Lo que Es y lo que (a)Parece XXXIV – Acotando el Postmodernismo
«Quizás la historia universal es la
historia de unas cuantas metáforas.» Borges
historia de unas cuantas metáforas.» Borges
No es el último capítulo. Me veo en la necesidad de escribir este previo, sobre todo por la confusión que existe sobre tal concepto.
El postmodernismo no es una postura “elegida”. No es algo a lo que un pensador o la cultura occidental, sobre todo la europea, haya querido llegar. Es una inevitabilidad. Algo que por la suma de ciertos factores se llega a esta de forma “matemática”. En mis últimos escritos se deducen dos cosas, cierta facticidad de la palabra, que inevitablemente conlleva a cierta encadenación temporal de sucesos, como de destino. He afirmado que cada nación o cultura “avanza” o traza una parábola, de la cual al final llega a una cúspide y de allí a una caída (¿apuesto entonces por una historia materialista, mecánica?). Un pensador si hace una lectura sucinta de su tiempo llega a unas conclusiones. Varios pensadores sin contacto llegan a esas mismas ideas. ¿Por qué? Imaginemos que las palabras o conceptos son números. Si todos son unos, y haces sumas puedes llegar a cualquier resultado, paras cuando “aceptes” el resultado de esa suma (¿para que coincida con tu número esperado?). Pero la realidad es distinta, te dicen: existe el 1, el 5 y el 7, sea como sea que sumes llegas a 13 (el orden de los factores no altera el resultado). Entonces el problema es que existan ese 1, 5 y 7, ¿no será posible que el uno no sea 1 sino 2?, o cualquier otro artificio de este tipo. Puede, lo argumentas, pero otro te dice que si 1 es 2, el 5 es un 4, con lo que al final vuelves al 13.
Entendiendo esa base, ¿cuáles son esos números?, a nivel de conceptos. Para entenderlo hay que ir a cualquier otra posición de la historia distinta a la actual. Antes del momento actual había una legitimidad en el poder. En mis escritos nos encontramos que un problema constante de fondo es el de la libertad y aquello que está contra mí libertad. El problema desaparece si yo elijo poner mi libertad en alguien. Entonces puedo estar bajo un poder, pero en tanto que es una posición “elegida”. Ese poder siempre ha estado en entredicho, o sea el que alguien tenga la legitimidad tal como para que tú le entregues tu libertad, siempre ha estado en juego. E aquí una pequeña genealogía del mito fundacional ampliado:
1. Provenimos de un especie de manada, donde existía el macho alfa. La legitimidad estaba sustentada en la medida que era la evolución la que había “creado” las reglas. Esa regla es una mayor cantidad de testosterona, que a su vez le hacía tener una mayor musculatura y una mayor capacidad intelectiva en aquel medio, que era el del riesgo, la valentía y la sagacidad. Nunca hemos abandonado esta regla, hoy en día la mayor cantidad de héroes siguen teniendo estos parámetros.
2. Cuando el humano tendió a la sofisticación mental a partir de alterar y controlar el medio (instrumentalización), cogió mayor importancia el saber. Ese saber sobre todo lo tenían los más adultos, los ancianos (ocurre igual entre las elefantas, en saber más sendas y lugares con agua), que a la vez sobrevivirán (que a la vez tenían los principios de alfa del primer punto durante su juventud). Hoy en día la mayoría de los cazadores-recolectores que existen se basan en este tipo de “obediencia” a la autoridad (entrega de la propia libertad) que suele ser el más anciano.
3. Con la entrada en juego de la agricultura y la ganadería -y por lo tanto las ciudades-, ese papel estaba en juego; pues no todos llegaban a tener conocimiento directo quien tenía el poder. A nivel mundial nacieron las grandes religiones como una forma de sustentar a esas personas en el poder, ya que su legitimidad venía dada a que eran semidioses o dioses. Eran la parte terrenal -portavoces, mediadores- de sus creencias religiosas.
4. Con los reinos (países) entró en juego el rey, que no dejaba de seguir esa misma línea fundacional. Si bien con el cristianismo el poder se dividió en dos. El del Papa y el de cada rey. (Fijarse que Inglaterra se escindió del poder Papal con el anglicanismo, simplemente porque este no concedía permiso a los desmanes de Enrique VIII. Este “cinismo” ya es de por sí un primer acto postmodernista, por cuestionar la legitimidad y hacerse una legitimidad “a la medida”).
