La Normalidad como Enfermedad Social VI – Una Aproximación a la Identidad
"Un ojo que se ve a sí mismo
es un ojo enfermo." Viktor Frankl
es un ojo enfermo." Viktor Frankl
Las biomoléculas son aquellas en las que intervienen principalmente el carbono y el hidrógeno, y en las que pueden entrar en juego otras como el oxígeno, el nitrógeno, el fósforo y el azufre. El átomo principal es el carbono, átomo que tiene la capacidad de crear enlaces covalentes. No hay magia, no hay nada más allá. Son puras reglas. ¿La teoría del octeto podría ser una clave? El octeto es muy posible que sea el límite orbital de un solo átomo. En la medida que haya menos de ocho “queda espacio” para que orbiten más electrones y es por este hecho que un electrón en “su viaje” orbital quede “atrapado” en el vació, de la falta de ocho electrones, de otro átomo, como para que orbite a la vez esos dos átomos, creando el enlace químico. Los gases nobles, al tener ocho electrones, no crean reacciones químicas, no “interactúan” con otros átomos.

Sea como fuere la vida es aquella que “juega” con esta química de la regla del octeto a partir de las propiedades del hidrógeno y el carbono. Hay que fijarse que el humano se ha encontrado desde siempre con ciertas reglas, pero al no tener una información completa, crea principios y reglas a partir de esas deficiencias. Existe, por ejemplo, el concepto del horror vacui, de que la realidad aborrece el vació. Si nos damos cuenta se puede aplicar, o reducir a ese inicio, de la regla del octeto. Igualmente a lo físico, si hay una habitación en la que se ha hecho el vacío y se le abre, el aire ocupará su espacio de manera uniforme; si se echa café en la leche no quedan claroscuros, si no un color uniforme porque el café ha ocupado todos los “espacios” posibles. Pero además el horror vacui se puede aplicar a todo, como a la hora de hacer una obra de arte: si hay una hoja en blanco y se le pide a alguien que dibuje algo, lo hará en el centro y ocupando el mayor espacio posible. En ningún caso o en casi ninguno hará un dibujo en un borde o una esquina y desperdiciando el resto de la hoja o espacio. O en la economía: si hay algo en lo que el humano pueda ganar dinero, crea un oficio, una empresa, etc. Igualmente se aplica a la política y a la dinámica de grupos: no puede haber vacío de poder. Si en un grupo no hay precisamente alguien que pueda ser un macho alfa “genuino”, ese vacío lo ocupará el que esté más dotado para ese cargo o posición. Igualmente para gracioso, inteligente, etc. ¿De qué nos está “hablando” esto? De que las reglas parecen permanecer de unos sistemas a otros. Las moléculas tienen unas reglas, que las heredan los átomos, que a la vez la heredan las moléculas y por ello la vida. ¿Las hereda el cerebro, la conciencia? En el horror vacui al parecer sí, así en cómo estoy yo definiendo la identidad. Así nos lo hace ver Viktor Frankl cuando dice "análogamente, el sufrimiento ocupa toda el alma y toda la conciencia del hombre tanto si el sufrimiento es mucho como si es poco. Por consiguiente el «tamaño» del sufrimiento humano es absolutamente relativo, de lo que se deduce que la cosa más nimia puede originar las mayores alegrías." Un sistema nervioso “nace” bajo la regla de las finalidades: llegar a la luz y para ello “construye” receptores de luz; huida de medios nocivos, y crea receptores que detectan ciertos gases y compuestos venenosos como para no permanecer en ellos. En los animales complejos, estos dos inicios, son los que ahora conocemos como vista y olfato. Las finalidades, y por ello el sentido de las cosas, viene dado por una carencia o vacío que hay que rellenar. Un individuo es según sus finalidades, que a la vez dan el sentido de sus actos, al igual que una nariz tiene la finalidad y eso le da un sentido del porqué está ahí y tiene unos orificios por los que entra el aire. Cuando la conciencia de sí nace, posiblemente con la palabra y la posibilidad de interiorizar a esta, ¿lo hace con la falta de sentido, de finalidad? En principio no. Según veremos más adelante, el principal núcleo de la conciencia de sí, tenía el sentido y la finalidad de verificar la información. Esto es: revisarla de nuevo con los módulos más modernos y complejos del cerebro, que se encuentran en el prefrontal. En este sentido es un verificador de errores, los detecta y trata de subsanarlos, de buscarles un “sentido”, una resolución. Lo que ocurre es que además este módulo tiene la capacidad de volverse sobre sí, de crear esa capacidad de conciencia de sí. O