negro de la que no te enteras hasta el final. Ese fragmento queda sin entender al principio, tal como la he montado yo.
(3) La real academia no acepta insanidad (sí el inglés: insanity) y hay que recurrir a insania, y en este caso con su artículo. Hago ver esto para hacer notar el cómo constriñe las propias normas sociales al propio lenguaje, a veces de forma poco inteligente. No hay lógica, no razón, sólo racionalidad. Insanidad mental “funcionaba” en la frase.
(4) ¿Veis lo que sucede en los escritos (y/o en mi cabeza)? Se mezclan ideas y conceptos que al final crean nuevos. Si al soñar somos eso que quizás el cerebro anhele ser, ese ser rebelde sin ninguna atadura y constricción, entonces ese ser que el cerebro sueña ser es Ser Dios. Quizás al soñarse ser Dios es cuando realmente se desestresa de lo “impura” que es en sí la existencia humana. ¡Ya veo que los creyentes van a sacar su propias conclusiones de todo esto!: anhelamos ser/estar dentro de la gloria de Dios o algo similar.
Off topic. Este artículo lleva en mi mente antes del bloqueo actual. Llevo más de nueve horas escribiéndolo. Más porque he tenido que buscar referencias. Tengo conceptos, ideas y cosas concretas mentales de los que olvido los nombres, como la película de 2005 (olvidaos de buscarla, era de televisión), o el nombre de Clive Wearing. Al buscar genero un pequeño gran caos en el navegador, con más de treinta páginas abiertas. Tanto trabajo para al final tener sólo unos pocos lectores, cuando cualquier “chuminada” de YouTube tiene miles o cientos de miles.

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