5. Las Revoluciones, las primeras democracias y el humanismo. Aquí viene una primera rotura de la legitimidad, el rey no es legítimo, es una simple persona y para demostrarlo lo decapitamos en público. Si bien se calló en el pueril error de poner en el lugar del rey a algo tan abstracto como el humanismo, con su igualdad, fraternidad y libertad.
2. Cuando el humano tendió a la sofisticación mental a partir de alterar y controlar el medio (instrumentalización), cogió mayor importancia el saber. Ese saber sobre todo lo tenían los más adultos, los ancianos (ocurre igual entre las elefantas, en saber más sendas y lugares con agua), que a la vez sobrevivirán (que a la vez tenían los principios de alfa del primer punto durante su juventud). Hoy en día la mayoría de los cazadores-recolectores que existen se basan en este tipo de “obediencia” a la autoridad (entrega de la propia libertad) que suele ser el más anciano.
3. Con la entrada en juego de la agricultura y la ganadería -y por lo tanto las ciudades-, ese papel estaba en juego; pues no todos llegaban a tener conocimiento directo quien tenía el poder. A nivel mundial nacieron las grandes religiones como una forma de sustentar a esas personas en el poder, ya que su legitimidad venía dada a que eran semidioses o dioses. Eran la parte terrenal -portavoces, mediadores- de sus creencias religiosas.
4. Con los reinos (países) entró en juego el rey, que no dejaba de seguir esa misma línea fundacional. Si bien con el cristianismo el poder se dividió en dos. El del Papa y el de cada rey. (Fijarse que Inglaterra se escindió del poder Papal con el anglicanismo, simplemente porque este no concedía permiso a los desmanes de Enrique VIII. Este “cinismo” ya es de por sí un primer acto postmodernista, por cuestionar la legitimidad y hacerse una legitimidad “a la medida”).
5. Las Revoluciones, las primeras democracias y el humanismo. Aquí viene una primera rotura de la legitimidad, el rey no es legítimo, es una simple persona y para demostrarlo lo decapitamos en público. Si bien se calló en el pueril error de poner en el lugar del rey a algo tan abstracto como el humanismo, con su igualdad, fraternidad y libertad.
A la larga los conceptos democráticos fueron “fallando”. Nunca ha habido realmente una igualdad como para que se dé una fraternidad y se tenga una concepción de ser libre realmente. Bajo esta falla nacieron ideas como la comunista. Como la única apuesta válida a que se dé realmente aquello que se esperaba de la democracia. En “esos debates” nos hemos visto en el último siglo y medio, -guerras frías y “calientes” incluidas-; dándose por finalizado tal “debate” por el “teórico” fracaso de las ideas y los planteamientos comunistas.
El segundo “número” de la base conceptual es Dios y el mundo de las creencias. Poco tengo que decir o quiero alargarme sobre el tema, para no repetirme en exceso. “Dios ha muerto”. En mis escritos hago una excesiva “recursividad” en el tema de Dios y las religiones porque son importantes para entender el momento actual. Hay dos grandes primeras “sombras” en la conciencia de sí: la muerte y la injusticia. La conciencia no acepta la muerte. Decía Freud que hay una especie de mecanismo cerebral por el cual uno no es capaz de pensar sobre su propia muerte. Si uno se imagina muerto, se imagina allí en su ataúd pensado en su nueva condición. Este mecanismo es complejo. Una vez que algo Es, es inconcebible su no-ser, su negación, pensar que los sucesos pudieron ser distintos.(1) Mi mejor ejemplo es “si yo no hubiera existido”. ¿Qué hubiera pasado si el siguiente hijo de mis padres, del hermano que está por encima de mí en edad, no hubiera sido concebido ese día, sino unos días después o un mes después? En unos días después el espermatozoide de mi padre, que hubiera llegado al óvulo, hubiera sido otro. ¿Ya no sería yo? Es ridículo pensar en esto, lo mismo que si hubiera sido un mes más tarde con otro óvulo. Yo no me puedo pensar más que existiendo, pues sin existir no existe el pensar y si existo se da algo así como una fatalidad, como un “no pudo ser de otra forma”. Le damos una dimensión mágica a tal encadenación, cuando es puro azar. Si la unión del espermatozoide de mi padre o el óvulo de mi madre hubieran sido otro, yo simplemente no existiría. Sería otro sobre el que es inútil pensar (lo mismo se puede decir en lo social y la historia).
