La Normalidad como Enfermedad Social V – Azar
"El azar lo es todo." Jacques Monod
Sigo con la investigación de la formación del cerebro en la prehistoria y en el niño. Con la causa y el efecto entra, inevitablemente, en juego el azar. Necesito hacer fuego, pero no tengo las piedras adecuadas para crear una chispa que queme la hierba seca. Lo que ocurrió en esas mentes primitivas, quizás, se pueda reducir a una palabra derivada de azar: azaroso. Esto dice la RAE: 1. adj. que tiene en sí azar o desgracia. 2. adj. turbado, temeroso. El azar es aquello que se escapa de nuestro control. Una reacción química ocurre, la química orgánica no tiene ojos, intenciones, el azar es el que entra en juego, pero no hay un sistema nervioso que lo cuestione. Los microorganismos se movían aleatoriamente, y captaban comida o no. Estaba el azar, pero seguía sin haber “conciencia de” (azar). Sólo con los sistemas nerviosos más complejos entra en juego el azar. La vida, el sistema nervioso, consiste en tratar de escapar del azar, controlar las variables, controlar el medio. El exterior se vuelve una resistencia a mi tendencia al control, a escapar del caos, a evitar el azar. El azar, así, se vuelve aquel medio que me crea temor, incertidumbre, que tiene una doble vertiente en las cosas: me puede ir muy bien o muy mal, pero que inevitablemente es un proceso en el cual pierdo el control.
En esa dimensión mental de lo azaroso, la conciencia de la muerte, de la muerte de un pariente, de un compañero, crea demasiado dolor. No podemos tratar de ponernos en su pellejo, nuestro dolor actual, ya ha pasado por muchos filtros evolutivos y culturales para minimizar en la medida de lo posible ese daño. Si se analiza el dolor de una madre chimpancé, es quizás el más cercano a aquella primera conciencia de la muerte del ser querido de nuestros ancestros. Hay madres chimpancés que llevan consigo al bebé muerto por días, en su soledad mental, hasta que entra en estado de putrefacción: lo acuna, lo mima, lo desparasita; haciendo como si siguiera vivo. No aceptan la muerte, no aceptan que esté ahí el cuerpo, y que no esté ese “algo” que hacía que se moviese.
Otro dato a tener en cuenta con el nacimiento de una conciencia más compleja, es que entra en juego el tiempo, la dimensión del tiempo. Está claro que si no hay conciencia, no hay dimensión temporal. Fuimos desde un mundo teleológico que sólo es en tanto que es una reacción química y existe en un punto fuera de lo temporal, en el cual ese instante puede ser infinito, pues en ese momento se hace Ser; a la causa y el efecto en donde el movimiento de una acción se construye como una totalidad temporal: preparar la acción mental (idear), hacerme con los utensilios necesarios y llevar a cabo la acción. De repente el protohumano descubre el tiempo fuera de lo teleológico, y fuera de una causa y efecto. Afronta, mira de frente, al aburrimiento, un tiempo de nada: sin acción, sin deseo, sin finalidad. Es en ese proceso que tiene que dar sentido a todo, en donde crea la narrabilidad para dar sentido al mundo y a la propia vida. Si el aburrimiento me abruma, carece así de sentido, porque hay finalidades narrables que explican mi existencia aquí y ahora: soy padre, soy cazador, convivo en esta tribu. Esa es mi totalidad, que explica, que da sentido a mi vida, y esos estados fuera de la causa y el efecto, en el aburrimiento, quedan causados por este proyecto como totalidad que soy. De nuevo se cuela lo teleológico. Dar una finalidad a la vida, a mi existencia, que ilumina desde esa finalidad cada uno de mis pasos. Negamos ser un constante ahora, que acciona y de repente no hace nada, y descubre la dimensión del tiempo en la nada. Soy en tanto que mi totalidad, que explica cada uno de mis pasos por la vida y por el mundo. Es en este proceso que, y tiene un porqué, el concepto de narrabilidad. Se cuela por dos frentes, primero por cómo está construido toda causa y efecto, una acción se inicia, se desarrolla y llega al fin que se buscaba. Es el mismo esquema que un cuento o una narración: exposición de la situación y los personajes, desarrollo del trama y el desenlace. Pero la totalidad de este proceso se vuelve teleológico, en el sentido que el final está escrito o previsto y es el que ilumina desde ese fin, todo el desarrollo anterior. O sea la finalidad de que tenga hambre e ideé comer (inicio), me levante, me calce y llegue hasta la nevera (desarrollo), es que coma (conclusión, finalidad). Esa estructura causal se puede reducir mental y gramaticalmente a la sentencia “comí”, a su final teleológico. De nuevo la causa nos viene desde el final, y el resto son sus efectos. Se invierte el orden. Este proceso vivencial se quedó en el cerebro bajo el concepto y patrón de la narrabilidad.
