Los Derechos del Hombre Primitivo
Este escrito irá después de dos anteriores que están pendientes de ser terminados, pero lo adelanto porque es fácil de escribir, pues sus premisas son sencillas; si bien puede que lo tenga que retomar, reescribir o ampliar en días sucesivos. A estas alturas dudo si todo el “adendum” de “lo que es lo que (a)parece” no tenga que ser un libro por sí mismo. De hecho creo que es más largo.
Breve resumen.
Trataré de crear un marco conceptual del porqué la renta básica ciudadana no es un disparate, en la dirección de crear una sociedad realmente justa e igualitaria. Siempre me ha parecido desmedido el concepto del pecado original. La idea de que todos y cada uno de los humanos “cargamos” al nacer con la culpa de la desobediencia a Dios de un primer padre y madre. Pero este concepto me viene bien para tratar de definir mi propuesta.
En un escrito decía a modo de pregunta al aire: qué significa ser español, si nada me pertenece de dicho territorio sino tan sólo la ciudadanía. En aquella pregunta ya estaba la semilla de estas ideas. Bajo mi punto de vista en cada nacimiento el pacto de qué significa ser español se rompe y se debería crear uno nuevo (conceptualmente hablando). Lo que quiero decir es que todo humano nace bajo unas reglas que él mismo no ha llegado a pactar. Este pacto se llama “contrato social” de los derechos y deberes de cada individuo. Pero ¿es justo firmar algo en lo que yo no he dialogado, ni he leído en ningún momento? Es como firmar una hoja en blanco, que sólo de adulto ya empieza a revelarse en palabras en dicha página. Toda ley, derecho y deber de un ciudadano es la suma de pactos consecutivos a lo largo de la historia, el cual cada ciudadano de cada época firmaba como hoja en blanco. Se supone así que mi padre al ser adulto leyó tal escrito y trató de reelaborar las reglas, y a la vez el suyo y así hasta el principio de la humanidad… pero ¿realmente ocurrió así? Si nos remontamos a un principio remoto la península ibérica apenas si tendría unos cientos de habitantes y les “pertenecía” al completo. Si nos remontamos a unos milenios más tarde de repente la península se ha llenado de humanos que sólo son propietarios de una región o zona. Entre medias de esas dos edades nunca se pactó nada. Nos basábamos en los principios territoriales que pueda tener cualquier otro animal: “yo he llegado aquí y defiendo mi terreno, si me lo ganas es tuyo”. Pero hay un salto entre estos dos estados. El humano era nómada y se desplazaba, la pertenencia no tenía ningún sentido. El derecho que reivindico es el de dicho humano nómada.
Bajo mi punto de vista el humano al tender a los asentamientos jugó a algo así como el juego de las sillas, donde la falta de una silla deja fuera del juego a uno de los participantes. Pero el nómada nunca pactó jugar ese juego: ese juego se estableció entre los humanos sedentarios, de tal forma que él fue considerado como alguien que al no sentarse en una silla ya había perdido el juego. El resto de pactos se crearon a partir de esa primera desigualdad o diferencia. Aquel que tenía unas propiedades tenía unas ventajas que el resto no podía negociar. Se negociaba a partir de dicha propiedad.
