La Normalidad como Enfermedad Social III – Lo Teleológico
(Me perdí en mi eternos laberintos de pensar, profundizar e investigar en el tema. Se ha vuelto un capítulo eje o nuclear, que daría tema para un libro)
“No podemos escapar del sentido,
estamos prisioneros en él.” Lionel Naccache
estamos prisioneros en él.” Lionel Naccache
Inicio una serie de artículos haciendo un análisis sobre el cómo se “crea” la normalidad. El cómo el ADN (evolución) “construye” una persona estándar o normal.
Explicar a Pan no lo “neutraliza”. De la misma forma que comprender un efecto visual o espejismo en el desierto no hace que lo dejemos ver. O de otra forma, es la misma paradoja con la que se encuentra el psicoanálisis. Que se llegue a la raíz no quiere decir que se deshaga el nudo, en el que consiste el trauma, sólo lo deja a la vista, después se intenta hacer una terapia. El problema de fondo de un trauma es que puede ser o provenir de la base de toda la “edificación”, de la cual no se tiene los planos. Se tiene que estar tanteando qué muros son de carga y cuales son simplemente paredes. A veces al dar con un muro de carga te encuentras que no hay forma de cambiarlo, pues se caería toda la edificación. En tal caso se crean medidas, que en la metáfora sería reforzarlo, pero que en el psicoanálisis sería tratar de hacer que repercuta lo menos posible en la vida de la persona o su entorno más cercano.
Si he empezado en el artículo anterior con la base teleológica, que deviene en la religiosa, es porque es un “muro de carga”. Lo que trato de hacer es ir desde dentro hacia afuera, primero las estructuras bases y después las que se han añadido a partir de estas, y siempre teniendo en cuenta su existencia primera. En definitiva, no se puede hacer, a posteriori, una ventana en un muro de carga; rompes su estructura, su entereza y debilitas el edificio. Otra cuestión a tener en cuenta es la teoría filogenética, esta nos dice que en las fases embrionarias se pasa por los distintos estadios de la evolución: pez, anfibio, cuadrúpedo, forma más símica. Es como si los genes construyesen, de nuevo, de abajo a arriba, como si dijeran: “¿cómo era hacer un humano?, ¡ah!, primero era como un pez, después salió del agua y las aletas dorsales traseras se convirtieron en patas…” Algunas personas nacen con los dedos unidos por membranas -palmeadas-, como así lo tienen los anfibios, en otros casos se puede nacer con una pequeña cola, al final de la rabadilla. Son defectos de esos procesos embrionarios por los que se pasa. En los dos casos se operan al nacer. Igualmente pasamos por otro proceso, que es el ontogénico, que igualmente ya se ha ido produciendo en el útero. El cerebro se empieza a construir por las fases en las que fue evolucionando a lo largo de los miles de milenios, poniendo primero los más antiguos, y avanzando en esa dirección de la evolución del cerebro, como así ocurría en lo filogenético. Por eso, como ya apunté en otro escrito, si algo altera ese proceso, el individuo, la evolución del cerebro, se “salta” una etapa o fase, y o bien retarda todos los siguientes procesos, o bien queda “anclado” como proceso inconcluso. Eso se supone que es lo que pasa con el cerebro del autista, se cree que es por una fuerte dosis de testosterona en cierta etapa embrionaria, que deja una huella que repercute más tarde en cierta parte del proceso ontogenético. Esos “anclados” crean en algunos casos, cambios epigenéticos, o sea cambian la estructura del ADN, para que a partir de ese momento “trabaje” de otra forma.
