La Normalidad como Enfermedad Social IV – El Esencialismo Como Causa y Efecto

   
   Si afirmé, en el escrito anterior, que la palabra nació con las mismas propiedades (heredó), de la agilidad y la rapidez de los brazos y manos para trepar y moverse por entre las ramas y los árboles; entonces los “otros”, con los que nos comunicamos, son esas “ramas y árboles” que construyen y dan sentido (finalidad) al acto comunicativo. El otro es el medio por el cual se da y se hace necesario de esa agilidad y rapidez . Son a la vez mis resistencias y mis apoyos, como a la vez lo eran las ramas principales y las ramas débiles, que me podían hacer caer o servirme de un momento sólido en el tránsito. Siendo así, el habla se presenta como un flujo en donde varios cerebros crean conectivas (palabras, conceptos), en las que todos los implicados se aprovechan de estados de cebado cerebral (pre-activación neuronal), y es por esto que se incrementa la facilidad o la fluidez en el habla. En este proceso también nos encontramos las dos situaciones por las que se pueden dar este “moverse entre las ramas”. Puede ser para ir a por algo, o hacia alguien, o sea, por necesidad; o puede ser por simple juego. El juego en el animal no es gratuito. Este se da en los infantes como una manera de practicar de forma controlada esa necesidad que se dará cuando se sea adulto. Cada animal “usa” el juego dentro de su propia esfera de ser. Una cría de león lucha y trata de inmovilizar al otro (juego predatorio)(1), un cabritillo corretea y salta, etc. Las crías de los monos juegan entre las ramas. Lo que entra en juego en este proceso es la dopamina y las endorfinas, como modo de proceso de premio para crear enlaces neuronales. Más dopaminas y endorfinas de las que recibe un animal adulto. Por eso se le denomina juego. El humano es una especie infantilizada, con rasgos neoténicos, de mantenerse aprendiendo (neuroplasticidad), y de ahí que las charlas con los amigos y las personas con las que nos encontremos tengan y mantengan ese factor de juego. De hablar de nada y de todo, sin sentido y finalidad, más que la de mantener el “juego”. Pero no nos engañemos, incluso los infantes, de cualquier especie, a la hora de jugar, están a la vez estableciendo su rol jerárquico, que mantendrán al ser adultos. No hay juego puro, siempre entra en juego el poder, el status.
   En el artículo anterior he hecho un salto evolutivo desde la química orgánica hasta un animal complejo como es el hombre. En realidad lo hice porque se deduce el proceso entre esos dos estados. Los primeros seres unicelulares seguían siendo pura reacción, empezaron a crear sistemas de movimiento: cilios, flagelos. Su causación seguía siendo teleológica (el espermatozoide, con un flagelo, es una célula que sigue ese patrón teleológico: llegar a la meta, al óvulo, para crear una nueva vida), de entera necesidad de algo externo. Más tarde vendrían los seres pluricelulares, que en un principio serían un cúmulo de unicelulares que se apilaban sin crear ningún tipo de interacción, para por alguna casualidad “unir fuerzas” porque combinaban estrategias. La vida más reconocible, con la que estamos habituados, proviene de las eucariotas, un tipo de célula animal que entró en un tipo de simbiosis con una vegetal. Todas nuestras células son de este tipo, la parte vegetal, la mitocondria es la que genera la energía de la célula. En este “acuerdo” la mitocondria (que tiene su propio ADN, sus propias “reglas”) se acogía a la ventaja de vivir protegida por una capa externa de la célula animal. Es curioso eso de los seres pluricelulares, no se le presta la debida atención. Toda una cooperación de cientos de tipos de células para formar un sólo cuerpo o ente (identidad): el individuo ya no cuenta. Esto es importante para comprender los seres eusociales, y el por qué el humano al apostar por la individualidad, no puede apostar por lo eusocial. Tiene que ser o uno o lo otro. Y de nuevo aquí otra paradoja, si se aísla una sola célula de mi cuerpo, en una placa de Petri, ¡ella vive sola!, ¿es “yo”?, sólo en “potencia”: si sirviese o se usase para una clonación. Aquí tenemos de nuevo ese principio que dice que el ser humano conmuta a dos estados, o solo, o en sociedad, está preparado para las dos cosas (como la mayoría de los animales sociales). La paradoja de la sociedad actual es que no nos termina de “encajar” en un todo, ni nos deja solos. Es una situación de constante conflicto, que crea estrés, disonancia cognitiva, confusión, caos…, trastorno mental. Queremos ser sociales, pero lo social se vuelve agresivo, con muchas identidades creando conflictos, odios y separación. No se puede estar solo porque el planeta está demasiado lleno, y ya no puedes ir en busca de lo salvaje sin planearlo por años y ahorrar mucho dinero; tampoco tenemos ya las técnicas y la sabiduría para hacerlo, las estamos perdiendo. Pero tampoco tenemos el medio para vivir en armonía con la sociedad, a no ser que te crees una burbuja en la que ignores todos los conflictos y problemas del mundo. La mayoría de las personas optan por esto último, con lo que se resta empatía y capacidad hacia una unidad humana, que es lo que deberíamos de ser.