El segundo factor es el de injusticia. Uno puede haberse comportado lo mejor en la vida que esté en su mano, y de repente alguien te coge a ti y tu familia, y mata a tu mujer e hija después de haberlas violado y torturado delante de ti, para al final torturarte y matarte (así pasó en Ruanda). La conciencia de sí es sobre todo esa “sombra” por la cual “sabes” que la justicia -el equilibrio de lo que das y lo que recibes a cambio- no existe. Dios era necesario para restar esa sombra en el cerebro. Es una de las apuestas de las que la evolución se valió para paliar el dolor que es tener conciencia de sí, bajo la premisa de que no existe algo así como la justicia. Dios al final equilibra las cosas. El más allá, el cielo, el karma o como se le quiera llamar, “dispone” o restituye la justicia. Entonces si ponemos el sumando de que “Dios ha muerto”, nos encontramos de lleno que ni hay un más allá de la vida, y con que además, la justicia divina no existe. Todo lo que nos queda es esta única vida, con la sombra perenne de que morirás, y que sólo conseguirás la justicia que obtengas en la propia vida.
El tercer factor de la situación actual es el de naturaleza versus cultura. Se “apoya” o sustenta en los dos anteriores. En la prehistoria uno asumía su cultura como parte de su naturaleza. Ponía su libertad en el líder, aceptándolo sin fisuras, y se sentía como un ser, fuera de lo natural, en la medida que algún Dios le había dado esa naturaleza que él era. Todo su universo encajaba: Dios (espiritualidad, religión), líder, él, eran un todo del cual uno era una parte. La naturaleza humana lo era en tanto que tenía algo de divina, y en tanto que este había dado un orden a la forma de mantener unas reglas, tabús y culturas. Hacían las cosas no porque las hubieran razonado, sino porque eran unas normas en el cerebro (naturaleza, virtud, verdad) que les reglaba el día a día sin pensar y sin la capacidad de ponerlas en entredicho (al tabú le siguió la dicotomía virtud/pecado). Aún hoy la gente siente, en lo más hondo de su corazón (o intuición), que es esto lo que hemos perdido. Ese orden de todo, en donde existía una jerarquía, y en donde uno era parte de ese todo. El estado agéntico, por el cual seguimos una cultura, un paradigma, ideología o a un líder, viene de esta regla asentada en el cerebro.
Ya tenemos los tres números o conceptos que suman el fatídico número trece. Hoy en día Dios ya no está presente (la Iglesia no tiene poder, vivimos bajo estados laicos -los no laicos se ven como fracasos, como ocurre en la actualidad con los musulmanes). No damos legitimidad a ningún líder (ideología, política, religión) o no por demasiado tiempo. Ya no hablamos de naturaleza humana, sino de condición humana; esta nos dice que nos podemos (y debemos) “construir” a nosotros mismos con reglas como los estudios (cultura, aprendizaje), la voluntad y la aptitud (ni siquiera esto está claro, cierto postmodernismo simplemente acepta al humano con todas sus taras). Pareciera que copiara las palabras ya dichas por Guilles Lipovetsky: "ya ninguna ideología política entusiasma realmente a las masas. La sociedad posmoderna no tiene ídolos, ni tabúes, ni una imagen gloriosa de sí misma, ni un proyecto histórico movilizador. Estamos regidos por el vacío absoluto. La euforia ha dado paso a la ansiedad; el placer se alterna con la depresión". Es igual que este o aquel grupo, sociedad o individuo crea o sustente a Dios; que crea o no en la legitimidad del liderazgo o que se siga creyendo en una espiritualidad, que siga manteniendo una “naturaleza especial” del ser humano. En el fondo, al “hoyo” o pozo al que caemos una y otra vez, es que ninguna fe, liderazgo o creencia sobre cierta naturaleza especial del ser humano se sostienen. Y fallan sobre todo porque lo que primero que yerra es la racionalidad de la justicia. Todos somos “víctimas” de un tipo de injusticia u otro, y sabemos que nada ni nadie la va a restituir, que ya no queremos eso de la “justicia divina”. Que lo que necesitamos y pedimos es una justicia ya… y si puede ser ahora mejor que para mañana.