sea, en la vida cotidiana este módulo es “conciencia de” cocinar, “conciencia de” ver la televisión. Es un vacío que se rellena con el hacer, pero ¿y si de lo que es conciencia es de sí mismo? En los primeros ejemplos es un espejo que refleja (supervisa, revisa, visionar dos veces) el acto de cocinar, pero ¿qué muestra un espejo que se pone delante de otro espejo?, que revisa. ¿No se pone a sí mismo como objeto o algo exterior como ocurre con cualquier otro “conciencia de”? Así es. En esa medida la conciencia se vuelve otredad de sí misma, exterior, algo que en principio no tenía que tener esa “distancia”. O dicho de otra forma, se cuestiona así misma y en ese sentido se pregunta por su para qué y sus finalidades. Démonos cuenta que es un artificio. Ese módulo tenía su sentido y finalidad, pero en la medida que tiene la capacidad de no poner otra cosa en su “conciencia de” que a sí misma, crea una emergencia, un nuevo sistema complejo que es más que la suma de sus partes. En esa dimensión, y aunque herede las reglas de su sistema previo que era el de supervisar, ahora ya no le “vale” con esas reglas que le daban sentido y finalidad. Ha de crear o ha de ser para otra cosa, lo que le dé sentido y por lo tanto una finalidad.
Del módulo que estoy tratando es del córtex cingulado anterior. Este supervisa, tiene inputs, de lo visual, lo olfativo, lo auditivo y otras regiones de cerebro. A la vez está unido al hipocampo, pues no se puede revisar en vacío, sino a partir de los datos del pasado, y está unido a las amígdalas, que le dan el estado emocional de las situaciones a supervisar. El hipocampo es sobre todo memoria autobiográfica y tiene por lo tanto una percepción de la propia identidad en tanto que pasado. Este circuito, cerrado sobre si, como conciencia de sí, sólo se puede ocupar de la propia historia y de sus emociones ligadas. ¿En qué medida cuando la conciencia de sí nació, emergió la de tener que buscar un sentido de esta nueva capacidad y no se puso a la propia identidad como meta? La cuestión banalizada sería así: he “nacido”, todo lo que es, es para algo, con una finalidad o sentido; me encuentro con mi propio pasado con sus correspondientes emociones, luego si no hay otro sentido, este tiene que ser el único que queda: dar sentido a la propia historia, a todo acontecimiento, al propio pasado, a mi propia identidad. Fijarse que si buscamos en el inicio de las palabras, estas son más premonitorias a como las usamos ahora. De-fin-irse tiene como raíz el termino fin, al definirnos, al hacerlo este módulo vuelto sobre sí, tiene embebido el principio teleológico, el de darnos como totalidad finalizada, desde su fin, con una esencia que no cambia, según su modo de operar, pues en definitiva el término latín finis quiere decir a la vez fin y meta. Puede que parezca que haya dado un salto argumental. Es mejor analizarlo más detenidamente en algún ejemplo. El humano es sobre todo habla en su interacción social. Cuando hemos hecho algo mal hay “dos verdades”, la que realmente es, y la que le contamos a los otros para que tenga otro sentido que “nos convenga”. No hay que ver este acto como una mentira. Dan Ariely ha demostrado, en sus experimentos sociales, que todos nos permitimos algo de mal (mentiras, hurtos), siempre y cuando eso no modifique nuestra perspectiva de que somos buenas personas. Si es así, tiene que haber un módulo cerebral que reconstruya esas realidades, y las haga con un sentido y unas finalidades. El córtex cingulado anterior es revisador, detecta errores, debería de detectar sus propias mentiras, ¿por qué no lo hace? Porque al nacer bajo una nueva premisa, bajo esa nueva emergencia, lo hace con unas nuevas reglas. Ahora de lo que se trata es de mantener una narrabilidad de nuestra propia vida. De que todo tenga un sentido y finalidad congruente con esa narrabilidad. De esta forma el córtex cingulado anterior supervisa errores, pero se auto-engaña o no ve sus propios errores, si con ello va en contra de su propio y más nuevo principio, que es el de mantener intacta las propia historia, con su propio sentido y finalidad. A esta doblez, a este engaño, Sartre lo denominó “mala fe“. Fe en tanto que antes que falseadora es “creencia en”. Un individuo cree el sentido de sus actos, de sus engaños y pequeños hurtos, bajo la historia que se cuenta a sí mismo de lo que cree ser. De su narrabilidad. De un hecho que pueda ser contado a otros sin que este nos niegue, o nos descalifique, o nos rechace. Fijarse que lo moral tiene dos módulos cerebrales.