   Vuelvo al proceso de la vida. En algún momento algunas células se especializaron para “gestionar” un comportamiento, una forma de actuar. En ese proceso se crearon los primeros inicios de un sistema nervioso, que primero era descentralizado, de grupos de células nerviosas. Nosotros aún tememos ese tipo de uniones, hay ganglios nerviosos, uno de ellos cerca del corazón para regular y controlar más de cerca, y con cierta “independencia” a este órgano vital. Aún con todo, todos los ganglios nerviosos están supervisados por el cerebro, que por eso se llama sistema nervioso central (centralita). Esos primeros sistemas nerviosos seguían la pauta de lo teleológico, de la búsqueda de lo faltante, lo externo. Era un sistema de acción y reacción, motor, en el que había una recogida de datos, y una acción dadas ciertas condiciones. Más tarde parte del sistema nervioso se ocupó de lo interior, hay empezaron los sistemas nerviosos complejos. Con las capas de abstracción de las interneuronas, que se usaban para comunicar a las sensoras y las motoras modulando comportamientos, los seres vivos empezaron a “usar” la causa y el efecto, pero teniendo siempre presente lo teleológico (busca de lo externo necesario), como base. Por lo demás, un humano es capaz de prescindir de lo causado, o sea puede hacer ayuno o una huelga de hambre, y desoír lo imperioso de las necesidades y el motor principal de la causa de la vida, pero por el contrario es el único ser que además ha creado a eso que llama Dios, sin ninguna prueba de causa y efecto. Creo que he dejado cerrado este tema de lo teleológico. Es teleológico o se dispara este dispositivo, cuando todo aquel estado de imperiosa necesidad, anula cualquier otra condición de causa y efecto, para saciar lo que se vuelve imperativo. Nos volvemos primarios y básicos si nos morimos de hambre o de sed; actúa la “huella” más primitiva de lo vivo. Por capas de abstracción, en otros casos volvemos imperiosa la necesidad de justicia, y otros componentes que son sociales. Si no se “ajusta” los social para que haya justicia, nos volvemos básicos y se dispara la respuesta individual de equilibrar la justicia. La búsqueda de justicia, así, es o se vuelve teleológica, al igual que la necesidad de alimento. Un alto nivel de injusticia en la sociedad, sólo está disparando que todos los individuos se muevan por su bien propio, por su supervivencia, ignorando o relegando el fin social de ese momento…, en definitiva, nos vuelve egoístas, teleológicos, y seres que olvidan lo lógico, la causa y el efecto, pues en su movimiento errático y meramente egoísta están “disparando” aún más el caos en el mundo, en lo social.
   El siguiente paso de lo evolutivo, fue el encuentro con la causa y el efecto, proceso por el que pasa ontogénicamente un niño en su maduración. De repente descubrimos que todo es causa y efecto y que si aprendemos de esta regla, si la usamos, como lo hicimos en la prehistoria, podemos hacer fuego tantas veces como queramos. En un principio el fuego seguramente se usaba cuando se producía un incendio en un bosque, por los rayos, u otros factores. No se hacía un uso muy extensivo de la causa y el efecto, en ese proceso se quedan la mayoría de los animales. Pero, a la vez, en este primer estadio se hace un uso abusivo de este nuevo tipo de conocimiento o patrón cognitivo. O sea, se trató de usar este método para “explicar” todo o casi todo, extrapolando sus principios, cuando en realidad y si no se “usa” bien, este patrón cognitivo de la causa y el efecto, lleva a muchos errores de interpretación y a algunos tipos de sesgos. De esta forma, con este patrón, se aprende de las estaciones, de los periodos cíclicos. Se aprende, por ejemplo, que el sol tiene que ver en todo este juego estacional cíclico. Pero el error de este patrón de causa y efecto, les hace creer que el sol es el causante, en tanto que agente o entidad, de las estaciones. Al ponerlo como causa le proyectan una visión antropomórfica, pues deducen que ellos mismos, que son causa y a la vez son identidad o un yo (alma, esencia, agente), son la causa para que las cosas pasen en el mundo y la realidad. O sea, si un humano quiere fuego, por causa y efecto, sabe que ha de usar unas piedras y paja seca. Si él es el ser que crea las causas, da entidad de causa a todo aquello que crea efectos. Si el sol crea unos efectos, es la causa, y en este proceso, en sus