Entonces, simplifiquemos ese proceso teleológico a un nivel ontogénico. Un ser vivo básicamente consiste en un tipo de química orgánica no completa. O sea que necesita algo del medio para completarse. En realidad esa es la explicación más básica y simplista de la química orgánica y las biomoléculas: estas son esas cadena moleculares que fácilmente tienen la capacidad de enlazarse con otras moléculas complejas, que para lo cual necesita de una energía -que en la tierra suele ser el sol- y necesita de un disolvente o medio líquido -que en la tierra suele ser el agua-. Los virus pueden permanecer latentes hasta tener el medio adecuado. Lo mismo con ciertos microbios, extremófilos o semillas. Estas últimas, por ejemplo, pueden permanecer en tierra seca, por años, a la espera del agua. A este proceso de necesitar algo del exterior, en un ser vivo ya complejo, lo llamamos alimentación. Entonces tenemos un ser “no completo”, que está constantemente requiriendo algo del exterior. Lo externo lo completa. En ese estado se crea una unidad, o estado completo (seguro que Pan está tratando de ver por aquí a Dios y cosas similares, es inevitable). Eso que necesita del exterior se “gasta” en modo de energía, como el calor, o las reacciones eléctricas de las neuronas, o lo cinético; con lo cual necesita constantemente de eso exterior a sí mismo. Estoy haciendo filosofía molecular…, malabares. Simplifico lo biológico a favor de darle un sentido filosófico, siento si caigo en algún error en algún dato a nivel de ciencias. Así tenemos que una reacción química de lo orgánico, se puede tomar como un “acto” en el mundo. A lo que quiero llegar es que en esta base de lo vivo, lo exterior es el fin último, que origina la acción de lo biológico para “alcanzarlo”. En un estadio previo no-es, pues es carencia. Sólo con la reacción se produce aquello que antes estaba sólo como potencialidad. La reacción, con aquello externo, le hace ser. Es teleológico, pues se proyecta en tanto que acto de una totalidad. La caída del agua, después de cinco años en un desierto, hace -o cobra- que tenga sentido la “espera” de la semilla. Recurriendo al lenguaje filosófico: soy Ser en tanto que un vació que sólo es llenado desde algo que es mi finalidad, el cual al alcanzarlo me completa; este fin proyecta, planifica toda mi acción para ser (hacerme-ser) totalidad de Ser. En definitiva, soy Ser que es “llamado” desde ese objeto que está fuera de mí, “iluminándome” el camino. Fijarse que como esquema vale tanto para una semilla que necesita de agua, como para una persona creyente que “alcanza” a Dios en su muerte, en la mente de estos. El error es que es verdad para lo primero, mientras que no es así en el segundo caso, pues es pura proyección, de aplicar el primer patrón en todo. Esta base teleológica del ser vivo, es una estructura que tiene “sentido” en ciertos aspectos, pero no en todos de la vida. Como esta es la base primera, es un muro de carga; o mejor, es ahora una autovía en donde confluyen muchas vías en el cerebro, como un trozo de autovía que se coge para ir entre dos pueblos, cuando se tienen otras carreteras comarcales posibles. Este ejemplo no es el más válido por que la autovía siempre será la mejor opción. Lo que quiero decir es que el prefrontal se creó con el “propósito” de analizar mejor las situaciones y buscar en ello las acciones más óptimas. Pero si el cerebro está saturado, o hay una urgencia, recurre a otras vías más rápidas y que requieran de menos gasto de energía. En muchos casos no es la más inteligente o más óptima, pero sí la más rápida o quizás la única. Ahí tenemos el caso de las personas que se tiran de un edificio para escapar de las llamas. Sus cerebros han cogido un “atajo”, quizás no analizaron todas las posibilidades, usando el prefrontal y deteniéndose a ver todas las posibles soluciones, dados unos medios.
Entonces nos encontramos con todos los datos que tenemos arriba y los vamos a unir. Cuando uno nace tiene las autovías principales, se limita a suplir lo más básico, a alimentarse y a dormir. Después el cerebro pasa por ese proceso ontogénico, pero construye siempre llevando todos los caminos, para que lleguen a esas vías principales. En ese proceso vemos que una de las etapas del bebé es la mágica. Está programado con las leyes básicas de la física de tamaño, peso, distancia…, pero poco más. Un bebé piensa que si se tapa los ojos con las manos, como él no ve, el mundo no lo ve a él. Este es sólo un ejemplo del pensamiento mágico que es fácilmente comprobable por cualquiera, pero hay otros que no salen tan claramente a la luz. Su forma de analizar el mundo es teleológica, es supersticiosa, pues trata de sacar conclusiones de muy pocos datos, llegando a soluciones erróneas. Como su base es teleológica, “cree” que el fin es un destino (como destino es proyectar una película que ha hecho un director), algo que explica toda acción, no dejando que se cuele el azar. Todo adquiere densidad de ser-destino, aquello que de mayores conocemos como azaroso, el bebé lo anula. Si, pongamos el caso, tira una pelota al suelo, y a la vez la madre hace un ruido de campana al dar con el suelo, el niño creerá que ese es el ruido de la pelota al chocar con el suelo. Sólo la prueba/error le va enseñando que no es así. Tirará otra vez la pelota y se extrañará si no suena como antes, necesitará de una tercera vez para tratar de aprender algo, que en dos situaciones le han dado resultados distintos; si no ocurre así, porque no recupera la pelota, su cerebro no aprenderá. Pero de forma extraña ese raíz supersticiosa del mundo, se queda “enquistada” en muchas personas o la dejan ahí flotando, como que quizás sea posible para explicar algunas cosas de la realidad. O sea, el aprendizaje “correcto” es comprender que el mundo no es teleológico, que el destino no ilumina la acción, que no es efecto que espera una causa, sino que el mundo es causa y efecto. Con este tipo de pensamiento se llega