En la unión temporoparietal derecha “valoramos” (supervisamos) los actos morales de los otros, seguramente ligado al córtex cingulado anterior (junto al pasado del hipocampo y las emociones de la amígdala), como para que esos actos que juzga no nos vuelvan a hacer mal a nosotros mismos.(1) Pero este módulo no entra en juego a la hora de juzgarse a sí mismo, papel que sólo lo hace el córtex cingulado anterior. Así se resume en el dicho de “haz lo que digo, no lo que hago” o el de “consejos vendo y para mí no tengo”. Comportamiento que encaja a la perfección a la hora de ser padres o tutores. Pero esta regla sobre el autoengaño no quiere decir que uno no pueda auto-valorarse moralmente. Que los dos módulos no sean ambos de inputs y outputs, que se mueva la información en las dos direcciones.

Si he puesto este artículo en este apartado, de la normalidad como enfermedad mental, es por el hecho de que Pan, la normalidad del ser humano, no suele tratar de auto-evaluarse; pues en él puede más el módulo de la narrabilidad, y va por el mundo sin hacer que la unión temporoparietal derecha se juzgue a sí misma, como para que vaya contra su propia narrabilidad, ahora vuelta identidad. O dicho de otro modo, es un tipo de humano en donde se plasma más radicalmente la “mala fe” sartriana. Como de lo que se trata es de ir feliz por la vida, ha de mantener su propia autoimagen intacta, aunque por ello falsee la realidad y falsee su propia imagen. Dicho más llanamente: la narrabilidad se implementa como una parte de la identidad, y dentro de la finalidad de la conciencia de sí, que ahora tiene el sentido y la finalidad de mantener la propia imagen limpia para sí y para los demás. Crear una estructura narrable de cada acto, y de paso del pasado, el cual se está constantemente reconstruyendo bajo cada nueva identidad que “adoptamos” (nos contamos), para que tenga la propiedad de poder ser contada o compartida con cualquier otro ser humano.
Este análisis es uno previo, de otro artículo en donde me detendré en otras dimensiones de la identidad. En principio hay que tener en cuenta que la identidad es una meta, pues de alguna forma ha heredado esa estructura. Por un lado porque la vida nace con esta regla, segundo porque el hipocampo que es autobiografía, es a la vez una “analizador” de la tridimensionalidad del mundo. Al ver analizamos en mundo dentro de una red 3D que es la que guarda la información, la perspectiva, que a su vez se vuelve nuestra memoria autobiográfica o pasado. Bajo esta premisa, y enraizado con la narrabilidad, nos tratamos de contar nuestra historia al revés: desde esos finales deseados y esperados. Si no creamos esa estructura, crearemos ansiedad en el sistema. No podemos tener cientos de libros a medio leer, el nuestro tampoco. Tenemos que creer y ponernos metas, para que nuestro propio libro sea un libro ya escrito y con un final deseado. Le volcamos una narrabilidad dialéctica, en donde nuestro momento presente es un medio camino, una antitesis, a la espera de una síntesis. La identidad, así con todas estas perspectivas, es como el hogar, aquel espacio real bajo el que uno está protegido y mantiene su integridad, aquella fin-alidad que hay que buscar (el hogar a la vez como espacio, decoración y orden me de-fin-e). Un lugar deseado, al que se añora volver si uno está fuera, y del que se desea salir fuera para añorarlo (teoría de la zona de confort).