Pero con estas premisas, ¿la muerte es el fin que da sentido o finalidad a una vida? ¿Cómo algo que produce dolor, y que es tan “aberrante” va a ser el sentido y final de la historia, de la narración, de una vida? De aceptarse eso, sería como aceptar que la vida carece de sentido, porque si algo tiene la muerte es que carece de sentido (fuera del concepto actual de que nada muere y todo se transforma). Sólo crea dolor, vacío, desesperanza. Aquí el humano en lo cultural y la evolución en asentar patrones, tuvieron que ingeniárselas para dar sentido a la muerte. El cómo, el que cuento se creó o que nueva historia, se empezaba daba igual. Cada manada-tribu, buscó y creó su propia historia, hay cientos, y miles de miles. Tan distintas algunas de ellas que parecen contradictorias entre sí. O sea no hay que ver o buscar un sentido a esta o aquella historia de una religión u otra. Lo importante aquí es que la muerte no era el fin, sino un nuevo comienzo. La vida de esta forma, de nuevo, adquiere y toma una dimensión teleológica. La muerte es un nuevo principio, pero como de esa otra vida no sabemos nada, restamos el caos que nos da el azar, tiene que ser una vida mejor donde el caos, el azar, no entre en juego. Todo ha de ser bueno, todo el azar nos será favorable. Restamos la negatividad del azar, porque es la principal fuente de nuestra infelicidad en la vida, de paso y de un plumazo, restamos a la vez esos espacios temporales de vacío, no existe el aburrimiento, todo ha de ser bueno.
En este ínterin (creo que es la primera vez que escribo esta palabra… ¡fiesta!) quedaba por resolver qué iba a esa otra vida. La ecuación es sencilla (no está probado nada, pero es la deducción más aceptada), cuando una persona va envejeciendo, va respirando más lentamente y con espacios más largos, a su vez tiene menor energía. Hay una unión de respiración y energía, que de nuevo le dan una dimensión de causa y efecto errada: la respiración o esa energía es la vida. Cuando uno muere deja de respirar, luego esa energía es la que sale del cuerpo para ir a algún otro lado. No lo tenemos que pensar desde nuestra mentalidad científica. Hoy sabemos qué son los pulmones, qué es el oxígeno, que este es la energía para las células, que son transportadas por los glóbulos rojos… En ese entonces estábamos con nuestro pensamiento mágico y animista. En realidad alma o espíritu, si se les rastrea nos llevan a un solo origen: hálito (aliento, soplo de vida), de la cual se derivó ánima (movimiento, energía, que a la vez hoy la usamos para el ánimo de una persona) y de esta al final ya sin ninguna apreciación o que parezca que tiene ninguna relación con nada, alma.(1)En la religión Judía, Dios nos insufló vida con su aliento, con su soplo, (aún existe la superstición de que un gato nos robe el alma, cuando se pone en nuestra cara por las noches, frente a nuestra boca, lo que nos quita o nos dificulta es la respiración: se cree que es para recoger el calor del aliento). Es muy común en el lenguaje que la pérdida de su origen, más el cómo va creciendo una palabra en interpretaciones y la suma con otros conceptos, al final pierda su principal y esencial significado. También se sigue eso mismo de una obra. El Quijote no es aquel Quijote “inocente” que pensó Cervantes, es la suma de todos los puntos de vista de todos los hombres que lo han interpretado y que lo han ido dimensionando a mil formas y sentidos. Cada interpretación (revisión modernizada de la obra, una nueva obra de teatro, una película, lo que pueda pensar un filósofo existencialista…), altera la obra.(2) Hoy en día ya no tenemos esa apreciación simple de los protohumanos, hoy alma tiene otra dimensión, cuyo origen se ha olvidado y que simplemente se refería al aliento, a la respiración. Ahí tenemos al Dios Pan, si se lee entrelíneas, esa sensación que te embargaba el cuerpo a través del pánico (Dios Pan dentro de nosotros), ¿no es acaso lo que al final ha devenido como posesión diabólica?; en definitiva el Dios Pan es el que inspiró la apariencia del diablo. Retorcemos la historia y al final olvidamos el origen mítico del relato, lo cual, por la protección de lo identitario, negamos. Hasta hace dos siglos aún se hacía algún intento de ubicar el alma, y que estuviera “entrelazada” en el cerebro, -Rene Descartes y la glándula pituitaria-, pero todos han sido en vano. Quien tenga un familiar que parezca Alzheimer comprobará que allí en el cerebro, no hay ninguna esencia que se mantenga. El cerebro, perdiendo el pasado, sin energía, por la avanzada edad, no deja ver que esa persona-cerebro-disminuido, sea la misma persona de su juventud o que se le parezca. Nosotros desde fuera le damos esa continuidad: que es una misma persona, pero a nivel de ese cerebro individual, ya no es lo mismo. La personalidad, lo que emana como un todo, cambia con el cerebro, por un accidente, por una enfermedad o por la decrepitud de la vejez.