mentes primitivas y mágicas -proceso por el cual pasa un niño a nivel ontogénico-, piensan que el sol es un ser vivo con pensamientos (deseo, pasiones, creencias…), con capacidades de pensar y crear efectos en el mundo. El primer teísmo es animista, panteísta y de múltiples dioses, el primero es el más “legítimo” en el sentido que al insuflar de vida, de promover de causas al mundo, sin modificarlo, sin alterarlo, nos hacía tener una comunión con la tierra, tanto con lo animado, como lo que ahora sabemos que es inanimado. Captó sin querer los sistemas complejos: los ecosistemas, los cambios climáticos con respecto a los cambios de los ecosistemas. En ese estado se creó una comunión con la tierra, de causa y efecto, y el hombre “sabía” cuál era su posición con la tierra, su lugar en el mundo y se lo puso como principio: no alterar esa “comunión”, esa totalidad, pues muy en el principio captó -por causa y efecto-, que si cambiaba los componentes de la tierra, si alteraba el “deseo” de cada uno de los “actores” -dioses en un segundo paso- de la tierra, podía alterar todo y al final alterar su relación con la tierra; haciendo peligrar su propia vida. Aquí vemos que causa y efecto en aquel principio, aunque con sus errores de apreciación, de falta de información, era más acertado que la posterior y la actual creencia de un Dios teleológico, que es el que ha creado todo el estado de caos de la actualidad en la tierra, al explotarla y perderle todo el “respeto” de cuidar su equilibrio. Porque hemos de partir de esto: la biblia nace del error de poner en voz de Dios que todo lo ha puesto a nuestra disposición. Nosotros somos el centro del universo, y el resto es para nuestro “uso”. Las conclusiones, de ese nuevo modo de ver al mundo, los conocemos muy bien, no hace falta que enumere todos los desbarajustes de la actualidad. La película “Avatar” es a la vez una crítica a las religiones más fuertes de la actualidad, que crean una mentalidad depredadora y explotadora, y a la vez a favor de una mentalidad más panteísta: menos agresiva y que es unidad con un todo que es el mundo o el entorno donde se vive.
   En todo este entramado el cerebro pasó por una fase esencialista. En donde todo tenía la capacidad de poseer un ente o agente que era el que tenía los deseos de hacer cambios en la realidad. El tema sigue en pie. Una persona racional puede haber desechado el esencialismo de casi todo. El sol ya no es un ser o ente, sino simplemente un cuerpo celeste; en una casa, en la que ha habido un asesinato, no hay una entidad maligna que permanece (creencia en retroceso pese a la proliferación de películas sobre el tema); un objeto o amuleto no da buena o mala suerte; etcétera. Pero seguimos en la idea que el ser humano tiene un agente en el cerebro que es lo que nos hace ser, que es lo que somos. No hay tal entidad. Si el cerebro fuese o se dividiese por habitáculos que fuesen a la vez cajas de interruptores, al apagar los interruptores no hay ninguno por el cual la identidad se “pierda” o desconecta. Hay que apagar varios para que esto ocurra. El apagado de zonas disminuyen capacidades de ese “ente” o esencia (dejar de ver, de mover algún miembro, incapacidad para concentrarse, menor propensión para la toma de decisiones, etc.), de lo que se deduce que es la totalidad del cerebro la que crea esa sensación, ilusión o espejismo de que haya un yo o entidad. Este tema se queda de momento aparcado, y se irá desarrollando a lo largo de los escritos; lo que hay que tener presente es que no hay tal pretendida esencialidad de las cosas, que este no es más que un recurso o patrón por el que el humano pasó a lo largo de la evolución y por la cual pasa el niño en su crecimiento. Esto nos dice la Wikipedia inglesa:
“…el esencialismo psicológico, (…) se refiere a una afirmación sobre una forma de representar entidades en cogniciones (Medin, 1989). Influencial en esta área es Susan Gelman, quien ha descrito muchos dominios en los que niños y adultos interpretan clases de entidades, particularmente entidades biológicas, en términos esencialistas, es decir, como si tuvieran una esencia subyacente inmutable que puede usarse para predecir similitudes no observadas entre miembros de esa clase. (Toosi y Ambady, 2011). Esta relación causal es unidireccional (causal); una característica observable de una entidad no define la esencia subyacente (Dar-Nimrod y Heine, 2011).”