Otro análisis previo a tener en cuenta, es que la humanidad es dicotómica. Hay quienes creen que lo importante es el camino, pero en tanto que ese camino tiene un final y por lo tanto mantiene y cree en su narrabilidad; y hay quien no cree que hay tal camino ni finalidad, y que en definitiva la vida es un mero proceso azaroso, estos abogan más por el verso de "caminante no hay camino, se hace camino al andar", de Antonio Machado. El segundo está libre de la narrabilidad. En muchos casos es a algo con lo que se llega con la edad. El creer en uno mismo es un pecado inocente de la niñez y la juventud. Si no pensar en las idealizaciones que suelen desear ser de mayores los niños. Con la edad se acumulan los errores, los grandes fallos, que ya son imposibles de “encajar” en una narrabilidad y una buena imagen de uno mismo. El cerebro termina por rendirse a la evidencia de que la narrabilidad es reducible a cuento. Que la narrabilidad es el cuento que nos contamos a nosotros mismos para restar ansiedad y creer que tenemos control sobre la vida, que lo azaroso no nos afecta. Los dos tipos de humanos entran en liza de forma constante, como dos apuestas evolutivas que están condenadas a ocupar el mismo nicho ambiental. Así, desde el principio, se crearon dos teorías filosóficas, y todos los posteriores filósofos eran o bien seguidores de Parménides, que defendía las esencias, las verdades transfenomenales; frente a Heráclito, para el que las esencias no existían, y todo era mudable y cambiante. Bajo mi forma de ver estos dos opuestos no son meras dialécticas culturales y filosóficas, sino que obedecen a “dos puntos de vistas” evolutivos, los “heracliteanos” y los “parmenidianos”, y dentro de un sistema complejo en el que los dos son “necesarios”. Esta dimensión será analizada al final del libro. Por lo pronto tener en cuenta que en la cultura occidental “ganó” Parménides, a través de Platón, Aristóteles y finalmente el cristianismo; mientras que en la cultura oriental “ganó” la de Heráclito, en el budismo y el taoísmo. Es muy posible que esta dicotomía nazca de dos tipos o apuestas humanas: los nómadas y los sedentarios. Los primeros no tienen hogar, no tienen ecosistema propio, no tienen identidad; para estos todo es cambio, constante permutación de lugares, de espacios, de formas de proceder: adaptación perpetua. Para los segundos el hogar, la identidad de un espacio propio, les hace desear ese lugar al resguardo de la intemperie, del cambio; tratando de controlar el medio, y por lo tanto su propia identidad y su perenne esencialismo: sus “verdades” inmutables. Pan pertenece a esta segunda “raza”.
(1) En el escrito anterior hacía mención a desconectar partes del cerebro y que nuestro comportamiento o identidad cambiase temporalmente. He aquí una prueba de ello, sacado de la Wikipedia inglesa a partir de bloquear la unión temporoparietal derecha :
“La moralidad es la diferenciación en la intención entre elegir entre lo que es bueno y lo que es malo. Las conexiones realizadas en TPJ ayudan a un individuo a comprender sus emociones y tomar decisiones basadas en ellas. El TPJ permite la asociación de emociones con eventos o individuos, ayudando en el proceso de toma de decisiones. Sin embargo, los errores en este procesamiento emocional pueden surgir cuando los pacientes tienen lesiones en la TPJ o cuando el cerebro se estimula eléctricamente. La estimulación magnética transcraneal (TMS) se puede utilizar para interrumpir la actividad neuronal en la rTPJ, justo antes de que un paciente tenga que tomar una decisión moral, así como durante el proceso de toma de decisiones, que constituyen dos entornos de prueba diferentes. Luego, cuando se les presentó un dilema moral, la capacidad de los pacientes para tomar decisiones moralmente sanas fue deteriorada. TMS para el rTJ afecta a la capacidad de un individuo para usar estados mentales para tomar decisiones morales. Los estudios también muestran que existe una relación entre la teoría de la mente y el juicio moral, lo que una vez más significa el papel de la rTPJ en la moralidad.”
“La moralidad es la diferenciación en la intención entre elegir entre lo que es bueno y lo que es malo. Las conexiones realizadas en TPJ ayudan a un individuo a comprender sus emociones y tomar decisiones basadas en ellas. El TPJ permite la asociación de emociones con eventos o individuos, ayudando en el proceso de toma de decisiones. Sin embargo, los errores en este procesamiento emocional pueden surgir cuando los pacientes tienen lesiones en la TPJ o cuando el cerebro se estimula eléctricamente. La estimulación magnética transcraneal (TMS) se puede utilizar para interrumpir la actividad neuronal en la rTPJ, justo antes de que un paciente tenga que tomar una decisión moral, así como durante el proceso de toma de decisiones, que constituyen dos entornos de prueba diferentes. Luego, cuando se les presentó un dilema moral, la capacidad de los pacientes para tomar decisiones moralmente sanas fue deteriorada. TMS para el rTJ afecta a la capacidad de un individuo para usar estados mentales para tomar decisiones morales. Los estudios también muestran que existe una relación entre la teoría de la mente y el juicio moral, lo que una vez más significa el papel de la rTPJ en la moralidad.”
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