al sentido de las frases como “todo tiene un porqué”, en donde se deja a la lógica y a la razón de lado. Pongamos el caso de Dios y la vida. La visión teleológica es que nuestro destino es llegar al cielo, unirnos con Dios. Es causa alcanzar a Dios, que tiene como efecto una vida en el mundo, con una forma de vivirla. Invertimos el orden, el fin es la causa de la vida. La causa y el efecto tienen una dirección temporal, la causa es primera y crea un efecto en segundo lugar. En lo teleológico la causa ya existe y es la primera, y determina mi existencia en el mundo, en segundo lugar y como efecto. En realidad no se comprende a través de la razón, cuesta entender lo que digo, porque lo estás leyendo y en ese proceso usando la razón que es causa y efecto. Pero es así como es, y viene dado por ese principio teleológico que era la vida orgánica, en lo orgánico me desplazo hacia el alimento o lo “espero”, hacia la reacción; extensión y tiempo están unidos, pero el proceso intermedio no-es, porque es como una interrupción, un paréntesis entre dos estados. Como así ocurre cuando viajamos en autobús, es un proceso tedioso entre dos puntos o situaciones: la salida y la llegada. Cuando viajamos es como un viaje en el tiempo, pues salimos a las 12 horas, y nuestra meta es llegar a las 17 horas, a la estación de autobuses de destino. El proceso intermedio lo compactamos como nulo, como situación entre dos estados. Por eso se nos hace aburrido y nos entran ansias por llegar, se nos hace largo el viaje, pues “interrumpe” el propósito que es llegar a la “meta”.(1) En este mismo proceso vemos como estamos “contaminados” por lo teleológico. El viaje es como el deseo de comer y llegar hasta la comida, cuanto más lejos esté en la distancia, más lejos está en el tiempo y más nos desesperamos por llegar a la comida. No es distinto de esa reacción química, de la química molecular, que está por ocurrir y en la que la distancia (tiempo, espacio) es una “resistencia” que salvar.
Este planteamiento no es mera quimera. Se sabe que todo nuestro conocimiento, y en ello va la conciencia y la conciencia de sí, siempre esta mediado por el hipocampo, la memoria autobiográfica. Pero el hipocampo es una estructura muy antigua, que posiblemente primero era tan sólo una integración interna del espacio exterior en el que nos movemos. De esta forma sigue teniendo esta capacidad, la de crear un mapa cognitivo espacial, pero que a la vez integra al yo dentro de ese mapa. Cuando cualquier animal complejo se mueve por un medio, siempre lo suele hacer con vistas a llegar a un lugar, de tal forma que este mapa cognitivo tiene implementado una integración del camino y por ello de la meta, que es la que le “alumbra” todo el trayecto. Se cree que toda la información se integra siempre por mapas tridimensionales o falseados de 2D (como en los juegos de plataformas que integran una simulación 3D, en varios planos en paralaje): el tiempo lo calculamos como distancia, el futuro está lejos, el pasado queda atrás a nuestras espaldas, “perseguimos metas” como si fueran caminos: como en “si supiera donde voy, no iría” de Frank Gehry o en frases como “ese no el camino más corto de hacer las cosas”, la persona querida y todo aquello deseado está al lado derecho (o lado dominante del cerebro, “más a mano”, tenerlo cerca). La palabra, el área de broca (lado izquierdo que controla el lado derecho), lo es por extensión a la mano derecha, pues se piensa que el lenguaje en un principio era mímico, como ahora en los sordos (el habla empezó, según esta hipótesis, como ruidos vocales que se hacían de acompañamiento y para dar énfasis a este lenguaje, como hoy en los sordos). Es de destacar que si el humano parece inteligente, es ese simulador de inteligencia, es muy posible que lo sea por la agilidad en el habla. Respondemos de forma rápida e ingeniosa. En el habla es donde mejor se suele ver la “agilidad” mental. Bajo mi punto de vista no es relevante. Dado que el área de broca se reacomodó a partir de los movimientos de las manos, hay que tener en cuenta que somos primates, en algún momento de nuestro pasado muy lejano -antes de ser más corpulentos como lo son los simios orden a la que pertenecemos-, seríamos monos, más pequeños y ágiles, que se moverían con rapidez y destreza por las ramas. O dicho más directamente, nuestro “movimiento” de las palabras está gestionado por una mediación entre el área de broca y el hipocampo (espacial) en donde las palabras son las ramas y sub-ramas por las que nos movemos con la agilidad propia de los monos por los árboles. Con la diferencia que la memoria semántica no depende directamente del hipocampo, tiene sus propios áreas (temporal posterior izquierda y corteza prefrontal inferior izquierda), y de ahí que si se produce un retardo en la recuperación de una palabra, o no demos con la acertada, se produzca cierto “traspiés” en la velocidad del habla. Esa “agilidad” no demuestra realmente inteligencia, ni un don en sí mismo para el propio cerebro, si bien es de desear en las personas que se tienen que comunicar (oradores, maestros, locutores, etc.) El “encanto” de una persona depende mucho de esta facultad, por lo que es un rasgo preferencial en la selección sexual. O dicho de otra forma, la selección ha ido en esa dirección, haciendo que cada vez seamos más ágiles y rápidos al hablar, pero en principio es solo “máscara”, pues es un mostrar o aparentar inteligencia, que no tiene porqué implicar a esta, no es fingerspitzengefühl, integración de inteligencias múltiples. Dicha tendencia o patrón ha creado un sesgo, por el cual seguimos “embobados” a ciertas personas por su expresividad (sobre todo Pan), y los hacemos nuestros “chamanes” o iluminadores” del camino (sectas, religiones, movimientos políticos), cuales metas en esos mapas mentales. Hitler por ejemplo; que cada cual ponga más nombres aquí, ya que si lo hiciera yo no sería elegante o me saldría de lo políticamente correcto.