En mis escritos he tratado de hacer ver que el concepto de humanismo ha tratado de restaurar o de suplantar las ideas que teníamos antes, las ideas cristianas al fin y al cabo. Damos premios Nobel a todo aquel o aquello que trate de sustentar esa idea que queremos de la humanidad. Seguimos a líderes que nos parezcan lo más cercanos a ese concepto humanista posible: Gandhi, Mandela, Obama. Pero en el fondo nada aplaca la sensación de injusticia. Los líderes humanistas nos parecen de fondo más “postureo” que realidades. Sus principios apenas si se mantienen por unos años… Si arañas la superficie salen sus “trapos sucios” y sus contradicciones… sus “inhumanidades”. Ya no son mitos o semidioses, son hombres con sus taras y sus grandezas. O sea, hoy más que nunca vemos que todos son líderes de cartón, que tal cosa, un líder sin tacha, quizás no existe, y que por lo tanto nunca existió. Por lo demás ¿qué otra cosa nos queda que luchar por el humanismo? Yo, ni nadie, puede decir. “seamos inhumanos, nos irá mejor”. El concepto de humanidad, lo es en tanto que un contrapeso, es eso que nos queda, como un premio de consolación, que no apunta a nada más allá. Que no apunta a ninguna grandeza, espiritualidad, ni ninguna meta. Lo que quiero decir es que el concepto de humanismo se ha reducido no a hacer el bien y más excelso, si no a su contrario: procura no hacer el mal. ¿Porqué?, cómo puedo afirmar tal cosa. Por medio de los tabús uno podía matar y era el designio de un dios. La naturaleza humana permanecía, así, siendo buena. El mal estaba justificado en nombre de cualquier dios. Hoy en día ya no somos tan inocentes. A través de la historia comprendemos que la naturaleza humana es lo más maligno que existe y conozcamos en la naturaleza. De nada sirve justificar y decir que fue por esto o aquello. Somos “malos”, si Hitler existió, si los alemanes que le secundaron y los que no hicieron nada contra él, existieron; eso quiere decir que no hay nada en la naturaleza humana exultante y de llamado a la grandeza. De nuevo todo nos remite a la voluntad, al conocimiento y a la aptitud, pero nada a una naturaleza. Nuestra naturaleza es lo que tenemos que dominar, lo que tenemos que negar. Siendo así, lo humano, la metaidea de lo que ha de ser el humano, es ese premio de consolación… sólo es una pose, un (a)parecer, apariencia, una máscara, que “esconde” una “verdad incómoda”.
Al igual que en las fases de crisis crece la espiritualidad, hoy en día crece más la metaidea de lo que ha de ser la humanidad. ¡A mí me parece insultante!, tanto por su falsedad, como por lo que esconde y niega. La serie de documentales “Nuestros orígenes” -que no va de esto, sino más bien de lo que pretenden que es “nuestra naturaleza”-, la dejé de ver porque me parecía increíble que todo lo “tintasen” con ese halo humanista positivo tan pueril y asqueroso. Hablan de los adelantos tecnológicos que se producen en las guerras, de nuestro afán por el poder y el dinero, pero ignorando o sólo nombrando de pasada los males de tales cosas. Ignoran el dolor de uno a uno de los humanos que perdieron a sus seres queridos, en cada una de esas batallas; del dolor que producen los que persiguen el poder (por ejemplo el -supuesto- asesinato de sus dos sobrinos, aún en la infancia, por parte de Ricardo III de Inglaterra para llegar al poder. Otro ejemplo claro es la esclavitud). Si el fin de los documentales fuera el cínico habrían dado con su cometido -el hombre en su ceguera y enfermedad mental logra cambios a veces a mejor-, pero no, se pretenden unos documentales humanistas.
El postmodernismo es una conclusión lógica, una parte de la curva parabólica que traza la humanidad. Quizás en su punto más alto y antes de caer. No es algo a lo que yo, o tú, Europa o la cultura quiera llegar. Es la inevitable conclusión a la que se llega una vez que nos enfrentamos a lo que realmente somos. Fijarse que no deja “títere en pie”. Cuando existía la legitimidad se podía hablar de Arte y otros conceptos con mayúscula como el de familia. Pero si nada es legítimo tampoco el Arte lo es. ¿Acaso el concepto de Arte no estaba sustentado por el etnocentrismo y la idea de ciertos humanos encumbrados de cierto halo especial? Si quitas que ciertas personas sean especiales, y quitas toda legitimidad a que alguien “comprenda” (el galerista, el crítico, el académico de Arte) en profundidad algo tan personal como los gustos, las qualias de la humanidad, ¿en que se queda este? El ciudadano de a pie hace mucho que dejó de creer en la modernidad. Para ellos lo que hace un gran pintor y lo que pueda hacer un niño no tienen diferencia. No hace mucho que se presentó al público unas obras de alguien con el nombre de Pierre Brassau, y los críticos la exaltaron. En realidad las había pintado un chimpancé. ¿Por qué diferenciar entre artesanía y Arte? ¿Arte es lo que un crítico o un “entendido” nombra o compra el rico y les da un status?