Todo humano ha de nacer bajo el concepto de aquellos nómadas del mundo que ni entendían el juego de las sillas, ni querían jugar. Vagaban por el mundo y este era de todos y de nadie. Es cierto que no se puede negociar de arriba abajo todos los pactos posteriores con cada nacimiento, o al llegar a adulto con cada persona, pero esta regla o consideración sí prefija que esta tierra en la que nazco me pertenece a mí tanto como a los que ahora son propietarios. En ese caso ese “propietario” de ciertas hectáreas de tierra en realidad es un arrendatario que ha de pagarme parte de sus beneficios para subsanar esa falla inicial y primera. ¿Eso ya lo suple los impuestos?, no. No reivindico que se me pague un dinero y de esta forma propiciar el parasitismo. Reivindico que tengo derecho a trabajar una parcela de tierra y en ella construir una vivienda. Con cada nacimiento, virtualmente hablando, se vuelve a hacer la división de la tierra, de la cual cada ciudadano tiene una parte igual que la del resto; pero tal cosa no es posible llevarla a cabo, lo que sí se puede llevar a cabo es que con los beneficios de todas las tierras se creasen viviendas sociales con alquileres muy bajos, y una renta básica ciudadana. Esto igualmente suena a parasitismo. Reivindico que puesto que los bienes de las sociedad ahora ya no son los “frutos de la tierra”, todo humano tenga el derecho real a un trabajo digno, por el cual poder tener esa vivienda social de alquiler muy bajo. La complicación viene dada a crear el suficiente número de trabajos como habitantes existan. Pero bajo mi punto de vista -y los derechos del hombre primitivo-, los puestos de trabajo totales son las sumas de sus horas, luego habría que dividir dichas horas por el número de trabajadores existentes en una región o país. Habría que acomodar nuestra vida a la disponibilidad de las horas de trabajo, y no a la inversa trabajar más para tener más, mientras que otros no pueden trabajar y tener nada, pues en definitiva de nuevo este proceso es otro juego de la silla: un juego sobre el que yo nunca he pactado y que al no querer jugar me deja fuera del juego. El Estado, cada año, debería regular la cantidad de horas de trabajo disponibles con respecto al número de trabajadores. Los sueldos no deberían de ser tan distantes como para crear clases sociales, desigualdades o injusticias. Sólo así tendría sentido los actuales derechos de las constituciones, como el de tener un trabajo digno y una vivienda, que de otra forma son meros deseos que no llegan a cumplirse. En el escrito “la vida como trampa” apunto a qué posibilidades tiene de vivir alguien que no trata de competir con nadie en la vida. Yo no tengo porqué luchar por trabajar si no creo en la lucha y donde esa lucha implica que alguien pierda. Yo no quiero jugar al juego de la silla si de este juego depende que alguien se quede sin comer. Igualdad quiere decir que todos tenemos una silla y que nadie se quedará sin comer porque no crea en la lucha o no parta de una igualdad al nacer y por ello con ventajas. Entiendo la vida como lucha, pero ¿tiene sentido luchar cuando un país tiene los suficientes recursos y viviendas como para vivir cómodamente todos, y donde unos tienen muchos y otro nada? Si no queremos sobre-explotar el planeta tendremos que vivir con lo que ya tenemos. Es una falacia pensar que se requiere un crecimiento constante en un planeta de recursos finitos. Hemos de crear un modo de vida con los recursos actuales, e incluso tratar de bajar el número de humanos sobre el planeta. En la actualidad igual de “tara” es nacer bajo el signo de no querer luchar que con una tara física o intelectual. La igualdad genética no existe y está reglada para que haya “mejores” y “peores”, más actos o menos actos, y por ello las leyes han de crear reglas para que tales diferencias se hagan indistinguibles.
Resumiendo. Al igual que se ha aceptado por milenios que se nace con ese pecado original, deberíamos aceptar que se nace bajo los derechos de aquel primitivo nómada que nunca quiso jugar al juego de la silla, y que sólo quería vagar por la tierra alimentándose de lo que había en ella, y que de repente se encontró con que todo terreno era defendido “con uñas y dientes” por alguien que decía: “esta tierra es mía y no puedes coger nada de ella”, sin ningún sentido para él. Los derechos del hombre primitivo han de establecer que si realmente deseamos una igualdad y justicia, y en donde el Estado no parezca suplir la posibilidad de llegar a crear un trabajo para todos los ciudadanos, como indemnización a dicha rotura del pacto se compensase a todo ciudadano sin trabajo con una renta básica con la que vivir mínimamente. No por darle algo a lo que no tiene derecho y como ayuda, sino porque a dicha persona le pertenece cada uno y todos los recursos del país en el que nace como a cualquier otro ciudadano. Dicha renta básica ha de salir de los ciudadanos que más capital tengan, gravados con unos impuestos más altos en la dirección de nivelar dichas desventajas.
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