Pongo el concepto de teleología, sacado del diccionario de filosofía Herder, a ver si resulta más sencillo de entenderlo, por si mis explicaciones no han valido:
“Literalmente, tratado de las causas finales, o bien doctrina de la finalidad. El término introduce la idea antropomórfica, tomada del modelo de la actuación humana, de que en el mundo existe finalidad o que el finalismo constituye una de las claves para entenderlo. Aparece en la filosofía griega, con Anaxágoras y Platón, pero es en Aristóteles donde la causa final es una de las respuestas a «porqués» que deben hacerse para explicar el cambio, y donde aparece una visión del mundo biológica en el que el destino de cada cosa, incluido el mundo entero, es el desarrollo de todas las potencialidades de la propia naturaleza, junto con la afirmación de que el primer motor mueve como mueve el fin. Kant critica decisivamente la finalidad como algo que pueda ser conocido objetivamente, en la Crítica de la razón pura, pero la admite como interpretación subjetiva en la Crítica del juicio. El mecanicismo es la interpretación de la realidad directamente opuesta al finalismo. Desde el surgimiento de la ciencia moderna, toda la interpretación científica de la naturaleza es mecanicista.”
Todo humano se ha de guiar en la vida por dos cosas: por metas y por el sentido de las cosas. Las dos tienen la estructura teleológica. Una y otra cosa pueden ser una sola en algunos casos. Por ejemplo, la meta de llegar a la cima de la montaña da sentido a cada paso, a solventar cada problema que nos salga en la ascensión. La montaña nos alumbra, nos llama, desde arriba, para ser alcanzada. La meta es, en cada caso, esa causa que tiene como efecto toda acción que se da entremedias. Un ciclista se esfuerza y lucha para llegar a la meta; en cada pedalada, con cada gota de sudor; en cada pensamiento ha de visualizar la meta. Se llama sentido a que algo tenga una razón emocional para la persona implicada. Forrest Gump un día se echa a correr. Lo mágico/extraño de tal acto es que era totalmente inútil: incausado, sin sentido, sin ninguna meta. La gente y los medios de comunicación se fijaron en él, y lo siguieron porque querían entender su meta y su sentido. No me puedo ir, de repente levantándome de estar viendo la televisión, a una ferretería y comprarme una pala, para acto seguido irme al campo y ponerme a mover tierra. Todo acto tiene que tener un sentido, un porqué. En “cien años de soledad“, García Márquez, igualmente nos enfrenta a actos, en apariencia, sin sentido. La mayoría de los personajes se dedican a hacer y deshacer cosas. Hacen monedas para al final fundirlas y volverlas a hacer. Samuel Beckett nos dejó ahí, para siempre, a alguien esperando a Godot. Tanto el acto de Forrest Gump, como los “hacer y deshacer” de los personajes de Márquez, como el teatro del absurdo, nos llaman la atención porque nuestro cerebro no concibe tal cosa. Nos llaman a la perplejidad. El sentido y las metas están enraizados en nuestros cerebros como patrones. La estructura de la realidad, así, se nos presenta como una narración, en donde causa y efecto, son invertidos en la estructura del cerebro, para dar sentido a la historia que el cerebro se cuenta a sí mismo. Imaginar estar viendo una película y que se corte la luz. Toda la trama se pierde sin un final, con lo cual el haber estado viendo la película, se vuelve una inutilidad, sin sentido. Más adelante veremos que la conciencia es la capacidad de dar sentido, tellability, a nuestra propia historia (narrabilidad)(2), a nuestra memoria autobiográfica. La capacidad de reconstruir esos datos, en apariencia caóticos y sin sentido, como una narración legible, coherente y en definitiva con sentido. El cerebro tiene la narrabilidad como patrón. Ha de procurar hacer toda historia o acontecimiento como narrable, que tenga una estructura que pueda ser contada, con un principio, un desarrollo y un final. A tal proceder lo denomino narrabilidad dialéctica, por tener la estructura de esta: tesis, antitesis y síntesis.