   El niño pasa por ese periodo mágico, esencialista, animista y panteísta. Patrón que tiene su lugar en el cerebro, y es por esto que si se le habla de una religión, cualquier religión bajo la que nazca, adaptará esa espiritualidad, ese estado mágico y animista/panteísta, a lo que le digan sus padres o las personas mayores. Si a un niño no se le habla de ninguna religión pasará esa fase, al comprender que el mundo es mecanicista, que no toda causa tiene una identidad, un yo que lo sostenga, sino que son entes inanimados, sin vida. O sea el mantenimiento de Dios es por lo cultural. Así pasó en la prehistoria, en tanto que un pueblo tenía un tipo de creencias, que los diferenciaban del resto, esas creencias eran algo que debían de defender como parte de sus señas de identidad, que los diferenciaban de los “otros”. Toda creencia o patrón cerebral parte de significativos reales físicos. En el anterior escrito vemos que la vida es carencia, que tiene que completarse. La identidad, como concepto abstracto, nace de la unicidad, de la individualidad. Una célula tiene una pared celular para excluir lo que no es ella, y crea una gran cantidad de mecanismos para distinguir qué es alimento, eso que necesita, y qué es un posible invasor que la va a matar. Bajo este concepto ha de distinguir lo inerte (neutro, alimento) de lo contagioso, de aquello que es a la vez identidad, que tiene sus mismos fines: alimentarse, en este caso de ella. En ese sentido contagio, como abstracción, es aquello que es otredad, con sus propios fines. En el mundo de las ideas, de las culturas, uno no se podía “contagiar” de las ideas de los otros, como tampoco se podía meter en unas aguas estancadas y fétidas, donde existían entes que te ponían enfermo y te mataban. La otredad era una posible atacante de la propia vida, eso lo llevamos implícito desde nuestro núcleo. Un individuo, una célula, es aquello que crea una barrera extracelular (división de lo propio y lo ajeno) para protegerse de lo extraño, del afuera (fronteras). Por lo demás, la defensa de la individualidad sigue un patrón teleológico, pues es una defensa de la propia vida, de pervivir, de durar. De esta misma forma cuando se crea un concepto, y lo crea una sola cultura, lo introyecta para hacerlo parte de ese núcleo de supervivencia, como pared extracelular. Lo identitario es una extensión de la unidad, que siempre lleva implícito la otredad, lo ajeno, lo que es susceptible de ser pernicioso. En definitiva, y a lo que quiero llegar, es que al darle una religión a un niño, se están haciendo dos cosas mal; por un lado detener un proceso evolutivo de madurez hacia la que iba y para la que está programado el cerebro: superar el esencialismo; y por otro darle una identidad que siempre presupone una otredad, a que otro ser humano, que no sea de su identidad, sea un posible enemigo, algo contagioso y por lo tanto pernicioso, o algo que hay que dejar en suspenso, en algún lado del cerebro, con la etiqueta mental de “sospechoso”.
   Como resumen hay que pensar que cada nuevo proceso, por el que pasó el humano en su evolución, le llevó a errores, en su inocencia, en su mal uso de esas nuevas “herramientas” o mecanismos mentales. Causa y efecto es una posición más acertada para predecir el mundo, de moverse y sobrevivir en él, pero causa y efecto también tienen parejo errores si no se “usa” bien. Madurar a nivel individual -ir desde el bebé que sólo actúa casi como una célula que busca el exterior para mantenerse vivo (comer y reposar), hasta el hombre maduro-, es pasar por los errores evolutivos del cerebro, pero también llegar a la posición más “acertada” y madura. La cultura humana interrumpe esa evolución con enseñanzas erradas, haciendo que no se madure del todo, y que se mantengan formas de pensar infantiles o no evolucionadas. Un ateo tiene la ventaja de ver este “defecto” desde fuera, analizándolo como un error para llegar a un fin que debería de ser el acabar con todas las identidades, y comprender que somos una sola unidad: la humanidad. El ateo no “ataca” las religiones por anarquismo, por capricho; trata de acabar con ellas con el “buen fin” de la muerte de todas las identidades, de toda las otredades, de que no existe el contagio. Pero, claro está, no tiene que ser desde la agresividad, sino desde el diálogo, desde la comprensión de cómo hemos llegado hasta aquí. Comprendiendo la evolución humana a nivel del cerebro, y donde dicha evolución no va pareja con la evolución de las culturas, y donde estas “bloquean” esa madurez evolutiva que ha de ser la humanidad y el individuo del futuro.

(1) Un gran “fallo” en las búsquedas de Internet es que si algo de la actualidad tiene éxito y tiene un concepto como el de “juego predatorio”, no hay forma de encontrar un artículo serio sobre dicho tema. Como es el actual caso: como hay un libro y serie que se llama “Predatory Game” ocupa casi todas las búsquedas, sin casi capacidad de llegar a un artículo científico, sin perder demasiado tiempo.

El gráfico de cabecera es una imagen generada por ordenador, que obedece a una máxima esencialista. A un programa se le dice que trate de esforzarse en buscar todo aquello que puedan ser caras o animales; creando como resultado este tipo de imágenes tan oníricas, o si se quiere paranoicas.

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