Picasso y otros, crearon su estilo a partir de una exposición en París sobre el Arte africano de las máscaras y los atuendos rituales (las caras de “las señoritas de Aviñon” imitan esa máscaras).

Las feministas, las de la última oleada, cual elefante en una cacharrería, hacen el mismo papel o caen en el más puro postmodernismo, al renegar de todo lo que es o se consideraba que era la mujer. O sea, el postmodernismo es cual tornado, que cuanto más se le alimenta más energía y poder toma. Las feministas ya no quieren ser tomadas y reducidas a madres. La maternidad es un continuo en el imaginario humano. El primer feminismo fue aquel en el cual había diosas. No podía existir una religión sin que tuviese su lado creador, su lado femenino; sobre todo la luna con su ciclo de 28 días. El cristianismo proliferó porque al monoteísmo judío se unieron las creencias Romanas de mantener a una “diosa”, ahora bajo el nombre de la virgen María
(fijarse que a la virgen se le suele representar encima de una media luna y con estrellas -conceptos que vienen de las religiones paganas-, algunas órdenes religiosas la ponían como principal: al final la Iglesia acabó con esas órdenes). Idea que no existe en el judaísmo, más patriarcal.

No quería alargarme, quería hacer toda esta cuestión lo más resumida y clara posible para todos. Si se lee el postmodernismo, no queda muy claro qué quieren decir, porque es un lenguaje complejo con su propia terminología filosófica. Yo lo he “banalizado” en este escrito. No hay nada detrás. Es un atolladero, un punto y final. Muchos autores han tratado de salir del postmodernismo, pero sin ningún éxito. No hay forma de restituir la “verdad” e inocente edad del ser que teníamos el humano antes de ahora. Una vez que dejas de creer en papá Noel ya no hay forma de ir al anterior creencia. Si rompes una hoja, esta ya no vuelve a ser la misma ni con celo ni con pegamento. Se sigue entonces, que la humanidad al completo sigue su propia “vida”: pasó por una infancia, la prehistoria, dominada por el pensamiento mágico y credulidad ante la legitimidad de la autoridad; al igual que la juventud es la rotura con los padres, las revoluciones (entre ellas la industrial), fueron la entrada en esa edad de la humanidad; mientras que la posmodernidad es la llegada a la madurez de lo humano. Con la madurez se acabó el creer en cuentos, todo es más racional y frío. Se pierde el encanto, la gracia y la sencillez de la vida. No hay forma de volver a posturas anteriores sin caer en infantilismos, o ideas pueriles, en el pensamiento mágico y en creer en un solo lado benéfico y grandioso del amor. El amor también es dolor y sacrificio… eso es lo que se aprende de adulto.
¿Qué queda? Mis escritos no pueden ser del todo aceptados porque solo destruyo sin tratar de construir nada. Si todo es negrura y no presentas nada positivo nadie te quiere creer y seguir. Me he limitado a decir las cosas como son, sin edulcorarlas y sin caer en utopías fatales. Quien quiera puede encontrar realmente lo que quiero decir de fondo, que quizás no sean tan negativas, como pintan a simple vista. Algunos postmodernistas dicen que si esto es todo lo que hay, que se puede construir con lo que tenemos. Algunas personas se toman esta postura como la de asumir una fatalidad y la reniegan, otras personas saben que no queda otra. Yo soy de los que aceptan el postmodernismo, pero de los que encuentran ciertas posibles “soluciones”. Pero seamos claros, nunca van a ser como volver a la dulzura, el encanto y la inocencia de nuestra infancia (anarco-primitivismo), pero son, en definitiva, soluciones realistas. De los tres puntos o sumandos de lo que es el postmodernismo, al único -que inevitablemente no es volver al pensamiento mágico y los dioses, ni devolver la legitimidad al líder-, le falta una vuelta de rosca y es el de comprender y el aceptar que sí tenemos una naturaleza. Que el humano ha de asumirse como lo que es y construir a partir de estas taras y bondades. Sobre esto ya hablo en el siguiente escrito.
(1) Aquí se da un concurrencia, quería hacer un escrito sobre este tema y Paul Auster ha estado en España recientemente para presentar su último libro “4 3 2 1”. Ahora me veo en la “obligación” a leerlo antes de escribir nada.
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