He de detenerme, brevemente, en esta estructura que tiene que ver con la auto-identidad. La conciencia es revisadora, en tanto que tal es actualizante. Trae el pasado, lo regurgita, pero lo “ilumina”, lo actualiza, con los datos de ese momento presente. En esa acción entreteje todo el pasado en una nueva historia, en un nuevo trama, con un nuevo sentido y desde un nuevo final (creando nuevas conexiones entre neuronas). De esta forma, de nuevo, recreamos el pasado desde el final de la historia, o sea teleológicamente, como si todos “nuestros pasos” nos hubieran llevado hasta ese momento. Hay que darse cuenta que por este proceso el pasado no es algo estático, inerte y muerto, si no que va “ganando” o “perdiendo” datos (conexiones) de tal manera que lo vamos alterando. En definitiva, que no somos un pasado, sino que somos un pasado que reconstruimos a cada momento en narraciones. Bajo esta perspectiva la identidad no es nuestro pasado, sino la manera que lo reconstruimos a cada paso: vamos cambiando de “identidad” o de perspectiva de esa identidad, bajo el prisma de nuestro presente. Un fracaso “ilumina” todos los momentos de fracaso y nos muestra como fracasados, y a la inversa. Lo mismo para cualquier otro dual: fríos o amorosos, egoístas o generosos, etc. Defendemos con uñas y dientes nuestra actual versión, pues es la que tenemos “iluminada” (activada) en el cerebro, como narración o identidad de lo que somos – en realidad que creemos que somos, pues siempre somos fe de ser: la fe o “creencia de” infesta de constante el cerebro, somos eterna suposición de qué es la realidad, engañándonos en que no lo suponemos, sino en que lo “sabemos”.(3) Estamos, por lo tanto, eternamente reconstruyéndonos. Haciendo narrable (narrabilidad) nuestro pasado a partir de un dato nuevo, de un nuevo “final”. Estado que nunca es concluso, hasta nuestro último hálito de vida (quizás ese ver toda nuestra vida en la muerte sea ese último “esfuerzo” que hace el cerebro para elaborar una narración de nuestra historia). De esta estructura cerebral se concluye otra: nos solivianta que no haya narrabilidad. Una muerte inesperada de un ser querido rompe toda la trama por meses. Todo “infortunio” lo ponemos en este mismo patrón. No soportamos (aparte del propio dolor que supone) que un acontecimiento sea súbito, fuera de toda narración, como rotura de dicha historia. En ese lapsus “metemos” a Dios, o a cualquier otro factor similar, en la ecuación, para “entender” o tratar de deducir una nueva trama en la que no habíamos pesado y/o que está “fuera” de nosotros.
Hemos de observar que todas estas estructuras tienen sentido en actos básicos, como el comer o el beber. La comida y el agua nos ilumina el camino desde sí mismos. El problema de tal patrón es que después queremos aplicarlo a todo, cuando en la mayoría de los casos no puede ser así. La muerte no me llama, desde su final, para ir a una nueva vida. No es una antitesis de la vida, por la cual se llega a la síntesis que ha de ser el paraíso o un nuevo renacer. Los sistemas emergen unos de otros, de las partículas emergieron los átomos, de estas las moléculas, y de estas la vida. No se puede aplicar narrabilidad a los sistemas previos de la vida. Tampoco a toda a la propia vida en su abstracción: no tiene ningún sentido último que exista vida, tampoco tiene una meta. No se puede aplicar narrabilidad al propio universo: este no tiene sentido, ni meta. El “sentido” emerge en lo individual vivo, cuando ha de buscar aquello que le “falta” para mantenerlo existiendo: cuando busca alimento, aparearse, refugiarse del exceso de frío, o escapar del exceso de calor. El humano, como conciencia buscadora de sentido, se podría (¿debería?) “conformar” con esos sentidos, pero la narrabilidad forma parte estructural del cerebro, con lo cual busca sentido y finalidad a la existencia de la propia la conciencia, no valiéndole la mera explicación científica, de que es una “herramienta” más elaborada para buscar soluciones a situaciones realmente complejas. En tanto que la conciencia es un emergente del cerebro, y se encuentra con la estructura de la narrabilidad, su emergencia consiste precisamente en crear narrabilidad al mundo. No porque lo tenga, no porque lo tenga que tener, sino porque esa es su “condición” en tanto que “instrumento” o herramienta compleja para ese uso o siempre mediado por ese uso. Esta capacidad es una cualidad y una trampa. En la medida que trata de hacer narrable al mundo, busca sus estructuras, su “verdad”, y le “motiva” para “alterar” y “manejar” esa realidad en su cerebro. La trampa es que no todo tiene que encajar en lo narrable. En que todo en el universo tenga metas y sentidos. La falta de concordancia en esta dirección es lo que más divide el mundo. Un científico ha “desnudado” la realidad y la encontrado sin sentido, un religioso lo llena todo de sentido. Espiritualidad, alma y narrabilidad es todo uno. La belleza es espiritual, es metáfora del mundo, porque tiene la estructura interna de la narrabilidad. Nos mueve como fin, como sentido, ya que queremos verla y tenerla cerca. Si no la tenemos tendemos a crearla, a plasmarla en nuestras labores. La humanidad “nació” cuando ya no bastaba con hacer una vajilla que “sirviera” (verdad instrumental) para contener un líquido o una sopa; el humano nació cuando la decoró y la hizo con metales preciosos, para que la belleza estuviese presente y “preñase” esa instrumentalidad de belleza, y por lo tanto de narrabilidad. Cada dibujo, hacha, cabaña, ropaje… ahora tenía narrabilidad, de esa forma dejaba de ser un mero instrumento como lo puedan ser los colmillos de un león para matar y desgarrar. Con esta estructura, si un humano se hacía con esos colmillos, estos cobraban una nueva dimensión, una espiritualidad, una narrabilidad, una metáfora. Dejaba de ser mera realidad para convertirse en una representación (re-presentar, del latín, “acción y efecto de simbolizar”, poseer de forma implícita algo más que lo que se presenta o ve ante los ojos).