Hasta aquí este pequeño avance, que en realidad tiene mucho y condensado contenido que digerir. Pienso que esa otra vida deseada, después de esta, es lo que hoy conocemos bajo el concepto de paraíso. Y de pensar qué situación fue esa, pienso que era aquella en la que vivíamos como monos o simios arbóreos en una zona tropical. Piénsese en esa situación. Los monos arbóreos son muy dinámicos, siempre parecen estar en movimiento, van de árbol en árbol buscando frutos. ¿No parece paradisiaco? La comida siempre está al alcance y siempre están en movimiento. La vida, así, es muy teleológica, vivir para comer y para divertirse con los de tu manada o familia, siempre con el reto de saltar y moverte entre las ramas; sin casi enemigos, pues en eso consiste la apuesta arbórea. De alguna forma esa larga etapa se quedó grabada en sus cerebros como “lo deseable”, lo que se había perdido, cuando cambió el clima y lo que antes eran bosques de abundancia, se volvió en una sábana, con escasez de alimentos y depredadores. No había cultura que transmitiera eso, tiene que estar en el cerebro como un patrón, pues fue un periodo de tiempo muy, muy largo. La naturaleza, la evolución, no “olvida” nada. Un bebé respira en el líquido amniótico, porque está ahí de la época en la que éramos un pez. El paraíso terrenal (Adán y Eva comiendo entre árboles y sin peligros, ni angustias), aquello que se perdió, y el paraíso celestial son, así, uno y lo mismo. Proyectamos ese paraíso perdido a un paraíso que tenía que ser la siguiente vida, la vida después de la vida.
El siguiente paso en todo este desarrollo mental-evolutivo es la “invención” de los Dioses. Tema a tratar en otro artículo, pero por lo pronto hay que tener en cuenta que hay religiones que no tienen dioses, o sea no es algo “necesario” en la ecuación. Lo importante es el concepto espiritual, el pensamiento mágico, que son uno y la misma cosa. Una persona budista ve “saciada” su espiritualidad, sin necesidad de un Dios. La creación de dioses nos viene de nuestra mentalidad animista. Les dimos unas jerarquías, a las politeístas, puesto que la propia vida humana se basa en jerarquías. Bajo mi punto de vista el monoteísmo fue un “error” más de los procesos, ahora ya, históricos; nos acogimos a esta idea y proyectamos en este Único los papeles de padre celestial, alguien que vela por nosotros siempre, como así lo hace un padre. De nuevo la mentalidad infantilizada del ser humano, de Pan, la de no querer madurar, de siempre depender de la mirada aprobadora y rechazadora de un adulto. Pero esto, que seguramente nos viene de nuestra necesidad de un macho alfa, de un líder, ya lo trato en un posterior escrito.
(1) Las palabras se “degradaron” hacia nuevos conceptos: aliento, hálito, al perderse el aliento en el último hálito se pierde lo que lo mueve, lo que le anima (animación), ánima, y de esta a ánma y de ahí a que lo que muere hoy en día sea el alma (en italiano, más fiel al latín, se sigue usando anima).
(2) Eso es cultura. ¿Y qué sentido tiene el copyright en esta trama? Ninguno. Toda obra ha de crecer por su multidimensionalidad. Por la apreciación y el punto de vista de cada humano. Y ¿acaso los guionistas y escritores de esos relatos no se han alimentado a su vez del resto de los humanos?, sobre todo hoy con Internet. Es casi imposible rastrear el origen de una idea. Todo guionista, escritor, cantante o pintor debe su “creación” a la cultura: a cientos y miles de miles de mentes creando y variando las historias. En muchos casos todo se debe a que una sola persona en concreto, viró un concepto, del que se alimentaron cientos de creativos que no revelaban la fuente y que al final crearon nuevos mundos creativos, al que le pusieron el marchamo de los derechos de autor. Decía Picasso que “los buenos artistas copian, (y que) los grandes roban”.
(2) Eso es cultura. ¿Y qué sentido tiene el copyright en esta trama? Ninguno. Toda obra ha de crecer por su multidimensionalidad. Por la apreciación y el punto de vista de cada humano. Y ¿acaso los guionistas y escritores de esos relatos no se han alimentado a su vez del resto de los humanos?, sobre todo hoy con Internet. Es casi imposible rastrear el origen de una idea. Todo guionista, escritor, cantante o pintor debe su “creación” a la cultura: a cientos y miles de miles de mentes creando y variando las historias. En muchos casos todo se debe a que una sola persona en concreto, viró un concepto, del que se alimentaron cientos de creativos que no revelaban la fuente y que al final crearon nuevos mundos creativos, al que le pusieron el marchamo de los derechos de autor. Decía Picasso que “los buenos artistas copian, (y que) los grandes roban”.
Comentarios