La religión Cristiana, y otras muchas, son narraciones (metarrelatos) porque son teleológicas. El mundo, el hombre, tiene un destino, el primero deviene en el apocalipsis y el segundo en la llegada al cielo. De esta manera la persona religiosa “cree” ver señales que le pone Dios por el camino, que le “iluminan” hacia el final y le “corrigen” del mal camino. La mala conciencia es una de esas señales. Si se tiene una mala conciencia tiene que hacer actos, actuar, en el mundo para corregir esa señal: confesarse, pedir perdón, etc. De una manera u otra se va sumando, error tras error, la construcción del modo de pensar del mundo de este tipo de personas, de Pan. Puede que cuando sean reflexivos “despejen”, en su forma de pensar, dichos sesgos y errores, pero como el día a día es de acción rápida, el cerebro operará en el mundo bajo estas reglas o atajos que están en la base de su pensar y actuar.
Así es como se dan dos humanos diametralmente opuestos: el racional y el espiritual o “infestado” de pensamiento mágico. ¿Cómo alguien ateo, mecanicista, que sólo cree en la causa y efecto va a lidiar con todo lo expuesto sobre sus “contrarios”? No es cuestión de tolerancia o no, que es lo que se supone de las sociedades democráticas laicas. Es que se parten de planetas distintos a la hora de actuar y de pensar el mundo. No hay forma de encontrarse a medio camino, demasiadas variables, demasiado confuso. Sino piénsese no ya en un ateo y un creyente, sino en dos personas con dos bases religiosas que puedan ser muy distintas. Los padres siempre han preferido que sus hijos se casen con personas de su misma religión, pues además darán una religión única a sus descendientes. Si una pareja es judía y musulmana, ¿de qué religión ha de ser su hijo, de la que imponga el padre?, se empiezan a generar problemas por todos los lados. En este proceso se crea un fuerte arraigo a lo identitario, y como secuela la “otredad” deviene en el mundo, para separar a los humanos.
Se puede pensar que aquí, en Europa, las personas ya no son tan rigurosas con la religión, y es cierto, pero eso no arregla nada, porque de base y sin darse cuenta dan esa dimensión teleológica a sus vidas, y de paso explican muchos más fenómenos a partir de estos. Así nos encontramos con la situación actual: personas que creen en fantasmas, pues como en definitiva creen en el alma, son almas que quedan atrapadas en la tierra. Se creen en fenómenos paranormales, pues si está esa otra dimensión en donde se quedan atrapados los fantasmas, es una dimensión que no opera con las mismas leyes que las físicas. ¡Y todo por la maldita forma que tiene de operar la química orgánica, de la que heredamos la maldita teleología!
Bueno, sea, pongamos que hay que ser tolerantes y que “funcione”. En realidad no lo hace. La base de las mayorías de las adicciones a los juegos, tiene parejo esta capacidad teleológica que está “incrustada” en nuestros cerebros. Pan (persona abocada a la normalidad) se mueve ante la idea de que si ha oído en la televisión un nombre y a la vez está echando una quiniela hípica que tenga ese nombre, ha de apostar por ese caballo. Es una señal, es el destino, es lo teleológico operando en el mundo. Todo este sistema o patrón se reduce a la frase de “todo pasa por una razón”. En otro caso, decimos que el encontrarnos con cierta persona, con la que al final nos casamos, también tuvo un papel el destino. Sea de una manera u otra repercute en la sociedad en general, porque se va formando un efecto bola de nieve en el que al final se ven sumergidos hasta los más pintados científicos mecanicistas. Las personas más creyentes son las más propensas a caer en sectas (¡fijaos que estoy empezando a pensar que el feminismo tiene la misma “arquitectura” que una secta!), en militancias e ideologías peligrosas, y son más propensas al sesgo de autoridad, a seguir a líderes de finalidades perjudiciales para la sociedad, como fue el caso de Hitler (muy traído por los pelos, pero me detendré en esto en otro artículo). El mundo, con este sesgo cognitivo errado, crea más problemas que soluciones: asesinatos, genocidios, xenofobias, y un sinfín de problemas que definen muy bien la actualidad. Si esto ocurre, si es así, es porque Pan se queda en una etapa mágica de ciertos aspectos de la vida, porque no termina de madurar y aceptar mentalmente que el mundo solo se rige por la causa y el efecto y por puro azar…, por no dejar de usar esa vía en su cerebro primigenia y que es muy ancha, porque se detuvo en ella, y ya no quiere hacer el esfuerzo de deshacerse de esta, puesto que la ha convertido en parte de su identidad.
Concluyo sobre qué es meta y qué sentido, se deduce de lo escrito, pero no está de más. Ni las partículas, ni los átomos, ni las moléculas, ni el universo tienen metas o destinos. Aunque el humano calcule la “vida” que le queda al universo o a nuestro sistema solar, no son vidas, son meros procesos. La vulgarización de la ciencia cae en el error de las trampas del lenguaje, y de lo que conlleva cada término y concepto de este lenguaje metafórico que lleva inevitablemente a la malinterpretación. No hay finalidades ni metas en el universo. Lo real no es causa para que haya vida y no es su sentido, ni su meta. Es un proceso entre otros. La vida como abstracción igualmente carece de meta y sentido. El fin de la vida no es la inteligencia. Este es un proceso aleatorio entre otros. La vida lleva miles de millones barajando sus cartas (azar), y la inteligencia no es el culmen o epitome, sino solo un suceso más entre otros y por lo demás que lleva demasiado poco tiempo. Hubo un tiempo largo en el cual en la superficie había una gran cantidad de oxígeno, en donde había gigantescos insectos. Cambia algo, cambia la cantidad de oxígeno y cambia todo, esa época dio paso a otra. Los dinosaurios “reinaron” durante 135 millones de años. La historia humana apenas si tiene unos ocho mil años, nuestra historia como homo sapiens apenas unos trescientos mil años. Meta y sentido sólo cobran significado en cada uno de los animales y de cada uno de sus actos, independientemente de los significados que lleven implícitos a nivel de especie y “dictados” por las reglas del ADN y la evolución. La propia palabra evolución lleva a errores, por cuanto se pueda entender que más adelante del tiempo evolutivo es mejor. Los microbios son más efectivos para sobrevivir, llevan ahí millones de millones de años y son la única constante. El resto de las especies más complejas se han extinguido en un 99% de los casos. Al humano individual le debería de ser suficiente como valor las metas y los sentidos para perseguir tal o cual fin. La base es ir tras de una meta, y una vez que ha terminado esta buscar otra. Para un montañista, por ejemplo, llegar a subir un pico de más de ocho mil metros, y una vez que se consigue este, tratar de subir los catorce picos de ocho miles, como nos dice Edurne Pasaban. “Acallar” el “deseo” de sentido de la vida con el que está infestado el cerebro, con sentidos concretos. Si uno logra buscar una meta y sentido que dure toda su vida, mejor. Hay que dejar de creer en el cuento o metarrelato de que hay que ser “buenos” para ir al cielo o demás historias de esta corte. Los propios sentidos y metas de la vida han de llenar nuestro cerebro como para tratar de ser “buenos”, como meta de que no hemos de hacer “trampas” en la vida; pues antes que individuos somos animales sociales, con el fin y la meta de que nuestra especie y sociedad sobreviva lo más confortablemente y “feliz” que esté en nuestras manos.(4) No de la sociedad como abstracción, sino como meta y sentido de cada uno de los individuos.
Concluyo sobre qué es meta y qué sentido, se deduce de lo escrito, pero no está de más. Ni las partículas, ni los átomos, ni las moléculas, ni el universo tienen metas o destinos. Aunque el humano calcule la “vida” que le queda al universo o a nuestro sistema solar, no son vidas, son meros procesos. La vulgarización de la ciencia cae en el error de las trampas del lenguaje, y de lo que conlleva cada término y concepto de este lenguaje metafórico que lleva inevitablemente a la malinterpretación. No hay finalidades ni metas en el universo. Lo real no es causa para que haya vida y no es su sentido, ni su meta. Es un proceso entre otros. La vida como abstracción igualmente carece de meta y sentido. El fin de la vida no es la inteligencia. Este es un proceso aleatorio entre otros. La vida lleva miles de millones barajando sus cartas (azar), y la inteligencia no es el culmen o epitome, sino solo un suceso más entre otros y por lo demás que lleva demasiado poco tiempo. Hubo un tiempo largo en el cual en la superficie había una gran cantidad de oxígeno, en donde había gigantescos insectos. Cambia algo, cambia la cantidad de oxígeno y cambia todo, esa época dio paso a otra. Los dinosaurios “reinaron” durante 135 millones de años. La historia humana apenas si tiene unos ocho mil años, nuestra historia como homo sapiens apenas unos trescientos mil años. Meta y sentido sólo cobran significado en cada uno de los animales y de cada uno de sus actos, independientemente de los significados que lleven implícitos a nivel de especie y “dictados” por las reglas del ADN y la evolución. La propia palabra evolución lleva a errores, por cuanto se pueda entender que más adelante del tiempo evolutivo es mejor. Los microbios son más efectivos para sobrevivir, llevan ahí millones de millones de años y son la única constante. El resto de las especies más complejas se han extinguido en un 99% de los casos. Al humano individual le debería de ser suficiente como valor las metas y los sentidos para perseguir tal o cual fin. La base es ir tras de una meta, y una vez que ha terminado esta buscar otra. Para un montañista, por ejemplo, llegar a subir un pico de más de ocho mil metros, y una vez que se consigue este, tratar de subir los catorce picos de ocho miles, como nos dice Edurne Pasaban. “Acallar” el “deseo” de sentido de la vida con el que está infestado el cerebro, con sentidos concretos. Si uno logra buscar una meta y sentido que dure toda su vida, mejor. Hay que dejar de creer en el cuento o metarrelato de que hay que ser “buenos” para ir al cielo o demás historias de esta corte. Los propios sentidos y metas de la vida han de llenar nuestro cerebro como para tratar de ser “buenos”, como meta de que no hemos de hacer “trampas” en la vida; pues antes que individuos somos animales sociales, con el fin y la meta de que nuestra especie y sociedad sobreviva lo más confortablemente y “feliz” que esté en nuestras manos.(4) No de la sociedad como abstracción, sino como meta y sentido de cada uno de los individuos.
(1) En la agobiante vida actual la sensación puede ser la opuesta. Hay personas o situaciones en las que se disfruta de ese estado de “no estar en ningún lugar”, en donde nuestra libertad (toma de decisiones) queda suspendida y el cerebro se relaja. Es muy posible que ese estado nos retrotraiga al útero: el traqueteo, lugar cálido, permanecer quieto, la conciencia, y por tanto la conciencia de sí, se “anula”…
(2) Narrabilidad es la unión del núcleo narrable, “que puede ser narrado o contado” (DRAE) y el sufijo -bilidad, cualidad. Por tanto, la cualidad de ser contado o hacerlo narrable. El concepto inglés “tellebility” (“…puede depender de características del discurso, es decir en la forma en que una secuencia de incidentes se representa en una narrativa”), es sinónimo de narratibility, pero la traducción de tellebility sería “tolerabilidad” o “indicebilidad” en su negación, que puede que no sea la mejor en español; por lo que es mejor traducir narratibility por narrabilidad, no aceptado por la RAE, pero necesario. Yo lo uso de una forma personal, como se podrá ver a lo largo de mis escritos. Se duplican o cuatriplican conceptos que viene a decir los mismo, leer sobre la teoría GNS, para otra perspectiva sobre el tema.
(3) Mala fe de Sartre. Mas adelante veremos si el “niño” al que el hombre tiene que llegar (post-hombre), según Nietzsche, no será esa rotura con la “seriedad” o fe en la creación de los propios relatos.
(4) De qué ha valido la advertencia, por ejemplo, de “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios”, de nada. Ese relato, del cristiano, no ha impedido que los ricos mueran en su excesiva y abusiva abundancia. En el epílogo propondré una posible sociedad que solvente los males de la actualidad.
(2) Narrabilidad es la unión del núcleo narrable, “que puede ser narrado o contado” (DRAE) y el sufijo -bilidad, cualidad. Por tanto, la cualidad de ser contado o hacerlo narrable. El concepto inglés “tellebility” (“…puede depender de características del discurso, es decir en la forma en que una secuencia de incidentes se representa en una narrativa”), es sinónimo de narratibility, pero la traducción de tellebility sería “tolerabilidad” o “indicebilidad” en su negación, que puede que no sea la mejor en español; por lo que es mejor traducir narratibility por narrabilidad, no aceptado por la RAE, pero necesario. Yo lo uso de una forma personal, como se podrá ver a lo largo de mis escritos. Se duplican o cuatriplican conceptos que viene a decir los mismo, leer sobre la teoría GNS, para otra perspectiva sobre el tema.
(3) Mala fe de Sartre. Mas adelante veremos si el “niño” al que el hombre tiene que llegar (post-hombre), según Nietzsche, no será esa rotura con la “seriedad” o fe en la creación de los propios relatos.
(4) De qué ha valido la advertencia, por ejemplo, de “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios”, de nada. Ese relato, del cristiano, no ha impedido que los ricos mueran en su excesiva y abusiva abundancia. En el epílogo propondré una posible sociedad que solvente los males de la actualidad.
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